martes, 24 de marzo de 2015

Los últimos meses de un ciclo arcaico

China tiene cuatro billones de dólares (o sea, cuatro millones de millones de dólares) de reservas. No son divisas lo que –precisamente- le están faltando.

Necesita, sí, expandirse en el mundo para conseguir los insumos requeridos por su crecimiento, que, aún ralentizado a la “modesta” tasa del siete por ciento anual, necesita petróleo, litio, soja, mercados para su industria ferroviaria y fábricas de armamentos, madera, libre acceso a los mercados de consumo masivo y si es posible, zonas para desplegar sus redes de observación global de tecnología dual insertas en su competencia-cooperación con su partner norteamericano.

La Argentina, por su parte, se encuentra en el fin de un ciclo político y el agotamiento definitivo de un capricho económico: la autarquía, modelo que sólo comparte con Venezuela y Corea del Norte –ya que el otro socio, Cuba, marcha aceleradamente hacia su nueva vinculación con la economía global a partir de su reanudación de relaciones económicas y políticas con “el imperio”-.

En ese cambio de ciclo, una administración con plenos poderes ha decidido hacer lo indecible para llegar al final de su mandato sin implosionar. Para lograrlo, no trepida en recurrir a las medidas económicas más desaconsejables y disparatadas desde la perspectiva de una gestión sana.

Los pasos son múltiples. Financia su déficit fiscal con emisión de papel moneda, impulsando una inflación que impregna todos los eslabones del circuito económico. Multiplica el endeudamiento público intra-estado, apropiándose de reservas en divisas y canjeando activos del sector previsional –garantía de la solvencia para abonar a los pasivos- por bonos públicos sin valor. Imposta su incumplimiento de deuda externa, manifestando que paga, pero manteniendo los montos que dice pagar como “reservas” activas en la contabilidad del Banco Central. Canjea el circulante por bonos con intereses leoninos que alimentan la inflación con un déficit cuasifiscal que se va tornando inmanejable.

Pero éstas –y otras- medidas que no aconsejaría ningún economista ni político prudente, ni de “izquierda” ni de “derecha” no se limitan sólo al plano interno. La obsesión se ha traslado hacia la relación con China, dispuesta a avanzar con préstamos de corto plazo (los “swap”) que deberá devolver el próximo gobierno, a cambio de concesiones que harían palidecer no sólo a los que firmaron el Pacto Roca-Runcimann sino a los negociadores criollos con la Baring Brothers.

Diez u once mil millones de dólares, para China, son una propina. Dar esa propina a cambio de todo lo que necesita –entre muchas otras cosas desde la soja hasta el litio, desde la colocación de excedentes ferroviarios hasta la concesión de obras públicas sin licitaciones, desde petróleo hasta una base militar de seguimiento misilístico- es un gran negocio.

Para el gobierno argentino que se va, también. Con diez mil millones de dólares, en la dimensión de la economía argentina y sin obligaciones de racionalidad en el gasto –justamente, porque se van y porque el Congreso está dominado por sus “levantamanos todoterreno”- se pueden hacer maravillas. 
Como por ejemplo, mantener el jubileo del consumo hasta fin de año, cuando haya que devolverlos junto al pago demorado a los acreedores en mora y los créditos “dólar-linked” que deberá devolver también el próximo gobierno, junto al pago efectivo de las sumas que éste no paga y mantiene irónicamente como “reservas”.

No sólo eso. Con los dólares fáciles puede seguir lastrando la inflación –aunque al precio de seguir acentuando la recesión- y seguir rifando “dólar ahorro” al precio oficial, con divisas por las que debemos pagar no sólo los altísimos intereses que nos cobran, sino que se escamotean a las importaciones de insumos industriales y a los pagos que las empresas productivas deben realizar a sus proveedores del exterior, empujándolas a obtener esos dólares en mercados semi clandestinos, a un precio un tercio superior. O a despedir trabajadores, o cerrar.

Lo que está haciendo la gestión que termina podría ser calificado sin exageración de antipatriótico, pero no es el propósito de esta nota. La impunidad con que lo hacen anuncia un tiempo de desfiles en tribunales y fiscalías, como es usual en la Argentina –tal vez, como un eco de lejana resonancia de los viejos “juicios de residencia” de tiempos coloniales-. Son una figura más conocida y menos glamorosa: apenas aprendices de brujos, pretendiendo dominar el destino.

