domingo, 14 de noviembre de 2010

La Argentina y la crisis global

El fracaso de la reunión del G-20 en Seúl trae a la reflexión, una vez más, el cambio copernicano que se está produciendo en el mundo en los últimos lustros, que atraviesa todos los campos de la realidad –desde el económico hasta el político, desde el tecnológico hasta el ambiental-.

Ante este cambio, que como todos deja ganadores y perdedores, la acción virtuosa debiera comenzar con la observación y la reflexión para detectar sus características esenciales y la forma en que estas características afectan a las diferentes personas, países, empresas y regiones del mundo.

Eso se ha reflejado en el G-20. El ritmo desigual del cambio y la diferente ubicación relativa de los protagonistas hace que cada uno se queje según cómo la crisis se proyecte en sus intereses más directos y reclame medidas que focalicen sus propios problemas, más que el problema global.

Los norteamericanos, preocupados por su endeudamiento y su desequilibrio comercial, reclaman a China que deje flotar su moneda más libremente revalorizándola, en la esperanza de que los ayude a nivelar su comercio al no tener que competir con productos virtualmente sin costo salarial, como los fabricados en China. China, a su vez, alega que la crisis ha disminuido la demanda global –concentrada en los países desarrollados- y ello perjudica su economía, que está asentada en la exportación, sosteniendo que esa situación la coloca en la dinámica de una caldera a presión, debido a su gigantesca inequidad interna.

Europa, por su parte, pasada en gastos y con su competitividad adormecida por sus déficits, reclama austeridad a sus integrantes mostrando crudamente su agudo desequilibrio interno entre países “cuasi sub-desarrollados” con estados de bienestar más que generosos pero asentados en una base ficticia, frente a sus locomotoras desarrolladas –Alemania y Francia- que enfrentan dificultades para financiar sus gastos sociales y previsionales a pesar de su riqueza, y que son requeridos de ayuda para sociedades que trabajan menos y con menor calidad, en nombre de una relativa “solidaridad comunitaria” que sólo aparece cuando es necesario pedir ayuda.

Los reclamos de cada uno de ellos son diferentes, porque ven la crisis con sus respectivas anteojeras, y a las medidas que unos y otros deben tomar y toman en su plano interno, se agregan los pedidos de medidas de los demás: los norteamericanos, que China revalúe su moneda. Los chinos, que Estados Unidos reduzca su déficit. Los europeos desarrollados, que todos sean más austeros y los europeos más pobres, que los demás los ayuden con sus déficits públicos. Los países en desarrollo, que no se reduzca la demanda de los países centrales. Y todos, que se acuerden políticas “cooperativas”, pero sin comprometer acciones propias, lo que es un oximoron.

En ese maremagnum, reflejo de la economía globalizada sin remedio navega nuestra averiada nave nacional.

La Argentina es, quizás, uno de los únicos sino el único país beneficiario neto de esta crisis, cuya superación sólo requiere medidas internas sin depender de nadie. Pero, curiosamente, es también el único país del grupo de los 20 –donde ingresó, bueno es recordarlo para no sumarnos a la demonización infantil, por gestión del ex presidente Menem- que llega a las reuniones con la pretensión de dictar cátedra al estilo del maestro de Siruela “que no sabía leer, y puso escuela”...

El mundo hoy es informativamente plano. Todo se conoce. Desde la manipulación de las estadísticas hasta la apropiación de fondos ajenos. Desde la corrupción ramplona hasta la ausencia de debate parlamentario serio. Desde la desobediencia a las sentencias judiciales hasta el desborde inflacionario. Desde las complicidades delictivas hasta la creciente violencia cotidiana. Desde los grotescos papelones de Aerolíneas hasta la facilidad para el lavado de dinero ilegal. Todo.

Cada una de esas circunstancias, que son la verdadera cadena que nos lastra al pasado, podría ser soltada sin medidas adicionales que deba tomar Estados Unidos o China, Alemania, Brasil o Rusia. Bastaría con una conducción política madura, con un diálogo político interno serio que establezca consensos estratégicos, con un “ethos” político cooperativo iniciado por el encargado de liderar el funcionamiento político nacional, que es el gobierno y específicamente, la presidenta. Sin embargo, se persiste en apoyarse en las mafias narco-sindicales, en una política patrimonialista reducida a comprar o vender votos en el Congreso, en la deshumanización del adversario, en el sectarismo y en la negación de cualquier atisbo de debate plural.

Hace muchas décadas que la Argentina no tenía una situación internacional tan beneficiosa, sin haber hecho nada para merecerlo. Quizás la última vez fue cuando el medio siglo del apogeo, entre 1880 y 1930. Que estemos desperdiciando la oportunidad actual como lo estamos haciendo, nos hará ingresar en la historia como una de las generaciones más inútiles que le haya tocado al país en toda su vida independiente.

¿Es que nadie, en el “escenario”, puede tocar un campanazo que convoque al sentido común?


Ricardo Lafferriere

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