jueves, 26 de noviembre de 2009

Los tres ejes de los tiempos que vienen

Un recreo. Eso siente el pensamiento cuando en lugar de los vendavales cruzados de la coyuntura la reflexión es trasladada hacia los desafíos de la nueva etapa, la que comenzaremos una vez que la pesadilla K pase a ser recuerdo.

Tres grandes ejes han atravesado nuestra historia con sus respectivas polaridades, que es apasionante imaginar alineadas en la próxima etapa. En los polos del primero, la democracia participativa frente al autoritarismo excluyente. En el segundo, la racionalidad económica frente al voluntarismo populista. En el tercero, el país chauvinista cerrado frente a la Argentina abierta y cosmopolita.

Los tiempos K alinearon los tres polos más peligrosos, cerca de sus extremos.
La democracia fue vaciándose de contenido real y simbólico, desplazando el centro de poder hacia un esqueleto burocrático vacío de valores, ética y propósitos, en cuya cúspide se encuentra en solitario la voluntad de una persona. La racionalidad económica fue reemplazada en un “continuum” hacia el voluntarismo populista, que está liquidando los ahorros y las reservas de capital histórico para construir poder clientelar. La Argentina protagonista y respetada en la comunidad internacional fue paulatinamente convertida en un país cerrado, rudimentario, desconfiado por todos.

Los tiempos que vienen están llamados a cambiar las polaridades, en una articulación virtuosa que requiere poner en marcha el verdadero secreto, aquel que reclamara Alfonsín en su mensaje postrero del Luna Park: “dialoguen más los opositores, dialoguemos más los argentinos”. Quizás el mayor daño producido por la dinastía kirchnerista a la convivencia argentina no se encuentre en lo medular de sus políticas puntales, sino en la ruptura del estilo de convivencia, en la fragmentación del dialogo en islotes de intolerancias y recelos recíprocos que impiden no ya avanzar en la agenda común, sino hasta en el simple comienzo que es diseñarla y en el intento obsesivo por forzar el enfrentamiento entre argentinos que esfuerzos consecuentes de unos y otros habían guardado en el cofre de los recuerdos.

El tiempo, sin embargo, avanza en el país y en el mundo. Los nuevos desafíos tienen pocos puntos de contacto con las épicas banderas de otras décadas y las nuevas generaciones, percibiendo consciente o inconscientemente este defasaje, se niegan a entusiasmarse en un espacio público que hoy le ofrece como escenario tramas y lenguajes que sabe superados. Es cierto que muchos de esos jóvenes compatriotas viven al margen, pero muchos no. Se resisten a caer en la evasión de las adicciones, se esfuerzan en su capacitación en Colegios y Universidades, ayudan a sus familias –aún las más pobres- repartiendo pizza en patinetas o acompañando a sus padres a recoger cartones, decididos a pelear la vida sin dejarse vencer.

Los jóvenes que se apasionan por las comunicaciones y la música en red, que son conscientes de los peligos del deterioro climático, que saben que el trabajo estable desapareció para siempre, que sufren la violencia cotidiana y la inseguridad de la sociedad de la incertidumbre y del riesgo convertidos en acompañantes crónicos, toleran cada vez menos las voces impostadas de los discursos sabios y se encierran en la defensa de lo que perciben más vital, más inmediato, más importante. No quieren la violencia, no admiten la prepotencia, y sienten visceralmente la igualdad de sus derechos, sin tolerar la discriminación, cualquiera sea.

Ellos serán los protagonistas del cambio de posicionamiento de los ejes históricos. Saben por experiencia directa que no existe chance de aislamiento. Lo aprendieron con la música que consumen, con los teléfonos celulares por los que dejarían todo, por las señales audiovisuales que siguen con pasión, por los videojuegos de mercado universal, por los softs que utilizan para navegar o comunicarse, por el deterioro climático que atraviesa fronteras con la proliferación de sequías, inundaciones, tsunamis, huracanes, de los que están al tanto en tiempo real. Y saben por experiencia directa, además, que nada llega gratis y que deben esforzarse por lograrlo y conservarlo.

Saben que ceder al chantaje clientelar es “pan para hoy y hambre para mañana” y por eso, aunque quizás reciban los mendrugos, son conscientes de su esencial transitoriedad, sobre los que es imposible edificar nada sólido en su vida y su futuro. Y aunque están lejos del escenario del poder, no saben pero intuyen que la magia no existe, que es imposible multiplicar el patrimonio por siete siendo honestos, y que ese ejemplo de conducta no los llevará por buen camino. Lo han aprendido con el doloroso ejemplo de compañeros caídos en la marginalidad, o en las redes de la violencia y la droga, que conocen y evitan.