Los problemas generados reclamarán respuestas, y para ello el peor camino de la oposición sería el de disimular las falencias para poder atacar al próximo gobierno por los males generados por el actual.

La Argentina tiene frente a sí una posibilidad portentosa. Su retraso –incomprensible para el mundo- le ha abierto posibilidades de inversión en todo lo que se ha destrozado: transportes y comunicaciones, puertos y energía, autopistas y modernización estatal, equipamiento agropecuario e industrial, actualización del sistema ya obsoleto de servicios a la población. Las oportunidades no dependerán ya de buenos precios agropecuarios, sino de una gestión inteligente apoyada en la recuperación de la seguridad jurídica, “horrible palabra” para el actual ministro, pero plataforma imprescindible para todo el mundo que crece y se moderniza.

Esa seguridad jurídica necesita coincidencias mayores. Las elecciones seguramente generarán acuerdos de unos y otros para enfrentar con mejores chances la batalla por el acceso al gobierno. Es la lógica de la política agonal. Pero para gobernar el país se necesitará más, mucho más. Los acuerdos deben extenderse al punto de renovar el propio pacto nacional, el compromiso con el destino de todos compartiendo un país y cerrando definitivamente el absurdo enfrentamiento de la “grieta” que no nos deja conversar, sino que nos ha llevado a gritarnos desde trincheras unos a otros siguiendo el triste ejemplo presidencial.

Los acuerdos deberán olvidarse del “relato”. Dejar ir las épicas sepias de historias heroicas. Reemplazarlas por la mirada al horizonte, asentados en la realidad de una humanidad que está construyendo “la ciudad del futuro”, en la que la palabra de oro será “cooperación”, más que lucha.
Será el mayor desafío. Si lo logramos, el futuro de nuestro querido país estará asegurado. La Argentina es un milagro. Su sola existencia lo prueba, golpeada como está y a pesar de ello, renovando diariamente su trabajo, su esfuerzo y sus horizontes en la esperanza de su gente.

Sólo debe sacudirse la anquilosada verborragia que atrasa más de medio siglo. Levantar la mirada, girar la cabeza alrededor y observar no ya el mundo, sino la propia región.

Y volver a imbricarse con el mundo, incluso con China. Pero no para pasar la gorra entregando hasta la dignidad a cambio de una propina, sino discutiendo nuevos acuerdos en aquellos temas que habrán sido debatidos antes y generado consenso, como objetivos estratégicos nacionales, por la pluralidad democrática de la Nación expresada libremente en su lugar natural, el Congreso.



Ricardo Lafferriere

miércoles, 18 de marzo de 2015

La marcha del “Gran Juego”

El triunfo de Benjamin Netanyahu en las elecciones israelíes del martes agrega una complicación más a la ya de por sí delicada propuesta de Obama de avanzar en el acuerdo con Irán, en el que se conviene congelar por diez años su desarrollo nuclear pero, de hecho, se lo habilita una vez vencido ese plazo. En el ínterin, se acepta el desarrollo nuclear “pacífico” persa, con salvaguardas que están lejos de dejar tranquilos a los Israelíes.

Israel, a través de su primer ministro, protagonizó un hecho sin precedentes en la historia de las relaciones con Estados Unidos: habló en el Congreso norteamericano, invitado por las autoridades republicanas de la casa, oponiéndose en forma dura y hasta descomedida a la política exterior de ese país, específicamente a la propuesta del acuerdo con Irán impulsada por Obama.

Una coincidencia táctica, que puede parecer desconcertante para quienes no siguen de cerca el enredo del oriente medio, ha eclosionado en estos días con las declaraciones del Ministro de Relaciones exteriores de Arabia Saudita, el príncipe Turk Al Faisal. Ha expresado que, en el caso de avanzarse en el acuerdo, su país también impulsará nuevamente su programa nuclear, para mantener el equilibrio estratégico en la región.

Es que, en realidad, existen realidades subyacentes de raíz milenaria que en estos años están eclosionando por sus expresiones integristas. Ellas conforman lo que hemos dado en llamar la “guerra civil multidimensional” en el mundo musulmán, cuyos actores protagonizan juegos de alianzas cruzadas y cambiantes alterando la posición relativa de los demás.

