lunes, 28 de marzo de 2016

Hacia una sociedad sin empleos, en una economía global

Es un tiempo de cambios. Verdad de Perogrullo.

Sin embargo, esos cambios puntuales que se dan en diferentes ámbitos de la sociedad se organizan en forma que terminan generando cambios globales en la forma en que funciona el mundo. Entre ellos, se destaca la tendencia virtualmente inexorable hacia la robotización, la automatización y la inteligencia artificial.

No es un debate lejano: estamos en él. Lo tienen las sociedades desarrolladas y se asoma a la nuestra. El crecimiento industrial no genera el trabajo humano como lo hacía –la agricultura ya no lo hace desde un siglo atrás-.

Hasta hace poco tiempo era común oír que los puestos nuevos se encontraban en el área de los servicios. La noticia no tan buena es que los servicios tampoco están generando empleos, ya que la automatización, la sociedad de la información y la creciente configuración de un mercado automatizado también desplaza trabajo en este sector.

El comercio electrónico y virtual está desplazando a los empleados de comercio y al comercio minorista. Los viajantes de comercio hace tiempo ven reducir su número casi hasta la extinción, reemplazados por los pedidos por red. 

Los médicos ven reemplazar gran parte de su trabajo por sistemas de salud que, en busca de maximizar ganancias, privilegian a los jóvenes en sus campañas de marketing, para atender los cuales les alcanza con contratar profesionales nuevos, a los que se envía a domicilio en vehículos comunes o hasta en motocicletas. Su ganancia no proviene del servicio sino del “no-servicio” médico, que es cobrado por  “el sistema” de cobranzas automatizado para el que requiere muy pocos empleados y eficientes programas informáticos de facturación y control.

Las librerías enfrentan con ansiedad el peligro del desplazamiento del interés lector hacia los e-books, que se consiguen desde el hogar en tiempo real con un simple “click” y evitan horas y días de búsqueda y tiempo muerto. La reflexión –filosófica- sobre la superioridad de los libros en papel no empaña el hecho que las ventas de libros electrónicos en las sociedades más desarrolladas supera aceleradamente la de libros impresos.

Los talleres mecánicos reemplazan los tradicionales operarios “todoterreno” por sistemas de control computarizado y por kits de reemplazo que requieren apenas algunos trabajos sin especialización.
Se anuncia el desarrollo de vehículos sin conductor, que ya funcionan en el área rural: tractores sin tractoristas, sembradoras y cosechadoras sin conductores, terminan con la expulsión de trabajadores de un sector cada vez más sofisticado y menos “primario”. La tendencia llegará a los conductores de camiones en primer término –ya existe en algunos Estados norteamericanos- y luego a los vehículos de pasajeros. Los trenes, por su parte, hace tiempo que reemplazaron los tradicionales “guardas” y equipos de maquinistas por sistemas expertos y complejas redes de control y gestión.

Era usual hasta hace un par de décadas escuchar que los trabajos desplazados por las máquinas eran sustituidos por nuevas actividades que mejoraban la productividad general y su propia vida, que conseguían empleos de mayor sueldo, estabilidad y confort. La novedad, sin embargo, es la rapidez del cambio. Antes permitía el readiestramiento, porque su ritmo era de lustros o décadas. Hoy, se realiza en tiempo real. No hay tiempo de adiestrar a los desocupados y ni siquiera se sabe para qué, porque no existe demanda de actividades pagas equivalentes.

Ello está llevando a un contrasentido de fondo: la tecnología en lugar de mejorar la vida de las personas, puede crearles un infierno existencial al dejarlas sin ingresos. Pero también genera una disfuncionalidad que terminará con el propio sistema: al no haber ingresos, no habrá consumidores de bienes y servicios producidos en forma automatizada. Y eso pone la reflexión justo en su punto de perpectiva: el salario.

