domingo, 16 de agosto de 2009

Autoritarios, sectarios, ladrones

La explosión desbordada de Ernesto Tennembaum por Radio Mitre –seguramente, contenida por largo tiempo- sobre la pareja presidencial en oportunidad del reportaje realizado a Agustín Rossi interpretó a muchos –quizás el 70 %- de los argentinos. El autor coincide con ella, y le agrega además, la de peligrosos provocadores.
Mucho tiempo, esfuerzo y sangre costó a los argentinos lograr la democracia que comenzamos a construir en 1983. Liderazgos de alta calidad moral, como la del recientemente desaparecido Raúl Alfonsín, pagaron el precio de su desprestigio y su ocaso político sin dudar un instante, cuando la tentación de caer en la política partidista abría la opción de poner en riesgo el edificio aún fragil de la democracia argentina.
Esta pareja, por el contrario, renueva cada día su indiferencia ante la suerte de la democracia. Está fabricando un polvorín de compatriotas empujados hacia la más dura de las miserias, a pesar de haber contado con los mejores años económicos de la historia gracias a la conjunción de la situación internacional y la capacidad de trabajo de nuestra gente –a la que no ayudaron ni siquiera “dejando de robar por dos años”-.
Destrozan lo que tocan, sin asumir que están ya en zona de desastre. Han llevado a dieciseis millones de compatriotas a la situación de no comer todos los días, mientras siguen dilapidando los recursos incautados a la economía de producción en destinos que, si no estuvieran cargados del dramatismo que muestran, serían circenses. Esos compatriotas no tendrán para comer un plato de sopa cada día, pero podrán ver fútbol los domingos detrás de las vidrieras de los bares, ya que es difícil que puedan hacerlo en las improvisadas carpas construidas con cartones viejos y frazadas agujereadas en las plazas y calles del país.
Con los diez millones de pesos por día que caen en el agujero negro de Aerolíneas se podría dar al menos un plato de comida diario a más de dos millones de argentinos, de esos dieciséis. Prefieren utilizarlos para mantener alineadas las redes clientelistas de pilotos, sindicalistas corruptos, proveedores, amigos que viajan gratis y pasajeros para sus hoteles sureños, diseñados con buen gusto internacional en el centro de la villa miseria en que se va convirtiendo no sólo Buenos Aires, sino también, el Calafate. Con los seiscientos millones que se destinarán al circo de la corrupción futbolera podrían, al menos, reducir en algunos puntos el robo que hacen a los hombres de campo, dándoles siquiera un pequeño aliciente para que vuelvan a sembrar con menos pérdidas. Pero ni para los pobres ni para los productores alcanza la caja. Tiene otros destinos, más miserables, más inmorales, más corruptos.
El desparpajo con que actúan no merece otra descripción que el de provocadores. Es una provocación la inmoral exhibición de su riqueza personal mal habida. Es una provocación la continuada apropiación de recursos ajenos. Es una provocación la violación constante de las leyes del país. Es una provocación fomentar desde la tribuna presidencial el odio y la división entre los argentinos. Nada tiene que ver con su juramento de respetar y hacer respetar una Constitución que los obliga a “constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad”.
Dividen al país –no lo unen-. Avasallan la justicia –no la afianzan-. Promueven la violencia social –y no la paz-. Desmantelan la defensa nacional –no la proveen-. Deterioran el bienestar general –no lo promueven-. Y cada día más, por último, niegan los beneficios de la libertad a mayor cantidad de compatriotas, pobres y ricos. Humillados por el clientelismo, si son pobres, amenazados por la arbitrariedad, si no lo son, y atemorizados por la violencia desbordada en la vida cotidiana, a la que parecieran incentivar con su desinterés por cualquier política destinada a combatir la inseguridad.
Pero son nada más y nada menos que lo que son y cuando más rápido sean historia, será mejor para todos. Una historia que será recordada como pesadilla en los libros que en futuro estudien esta dramática etapa de la democracia argentina.
En todo caso, lo más triste pero también preocupante para esa democracia es que uno de los partidos políticos más importantes del país esté jugando su prestigio histórico, su perdurabilidad futura, sus principios justicieros y su moral política sosteniendo –porque así lo hacen con sus votaciones amañadas en el Congreso y su vergonzante respaldo por parte de sindicalistas y gobernadores- a quienes un periodista, representando seguramente la convicción del setenta por ciento de los argentinos, ha definido –no calificado- como lo ha hecho, con las palabras del título de esta nota.


Ricardo Lafferriere

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