miércoles, 10 de marzo de 2010

Cinismo presidencial

“Que no vengan a decir que los salarios producen inflación ni le pidan al obrero que le diga al patrón ‘no me aumente el sueldo, porque después me suben el pollo”, se despachó la presidenta en la reunión con gremialistas.

Curiosamente, tiene razón. Como lo sabe cualquier economista –y se encargan de repetirlo a menudo- los salarios son los últimos en recuperar posiciones cuando un proceso inflacionario provoca la desvalorización de la moneda, cuya contracara es la aparente “estampida de precios”. No son precisamente las alzas salariales las generadoras de inflación, sino su tardía consecuencia, previo malestar social y angustia ciudadana. Los salarios siempre se actualizan tarde, entre otras cosas por causa de las burocracias sindicales corruptas que no viven precisamente del salario.

Lo que no dice es que el inicio del proceso han sido sus dislates y el de su marido. Un festival de subsidios y de dispendiosos caprichos en los que dilapida los recursos extraídos del Banco Central con el argumento de que la devaluación genera “ganancias”, y volcados nuevamente a la economía como gastos clientelares, una corrupción ramplona o directamente subsidiando empresarios amigos y testaferros o, sin ir más lejos, el propio jubileo con las obras sociales sindicales involucradas en el tenebroso tráfico de medicamentos falsificados, muchos de cuyos responsables compartieron el amable ágape presidencial, han colocado a la economía en el comienzo de un vórtice implosivo cuyo rumbo está claro: un país cada vez más pobre.

Ni los trabajadores, ni los comerciantes, ni los empresarios, ni los autónomos, ni los hombres de campo son causantes del deterioro económico ni de la inflación. Y ella lo sabe, porque aunque parezca desmentirlo cotidianamente con sus afirmaciones de antología –como que Entre Ríos y Santa Fe tienen como límite la laguna Picasa, que los pollos vuelan, que la carne de cerdo es afrodisíaca, o el maíz tiene tres metros de altura- alguna neurona tiene como para advertir que los 10.000 millones de pesos que volcaron al mercado entre octubre y diciembre fue el causante del “efecto riqueza” que impulsó el fuerte reverdecer inflacionario –o mejor dicho, la fuerte caída de valor de nuestra moneda- producida durante el verano.

Ni que pensar lo que ocurrirá cuando comiencen a volcar a la economía el papel pintado que les está facilitando la nueva presidenta del Banco Central, como nuevas “ganancias”, o si consiguen terminar de apropiarse de los recursos sobre los que se abalanzaron con el último DNU: más de 50.000 millones de pesos entre ambas previsiones...

Cinismo.

Esa es la mejor definición que se extrae, como común denominador, a los pronunciamientos del atril. Un cinismo ya percibido por los argentinos, que no la escuchan aunque se pretenda imponérsela por la antológica “cadena nacional” de rating cero. Un cinismo con el que persigue la construcción de su imagen victimizante, desparramando combustible para dejar el país incendiado y poder después culpar a los bomberos. Nuevamente, con el cinismo que se le conoce.

Serán casi dos años de angustia. Quiera el destino que el resto de los actores políticos tenga la clarividencia y la firmeza necesaria para sostener los límites y achicar los daños. Y que los próximos meses sirvan para gestar desde la oposición ese nuevo comportamiento político que coloque a la Argentina no ya en la plataforma de despegue –que sería lo óptimo- sino, aunque más no sea, en la dinámica de un país más serio para no seguir hundiéndose.


Ricardo Lafferriere

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