Saben que los otros, lo que se pierden, existen y que viven en el mismo país –incluso, que pueden llegar a gobernar-. Se lo escucharon a sus abuelos y padres, a quienes respetan y lo ven todos los días en ejemplos arriba –en el poder-, en el medio –cuando sufren por algún amigo que cayó- y abajo –al observar el submundo cada vez más grande de las redes marginales-.

Pero esperan que los planetas de alineen de otra forma, premiando al que se esfuerza, encarcelando a los ladrones, abriendo oportunidades, garantizando el fruto del trabajo, estimulando la capacitación y la vida honesta.

Si hubiera que imaginar cuál será la próxima reacción en el devenir nacional, seguramente no veríamos profundizar lo que existe, cuyo fracaso está expuesto. Será una etapa de búsqueda de coincidencias por el diálogo, de debates creativos por los problemas reales, de detección de las herramientas adecuadas para luchar por los valores de siempre –libertad, equidad, justicia- en el mundo de hoy y en el que llega, con más cables a tierra y menos elucubraciones volátiles, cuando no enfermizas. Ya hablaremos de ellas.

La Argentina de las nuevas generaciones no se encerrará en discusiones interminables por la historia –que, por definición, no se puede cambiar-. Se volcará con pasión a diseñar el futuro, que está en sus manos. Allí está su responsabilidad y su oportunidad. Y lo harán dialogando, porque no toleran los gritos destemplados.
...
¡Cómo no entusiasmarse con el recreo!
...
Volviendo a clase: despertar de la pesadilla K. Esa es hoy la tarea. Cuanto más rápido la realicemos, más pronto podremos ponernos a pensar en la Argentina que nos merecemos y nos entusiasma. Aunque falten aún dos años –o sólo dos años-, el tiempo vuela, y todo lo que avancemos en “dialogar más entre los opositores, dialogar más entre los argentinos” será un paso hacia la nueva etapa.

Un país democrático, consciente y abierto. Libre, inteligente, cosmopolita.


