martes, 28 de abril de 2015

Clase media

A pesar de su correcto título, y –al final- también correcto contenido, la nota de La Nación que firma Francisco Jueguen aparecida en la sección Economía del domingo comienza con el tradicional “cliché” que ridiculiza a la clase media argentina presentándola como integrada por personas que pretenden aparentar mayor poder económico del que realmente poseen, que gustan de explotar a quienes se encuentran en inferior condición social en pequeñas actitudes de la vida cotidiana y daría poco menos que la vida por contar con los artefactos simbólicos ejemplificados por el celular, la casa y los colegios privados.

Así se “dibuja” el sector social que define el título, como si esas conductas les fueran exclusivas o aún predominantes.

El preconcepto se apoya en una crítica social puesta de moda a mediados del siglo XX por pensadores “nacional-populistas” entre los cuales descolló Arturo Jauretche, cuando, recién sumado al peronismo, pretendió expresar en varias de sus obras la descalificación tendenciosa de los opositores que, en su gran mayoría, pertenecían a los sectores medios.

Toda generalización es injusta, dice el apotegma. Valga decir, simplemente, que nuestro país muestra sus singularidades positivas en América Latina, curiosamente, como resultado de la acción de sus clases medias. Y ello ocurrió desde que nació el país.

Pertenecieron a las clases medias de entonces nuestros principales próceres. Moreno, Monteagudo, Castelli, Belgrano y la mayoría de los revolucionarios de Mayo. También los constituyentes de 1853. Y la mayoría de nuestros presidentes constitucionales.

Fue de clase media Domingo Faustino Sarmiento y lo fue también Yrigoyen, Frondizi, Illia, y el propio Perón. Se formaron en la educación popular de la clase media nuestros premios nóbeles –Leloir, Houssay, Milstein, Pérez Esquivel, y hasta podríamos mencionar a Saavedra Lamas, que a pesar de su apellido patricio se formó en un hogar de clase media.

Son de clases medias los millones de compatriotas que aportan su trabajo y esfuerzo en innumerables ONGs por las causas más diversas, desde la ayuda a los compatriotas necesitados hasta la solidaridad en la protección del ambiente, la biodiversidad, la prédica por la igualdad de género o la protección a la niñez, contra la trata y por una mejor convivencia.

Son los valores de las clases medias los que se ponen en cadena en la búsqueda de una sociedad con mayor seguridad y protección para nuestras familias y nuestros jóvenes. Son de clase media los integrantes de Cáritas y de las Madres del Dolor, los de Médicos sin Frontera y los de Un techo para mi país, los del Banco de Alimentos y los de las organizaciones de defensa de consumidores.

¿Que los hay también discriminadores, hipócritas, ladrones o tramposos? Seguramente. Como los hay entre los compatriotas de clases altas y bajas. Hay miserables entre todos. Como hay admirables y respetados también entre todos. Hay ricos que han dejado su fortuna por el bien común –tal vez, entre los políticos, Marcelo T. de Alvear sea el ejemplo paradigmático- y hay pobres de solemnidad que han marcado ejemplos de vida –como los innumerables y anónimos padres y madres de hogares humildes golpeados por el narcotráfico que les arrebata sus hijos y la trata que les secuestra sus jóvenes para explotación sexual, pero que no dejan de luchar por sus derechos y su dignidad ante políticos inescrupulosos –normalmente, enriquecidos- que intentan clientelizar su voluntad tomando ventaja de su pobreza y sus necesidades.
Y también hay pobres que cometen delitos atroces, sin justificación ni excusa razonable, tanto como ricos sin vergüenza ninguna al momento de enriquecerse con recursos públicos, contracara de las necesidades básicas insatisfechas de miles de jubilados, pensionados o compatriotas pobres. Las generalizaciones –repito- son siempre injustas.