El salario fue la forma moderna de distribuir riqueza, premiar el trabajo, garantizar la inclusión y arrancar de la pobreza a decenas de millones de personas condenadas antes a las inclemencias de una vida campesina embrutecedora o una vida ciudadana marginal. La desaparición del salario no puede significar regresar la historia a esos tiempos, sino su superación. La respuesta no puede ser el “neo-ludismo” que lleve a impugnar los avances, sino a estudiar una nueva forma de distribuir la riqueza de acuerdo a las nuevas formas productivas.

En el otro extremo, la tendencia hacia una producción extremadamente “capital-intensiva” marca la necesidad de nuevos enfoques fiscales, alejados de los sistemas impositivos diseñados hace un siglo, en tiempos del capitalismo liberal. Las nuevas y gigantescas concentraciones económicas-tecnológicas generan super-ingresos, algunos de los cuales alimentan y reproducen el crecimiento hacia formas más sofisticadas de producción, pero otros van conformando una burbuja financiera que ha llegado ya a una dimensión peligrosamente explosiva. Deben reglamentarse, contenerse y gravarse globalmente, ya que ningún Estado –ni aún los más poderosos- está en condiciones de formalizar “islotes” de control en un mar global de anomia.

En esta reflexión se han sugerido varios caminos. Por el lado del vacío dejado por el ingreso salarial, las respuestas van desde el “salario social” hasta el “ingreso universal”, desde la reducción de la jornada de trabajo para distribuir el empleo residual entre más cantidad de personas hasta el trabajo voluntario o familiar pago. Todos son caminos posibles.

En los hechos, el camino del ingreso universal –que muchos cuestionan por su connotación populista- en realidad ordenaría la sumatoria anárquica de subsidios de toda clase que todas las sociedades asignan a quienes estiman que los necesitan, sea vía servicios gratuitos como la educación o la salud, sea vía tarifas ´de servicios públicos subsidiadas para determinados agregados poblacionales, sea mediante créditos blandos con respaldo fiscal para viviendas, sea vía asignaciones impositivas que mejoren los ingresos de los pensionados y retirados más allá de lo ahorrado por ellos durante su vida activa, etc. etc. 

Lo que está claro –como lo sugiere Sigmund Bauman – es que es necesario establecer un piso social de dignidad humana, que signifique el límite mínimo debajo del cual ningún ser humano deba ubicarse, pero que a la vez deje el camino abierto a los ingresos que cada uno pueda lograr mediante su inversión, su trabajo, su capacitación o su esfuerzo. Aunque el progreso se vincule con el salario, la subsistencia debe estar garantizada aún sin él. Es necesario separar la subsistencia del trabajo.

Por el lado del capital, es imprescindible actuar para desinflar el globo de la riqueza virtual que gira en tiempo real generando ingresos ficticios, sometiendo a la economía global a una tensión existencial de muy difícil previsión. Si en tiempos de la segunda posguerra la cantidad de transacciones financieras iba de la mano en paridad con el comercio internacional, hoy la relación es de varios cientos de veces a uno. 

La riqueza virtual que gira en tiempo real en las operaciones de pase alcanza a Setecientos billones de dólares, diez veces el PBI mundial global. Sin embargo, hay una diferencia: mientras el PBI global es una cuenta que refleja un agregado anual, el capital financiero gira durante todo el año, 24 horas al día, en bolsas que se encuentran en todo el planeta. Crea riqueza sobre riqueza en papeles e impulsos electrónicos, pero todo ese globo se asienta, como una pirámide invertida, en una producción real decenas de veces menor.

Por eso se abre paso la percepción que sin una reglamentación global será muy difícil encontrar respuestas eficaces. Un punto está claro: el problema pertenece a la decisión racional de la sociedad, a través de la política. No es alzándose de hombros como se solucionará, ni actuando como si éste existiera.  

El tema forma parte de la nueva agenda –como la de la preservación del planeta, la necesidad de la normativa global que persiga las redes delictivas, el terrorismo o el narcotráfico-. Necesita conversarse. No hacerlo nos enfrentará diariamente a eclosiones inesperadas, como la del terrorismo, las migraciones, los refugiados, las crisis abruptas de los precios de materias primas, el deterioro de la habitabilidad del planeta, el agotamiento de los recursos renovables e incluso del agua potable y el aire que respiramos.

