lunes, 25 de julio de 2016

¿Hacia dónde vamos?

La política tiene dos etapas: la de lucha –agonal- y la de construcción –arquitectónica-.

Un año sin elecciones es un buen momento para dialogar. Ya habrá, cuando lleguen los comicios, los tiempos de discutir.

El 2015 los argentinos eligieron un rumbo. Debiéramos ahora, en la construcción de ese rumbo, encontrar espacios de diálogo. Y debe reconocerse que, a pesar de las tensiones que trasladan al presente la proliferación de hechos de corrupción del tiempo que se fue, hemos sido aceptablemente exitosos en comenzar a elaborarlos.

El parlamento, donde nadie manda, obliga a responder a los ciudadanos con madurez. Ha dado muestras en este año de una práctica dialoguista aprobando leyes importantísimas –como la de la ratificación de la ley de ministerios, el arreglo de la deuda externa, la designación de los jueces faltantes en la Corte, la ley de autopartes, la ley de promoción de Pequeñas y Medianas Empresas, la ley de blanqueo e incluso la ley de reforma previsional- tratadas y sancionadas con la casi olvidada práctica virtuosa de considerar las iniciativas enriqueciéndolas con el aporte de todas las voces, salvo las que decidan automarginarse y elijan –en todo su derecho- el discurso testimonial.

Las fuerzas políticas con historia y vocación de gobierno han respondido asumiendo la gravedad del momento y la responsabilidad que tienen. Superando sus naturales disensos internos, han sabido lograr resultados. El sistema político argentino se está rearmando girando alrededor del tratamiento de los problemas y dejando libertad para que quienes prefieren situarse en el margen lo hagan, pero sin afectar la marcha de la gestión y de la sociedad.

Es obvio que en política un cambio copernicano como el que se ha producido luego de una gestión de más de una década no podía ser lineal y no lo es. El rumbo de colisión, advertido durante mucho tiempo por quienes fueron oposición en ese lapso pudo evitarse, y con él el estallido del campo minado que el país debió atravesar y aún atraviesa, no sin asumir decisiones que en tiempos normales cualquier gobierno hubiera evitado cuidadosamente por su efecto en el ingreso de los ciudadanos.

Debe reconocerse, sin embargo, que ante el horizonte que se visualizaba hace un año –ejemplificado por el drama que atraviesa el hermano pueblo venezolano- la conducción de estos meses ha sido exitosa en impedir un colapso gigantesco. Es mérito del gobierno, está claro, pero también de la oposición responsable.

El rumbo estratégico es lo que hoy debiera convocar a un diálogo más franco entre quienes, en el gobierno y en la oposición con vocación de gobierno, se sienten responsables de la marcha del país. Unos y otros conducirán la Argentina en los momentos en que el pueblo lo decida. Por eso y sin perjuicio de las naturales luchas “agonales”, el país necesita, de cara al mundo, una orientación permanente de sustentabilidad.

El país no puede empezar de nuevo en cuatro años. Es más: no puede dejar dudas que no intentará empezar de nuevo en cuatro años. Esa tarea no es sólo responsabilidad del gobierno, sino de quienes puedan sucederlo. Y –también debe reconocerse- que aún con rispideces y alguna intemperancia, en la oposición sensata esta actitud se insinúa, tanto con el trabajo parlamentario como con los acuerdos entre la Nación y las provincias, que expresan un colorido plural de orígenes políticos pero ello no resulta óbice para el trabajo cooperativo.

Es natural en política que cada uno “busque posicionarse” de cara a sus posibilidades electorales, se encuentre gobernando o aspire a hacerlo en el futuro. Sin embargo, esa búsqueda deja de ser natural si pone en riesgo el horizonte de largo plazo, que debieran aclarar entre las fuerzas mayoritarias con la mayor claridad posible, para ayudar a definir actitudes de inversión, no sólo externas sino –y principalmente- internas, de aquellos compatriotas que están en condiciones de incidir, con sus decisiones económicas, el país que volveremos a construir.

Hay y habrá siempre innumerables temas para discutir y construir el mensaje electoral de cada uno, en el momento de la lucha. Así ocurrió en tiempos del anterior gran salto adelante, durante el medio siglo que fue de 1880 a 1930. Los protagonistas discutieron duramente por el matrimonio civil, la ley de educación, la ley de servicio militar, la ley de sufragio libre, la ley de arrendamientos, la Reforma Universitaria y otras iniciativas de diverso orden. Sin embargo, el rumbo estaba claro para todos y el resultado fue la multiplicación de la población y el crecimiento constante del producto, convirtiendo a la Argentina en uno de los países más avanzados de la época.

El escenario global hoy nos muestra una agenda que no podemos evadir y que debemos enfrentar en conjunto, como comunidad nacional. Es una nueva oportunidad, no ya sólo por nuestra coyuntura económica y política, sino por la coyuntura mundial. Cambios portentosos en el plano tecnológico están diseñando un nuevo mapa productivo, que repercute en un nuevo alineamiento geopolítico.

Grandes de otra época empequeñecen y pequeños de otra época se agrandan. Una gran dinámica binaria de "sociedad-rivalidad" entre los dos principales protagonistas del escenario mundial –EEUU y China- pone el marco y define los perfiles por los que debemos transitar y aprovechar, según nuestras posibilidades. Nuevas formas geopolíticas, comerciales y financieras plurales surgen como novedades más que interesantes, así como esbozos de una nueva gobernanza global. 

Nuevos mercados de financiamiento y de comercio, nuevos competidores y nuevas potencialidades propias indican la necesidad de nuevas actitudes. 

Los cultivos extensivos que nos permitieron el gran salto de hace un siglo siguen –parece mentira- aportando su fuerza y son aún hoy la última reserva estratégica del país. Sin embargo, con ellos solos ya no nos alcanza para crecer. 

Hoy lo dinámico es el conocimiento, la tecnología aplicada, el emprendedurismo local pero también el con vocación global, la agregación de inteligencia, la incorporación a las cadenas globales de valor construyendo eslabones competitivos basados en la capacidad creadora de nuestra gente, la economía verde, la infraestructura modernizada, la inteligencia artificial y la robótica, el Estado abierto, la gestión en red. En síntesis, la educación, la capacitación permanente, los desafíos tecnológicos.

Y sí. Es obvio que siempre se pueden hacer mejor las tareas desagradables, como la actualización de las tarifas para reconstruir nuestro sistema energético. Y si se mejoran, también serían aún más mejorables. Sólo que es mucho más necesario poner el calor reflexivo en la agenda grande de lo que viene, más que gastarlo en lo que, en pocas semanas más, pertenecerá al anecdotario del que no se recordará nada. Ese no puede -no debería- ser el tema central de la agenda política. 

Los argentinos nos merecemos más. Entre otras cosas, no ser tratados como chicos de Jardín, ni por el gobierno, ni por la oposición, ni por los periodistas, ni por los “monos y monas” sabios de la inteligencia criolla.

Ricardo Lafferriere



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