lunes, 24 de febrero de 2014

Dilma, Cristina y Nicolás

Durante la última década las exportaciones brasileñas a Venezuela se dispararon un 533%  hasta 5.056 millones de dólares, convirtiendo a la nación petrolera en el segundo mayor mercado latinoamericano de Brasil después de Argentina.

Además, los economistas calculan que las inversiones brasileñas en Venezuela rondan en realidad los 20.000 millones de dólares, o tres veces más que en México, la segunda economía de América Latina. Todas se hicieron durante el chavismo.
(Leer más en: http://www.elmundo.com.ve/noticias/economia/politicas-publicas/empresarios-brasilenos-apuestan-a-maduro-para-prot.aspx#ixzz2u6zL0wIi)

En vida de Néstor Kirchner, Chávez desembolsó en préstamo 1.000 millones de dólares a favor de Argentina. Al recibirlos, la República Argentina le entregó a la República Bolivariana títulos de la deuda pública Argentina--Boden 2015--, pagaderos en 2015, por valor nominal de ¡1461,9 millones de dólares! O sea que la República Argentina se comprometió a devolver, sólo de capital, un 46% más de lo que recibió.

A ello cabe adicionar una tasa anual de intereses sobre el monto recibido de Venezuela que oscila entre un 14,86% y un 15,60%. Cabe recordar que el FMI, en ese momento, nos cobraba por la deuda pendiente, el 4,596 %. Claro, sin espacio para "negocios adicionales"...

Para hacerlo más claro: de entrada, al recibir el préstamo, Argentina se comprometió a pagar, por capital, U$S 462 de más por cada U$S 1.000 recibidos y, además, desembolsará aproximadamente un 15% anual de intereses. Esto y no otra cuestión es lo que significa que Venezuela le presta a la Argentina recibiendo en cambio títulos de la deuda pública argentina al valor de su cotización en el mercado. ¿Está CK preparando el terreno para que Nicolás renueve el crédito a su vencimiento?

El opositor Capriles ya adelantó que exigirá a la Argentina el pagos de 13.000 millones de dólares que -alega- el gobierno chavista ha facilitado al kirchnerismo. Y que aquí, al parecer, no figuran.

Estos números son sólo un ejemplo de lo que es imposible cuantificar por el secreto de todas las operaciones con Venezuela, proveedora permanente de petróleo y gasoil para la sedienta cuenta energética del kirchnerismo, que por su desastrosa gestión convirtió al país en fuertemente dependiente de las importaciones de hidrocarburos.

En el caso brasileño, es imposible no ver detrás del silencio de Dilma el consejo de Itamaratí, resultado de un frío cálculo sobre el riesgo de los capitales del vecino país volcados a la economía venezolana. El mismo que la llevará a tolerar la represión de la dictadura cubana, con la que ha formalizado también importantes acuerdos de inversión en infraestructuras (La última noticia fue la inauguración, hace pocas semanas, de la mayor instalación portuaria de la isla, construida y financiada íntegramente por capitales brasileños).

Curioso que la reprimida oposición cubana sólo fuera recibida por Piñera. La "derecha" defendía los derechos humanos, mientras las "progresistas" presidentas de Argentina y Brasil confraternizaba una con Fidel en visita cholula, y cumplía la otra con sus empresarios inaugurando obras de infraestructura hechas por ellos en Cuba.

En el caso argentino, el nuevo acuerdo con Venezuela anunciado en enero comprende un original "canje" de alimentos por petróleo. El negocio para la administración argentina es arbitrar entre alimentos adquiridos a precios internos (o sea, reducidos en el 35 % de retenciones) y el precio internacional, al que debieran tasarse para la operación de canje.

No se han informado detalles de los precios acordados, lo que deja en un gran estado de duda qué pasa con esa diferencia. Si todo fuera transparente, no debieran existir motivos para el secreto, en lugar de seguir con el sospechado procedimiento de cláusulas secretas usado para el acuerdo con Chevrón. O los oscuros negocios gerenciados por De Vido que están siendo investigados por la propia justicia venezolana.

Maduro es un gran negocio para Brasil, para el kirchnerismo y para Cristina. No lo es ni para el saqueado pueblo venezolano, ni para el argentino, que heredará del kirchnerismo deudas económicas y políticas de largo aliento que ya comenzaron a visualizarse. Tal vez el único ganancioso sea Brasil y sus empresarios, aunque difícilmente Dilma, cuyo prestigio de antigua luchadora por la democracia quedará sin dudas seriamente deshilachado después de su deslucida actitud en esta crisis. Cristina, si alguna vez lo tuvo, lo perdió hace rato.