La más profunda y permanente es la que confronta a los defensores de la fe tradicionales, los sunitas, cuyo “hermano mayor” es la Casa de Saúd, Arabia Saudita, custodia de los lugares santos de La Meca y Medina, con los rebeldes del Shia, los shiítas, liderados por Irán. Esta grieta no ha solido ser violenta, pero se ha mantenido con la profunda diferencia de visiones religiosas. Cuando no eclosionan en enfrentamientos abiertos, los fieles musulmanes sunitas y shiítas no tienen grandes problemas de convivencia e incluso suelen rezar en las mismas mezquitas. Pero una cosa distinta es la interpretación del Corán y las estructuras religiosas y políticas.

El segundo choque es interno del mundo sunita y enfrenta al “establishment árabe” – las monarquías del golfo- con los Jidahístas –Al Qaeda, Al Nusra, Boko Haram y, últimamente y en forma más destacada, el Estado Islámico o ISIS-. Éstos cuestionan al reino saudí su alianza con Estados Unidos, aunque los jidahistas también combatieron junto a Estados Unidos en ocasión de la resistencia a la invasión soviética a Afganistan.

El tercer choque se produce entre las diferentes fracciones del mundo musulmán contra Israel. Al generar una adhesión general en la opinión pública del Islam, el ataque a Israel es un catalizador al que ninguno de los sectores en pugna renunciaría, a pesar de las diferentes magnitudes con que es presentado. Entre los musulmanes “anti-israelíes” –que son virtualmente todos-, los que significan una mayor amenaza para el estado judío son los iraníes, que consideran como un objetivo permanente la destrucción del Estado de Israel y su “expulsión al mar”.

El cuarto choque es el que enfrenta a las diferentes fracciones Jidahistas entre sí. Aunque la de mayor conocimiento por parte del mundo occidental era Al Qaeda –pasó a la “fama” con su atentado a las Torres Gemelas, que provocó casi tres mil muertos-, a ellas se suman los Talibanes –derrotados por Estados Unidos que los expulsó del gobierno de Afganistán-, Al Nusra –su “sucursal” en Siria, rebelde frente a la dictadura shiíta “alawita” de Al Assad-, el Estado Islámico –desprendimiento de Al Nusra y rebelde ante la propia estructura de su generadora Al Qaeda-, Boko Haram –grupo terrorista con actuación principal en Nigeria- y otros grupos menores en diversos países del mundo árabe.

El quinto, es el que se produce en Siria como rebelión frente a la dictadura fuertemente represiva de Al Assad. Eclosionó con la utilización de gases venenosos por parte del gobierno sirio contra la oposición, hecho generador de una reacción norteamericana que respondió a la presión del ala progresista de la opinión pública yanqui y a la condición de garante del Tratado de Prohibición de armas Químicas y Bacteriológicas, que detenta Estados Unidos. Este conflicto “entrampa” la política exterior norteamericana con Al Assad, ya que la obliga a administrar su condición de enemigo –por su utilización de armas químicas- y a la vez de aliado táctico contra ISIS.

No puede olvidarse el conflicto entre los grupos Jidahistas “anti-Al Assad” y el resto de la oposición siria, que aunque poco numerosos, configuran un mosaico de culturas ancestrales –como los cristianos acadios, los cristianos de Mosul, los yazidíes –milenaria civilización sincretista de la herencia persa, sunita, etc- y aún de los sirios “modernos y occidentales” en su visión del mundo y en sus valores, tal vez los que más sufren la persecución, asesinato y pillaje.

La última dimensión es la protagonizada por los kurdos –pueblo milenario, emplazado en tres Estados (Siria, Turquía e Irán), con una población de más de 30 millones de personas y un territorio ancestral de cerca de 300.000 km2- que lucha en esos tres países para conseguir su secesión y su reconocimiento internacional. Han sido en estos últimos años los aliados más confiables de Estados Unidos, agregando un elemento latente de tensión frente a los Estados de la región que resisten renunciar a parte de sus territorios para el eventual nuevo estado kurdo.

Turquía, por su parte, que ha sido un país “occidental” desde la segunda posguerra –no olvidemos que fue sede de los primeros emplazamientos misilísticos de la OTAN apuntando a la ex URSS- tiene una rivalidad histórica con Irán. Aunque de población sunita, es el país más “laico” de la región, pero ante la nueva estrategia norteamericana está girando su alineamiento hacia un acercamiento con Rusia, de la que ha logrado el redireccionamiento del Gasoducto Sur, que proveerá gas a Europa sin necesidad de atravesar Ucrania, hoy tan complicada para cualquier cálculo geopolítico.