Gran tarea, entonces, para la gobernabilidad global. Coloca en la agenda una nueva visión de las relaciones con el mundo, que en rigor hoy deberían definirse como “acciones en el mundo” porque ese planeta que antes era sólo un escenario en el que desarrollábamos el drama de la “comunidad de naciones” hoy es un protagonista que, aún en sus lugares más recónditos, está imbricado con cada actitud que tomemos.

Ricardo Lafferriere


lunes, 21 de marzo de 2016

Cien días

No es un lapso grande. Sin embargo, sirve para notar el rumbo.

Terminados los ruidos de la campaña, observada la orientación de los primeros pasos y analizado el metamensaje del discurso del nuevo gobierno, un nuevo horizonte parece estar dibujándose para esta Argentina que durante más de ocho décadas insistió en luchar contra molinos de viento, en lugar de levantar las velas para disputar los primeros puestos en la “regata del mundo”, como lo había hecho en las cinco décadas anteriores, las que fueron de 1880 a 1930.

El futuro es opaco. No podemos saber si la propuesta será exitosa. No obstante, está claro que las convicciones del equipo gobernante y del presidente son las que más se han acercado al “cutting edge” global de su respectiva época, en toda la historia argentina. Este es un dato positivo, porque nos ubica “en el sentido de la historia”, como solía decirse en los ideologizados cenáculos de otros tiempos. Y porque vale la pena trabajar por su éxito.

Tal vez el gobierno desarrollista de 1958 a 1962 sería el que, en estos términos, más se le acerque. Sin embargo, la complicada política de los tempranos sesenta –los coletazos de la “Revolución Libertadora”, la proscripción del peronismo, la instalación en el continente de la Guerra Fría con sus libretos de insurgencia y contrainsurgencia y la endeblez de las democracias- frustró un proceso que, a pesar de su brevedad, impregnó el debate argentino durante varias décadas hasta ser visto como una nubosa utopía por gran parte de la dirigencia nacional desde entonces.

Hoy la situación también es complicada, pero cuenta a su favor con una vibrante democracia, que aunque imperfecta en sus paredes, se afirma en los sólidos cimientos que supo edificar la generación que la recuperó, con el liderazgo de Raúl Alfonsín en 1983. No hay espacio entre nosotros para aventuras que renieguen de la institucionalidad, que pudo soportar desde las hiperinflaciones de 1989 y 1990 hasta la conmocionante crisis de cambio de siglo.

Hoy se trata de aclarar el rumbo. Para ello, nada mejor que levantar la mirada sin dejarse confundir por los ruidosos conflictos de la coyuntura. En el horizonte puede ya verse un resplandor, que exige tanto conservar la mirada en él como transitar con extrema prudencia y equilibrio una transición llena de trampas, pero que tiene a su favor la claridad estratégica del grupo gobernante y, en sus trazos básicos, la evidente solidaridad de la mayoría de la población.

Ese respaldo marca la esperanza y la confianza de los ciudadanos, pero también un cambio cualitativo en la práctica política del “escenario”. Pocos, en efecto, hubieran apostado hace apenas cuatro meses que el peronismo fuera del poder daría la demostración que está brindando, de debate interno, madurez y –por qué no reconocerlo- conciencia de la necesaria solidaridad nacional. Es un partido de gobierno volcado a la oposición, pero con deseos y vocación de volver. Y sabe leer la realidad como pocos. Eso es bueno para la sana política porque obliga al mejoramiento permanente de unos y otros.

Obviamente no hay unanimidades. No las hay en la oposición y tampoco en el frente de gobierno. Sin embargo, la práctica del diálogo que privilegia resultados se está abriendo camino en un escenario en el que el colorido de la sociedad argentina está aceptablemente representado.