Ricardo Lafferriere

domingo, 22 de noviembre de 2009

K y las clases medias

En el 2011, la mayoría de la clase media argentina apoyaría a Kirchner... si el gobierno tomara las medidas correctas.
Esta afirmación surge de la entevista realizada días atrás por la revista oficialista “Debate” a la directora de la encuestadora, también oficialista, “Ibarómetro”. Implica una noticia tranquilizadora para un gobierno cuyo apoyo popular no alcanza a la quinta parte de la población –menos de veinte argentinos, de cada cien, tienen buen concepto del matrimonio gobernante-.
Sin embargo, la felicidad para el oficialismo no es total, porque resulta que para la entrevistada, “la clase media es mayoritariamente, volátil, infiel, egoísta y no tiene memoria.”, lo que –se supone- no la ayudará a volcarse a favor de un gobierno tan definido por los intereses populares, por los pobres, y por los necesitados.
En consecuencia, ante esta característica, y aunque la clase media, sociológicamente, abarca para la entrevistada entre el 65 y el 70 % de la población, lo previsible es que el gobierno siga volcando sus esfuerzos en las clases populares.
Del análisis se desprende que el kirchnerismo estaría resignado a no disputar su continuación en el poder, al menos por las vías legales –ya que no es posible ganar una elección renunciando a seducir al 70 % de la población...-. Pero lo más curioso es el convencimiento de que hoy están gobernando para los pobres.
¿De veras éso es lo que creen que han estado haciendo hasta ahora?
No tiene caso repetir una vez más los dramáticos datos de la pobreza, la criminalidad, la exclusión social, la caída educativa, la crisis sanitaria, la desocupación, el estancamiento económico, el estado del transporte público y el nivel –o directamente inexistencia- de los servicios públicos que golpean a las clases populares. En todo caso, vale marcar desde otra perspectiva, que pocas veces en la historia nacional un gobierno ha mostrado un desinterés tan grande por la situación social de los compatriotas de menores recusos.
La Argentina mantiene su fragil equilibrio por el esfuerzo sobrehumano de entidades como Cáritas, Red Solidaria, la Fundación Banco de Alimentos, la sensibilización producida por la exposición de la pobreza aún en programas frívolos de la TV, e infinidad de iniciativas de compatriotas de todos los sectores sociales que se esfuerzan en mantener comedores comunitarios, cooperadoras de escuelas y hospitales olvidadas por el poder, iniciativas de defensa del ambiente, y muchas otras que marcan el escenario complejo –y magnífico- de la Argentina que realmente sentimos y por la que nos emocionamos. La mayoría de ellos son, justamente, motorizados por personas de todo el abanico de clases medias, desde acomodados residentes del Barrio Norte hasta piqueteros o ex piqueteros –como Toti Flores- que resisten la pobreza con iniciativas productivas, o de los propios cartoneros, que deambulan por las calles porteñas peleando la vida con un trabajo que, aunque se encuentre en el último umbral de ingresos legales, les permite seguir vivos conservando una llamita de esperanza, autonomía, dignidad y confianza en el propio esfuerzo, valores básicos de las clases medias argentinas.
Las clases medias son la llave para el gran salto adelante que la Argentina protagonizará en los próximos años, cuando se saque de encima la pesadilla K. Esta afirmación no es voluntarista, sino que refleja lo que se ve hoy en el mundo. La característica central de la nueva etapa económica tiene en la iniciativa de las clases medias, y específicamente en las clases medias emprendedoras, el motor fundamental. Chacareros, comerciantes, pequeños y medianos productores y empresarios, investigadores, emprendedores, profesionales, técnicos, docentes, son los protagonistas del nuevo “mundo global”, entrelazados con la dinámica compleja que supera los viejos moldes ideológicos o nacionales en la búsqueda de una ética de solidaridad universal, para la que los clichés de otros tiempos resultan sólo grotescos testimonios de las décadas perdidas.
Y justamente este reverdecer de las clases medias abrirá el camino para superar la pobreza, así como su ahogo la profundiza. Comercios que cierran son empleados expulsados a la marginalidad. Presupuestos familiares que se achican son menores servicios contratados –desde plomeros o electricistas hasta domésticas o parques-. Pequeñas empresas que se ahogan son menos trabajadores, que son empujados al desempleo. Chacareros que no siembran porque les expropiaron la rentabilidad son menos trabajadores rurales contratados, menos PYMES de servicios requeridos, menos transporte de cosecha, menos intermediarios, menos actividad. Clases medias ahogadas equivale a más pobres más sumergidos. No hay necesidad de una licenciatura para darse cuenta.
¿Pueden los K cambiar su “estilo”, volverse democráticos, entender la importancia que tiene para las clases medias su autonomía, su dignidad, su necesidad de sentirse dueñas de su destino, su celosa defensa de su libertad de criterio y pensamiento, su apertura al mundo, su solidaridad voluntaria, su exigencia de relaciones horizontales de poder, sin gritos, soberbia, mandonaje o autoritarismo?
Todo puede ser. El futuro es opaco. Sólo podemos intuir lo que pasará arriesgando proyecciones de lo que pasa y de lo que pasó. Y desde esa perspectiva, parece altamente improbable. El kirchnerismo tompe todos los días algún nuevo puente con los valores de las clases medias: Expropia los ingresos agropecuarios. Confisca los ahorros previsionales. Se desentiende de la pobreza extrema. Ignora la educación pública. Limita la libertad de prensa. Se abalanza con angurria sobre los fondos públicos. Dilapida alegremente los ahorros de los jubilados. Extorsiona a gobernadores e intendentes. Agrede a las fuerzas opositoras. Inunda las calles con bandas violentas. Desata campañas sucias de inteligencia contra opositores. Se asocia con los gobiernos menos democráticos de la región. O sea, hace exactamente lo contrario de lo que haría un representante de las clases medias, en un grado tan grotesco que hasta las cosas positivas de su gestión quedan eclipsadas por la montaña.
La Argentina que viene deberá marchar por otro rumbo: gestando consensos estratégicos, cambiando los gritos por el diálogo, vinculando nuestra economía con el mundo, construyendo un piso de ciudadanía y dignidad, ampliando la autonomía ciudadana. El verbo que viene será “liberar”. Liberar a nuestros compatriotas de las ataduras del clientelismo, avanzando hacia la construcción de un verdadero piso de ciudadanía que garantice las necesidades básicas de alimentación, educación, salud y vivienda para todos. Liberar la producción de la asfixiante presión de funcionarios autoritarios, que ahoga la capacidad de trabajo de nuestros productores, trabajadores y empresarios. Liberar a las provincias y municipios del chantaje de los fondos federales que no llegan si no hay subordinación a la pareja gobernante. Liberar a la Argentina de las redes de narcotraficantes y delincuentes enseñoreados en el país sembrando de sangre y violencia la vida cotidiana.
Serán las clases medias –las que hicieron la Revolución de Mayo, las que redactaron la Constitución, las que lucharon por el sufragio libre, las que sostienen iniciativas solidarias, las que desarrollaron en el país la ciencia y la técnica, las que modernizaron el campo convirtiéndolo en el laboratorio a cielo abierto más eficiente del planeta, las que defienden el ambiente, las que hoy mismo desarrollan empresas medianas y pequeñas con vocación global- las que sellarán la impronta de la Argentina exitosa.
En esa tarea tienen su espacio todos los argentinos de bien. Desde ya, todos los que están en la oposición y la mayoría de quienes recelan de la política. Pero seguramente también muchos que hoy se ubican en el “universo K”, que una vez que estén liberados de la asfixiante presión de la pareja, de naturaleza patológica, podrán sumarse al consenso que construyan sus compatriotas de buena voluntad para sacar a la Argentina del pantano.