Desde esta columna hemos expresado varias veces que admiramos a los valores de la clase media argentina. Ella nos dio el país empujando a los timoratos y pudientes –en tiempos fundacionales- hacia caminos de mayor audacia. Ella nos hizo un país con una educación ejemplar. Ella nos dio la Universidad para el pueblo. Ella colonizó nuestra pampa húmeda con la ética del trabajo, sobreponiéndose a la explotación de ricos estancieros. Ella habilitó la movilidad social y sembró de valores de honestidad, valoración del trabajo y el esfuerzo, el ahorro y el respeto.

Y ella, ya en tiempos contemporáneos, nos trajo la democracia y la defensa visceral por los derechos humanos, con el liderazgo de otro de sus hombres, Raúl Alfonsín, al frente de millones de argentinos que no se resignaban a la alianza autoritaria que daba sustento al salvajismo del proceso, y que comprendía un arco en el que algunos exponentes de los otros extremos –de arriba y de abajo- delataban, apresaban, torturaban y ejecutaban, sin sentimiento ni vergüenza, a miles de compatriotas.

Las cosas, entonces, en su lugar. Trabajemos por un país plural y abierto, dinámico y libre, justo y democrático. Construyámoslo entre todos –ricos, “medios” y pobres-. Recuperemos el orgullo de vivir en un estado de derecho con vigencia de la ley y el no menor orgulloso sentimiento de respetarnos los unos a los otros. 

Juntemos esfuerzos por mejorar nuestra convivencia tendiendo hacia cada vez más cuotas de equidad e inclusión social. Y entendamos que una sociedad plural nos necesita a todos, sin los fáciles y negativos clichés de los que –si tuviéramos mala intención- muy pocos quedarían exceptuados.


Ricardo Lafferriere

miércoles, 1 de abril de 2015

Para debate y reflexión – Sobre Piketty: una mirada diferente

La tesis central propuesta en el libro de Tomás Piketty del que hablaron muchos durante 2014 puede resumirse en la afirmación: “Dado que la tasa de retorno del capital crece más rápidamente que la tasa de crecimiento de la economía, la tendencia es a incrementar la desigualdad y a desembocar en una sociedad más inequitativa”.

De esa afirmación se deduce que la brecha entre los poseedores de capital y las remuneraciones se incrementa automáticamente creando inequidades insostenibles que deterioran los valores del mérito en el que las sociedades democráticas están basadas.

Mucho se ha debatido sobre la obra. Algunos, sosteniendo que las afirmaciones que contiene forman parte del saber económico institucionalizado y no agregan nada. Otros, encontrando en ella fundamentos para tesis heterodoxas de mayor intervención pública en la economía en busca de reinstalar la equidad.

Desde nuestra perspectiva, observamos que hay sociedades con alta tasa de crecimiento e inequidad en la distribución del capital, claramente injustas, coexistiendo con otras que han logrado igual o mayor capital acumulado pero que, en razón de diseños impositivos inteligentes, se encuentran en el lote de las más equitativas. La sociedad china tal vez pueda ser catalogada entre las primeras -como algunas latinoamericanas- y las europeas nórdicas entre las segundas. En el medio, la mayoría, incluida la norteamericana.

De hecho, el coeficiente GINI en China, Chile y Brasil se acerca a 0.50, en USA alrededor de 0.37 y los países nórdicos europeos entre 0.25 y 0.27.

El artículo que se encuentra en el link al pie agrega algunas reflexiones que matizan el análisis.

En primer lugar, la característica crecientemente globalizada de la economía aconsejaría realizar los análisis desvinculados de sus raíces nacionales y analizar al mundo en su conjunto. De hecho, en las últimas décadas, el cambio de paradigma productivo ha convertido a la economía en global y no es técnicamente adecuado dividir por países las series, si se busca obtener un dato confiable y objetivo del mundo cómo es hoy. El mundo ya no es lo que era y cualquier medida de políticas públicas limitada a un país será inocua si no se inserta en el marco del escenario general debidamente asumido.

En segundo lugar, es necesario seguir el dato de la demanda efectiva, central para detectar el grado virtuoso o vicioso del proceso económico. El consumo de la economía global no se encierra ya en pocos países desarrollados occidentales y Japón, sino que ha agrega dos mil millones de asiáticos -aunque también latinoamericanos y africanos- incorporados en los últimos lustros a la sociedad de consumidores.

