viernes, 14 de marzo de 2008

La inflación ya está instalada

Varias generaciones de argentinos comenzaron su vida adulta en los últimos quince años. Vivieron problemas, angustias y crisis, incluyendo el saqueo institucionalizado del 2002 con la “pesificación asimétrica”, impulsado por las burocracias partidarias y empresariales bonaerenses. No conocieron la inflación y seguramente al oir hablar de ella la identifican sólo con el aumento de los precios. Sin embargo, las generaciones mayores, las que han vivido ya cinco o más décadas, saben lo que era la inflación para el deterioro sistemático de las condiciones de vida, la pérdida inexorable de horizontes y la imposibilidad de desarrollar ningún emprendimiento en el que poner la pasión por la construcción de su propio futuro económico.
Es que a medida que la tasa de inflación sube, sube la tasa de interés. Ello se mide anualmente –cuando no en forma mensual- y, en consecuencia, cualquier emprendimiento que requiera financiación debe proporcionar una rentabilidad superior a la tasa de inflación-interés prevista, para poder ser viable. En consecuencia, debe incorporar la inflación prevista en el precio de sus productos, realimentando el proceso.
Esa consecuencia no es la única: el umbral de rentabilidad requerido a emprendimientos posibles se incrementa al compás de la tasa, salvo para el sector financiero que, como funciona con dinero ajeno, amplía su ganancia a costa del ahorrista –que pierde con la licuación de su depósito- y del tomador del crédito –que debe dejar en la tasa la “parte de león” de sus ingresos-. La inexorable reducción de ahorristas privados se va reemplazando por fondos públicos, cuyo valor a nadie le interesa preservar porque son del conjunto –más específicamente, han sido confiscados al sector productivo y terminan dilapidándose en aventuras voluntaristas-.
Una ligero pantallazo de lo que ocurre en los gremios y en el sector financiero hoy es mejor indicador de la inflación percibida y prevista en la economía real que los datos del INDEC, destrozado como todo lo que K toca. La tasa para un crédito personal estandar, según surge de las páginas WEB de las instituciones bancarias, oscila enel 30 % anual nominal, que se convierte en un costo financiero real de alrededor del 40 % anual si se calcula la tasa como interés compuesto y se le agrega además el inefable IVA, que comienza a pesar sobre el crédito a medida que la tasa de interés aumenta (un IVA del 21 % sobre una tasa del 5 % es apenas de un punto; ese mismo IVA sobre una tasa del 30, se transforma en un 6,3 %, con lo que la tasa que debe pagar el tomador del crédito es ya del 36,3 % anual más los “gastos administrativos”, o sea, un disparate que ninguna actividad lícita permite en una economía estable). Comparar esa tasa con la inflación de menos del 10 % anual que informa el INDEC resulta patético.
La inflación está instalada, gracias a los aprendices de brujos instalados en la Casa Rosada, especializados en engordar alforjas propias y saquear las ajenas. Porque por supuesto, la inflación abre posibilidades enormes para los grandes negociados. Disimula ganancias, oculta sobornos, dificulta los cálculos, convierte en letra muerta los controles del gasto y en dibujos voluntaristas las partidas presupuestarias. Y a la postre, castiga con la desaparición de ilusiones a los ciudadanos comunes, que deben pasar su vida sacando cálculos para defender su ingreso instalando en la vida cotidiana la inseguridad económica como norma, la desconfianza como sistema y la falta de transparencia como método.
La inflación conspira contra la convivencia. Incrementa los conflictos sociales, que por el contrario desaparecen cuando hay estabilidad (¿alguien recuerda huelgas importantes en los 90?). Y destruye las bases para las negociaciones colectivas por empresas que comprometen y asocian a trabajadores y empresarios en el desafío común en cada actividad, reemplazándolas por la negociación “macro” entre las burocracias sindicales corruptas, recreando el triste fenómeno de sindicalistas estancieros, empresarios y multimillonarios eternizados en su silla, a la que han convertido en fuente inagotable de ingresos mal habidos.
La inflación, una vez instalada, adquiere una dinámica de muy difícil corte, salvo con crisis abruptas –como el “shok” de Rodrigo durante la presidencia de Isabel Perón, que a más de treinta años aún se recuerda y desembocó en el proceso militar, o la hiperinflación que se produjo durante la presidencia de Alfonsín, que le costó su retiro anticipado del poder, o la renuncia a la moneda nacional que se instaló con la convertibilidad y terminó derrumbando un sistema; todas tuvieron, a la corta o a la larga, consecuencias finales traumáticas-.
De todos los desastres K, gran dilapidador de una enorme oportunidad nacional, el desmantelamiento institucional ha sido el mayor, hasta ahora. La reinstalación de la inflación como sistema se le agrega para retornar, como quizás añora, a la época de triste recuerdo que desembocó en los años de plomo allá por los años 70..


Ricardo Lafferriere

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