sábado, 1 de marzo de 2008

De costos, precios y licenciados a medias

El gobierno de Kirchner ha resuelto desatar una nueva vuelta al torniquete que asfixia a la producción. Está formando –según informaciones periodísticas- una fuerza de choque de inspectores que analizarán dentro de las empresas su estructura de costos. El fundamento de esta medida muestra el razonamiento de un economista que estudió microeconomía hasta la mitad del programa, y dejó la otra mitad sin siquiera leer: según declaraciones del Jefe de Gabinete de Ministros, “los costos determinan el precio final de un producto”, y con esta acción se verificará si las empresas cumplen con esta premisa –La Nación Sección “Economía & Negocios”, jueves 28 de febrero, página 2-.
Esa afirmación es cierta, pero a medias. Nadie producirá algo cuyo precio de venta sea inferior a sus costos de producción. Es una afirmación que funciona como “piso”. En tal eventualidad, la actitud previsible del empresario es que cambie su línea de productos o que cambie de rubro, si es que en el rubro que explota ya no existe mercado, sin que sea necesario que nadie le inspeccione nada. Este concepto se denomina “costo de oportunidad”, y es la opción que tienen las personas y las empresas de cambiar de actividad cuando lo que produce ya no interesa, cuando sus costos son superiores a los que puede ofrecer la competencia o cuando en otra actividad económica alternativa su recompensa puede ser mayor.
Pero es también una afirmación parcial, y esta parcialidad es la que la torna mendaz: el precio de venta no está fijado por los costos, sino por lo que está dispuesto a pagar una persona que necesita o le interesa un determinado producto o servicio. Esta es la otra mitad, la que funciona como “techo”. La demanda, esa otra mitad de la materia, orientará a los productores –empresarios, proveedores, personas- sobre los bienes o servicios que pueden ser rentables, generarle una ganancia, porque pueden producirlos o prestarlos a un precio de venta que las personas estén dispuestos a pagar por él y que le compense su esfuerzo.
¿Cuánto está dispuesto a pagar alguien por un producto o servicio? Pues, lo que tenga en su capacidad de compra, integrada por los ingresos de que disponga, y eventualmente por los créditos que pueda obtener. Siempre dando por supuesto que el bien o servicio le interese. Es muy difícil que, por ejemplo, alguien quiera comprar carretas para organizar una empresa de transportes cuando ya la sociedad dispone de camiones, ferrocarriles y aviones, por más que las carretas sean vendidas a menos del costo de produción. Salvo que se acabe el combustible... De la misma forma, si quiere comer carne y tiene disponibidad de recursos, pagará lo que esté dispuesto a pagar para obtener esa carne. Pasado ese límite, si no le alcanza o considera que pagar tanto deja de ser razonable, comprará otra cosa, como pollos, cerdos, pescados o proteinas vegetales.
¿Qué pasa si aumenta la disponibilidad de recursos de quienes desean un producto, pero no ha aumentado la cantidad de ese producto? Pue ese producto sube de precio. Y si no sube, se acaba más rápido, y al final directamente no se conseguirá, porque –sencillamente- no habrá más. Habrá que elaborar otro circuito, por ejemplo, adquiriéndolo en el mercado mundial, o sea, importándolo.
Es lo que ocurre ahora con el gas, la electricidad y el gasóil. Y lo que ocurrirá en pocos meses con la carne.
¿Por qué no aumentan su producción los empresarios? Es otro campo: los motivos que tienen los empresarios para invertir dependen de su expectativa de rentabilidad, y de su confianza. Los empresarios de hidrocarburos están produciendo a pleno en países que le garantizan seguridad jurídica . Los productores de carne están aumentando su producción en Uruguay y Brasil, aprovechando el excelente momento internacional. Sus gobiernos son serios, no caen en infantilismos y han estudiado todo el programa de la materia, no sólo la mitad.
Una muestra clara la presenta la ganadería en el Uruguay: sus exportaciones crecen a precios internacionales, sin “retenciones” de ninguna epecie, pero ello no impide que el asado esté al alcance de los consumidores uruguayos a un precio menor que en la Argentina. Actúa aquí “la segunda mitad” del libro: los consumidores internacionales fijan el precio de los cortes que le interesan en un nivel superior al costo de producción, generándole ganancias que enriquecen al país; y los consumidores internos fijan el precio que están dispuestos a pagar por el asado y demás cortes “no exportables” (porque no interesan al mercado externo) y los productores deben venderlo a ese precio porque si no, deben desecharlos. El fenómeno es similar a lo ocurrido con el gasóil y las naftas en los hidrocarburos en la Argentina: si no se puede exportar nafta, tampoco se puede producir gasóil.
Ahora se prepara, según trascendidos, una nueva prohibición a la exportación de carne. El “medio-Licenciado” a cargo del comercio sigue con el dislate. Sigue aplicando la mitad del librito. Y destrozando todo un sector productivo, que ha ha liquidado gran parte de su capital de “madres” pasándose a una actividad alternativa, la soja, en la que las imbecilidades oficiales son menores que las que manejan las decisiones sobre la carne porque conforman un objeto de rapiña demasiado valioso como para exterminarlo.
¿Somos “víctimas de nuestro propio éxito”, como afirmó el Jefe de Gabinete semanas atrás al justificar la crisis energética? Más bien parece que somos víctimas de la supina incompetencia del gobierno de Kirchner, a pesar de los encomiables esfuerzos dialécticos del Jefe de Gabinete. Si la economía sigue recalentándose con aumentos salariales que suman capacidad de compra a una economía que no crece sino que, al contrario, muestra sus límites –por la inseguridad jurídica, la falta de infraestructura, las alocadas decisiones de la Secretaría de Comercio, las dificultades de financiamiento productivo realimentadas por la inflación descontrolada- marchamos directo a una explosión como la que ocurrió con Isabel Perón, en 1975. En realidad, no es que suban los precios: lo que ocurre es que baja el valor de la moneda, ante la desbordante emisión de billetes nuevecitos de Cien pesos que cada vez valen menos.
Vendrá un rodrigazo, que cuanto más tarde, más fuerte golpeará a los hogares humildes.
Dios quiera que no venga de la mano de nuevas triples “A”, desorden social generalizado, y desborde total de la convivencia, que ya se insinúa y que se potenciarán con “fuerzas de choque” destinadas a enfrentar inútilmente al destino.

Ricardo Lafferriere

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