domingo, 14 de abril de 2013

Los muertos de Néstor y Cristina


“Los muertos están muertos…”
Juan Manuel Abal Medina, Jefe de Gabinete de Cristina Kirchner, luego de la tragedia ferroviaria de la Estación Once.

“Un muerto más o uno menos no modifica nada…”
Gabriel Mariotto, Vicegobernador de Buenos Aires, luego de la tragedia de La Plata.

                Sería, tal vez, injusto poner en la cuenta del matrimonio presidencial la totalidad de los muertos producidos en los últimos diez años –los que ellos llevan gobernando- por la ineficiencia del Estado, la incapacidad de gestión, la indolencia o simplemente el desinterés por la suerte de la vida de los argentinos.

                No resulta sencillo, sin embargo, discriminar los que responden a esa causa y los que simplemente obedecen a estadísticas imposibles de reducir. Algunas cuentas hacen ascender la contabilidad de los muertos del kirchnerismo a alrededor de 30.000, número artero si los hay para referirse a esta contabilidad.

                Llegan a este número sumando los muertos por accidentes viales debido al mal estado de las rutas -29.183-, los producidos por hechos de inseguridad debido al desmantelamiento de las fuerzas policiales y la instalación del narcotráfico -9.125-, los que sumaron la tragedia de Cromagnón por ineficiencia de los organismos de control -195-, el accidente ferroviario de Once debido a la corrupción kirchnerista en el sector Transporte -52- y los muertos en las inundaciones de La Plata por ineficacia y nuevamente corrupción en la gestión kirchnerista platense –el número oscila entre 51 y 127, depende qué informe escuchemos-.

                En esta cuenta no se agregan los “puchitos”: los muertos en los enfrentamientos internos con grupos opositores –Mariano Ferreyra-, los que resultaron de los hechos represivos frente a protestas gremiales –Carlos Fuentealba-, o los de desapariciones, como la de Julio Jorge López. Y varios más.

                Si estos números fueran colocados en su totalidad en la cuenta kirchnerista, éste habría sido hasta ahora el gobierno más sangriento de la historia argentina, superando incluso al del “proceso”.

                Convengamos, sin embargo, que no todas son responsabilidad exclusiva del kirchnerismo.

                En los accidentes de tránsito, la evolución en la última década parece dar la razón, si no en todo, al menos en la mitad de estas cifras. En el 2002, las muertes por accidentes en la Argentina fueron 3200. En 2008, la cifra anual había crecido a 4315, y en el 2012 ya alcanzó las 7485. El pocentaje de incremento de muertes en accidentes durante el kirchnerismo ascendió casi un 150 %. El retraso de la infraestructura, el descuido del estado de las rutas, la falta de señalización, el desmantelamiento de las policías de tránsito, en síntesis, la desidia y la inoperancia de la gestión “K” fueron las responsables directas o indirectas de más de 10.000 muertos.

Una contabilidad adecuada de las víctimas de la inseguridad, por su parte, debiera comparar el promedio de muertes “antes de K” y el mismo “durante K”. Aquí la sorpresa sería “contraintuitiva”, dando parcialmente la razón al argumento cristinista de la “sensión térmica de inseguridad”.

En efecto, el crecimiento de los números nominales al igual que los porcentajes mostraría un nivel estadístico de muertes violentas más o menos estable (entre 5 y 6 cada 100.000 habitantes, el doble de Europa pero la mitad de USA y la décima parte que Brasil, por ejemplo) por lo que eximiría a Néstor y Cristina de este rubro, donde lo que sí se nota es un incremento de la violencia en los robos, hurtos y delitos contra la propiedad, así como el salvajismo de algunos asesinatos que reflejan la instalación en el país de las redes de narcotráfico –con sus métodos característicos-.

Cromagnon fue una transición en la que se conjugaron vicios del pasado con los que comenzaron a profundizarse con los tiempos K. La irresponsabilidad estatal, la indiferencia ante la vida, la frivolidad en el tratamiento de cuestiones de seguridad, la indiferencia por el dolor de las víctimas. Tal vez no debieran imputarse en forma directa al kirchnerismo –quien gobernaba la ciudad era su aliado Néstor Ibarra- pero también fue una clara corresponsabilidad de los artistas, del propietario del local y –por qué no decirlo- de algunos concurrentes. Pero fue también la primera demostración de la indiferencia del matrimonio ante la tragedia ajena: no interrumpieron ni por un instante su “descanso” en Calafate para acercarse a las víctimas y compartir su dolor.

Pero donde sí el régimen “K” vuelve por sus fueros son las tragedias de la Estación Once y las inundaciones de La Plata. No existe justificación alguna para el deterioro en que circulaban –y aún circulan- los ferrocarriles, que cuanto más pobre es el nivel de sus usuarios más descuidados e inseguros son. Un accidente con una formación que circulaba a menos de 25 kms/hora produjo más de medio centenar de muertos y centenares de heridos –algunos, con secuelas de por vida- cuando vemos accidentes en Europa con trenes de alta velocidad con saldos de muy pocas vidas y algunos heridos.

En La Plata, la responsabilidad por la tragedia es inexcusable. Los avisos previos de alerta fueron reiterados por organismos técnicos y universitarios desde, al menos, una década antes. La desidia aquí fue claramente responsabilidad de las administraciones locales de la Ciudad y de la Provincia de Buenos Aires, cuyas autoridades de Hidráulica han desaparecido de la escena con el argumento que habían “delegado” esas tareas en los Municipios. Tal vez habría que recordarles que la “delegación” puede realizarse sobre la ejecución de las obras, pero no de la responsabilidad que les toca. Tanto la gestión de Bruera como la de Scioli –y la anterior de Solá- comparten esos muertos con los Kirchner. Pero, en nuestra cuenta, son claramente muertos de Néstor y Cristina.

Como lo son los rápidamente ocultos casos de Julio Jorge López, de Mariano Ferreyra, de Carlos Fuentealba –compartido con la gestión local-, y de otros varios cuya lista abriría la ventana del recuerdo sobre casos que tuvieron su presencia periodística y fueron rápidamente tapados por el devenir denso y complicado de la vida nacional.

No hemos hablado sobre las víctimas de la trata, de la persecución policial por razones de intolerancia sexual, y de otras lacras similares. Concedemos que esta situación golpearía las conciencias hasta de Néstor y Cristina. Aunque recordemos que son, también, muchos, entre los que destacan Fernanda Aguirre y Marita Verón.

                En síntesis: sería injusto decir que Néstor y Cristina han sido los presidentes más sanguinarios de la historia. No sólo injusto: estaríamos lejos de la verdad. Pero no lo estamos si decimos que gracias a las falencias injustificadas de sus gestiones que administraron el mejor ciclo económico de las últimas décadas, a su desinterés por la seguridad y la vida de las personas comunes patentizada en las frases de Abal Medina y de Mariotto que encabezan esta nota, a su indiferencia tristemente modélica con el dolor ajeno, a su actitud tolerante con la corrupción y a la permisividad de la imbricación del narcotráfico con importantes escalones del poder el Estado, son responsables no de decenas de miles, pero sí de muchos centenares de muertes de compatriotas inocentes.

Ricardo Lafferriere

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