lunes, 5 de mayo de 2014

Los temas que vienen

El gobierno kirchnerista ha comenzado a recorrer la última parte de su mandato, con el plazo fijo e irrevocable fijado por la Constitución. En menos de dos años, el país comenzará otra etapa que, a estar por las características de los candidatos presidenciales de mayor representación actual, tendrá cambios importantes en el estilo político.

Lo que no cambiará con el cambio de presidente son los problemas, que estallarán en el presente año y el que viene con mayor virulencia que lo que hemos visto hasta ahora. No sería mala idea revistarlos para que la campaña electoral sea el ámbito en el que podamos escuchar las diferentes propuestas, no ya alrededor de la “agenda electoral” de fechas, plazos y alineamientos, sino sobre la del país. Entre otros:

Reconstruir los equilibrios constitucionales y la convivencia. No será sencillo, pero sin ello difícilmente logre instalarse el clima de confianza que estimule inversiones, propias y ajenas. El federalismo destrozado necesita el dictado de la Ley de Coparticipación Federal, sin la cual las provincias seguirán su marcha hacia la insignificancia, trasladándola a los municipios. La justicia colonizada requerirá un máximo esfuerzo de sintonía fina y madurez para separar “la paja del trigo” y recuperar la dignidad de un poder independiente. Y la violencia instalada en la convivencia no es ya la del escenario público (como en los 70) sino que ha hundido sus raíces en el estilo de vida de la sociedad. Asesinatos de ancianos, asaltos con muertes y hasta niños con instintos agresivos desbordados son el resultado de una polarización impulsada desde el poder durante una década, convirtiendo en enemigo al que piensa diferente o que, simplemente, no hace lo que alguien con más poder espera que haga.

Relanzar la actividad económica. Requerirá volver a “fondear” el Estado saqueado por la corrupción ramplona y el populismo irresponsable. 

Está desfinanciada la ANSES, pero también quedará vacío el BCRA, pero a los jubilados habrá que seguir pagándoles y a la industria brindándole insumos importados para su funcionamiento. La presión impositiva impide –en los actuales niveles- cualquier renacimiento productivo, pero el fuerte endeudamiento interno del Estado dificultará su reducción. Una economía cuya única diferencia con “los 90” ha sido la fuente de endeudamiento -antes externo y ahora interno- no ha cambiado la esencia del problema: el Estado sigue exactamente igual de inútil y saqueador de la economía productiva. 

La inflación que dejará el kirchnerismo, a pesar de la insinuación de cambios en los últimos tiempos, se encontrará entre el 50 y el 100 % anual, y con esa tasa es absolutamente imposible pensar en créditos, inversiones y estabilidad. Pero reducir esa tasa requerirá esfuerzos fiscales extraordinarios, en un momento en que, por el contrario, la necesidad de inversión pública para recuperar lo destrozado en esta década será singularmente demandante.

Rehacer la infraestructura. El transporte ferroviario, la hidrovía, las rutas, las comunicaciones, las redes de agua potable y cloacas, la vivienda, se encuentran en un deterioro insoportable, insuficientes para las demandas de los ciudadanos e incompatible con un proceso de crecimiento. Pero el mayor desafío es el energético, en el que se necesitarán entre 6.000 y 10.000 millones de dólares por año para recuperar lo perdido y proveer a las necesidades de una economía que retome su marcha. Es mucho dinero y será imposible sin fuertes inversiones internacionales, las que vendrán sólo a un escenario de estado de derecho, imparcialidad de la justicia y erradicación de la discrecionalidad.

Impulsar nuevamente la masificación y la excelencia educativa. Cualquiera de los dos desafíos sólos son muy costosos. Ambos a la vez lo serán aún más. Pero tanto la convivencia como la posibilidad de un desarrollo inclusivo requieren ciudadanos educados y capacitados, así como un sector científico-técnico imbricado con el mundo y con un sólido desarrollo interno.

Reconstruir la defensa. El país ha liquidado sus sistemas defensivos, en un mundo que está abandonando el período de paz que había parecido instalarse para siempre. El “monstruo grande que pisa fuerte”, la guerra, anda rondando motivada por las razones más diversas. La Argentina necesita desarrollar un sistema defensivo profesional altamente calificado y tecnológicamente avanzado. Cuesta dinero, pero no hacerlo es un peligro, porque obligará a depender de otros para nuestra propia seguridad. El ejemplo de Ucrania, como ayer de Georgia, son alertas sobre la indiferencia con que los terceros países observan las agresiones cuando no afectan sus directos intereses nacionales.

Y por último, recuperar la dignidad y el respeto internacional. Nuestro país ha caído en la consideración global a uno de los escalones más bajos. La Argentina se ha desplazado en esta década hacia una especie de “hazmerreír” del mundo y de la región. 

La urgencia de recomponer nuestras relaciones con todos los países del mundo abandonando las actitudes impostadas para adoptar comportamientos maduros será una condición para poder imbricar nuestra economía en las cadenas de valor, volver a ser protagonistas en la construcción del entramado legal de la globalización y participar en las iniciativas hacia un mundo en paz, con mayor seguridad e incluyéndose en los esfuerzos cooperativos contra los riesgos globales: la violación de los derechos humanos, el cambio climático, las redes delictivas, el libertinaje financiero, las epidemias, la reconversión energética, la protección de la biodiversidad y la explotación racional de los recursos naturales.

Los mencionados son algunos de los graves temas de agenda de los años que vienen. Para enfrentar éstos –y otros- será imprescindible una política que haya erradicado el “ethos” confrontativo implantado por el kirchnerismo con consecuencias patéticas, reemplazándolo por el cooperativo, y ello no cambiará con el resultado electoral del cual, afortunadamente y cualquiera sea el resultado, surgirán liderazgos que habrán erradicado la pesadilla de esta década.

Sin embargo, el debate sobre estos temas no ocupa aún la agenda política. Al contrario, ésta parece estar conducida por el escenario electoral en formación. Es, por supuesto, un tema apasionante. Los escarceos de declaraciones cruzadas y pases de dirigentes, en última instancia, afectan a los protagonistas y van configurando el escenario. Pero sería mucho más apasionante debatir en forma madura cómo enfrentaremos los problemas del país. Esos que nos afectan a todos y nos acompañarán por años.


Ricardo Lafferriere

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