Ricardo Lafferriere

jueves, 19 de noviembre de 2009

Colombi y los límites

La voltereta de Ricardo Colombi deja aún más al descubierto –si alguna duda había- las características de las verdaderas reglas de juego de la política argentina. El extorsionador serial, desde Olivos, conserva la facultad –que le ha delegado el Congreso nuevamente a su esposa, con la aprobación de la ley de presupuesto- de construir su poder sobre la baje del chantaje.
Hace pocas semanas, al discutirse la Ley de Medios, fue la Senadora Sánchez el instrumento de la perversión. Los medios y hasta los propios dirigentes políticos centraron en la persona de la Senadora su crítica despiadada, silenciando el papel del verdadero responsable de la trama y del diabólico instrumento que la forzaba a actuar como lo hacía: la discrecionalidad presidencial para la disposición de recursos públicos. Si su voto no se alineaba con el oficialismo, cuarenta mil familias correntinas dependientes del Estado no cobrarían su sueldo. Cabe pensar un instante en el significado de esta situación y compararla con la angustia que se presenta en cualquier familia argentina no ya cuando su sueldo no se paga, sino cuando es demorado unos días... desde las cuentas de los servicios con vencimiento inexorable, los alquileres, las expensas, las tarjetas, las cuotas, todo lo que implica la vida cotidiana de un argentino de carne y hueso, no la abstracción estadística, en los papeles, de los analistas económicos y políticos.
Desde la posición del observador externo –como quien esto escribe- las actitudes de Sánchez y de Colombi no tienen justificación. Pero el observador externo no es el responsable de la gestión de la que depende la cotidianeidad de miles de argentinos.
Seguramente muchos hubieran preferido renunciar a sus cargos, antes que ceder al chantaje. Otros han preferido seguir en sus responsabilidades de gestión, aún a costa de destrozar su imagen publica y su credibilidad.
Lo que sí queda claro es que hasta que el Congreso no cumpla con su obligación constitucional de sancionar la Ley de Coparticipación Federal de Impuestos que reduzca la discrecionalidad y automatice la distribución de recursos, termine los impuestos de emergencia de libre disponibilidad por el Poder Ejecutivo y limite la capacidad extorsiva de la familia residente en Olivos, los casos de Sánchez y Colombi seguirán repitiéndose inexorablemente.
La política auténtica seguirá siendo un sainete mientras el discurso no se traduzca en la vigencia de las leyes y mientras no logremos vivir en un país “representativo, republicano y federal”.
De esto es de lo que hablamos cuando reclamamos “volver a la Constitución”. Para esto es que reclamamos construir un gran consenso democrático y republicano. Por esto es que nos molestan los “límites” que unos u otros fabrican en la tranquilidad de sus despachos y oficinas para mantener “impoluta” su imagen de impotencia y no trabajar por lo que importa.
Lo que importa ahora no es la extensión de “los límites” –se llamen Macri, Cobos, Duhalde, de Narváez o Solá-. Lo que importa es terminar con este extorsionador serial y volver a tener un marco normativo que permita a los Colombi, a los Sánchez, pero también a cada gobernador e Intendente de la Argentina, cualquiera sea su color político de origen, dedicarse a su gestión sin tener que soportar la diaria humillación del chantaje.


Ricardo Lafferriere

miércoles, 18 de noviembre de 2009

“¡DNI o muerte... Venceremos!”