Ricardo Lafferriere

lunes, 17 de febrero de 2014

Venezuela y Argentina

Es difícil para los argentinos no verse reflejados –o sentirse conducidos- a una situación como la que atraviesa hoy Venezuela.

La similitud de diagnósticos y la identidad de políticas han conducido a consecuencias también muy parecidas en ambos países. Altísima inflación, recesión intolerable, desabastecimiento, huida de la moneda nacional, crecimiento desbordante del narcotráfico, violencia cotidiana al nivel de una creciente estadística de asesinatos, polarización social y destrucción del sentimiento de unidad nacional por el grave enfrentamiento político.

Hay, sin embargo, una diferencia: en la Argentina, la violencia concita el inmediato y rotundo rechazo de la mayoría ciudadana. Se acentúa la discusión política, se polarizan los debates en la calle, sube el nivel despectivo de los epítetos, pero a pesar de todo eso el pasado del que surgió la democracia pesa demasiado en la conciencia ciudadana como para abrir las compuertas de la violencia desbordada.
Ya tuvimos por acá la triple A. Sabemos lo que son los grupos parapoliciales masacrando manifestantes por el salario o por las libertades. Y también tenemos demasiado tomado el pulso a las impostaciones discursivas, que ofrecen relatos de izquierda o de derecha pero que, en realidad, sólo son escudos que ocultan el patrimonialismo predominante en la política desde hace años, con pocas y saludables excepciones.
Sería necio negar que hay “ultras” y no sólo discursivos. Hasta hemos escuchado a un conocido provocador decir en esto s días que habría que levantar “paredones” para fusilar a quienes se oponen a Maduro y su dicta-cracia en Venezuela. Tan necio como no advertir que se lo toma más con sorna que con miedo.
La propia señora, tan engolada con su imagen en el espejo y tan predispuesta a ironizar y humillar a quien no le haga la reverencia, ha advertido el dislate de su gestión desde el 2007, y está intentando –tarde- de cambiar de rumbo. Por supuesto que diciendo lo contrario –como es su estilo- pero marchando en un rumbo exactamente inverso al de su discurso.
La gente ya lo advirtió y comenzó a sufrirlo, pero parece entenderlo. Le dará la espalda, pero no deja la sensación de una rebelión indignada. Tal vez porque también advierte que “se comió el amague”  y que algo de culpa tiene al haber creído que se podía llegar al cielo sin recorrer el camino. ¡Era tan lindo creer que se podía vivir más allá de las posibilidades! ¡si lo decía nada menos que la señora... ¡cómo no creerle!... ¡aprovechemos, que no sabemos lo que vendrá!...
Ahora el salario cae al valor de lo que produce. El PBI por habitante se ubicará detrás del de Uruguay, Chile, Brasil, y tal vez Perú –luego de haber sido el más alto de la región, apenas poco más de una década atrás-. Sin petróleo y sin reservas, nos iremos acostumbrando a cortes constantes de energía –como en Cuba…- y al precio de la Nafta cada vez más cerca del real –a dos dólares el litro, por lo menos-. El gobierno culpará a la Shell y a Aranguren. La gente escuchará, pero también con sorna. Sabía que esto llegaría, porque se estaban comiendo el capital, porque pocos producían y porque se robaba demasiado. Pues el fin llegó. Como en Venezuela.
Claro que, a diferencia de Venezuela, los argentinos están ya preparando lo que sigue, que será inexorablemente diferente, cualquiera sea el presidente elegido, o la mayoría legislativa que venga. Es esta diferencia lo que trae la esperanza que no lleguemos al extremo de Venezuela: muertes en las calles, parapoliciales y civiles armados masacrando estudiantes,  grotescos exabruptos presidenciales –aunque de eso, mejor no hablar…- … ¡ya lo vivimos!...
Y que podamos continuar nuestro proceso democrático votando. Quizás eligiendo mejor, pero seguramente bloqueando cualquier intento –oficialista u opositor- de sacar la política del marco de la Constitución. Porque nos costó mucho encarrillarla y no queremos tener, otra vez, miles de muertos, desaparecidos, exilados y odios irreversibles que dividan otra vez por varias décadas al país de los argentinos.

domingo, 2 de febrero de 2014

"El principal problema es..."