Como lo predicamos durante una década desde esta humilde columna y como lo destacamos hace pocas semanas, el país está volviendo al mundo. Busca su lugar y se encuentra con que ese mundo que llegó a parecernos tan lejano hasta hace apenas pocos meses nos abre sus brazos, como si la voz argentina se extrañara. Y los pasos de reingreso se están dando con la misma cadencia de aquellos de la Argentina histórica, de amistad con todos, de inserción regional, de solidaridad con grandes y chicos, con diálogo plural y reclamo de una convivencia pacífica y virtuosa basada en las normas.

No estamos inventando la pólvora. Estamos en el mismo camino de los fundadores del país, de la Constitución con la convocatoria a “todos los hombres del mundo”, de “América para la Humanidad”, de “los hombres sagrados para los hombres y los pueblos para los pueblos”, de la neutralidad activa y la mano tendida a los perseguidos cuyos derechos son violados en el lugar del mundo que lo sean, por el motivo que se invoque. Derechos humanos, imperio de la ley, respeto a la palabra, solución pacífica de los conflictos, apertura a las corrientes más dinámicas de comercio, ciencia, tecnología, finanzas, comunicaciones, producción.

Volvemos al mundo y empezamos a ordenar la casa. Un desequilibrio enfermizo debe superarse con sentido social, firmeza estratégica y diálogo constante. El camino tiene piedras, pozos, acechanzas. No deberían llevarnos a cambiar el rumbo sino, en todo caso, a mejorar la marcha.

En el horizonte comienza a dibujarse la posibilidad del país de la utopía, el que durante tantas veces hemos señalado desde esta columna como un sueño. Abierto y plural, solidario y dinámico, moderno y equitativo, basado en la ley y apoyado en el esfuerzo creador de su gente. Sus productores, pero también sus científicos y técnicos, sus empresarios con vocación pionera, un manejo decente de las finanzas públicas –bandera que, entre otras, detonó la revolución de 1890-, una vida municipal intensa, un federalismo fundado en recursos autónomos y en políticas sanas, y una constante voluntad de superación y progreso.

El mundo que se está construyendo, “la ciudad del futuro” –como lo definiera alguna vez Marcelo T. de Alvear- puede volver a contar a la Argentina como una de sus piezas fundamentales. Estamos en capacidad de serlo. Sólo hay que tener confianza en los compatriotas, en su respeto recíproco, en su vocación por la capacitación y su natural predisposición a absorber rápidamente las novedades.

Se trata de un “cambio cultural”, diría el presidente. En mi caso lo matizaría agregando que se trata además de volver a las fuentes. Porque así nacimos y si este proceso iniciado hace cien días resulta exitoso, habremos vuelto a encarrilar nuestra marcha en el sentido que inspiró a tantas generaciones de compatriotas que hicieron el país que tenemos.


Ricardo Lafferriere


sábado, 5 de marzo de 2016

Citaciones

No por imaginadas dejaron de impactar dos citaciones judiciales en causas por corrupción a expresidentes que, hasta hace poco, parecían inalcanzables aún para la justicia.

Las sospechas sobre CK  y sobre Lula llevaron a los magistrados a cargo de las investigaciones a requerir las declaraciones de ambos ex mandatarios, en condición de “imputados”.

La ex presidenta argentina está citada por la causa de la venta de dólar futuro a precios sustancialmente inferiores a los del mercado, y sus consecuencias se están sufriendo hoy por la economía nacional al generar una emisión de más de 60.000 millones de pesos, equivalente al ahorro fiscal (USD 4.000 millones) conseguido con la actualización de las tarifas eléctricas que impactaron tan negativamente en los bolsillos populares y en la imagen del nuevo gobierno-. 

Vale la pena insistir en este dato: la totalidad de lo que pagarán los argentinos de más con las nuevas tarifas en un año sólo alcanzará para abonar lo adeudado a los beneficiarios de las operaciones del dólar futuro realizado por el anterior gobierno (C.K., Kicilloff, Vanoli) en las semanas previas al fin de su mandato. La persistente inflación de estos meses no es ajena a esta obligada emisión monetaria.

