martes, 1 de abril de 2014

Linchamientos: ¿es “la sociedad”?

Los conmocionantes episodios de grupos de personas frustrando delitos o tomando en sus manos la tarea de apresar y castigar a quienes considera sus autores han convocado una sucesión de valoraciones, la mayoría de las cuales son de una fuerte condena a la actitud de estos ciudadanos.

Curiosamente, y aunque sea comprensible, en esas mismas condenas no suele incluirse el comportamiento delictivo que les da origen, lo que segmenta de tal forma el análisis que lo termina convirtiendo en parcial, porque analiza la mitad del fenómeno y no su totalidad.

Más aún: en las condenas, salvo excepciones, no suele incluirse la falencia estatal en garantizar la seguridad ciudadana, la que tiene dos grandes huecos: la ausencia de promoción de una escala de valores que condene la rapiña –más aún: su reemplazo por la impunidad de la megacorrupción del poder, fuertemente “contraejemplar”- y la desatención o hasta la desarticulación de las fuerzas de seguridad ciudadana, mediante las cuales “la sociedad” civiliza su convivencia al apoyarla en leyes con el adecuado respaldo a los organismos especializados a fin de garantizar su cumplimiento. Pero que, al estar contaminadas –ellas mismas- con el delito, no cumplen la función para la que fueron conformadas.

A pesar de todo ello, resulta también parcial considerar a las personas que reaccionan en forma violenta frente a un delito como una expresión de “la sociedad”. Son muchos más, aún, los ciudadanos de “la sociedad” que siguen reclamando la vigencia del estado de derecho, desmantelado sistemáticamente por el kirchnerismo, y que no actúan ni actuarían de manera similar ante situaciones parecidas.

La “sociedad”, en la Argentina, sigue siendo ejemplar, muchísimo más ejemplar que su gobierno. Es milagroso que pueda seguir existiendo un país que se ha desentendido de la seguridad pública, la defensa nacional, la educación general, la justicia imparcial, y hasta la garantía del más básico derecho de propiedad. No la ideologizada propiedad “de los medios de producción”, sino las más elementales y primarias: el haber de un jubilado, los ahorros de una persona para garantizar su futuro, el sueldo de un empleado, o sus pequeños activos logrados con esfuerzo, trabajo y sacrificio, sea una bicicleta, un par de zapatillas, un auto o una moto.

No es bueno, frente a estos dramas, el atajo de la hipocresía. La desaparición del Estado produce esto. Es una pulsión antropológica básica defenderse y defender lo propio. La civilización nos ha llevado a organizar en leyes y en poderes públicos la garantía de esa convivencia básica. Pero si alegremente aceptamos su desmantelamiento, o lo justificamos con sesudas elucubraciones contranatura, no podemos impostar la indignación ante lo que es el fruto de nuestras propias decisiones. O de quienes hemos elegido para que legislen y gobiernen.

Quien escribe prefiere creer que ante un hecho similar tendría, posiblemente, la actitud del portero que protegió al delincuente en Palermo para evitar su linchamiento, y entregarlo a las autoridades. Digo “posiblemente” porque ante situaciones como ésa, cercanas a las reacciones instintivas, nunca se sabe cuál será la reacción primaria de nadie, ni siquiera de quien piensa en su propia actitud.

Lo que también es posible es que si ese portero ve en unos días al mismo delincuente en una situación similar, porque lo entregó al “sistema” y éste se desentendió devolviéndolo a “la sociedad” sin sanción, probablemente piense dos veces antes de actuar de la misma forma.

La “sociedad” sin leyes es la selva. No parece inteligente rezongar por la selva cuando se han desarticulado las leyes. Son éstas las que le dan fuerza a los “valores” civilizados, las que dan “garantías” a todos de respetar sus derechos básicos, las que delegan la venganza o la autosupervivencia en autoridades que deben garantizar su cumplimiento.

Si las leyes no rigen, si las autoridades se alzan de hombros, si los pensadores oficiales justifican la selva, si se renuncia en suma a la decisión de “civilizar” cada vez más la convivencia, el resultado no puede ser diferente al que estamos viviendo. Porque “la sociedad” está integrada por individuos, que actuarán por la pulsión primaria de cualquier animal de la selva: preservar su vida, su familia, su territorio, sus cosas. Solos, o con el apoyo de su tribu. Aunque para ello tenga que matar.



Ricardo Lafferriere

1 comentario:

Anónimo dijo...

En una oportunidad yo dije que cuando el Estado no hace uso del Monopolio de la Fuerza que le es legado por la Ciudadanía, lo pierde. Cuando el Estado pierde el Monopolio de la Fuerza, éste se diluye y pasa a manos de la Ciudadanía o de la delincuencia. En toda nación que se precie de serlo, es el pueblo quien decide si sigue siendo Soberano o si lega el poder en la delincuencia organizada. Simplemente, esto es lo que está pasando en Argentina.