Del ridículo no se vuelve, dice el viejo refrán cuya autoría –como tantas cosas en la Argentina- se atribuye falsamente a Perón. Un amigo que sufre la Argentina de estos tiempos, por su parte, suele decir: “Estos pasan un badén y creen que están bajando de la Sierra Maestra...”
Por cierto, la impronta épica del kirchnerismo lo lleva a los lugares más insólitos, como Néstor en la selva colombiana formando parte de un operativo internacional para liberar un niño ... que se encontraba desde hacía años en un hogar sustituto, en Bogotá, o Cristina disfrazándose de guerrillera top, con la elegante boina de diseño lucida en –como no...- la eterna París de la “izquierda champagne” para pedir, ¡no a las FARC sino a Uribe! la apertura de conversaciones con el grupo guerrillero para obtener la liberación de Ingrid Betancourt. Que, dicho sea al pasar, fue liberada días después por un impecable operativo militar del Ejército Nacional de Colombia que dejó en ridículo a las temibles formaciones guerrilleras.
Es lindo contar con un buen documento de identidad. De ahí a otorgarle al nuevo diseño de los DNI la característica de una conquista revolucionaria que amerite la repetición hasta el cansancio del discurso ¡presidencial! que lo anuncia, no sólo es ridículo: es haber perdido todo criterio de distinción entre lo prioritario y lo accesorio, entre lo imprescindible y lo simbólico, entre las personas de carne y hueso –con su espíritu, sufrimiento, hambre, inseguridad, dignidad- y los papeles.
Los compatriotas que duermen en la calle agregarán otro bien invalorable al fútbol gratis que ven por las vidrieras de los bares –aunque su mirada se les desvíe hacia los platos con comida de quienes están adentro-. Seguirán con hambre, desamparo y miedo. Pero ahora tendrán un DNI hecho totalmente por el Estado.
Ver y escuchar a Cristina –una vez, y otra, y otra....- anunciando por la televisión en propaganda oficial el nuevo DNI con la voz afectada y convicción impostada, deja la sensación de que su lenguaje visual estuviera expresando íntimamente otro mensaje. Como si se sintiera proclamando, con todo el fervor revolucionario de una Carta Abierta:
¡Hasta la Victoria Secret! ¡DNI o Muerte... Venceremos!


Ricardo Lafferriere

martes, 10 de noviembre de 2009

Señora: hable claro o cállese la boca

Las declaraciones presidenciales denunciando la existencia de un plan desestabilizador no caen sobre cualquier escenario, sino sobre una compleja situación social plagada de incertidumbres, rumores, hastío y miedo de los argentinos que ya alcanza al temor de la propia supervivencia.
Quien esto escribe, señora, no la soporta a usted desde hace tiempo. Mejor dicho: no a usted –tiene derecho a ser como quiera-, sino a su forma de gobierno –o desgobierno-. Pero a pesar de eso, no dudaría un instante en defender el sistema constitucional, aunque el precio fuera tener que soportarla hasta el 2011. La Constitución establece los mecanismos de cambio de autoridades y mientras usted no renuncie o sea removida por juicio político, nadie puede “desestabilizarla” de su cargo.
No pretenda utilizar esa amenaza velada para exculparse de su incapacidad de gobierno, demostrada día a día con una gestión inexistente, anuncios rimbombantes inconsistentes y ataques a quien no coincida con su singular forma de ver el mundo y entender la política.
Si tiene usted información sobre un complot contra la Constitución, es su obligación denunciarlo con detalles y en todo caso, presentarlo a la justicia. Pero si no tiene esa información, no tiene usted derecho a agrandar la angustia ciudadana con frases soltadas al voleo, de las que se desprenden la sensación de la existencia de conspiraciones en marcha destinadas a interrumpir su mandato al margen de los procedimientos constitucionales.
Si conoce usted un delito en curso de ejecución, como funcionaria pública que es, su obligación legal es denunciarlo. Y si no es así, su obligación es no repartir sospechas con veladas imputaciones delictivas.


Ricardo Lafferriere

sábado, 7 de noviembre de 2009

En descomposición

La absoluta incapacidad de conducción del gobierno nacional está convirtiendo al país en una selva y acelerando el clima de descomposición social. La campana de cristal en la que parece vivir la señora presidenta nos permite observarla engolada de sus propias palabras, con grotescos gestos y giros dialécticos autoreferenciales que pretenden polemizar monologando por cadena nacional, en sus cada vez menos escalas nacionales. Mientras, los argentinos son masacrados día a día por una orgía de violencia, atropellos, anomia, patotas, agresiones e indiferencia por los derechos de las personas de bien, quienes han optado –hasta ahora- por no defenderse ni organizarse porque aún prefieren creer en la ilusión de vivir en un estado de derecho.