El caso de Lula es diferente. Se trata de presuntos beneficios personales a raíz de importantes mejoras inmobiliarias en dos propiedades realizas por empresas favorecidas por el “Escándalo Petrobras”. Frente al escándalo del “dólar futuro” más que corrupción parece una corruptela, pero la sospecha de los jueces es que los inmuebles utilizados frecuentemente por el ex presidente Da Silva, en realidad, le pertenecen a él. Las empresas que figuran como dueñas están vinculadas a numerosas operaciones de Petrobrás ya detectadas como fraudulentas.

Si bien la causa de CK es, en sus consecuencias económicas, sustancialmente mayor que los beneficios que se sospechan de Lula, en este último caso el monto de los perjuicios de la petrolera, sin relación hasta ahora con el ex presidente, supera los Dos mil millones de dólares, presuntamente favoreciendo a políticos de virtualmente todo el arco político brasileño.

La reacción de las sociedades brasileña y argentina ofrecen similitudes. Para sus partidarios más desmatizados, nada malo que se impute a sus líderes merece siquiera ser analizado. Deben ser defendidos. “Puto o ladrón, lo queremos a Perón”, se decía por estos pagos en la década del primer peronismo. La brecha, debidamente alimentada por la relación populista “líder-pueblo” impedía un razonamiento medianamente neutral. Desde el otro extremo, los de las oposiciones viscerales, cualquier acusación no debía siquiera ser investigada porque la alcanzaba la automática presunción de culpabilidad.

Pero entre ambos está la mayoría sensata de la opinión pública. Son los ciudadanos de buena fe, partidarios de unos u otros en la dinámica de una sociedad democrática de alternativa. Son aquellos que ante cada opción política analizan, simpatizan o se inclinan por o contra uno u otro, pero no dejan en ese altar ni su conciencia ni la honesta imparcialidad de sus juicios. Ellos son la mayoría que conforman el amplio centro político de las sociedades maduras. Lo integran progresistas y moderados, simpatizantes de izquierdas o derechas, que han votado o simpatizan con diferentes partidos pero antes que nada son personas que entienden que el imperio de la ley es el único método de escapar a los instintos primarios –y más animalizados- de la condición humana.

La política de nuestros pagos no es benigna para los liderazgos pasados. Es muy raro el caso de, terminada la función, no encontrarse con alguna causa en marcha, por una u otra razón. Está dentro de las reglas de juego del poder, que así como otorga beneficios inauditos a quienes lo detentan, luego se cobra con el juicio inmisericorde, en ocasiones por parte de los mismos partidarios que antes endiosaban. En las últimas décadas sólo dos ex presidentes argentinos no debieron sufrir a su cese la investigación judicial de sus actos: Arturo Illia y Raúl Alfonsín. Todos los demás debieron cargar con causas finalizadas con diversa suerte, y en algún caso hasta debieron soportar detención (Menem), y hasta morir en el exilio (Cámpora) o cumpliendo condena (Videla). Alguna vez tendremos República y estos espectáculos serán sólo trama de guiones históricos.

Es común escuchar la afirmación que duda de la honestidad de la justicia. Y en algunos casos puede haber razón. Sin embargo, no hay otro camino que respetarla para convivir en paz. Las leyes también establecen los mecanismos para controlar a los jueces que prevariquen.

La justicia, sin embargo, debe actuar libremente y es obligación del Estado y de los ciudadanos de bien garantizarle su trabajo limpio, su control social a través de la transparencia de sus actos y de los mecanismos constitucionales de control, y la presunción de inocencia de los acusados hasta que una sentencia defina su situación.

Los ex presidentes, los ex funcionarios, que por elección de los ciudadanos han gestionado la agenda y los dineros públicos, merecen ese respeto. Tienen la obligación de responder ante la justicia con todas las garantías del debido proceso y de la defensa en juicio, aunque también tienen derecho a la presunción de inocencia, como cualquier ciudadano, que al fin y al cabo, todos lo son y que es tan importante como lo es para los ciudadanos comunes mostrar que todos somos iguales ante la ley, sin impunidades ni privilegios.

Ricardo Lafferriere