La "clase media" del planeta crece rápidamente, con lo que implica en todos sus efectos -desde el confort hasta la polución- matizando las cifras con una realidad que no siempre es reflejada en los análisis. La incorporación de esta demanda no ha sido "forzada" desahorrando y liquidando capital fijo -como en Argentina- sino resultado de un crecimiento real de la oferta de bienes y servicios.

El tercer punto es la nueva estructura de clases, que hace complicado -y tal vez, desmedidamente reduccionista- agrupar en dos (capital y trabajadores) los destinatarios de la distribución del ingreso.

La sofistificación de la economía y de las sociedades que están surgiendo incorporan actividades que no pertenecen ni a uno ni a otro polo, actuando tanto desde la oferta de nuevos bienes y servicios altamente calificados y fragmentados hasta nuevos escalones de demanda imprescindibles para dar combustible a la marcha de la economía.

Igualmente, hay actividades económica y socialmente valiosas que se encuentran en el campo de los bienes comunes y otras que generan bienes de alto valor agregado a precios cercanos a cero, ubicándose sin embargo en la frontera tecnológica: comunicaciones, entretenimientos, softs, música y videos on-line, programas, “apps” para teléfonos inteligentes, etc. ¿Cómo calificarlas? Son producidas por grandes empresas capitalistas, pero objetivamente incrementan en forma sustancial el nivel de vida y confort de cientos de millones de personas prácticamente sin -o "casi sin"...- costo para ellas.

Y el cuarto, tal vez el más importante, es la transformación científico técnica incremental y acelerada, que nos está llevando al borde de un nuevo paradigma no ya económico sino socio-tecnológico. Nuevas fuentes energéticas, disolución en el límite entre la mente y la máquina, la inteligencia artificial, la fabricación personalizada (3-D), la creciente generación de espacios virtuales más que físicos, el crecimiento de bienes no ya simbólicos sino reales para los consumidores pero virtuales en su esencia, la Internet de las cosas, etc.

Estos cuatro aspectos, y fundamentalmente el último, nos han colocado en la cercanía de una ruptura milenaria en la historia humana, cuyas simientes se notan en el ambiente y eclosionarán en los próximos dos lustros para abrir una etapa en la que el mundo nada tendrá en común con el que conocemos.

La investigación rompe los viejos límites entre ”básica” y “aplicada” y avanza en el conocimiento y “domesticación” de la materia. Las experiencias en el Gran Colisionador de Hadrones, el descubrimiento del Bosón de Higgs y otras partículas de alta energía, la fabricación de elementos útiles para la nanotecnología como el grafeno, la profundización del conocimiento sobre los q-bits que permitirán la extensión del uso de la mecánica cuántica en mayores aplicaciones de la vida cotidiana, la manipulación nano-genética para medicina y diseño, los implantes mecánicos y biomecánicos en el cuerpo humano, la nanotecnología y la robótica aplicadas a la producción y la creciente agregación de capacidad de cálculo a los circuitos informáticos que ha superado ya el límite del cerebro humano y marcha aceleradamente a su superación, son a esta altura simples ejemplos del portentoso avance científico técnico que sorprende al compararlo con el de hace apenas una década, pero que a la vez apasiona al percibir sus exponenciales perspectivas en los próximos años.

El debate que dispara la obra de Piketty, aún con todos los matices indicados, es propio de la última etapa del mundo que se va. No contamos todavía con la información suficiente para estudiar en profundidad los nuevos problemas, los del mundo que viene, simplemente porque todavía no ha terminado de nacer.

Sin embargo, poner las reflexiones en perspectiva será útil para evitar la tentación de crear sobre un informado esfuerzo intelectual como el que ha realizado el economista francés un choque demasiado apasionado sobre un mundo que, en los hechos, como ocurre con los grandes animales exhibidos en los zoológicos propios de hábitats desaparecidos o en extinción, pertenece ya al escenario del pasado y son, en última instancia, testimonios más históricos que prospectivos sobre los escenarios que vienen y cómo encararlos.

Ricardo Lafferriere