El estado de derecho, sin embargo, no es más que eso: una ilusión. No lo respeta el gobierno, convertido en una virtual asociación ilícita con angurria sin límites, ni los jueces, que parecen vivir en el limbo denegando justicia a millares de argentinos, ni mucho menos los participantes de la lucha intra-oficialista que están llevando a la calle, a los subterráneos, a las rutas, a las fábricas y a las propias oficinas públicas, sus violentos estertores ante la declinación inexorable del régimen. Pocas veces como en estos días la Argentina política se ha parecido tanto a 1976 y la imagen presidencial ha estado tan cerca de la de Isabel Perón.

Sin sentirse contenido por límite alguno, el oficialismo no respetó los derechos ajenos cuando decidió apropiarse de recursos del campo, de los ahorristas previsionales, de los empleados, de los jubilados y del propio país, metiendo mano en la riqueza nacional atesorada en el Banco Central mediante espurios manejos contables con la complicidad de las autoridades de la máxima autoridad monetaria. Tampoco respetó la Constitución imponiendo una ley de medios plagada de censuras, prohibiciones y normas inconstitucionales, esta vez con la complicidad de sus prósperos acompañantes ad-hoc del retro-progresismo y del alineamiento conseguido con chantajes. Y ahora ha decidido marchar contra la libertad de expresión y prensa, base de todas las demás libertades, liberando la jauría de sus patotas contra las principales publicaciones argentinas.

El país está absorto ante el autismo de la pareja gobernante, que sólo atina a elaborar sentencias dialécticas que presume ingeniosas pero que no resistirían el cotejo de un solo debate parlamentario o reunión de prensa en libertad. La presidenta le habla al espejo y se convence de lo que éste le responde.

El escenario político está enrarecido ante el asombroso desconocimiento de los resultados electorales que marcaron la opinión de los argentinos sobre el rumbo de su país. El apoyo irrestricto y acrítico que está brindando a esta descomposición el principal partido político argentino, único sostén institucional de la pareja gobernante, permite que el escenario sea poblado por rumores –seguramente muchos de los cuales serán disparatados, pero que golpean en una opinión pública que ya no sabe distinguir lo real de lo posible- de los que surgen los caminos más absurdos, desde un presunto autogolpe hasta atentados terroristas generados por grupos irregulares disfrazados de fuerzas de seguridad. Y en lugar de ayudar a corregir el rumbo, dirigentes peronistas de diversos lugares del país reclaman... ¡el regreso de Kirchner a la presidencia!

Y lo increíble se potencia al observar que mientras la angustia del hambre y el miedo se adueñan de la agenda de los argentinos, el poder perverso de quien decide detrás del trono sigue logrando imponer una agenda desligada por completo de esas preocupaciones, ampliando la brecha de los ciudadanos con sus representantes que son colocados cada vez más cerca del conocido reclamo –dramático y peligroso- del “que se vayan todos”.

El autor no tiene información para decir si es cierto o no que existen armas en manos de grupos irregulares de inspiración chavista, actuantes en la lucha interna del gobierno, de lo que se ha pedido informes en el Congreso. Tampoco para afirmar si la posibilidad de una pretendida disolución del parlamento está dentro de las alternativas analizadas por este retorcido personaje llegado desde el sur, como se ha escuchado de algunos analistas. Mucho menos para anunciar posibles mega-atentados de inspiración “bolivariana” que conmocionen la vida nacional durante el receso parlamentario en la esperanza de desatar procesos incontrolables, como surge de blogs que transmiten la hipótesis en cadenas de Internet. El deseo íntimo de quién esto escribe es que se trate de meros peligros imaginados, sin espacio de concresión en la Argentina.

Pero sí puede observar que la descomposición se instala día a día, superando los anuncios que presidenciales semanales de eterno incumplimiento, las muertes de ciudadanos –civiles y policías- en una orgía de sangre ante la silenciosa complicidad del poder kirchnerista, la extensión de la mega corrupción en cada vez más ámbitos del Estado ante la cínica indiferencia de la pareja gobernante y aún de sus sostenes parlamentarios, la desesperación por la pobreza que no llega al INDEC pero que puede ser observada en los zaguanes, en las plazas y en las calles donde miles de compatriotas duermen con el cielo como techo viviendo de la limosna y la instalación en lugares públicos de los conflictos más inverocímiles, tomando como rehén a una población cada vez más harta.

Semanas atrás decíamos en esta columna que nos acercamos a tiempos oscuros. Ahora, la percepción es que ya estamos entrando en la penumbra y parece que, en el escenario, a pocos les importa. Pero el escenario es el lugar donde los problemas deben solucionarse con la mediación civilizada y el diálogo maduro que establece la democracia.