"La pérdida de reservas..." "El tipo de cambio..."  "El cepo cambiario..." "La inflación..."...

Los debates económicos disputan la jerarquía del problema principal. Sobre su conclusión sobre este "primer interrogante" sugieren las respectivas "salidas".

Curiosamente, todas son racionales y coherentes, desde la perspectiva de la economía. Nadie puede oponerse sensatamente a recomponer reservas, mantener un tipo de cambio homologable con las demás variables económicas, volver a la libertad cambiaria que fuimos limitando crecientemente en los últimos dos años, y terminar con la inflación que carcome ingresos potenciando la incertidumbre...

Imaginemos que tenemos que hacer un viaje. "Vamos en tren" opinan unos. "No, mejor en avión..." sugieren otros. "A mí me gusta el auto..." tercia uno. "¿Y si vamos en barco?" Propone el último. Sin embargo, falta algo: definir a dónde se quiere viajar. Sin esa información, difícilmente pueda tomarse una decisión correcta porque no es lo mismo viajar a Nueva York que a Lanús, a Montevideo que a Europa o a Sydney que a Rosario.

Enfoquemos ahora los interrogantes económicos. La economía en un país democrático tiene dos tipos de actores, cuya orientación es necesario alinear para conseguir una marcha exitosa. Esa alineación deberá, por supuesto, tener en cuenta las posibilidades reales del país, sus condicionantes y sus potencialidades.

Esos dos actores son por un lado la política, que debe fijar el rumbo interpretando la voluntad mayoritaria y estableciendo las reglas de juego que regirán el juego; y por el otro los actores privados, empresas, familias y personas, que harán sus apuestas -de ahorro, inversión, consumo, créditos, endeudamientos- para participar del juego buscando llegar a la meta. Para ello, usarán sus conocimientos mayores o menores de economía y las normas establecidas por el Estado.

El papel de la política tiene algo de arte y mucho de ciencia. Debe detectar cuál es el rumbo posible que la mayoría desea, y lo hará con la intuición, las herramientas de análisis de opinión pública y su percepción del entorno regional y mundial. Y debe elaborar con capacidad y oficio, según los principios legales y los conceptos de la ciencia económica, las reglas de juego a aplicar que regirán el comportamiento de los actores privados.

La sociedad es como un cuerpo vivo (perdonando el organicismo, sólo didáctico) que seguirá funcionando cumpla o no la política con su función rectora. La ausencia de rumbo -es decir, la incapacidad de la política para con su responsabilidad- dejará un vacío a llenar por algún actor más poderoso, o por el propio caos o anarquía.

Entonces...¿cuál es el problema principal, en el estado actual del país?

Contra la opinión de muchos, desde esta columna venimos sosteniendo que no es la economía, en la que las mentes argentinas más lúcidas del pensamiento económico, de todo el "arco ideológico", viene repitiendo que no hay problemas dramáticos, o al menos del dramatismo que percibimos en la situación que vivimos.

El problema es político, en el sentido grande y trascendente del término. No hay respeto ni contención de la opinión mayoritaria, no hay percepción de la realidad regional y global, no hay objetivos nacionales -ni los discutidos democráticamente en el Congreso a través de la Ley de Presupuesto, ni con un liderazgo lúcido sugiriendo a dónde vamos-. En síntesis no hay rumbo.

En este marco, no hay solución económica posible . Los argentinos son empujados hacia el reflejo defensivo de defender su ingreso, de la forma que sea. El país se desliza hacia una selva de todos contra todos, en la que todo vale.

Ningún economista ni plan económico puede salvar ésto, que no es un problema cuya solución esté al alcance de Kicilloff ni de Capitanich. Tampoco de Blejer, Melconián o Cavallo. Es de la presidenta, de su partido y hasta de los liderazgos opositores.

Es lo que significa que "el problema es político". Ni la pérdida de reservas, ni el tipo de cambio, ni el déficit fiscal, ni el cepo cambiario, ni la inflación.  Es esta sensación que impregna todo de no saber hacia dónde vamos, qué perseguimos, que rumbo tomará la nave del país y en consecuencia, cuál es el papel de cada uno en ese colectivo que es la Nación, no sólo ahora sino incluso, ante un eventual recambio del poder.

 Definido éso, las cosas comenzarán a alinearse nuevamente. No antes.

Ricardo Lafferriere