Este escenario es del que Estados Unidos desea evidentemente liberarse, retirando su presencia militar y su interés estratégico hacia donde considera que están los riesgos mayores a su seguridad nacional en el horizonte próximo, el Asia Pacífico. Está en el umbral de conseguir su autoabastecimiento energético, no puede sostener el papel de sheriff global y debe priorizar. En el fondo de la obsesión de Obama por llegar al acuerdo con Irán está este objetivo, que aunque es compartido en términos estratégicos por los republicanos, éstos aprovechan el desgaste que causa ante la opinión pública para montar sobre él una crítica despiadada.

Pero los perdedores son claramente los tradicionales aliados de Estados Unidos en la región: Israel y Arabia Saudita. Éstos se encuentran, de pronto, con que su principal rival, Irán, está en camino de convertirse en una potencia regional nuclear y hegemónica en el mundo árabe. Y expresan sus alertas, las que agregan nafta al fuego.

Un juego que sigue abierto. Por lo pronto, el Secretario de Estado ha debido reconocer el cambio de política con respecto a Siria. El apoyo de Al Assad es fundamental en la lucha contra ISIS, que hoy por hoy es la principal “piedra en el zapato” para  EEUU, por la repercusión de sus alevosos crímenes en la opinión pública. Sin embargo, ello implica facilitar aún más a Irán –con su brazo armado, Hezbollah, aliados de Siria- su despliegue en la región. Ya prácticamente dominan el gobierno de Irak, donde la presencia norteamericana es poco más que simbólica. Y mantienen la simpatía de Hamas y los hermanos Musulmanes en Gaza y Egipto, que aunque no son shiítas reiteran cada vez que pueden su admiración por Hezbollah.

“El gran juego”, decían los ingleses a fines del siglo XIX, en la frase popularizada por Rudyard Kipling en “Kim”. “El gran juego está de vuelta”, dijo Henry Kissinger hace una década. Juego que ante la letalidad del armamento actual, la interrelación del mundo,  la facilidad de transmisión de los mensajes, la rápida difusión de las ideas y el vacío político del mundo global puede escalar hasta recordarnos a todos que no hay conflicto en el mundo del que podamos escaparnos y que se hace cada vez más urgente la organización de un poder global en condiciones de garantizar los derechos humanos, encarrilar la economía, el crecimiento equitativo y el estado de derecho en todo el planeta.

 Antes que todo se escape de las manos…


Ricardo Lafferriere

lunes, 16 de marzo de 2015

Un paso adelante

Hace un par de semanas, en nuestra habitual columna semanal, sosteníamos a propósito de la elección de la ciudad de Mendoza, en la que triunfó una alianza liderada por el candidato radical:

… las placas tectónicas de la sociedad, en lo profundo de la opinión pública, están configurando los espacios políticos de los tiempos que vienen. Seguramente serán –como ha pasado en los  dos siglos de vida independiente- proyecciones de las improntas originarias, que todos esperamos puedan convivir, de una vez por todas, en una Argentina madura definiendo las bases de sus acuerdos estratégicos.
“Los grandes agrupamientos de la opinión pública comienzan a expresarse. Lo han hecho en Mendoza, donde –a diferencia del 2001- esta vez la fragmentación le toca a la corriente populista. Y, al contrario, la corriente democrática-republicana está logrando definir comunes denominadores atractivos para los ciudadanos, que están jerarquizando nuevamente su afecto al estado de derecho, a la Constitución, a la República.

La Convención de la UCR realizada en Gualeguaychú ratificó este rumbo.

Superando incluso la decisión final, no debe olvidarse que las posiciones en pugna –que, sumadas, lograron el virtual 100 % de los convencionales de todo el país, salvo una abstención- sostenían ambas el impulso a una política de alianzas alrededor de las convicciones democráticas y republicanas. O, en otras palabras, de priorizar la recuperación  del estado de derecho.

Desde la perspectiva de esta columna, fue el saldo más importante. Los radicales militantes pueden apasionarse en una u otra de las alternativas que se enfrentaron, ambas con sus posibilidades y dificultades. Obviamente, tienen todo el derecho de hacerlo y está bien que reflexionen, opinen y voten con los matices diferentes. En política, toda verdad es relativa.