Si desde allí, desde el gobierno, el Congreso, el oficialismo y las oposiciones, no surgen las respuestas, el proceso argentino se terminará de escapar hacia las calles, donde no se puede razonar, donde la lucha se hace descarnada, donde cada uno no vale uno sino la fuerza que tenga, el eco de su grito destemplado o la violencia que logre demostrar o ejercitar. Ya lo hemos vivido y sabemos lo que duele.

La aceleración de la descomposición de estas semanas nos está llevando a ese estado. ¡Cómo no entender, entonces, la preocupación de los compatriotas que escuchan los rumores y no alcanzan a comprender hasta dónde llega la realidad, donde empieza la ficción, hacia dónde buscar el horizonte y cuándo la sensación térmica se convierte en la dolorosa experiencia de la muerte de un familiar, de un vecino, de un amigo, o de la propia democracia!


Ricardo Lafferriere

jueves, 5 de noviembre de 2009

Paradigmas

Aunque la filosofía habla de ellos desde tiempos de los griegos, fue Thomas Kuhn quien terminó de introducir en la ciencia el concepto de “paradigma”, emparentándolo con la idea de “modelos” metafísicos y epistemológicos que proporcionan el "contexto" en que se forman los diferentes modelos teóricos y teorías de un nivel inferior, presentando las directrices generales de agrupamiento de las diferentes teorías. Desde allí saltarían a las ciencias políticas, no siempre con el mismo rigor exigido por las ciencias duras, pero con efectos ciertos en la dinámica del debate al punto que, superando su origen científico, han terminado por convertirse en algo así como “religiones ideológicas” en las que sus bases conceptuales no aceptan someterse a la reflexión crítica o cuestionamiento intelectual.
Dentro de los paradigmas, pareciera que todo cabe. Fuera de ellos, se demanda a quienes se atrevan a cuestionarlos exigencias tales que, hasta que llega la evidencia incontrastable de la inutilidad de los paradigmas vigentes, les permite escasos espacios de desarrollo argumental. La política –y el periodismo, y muchísimo más la televisión- no admite reflexiones que no se encuadren rápidamente en mundos conocidos y –presuntamente- seguros.
En nuestra política contemporánea podemos encontrar dos grandes paradigmas interpretativos. Con matices en su seno, tienen sin embargo algunas ideas-fuerza que es imposible cuestionar, so pena de excomunión de las respectivas cofradías. A riesgo de aventurar caricaturescamente el análisis podríamos definir a uno de ellos como “nacional y popular” y al otro como “liberal”, no sin antes adelantar rápidamente que las palabras con las que se definen no tienen otro alcance en el contexto de esta nota que recurrir a un “nombre propio” identificatorio, lo que de ninguna manera implica aceptar que el paradigma “nacional y popular” sea efectivamente nacional y popular, o que el paradigma “liberal” sea, efectivamente, liberal.
Ambos tienen “tabúes”, construcciones conceptuales indiscutibles sobre las que es requerida una fe religiosa, cuasi bíblica. El “Estado fuerte”, una cierta sublimación de la idea de “nación”, la desconfianza instintiva hacia las libertades económicas y el mercado, la subordinación de los derechos de las personas al “interés general” tal como lo define el poder, son algunos ejemplos de los tabúes del paradigma “nacional y popular”. Por el lado del paradigma liberal, los núcleos conceptuales que no admiten discusión son la prioridad de las libertades en general y de las económicas en particular, cierta idealización del mercado, el Estado concebido como una maquinaria que garantice el orden social sin intervención en la economía, la vigencia de la seguridad jurídica y la prioridad del ciudadano por sobre cualquier construcción política.
A la distancia, se encuentran en ambos limitaciones intrínsecas. En el primero, el desinterés por el crecimiento económico, en el segundo, el desinterés por alguna forma de equidad que motive políticas públicas de contenido social. Y en ambos es posible sentir la intransigencia frente a su rival, normalmente con descalificaciones apoyadas en invocaciones éticas (al estilo de “ladrones e inmorales” por un lado, o “cipayos y entreguistas” por el otro).
¿Puede lograr la Argentina encarrilar su rumbo reciclando la dialéctica de sus viejos paradigmas? Y la inversa, ¿es posible diseñar un conjunto de ideas superadoras, construyendo un paradigma adecuado a la nueva realidad del mundo interdependiente, las cadena productivas globales, la cosmopolitización instalada en la vida cotidiana, los problemas ambientales, la polarización social, la violencia impregnando todos los niveles, la inseguridad, los desequilibrios económicos, la sociedad de riesgo o los “imprevistos globales” acechando en tiempo real?