Pero desde la perspectiva de un ciudadano independiente con vocación patriótica la decisión del radicalismo deja un saldo más amplio: observar que esta fuerza centenaria y equilibrante de la política argentina ha recuperado su vocación de poder, su papel articulador de una opción al populismo y la superación de una vieja tendencia al aislamiento que, revirtiendo las opciones de 1983 y de 1999 hacia frentes sociales amplios, se había adueñado del espíritu de muchos dirigentes y militantes llevándola al borde de convertirse en mero testimonio de una épica de pasado, sin chances de protagonismo en el escenario que viene.

Ambas alternativas consideradas en la Convención, con sus respectivos matices, rompían el auto-cerco y se abría a alianzas con compatriotas con la misma vocación neo-constituyente,  para terminar con la década de dislates institucionales y banalización del estado de derecho.

No corresponde abrir juicios, desde afuera, sobre la conveniencia o no para el radicalismo de las opciones en danza. Sólo saludar que este cambio ayude a conformar el reagrupamiento de la gran mayoría de los ciudadanos que creen en la Constitución y la ley como Biblias de la convivencia nacional. 

Lo hemos dicho alguna vez: aún desde la puerta de entrada del liberalismo se puede avanzar hacia formas socialdemócratas con protagonismo y lucidez. Por la puerta de entrada del populismo, por el contrario, sólo se derivan escenarios neofascistas, sean “bolivarianos”, “indigenistas”, "islamistas" o sencillamente autoritarios o dictatoriales.

El sentido común aconsejaría ahora definir los puntos centrales de un acuerdo programático a defender por el mega-espacio que confluirá en esta alternativa. Poner en blanco sobre negro las prioridades de la próxima etapa será un examen de madurez a la política argentina, que deberá tener la sabiduría de saber diferenciar los principios –o fines últimos- de cada fuerza, que corresponden exclusivamente al debate interno de cada una, de los objetivos programáticos acotados para los próximos cuatro años, en los que los participantes aunarán esfuerzos bajo la conducción de quien resulte triunfador en las PASO. Seguramente girarán alrededor de la recuperación de la centralidad constitucional y la reconstrucción del sistema político "representativo, republicano y federal", con todas sus implicancias expresas e implícitas de orden legal y respeto a los derechos ciudadanos.

El tiempo dirá cómo siguen las cosas. La realidad ha sido demasiado dura con los argentinos y ha dejado saldos que todos han asumido, al punto de entender que el país debe encontrar su rumbo en la imbricación con las corrientes avanzadas del escenario global sin descuidar los efectos polarizantes que todo cambio suele traer acarreado. Modernización consciente, dirían los politólogos, para una sociedad que sin dejar a nadie afuera o atrás, potencie su dinámica transformadora y su visión de futuro.

Desde esta página hemos dicho más de una vez que no creemos que la única opción de convivencia sea la fragmentación. Al contrario creemos en la necesidad de los grandes acuerdos que en nuestro caso argentino deberían darse entre los dos grandes espacios fundacionales, que han sido motores de nuestra historia y seguramente lo seguirán siendo de nuestro futuro, cualquiera sea su nomenclador partidario.

Para ello, deben desprenderse de sus aristas más intransigentes y potenciar sus perfiles dialoguistas. Hacia adentro de ambos, para lograr unificar alternativas de gobierno con posibilidades de gestión. Hacia afuera, porque aún en los aspectos de su política agonal contra el respectivo adversario deben recordar que forman parte del mismo país, del que todos somos ciudadanos. Com-patriotas…

Populistas y demócratas-republicanos, peronistas y radicales, PRO’s y socialistas, deben comprender que se deben a los ciudadanos, dueños últimos del país de todos, y que la acción política sólo encuentra su legitimidad si se interpretan las necesidades y aspiraciones del maravilloso colorido que conforma la pluralidad del pueblo argentino.

Superar la “grieta”, tender puentes, debatir sin descalificar, diferir sin agredir y, en última instancia, definir dentro del juego institucional libre y respetuoso, es la hermosa perspectiva que podría surgir de este comienzo de reconstrucción política de la que los radicales han decidido ser “punta de lanza” y que los argentinos debemos agradecerles.


Ricardo Lafferriere