Los paradigmas se desarrollan alrededor de ejes conceptuales que surgen de los debates y las reflexiones sobre los problemas de los actores en los que se apoyan, los que analizan críticamente, imaginan sus posibles soluciones y diseñan el sistema de ideas o “ideología” destinado a “chocar” con sus rivales –previos, o contemporáneos-. Los sujetos históricos a los que responden –ambos- son los propios del mundo de los estados y economías nacionales, ideas con diferentes niveles de autarquía y políticas encerradas en el mundo de las “soberanías” invulnerables a cualquier condicionamiento externo.
La característica del mundo de hoy, sin embargo, es la cosmopolitización creciente e inexorable de la realidad. Las sociedades nacionales pierden sus bordes –si no geográficos, sí culturales, económicos, éticos y hasta políticos-. La impregnación cosmopolita crea entramados de influencias diversas con sus implicancias desconocidas para el mundo “cerrado” de los viejos paradigmas y mientras el trabajo sigue siendo centralmente local, aferrado al territorio, la economía es global y escapa al control de los Estados.
La simbiosis chino-norteamericana es un ejemplo de dequilibrios recíprocos tolerados, jugando en el escenario global y hasta estimulados, al margen de los antiguos proyectos nacionales, asentándose en un proceso de cambio que no es indemne a las viejas presiones nacionalistas, las que, sin embargo, son incompatibles con la dinámica de la nueva etapa de las fuerzas productivas globales y de los mercados abiertos, que, en cuanto asentadas en un desarrollo científico-técnico irreversible, también se transforman en indemnes a cualquier intento “político” de volver a encerrarlas en las fronteras geográficas de los Estados-Nación. La propia y potente idea de “nación”, alrededor de la cual se organizó el planeta en los últimos dos siglos, es erosionada y reconstruida en una clave nueva, no necesariamente unida a las formaciones políticas y económicas estatales.
Nuevos paradigmas están en elaboración, superando los estrechos marcos heredados de los antiguos sistemas de ideas. En su construcción, herramientas antes opuestas exploran formas de convivencia. “Mercado” y “Estado” se articulan, en lugar de enfrentarse, para potenciar el crecimiento. “Soberanía nacional” y “mundo cosmopolita” se imbrican en diseños normativos que buscan extender los derechos humanos por encima de los marcos cerrados y garantizarlos a todos, aún a pesar de la prevención excluyente de los Estados. “Patria” y “extranjeros” sufren una mixtura que diseña nuevos patriotismos y complejas identidades al calor de las culturas interactuando por los sistemas comunicacionales que envuelven el planeta y por las colectividades de migrantes vinculadas a sus países de origen y a las nuevas sociedades receptoras. “Burgueses” y “proletarios” se transforman en categorías deconstruidas en infinidad de formaciones económicas y productivas adecuadas a los nuevos tiempos, que incluyen tercerizaciones, auto-empresas, auto-empleos, sociedades familiares multinacionales, sociedades y empresas virtuales, fondos soberanos, fideicomisos de inversión, etc. etc.; mientras “economía nacional” y “resto del mundo” devienen en capítulos analíticos progresivamente impotentes para describir los límites de espacios económicos que se pretende separados, pero ya inasibles.
El mundo “nacional y popular” se agotó, tanto como el “modelo liberal”. Sólo falta darse cuenta. Cuando ello ocurra, herramientas de uno y de otro comenzarán a dialogar en la búsqueda de organizar el nuevo paradigma, en el que las viejas luchas serán recluidas en los libros de historia y la tarea de pensar el futuro –y el presente- se impondrá ante las crisis sucesivas, que son propias de la ya instalada sociedad de riesgo.
Los objetivos seguramente serán los que siempre han guiado a la política como actividad que pretende arrebatarle al destino, a la naturaleza o a las religiones el derecho de la voluntad humana de tener algunas riendas del futuro en sus manos: un mundo mejor, lo más justo posible, en el que los seres humanos podamos realizar nuestros proyectos de vida liberados del hambre, la inseguridad, la opresión política y las incertidumbres básicas.
Mientras tanto, los ecos de los viejos enfrentamientos se irán difumando, como telón de fondo, aunque se los vea convocando espasmódicamente a épicas pasadas que movilizan emotivos recuerdos. Ante ellos, generaciones jóvenes cada vez más indiferentes a aquellos combates, están preocupadas por la marcha tumultuosa e incierta del tiempo que les toca vivir. Y van madurando, quizás inconscientemente, las condiciones de surgimiento del paradigma del futuro.

Ricardo Lafferriere