lunes, 30 de mayo de 2016

Un paso en el sentido del futuro

El crecimiento económico no necesariamente generará el empleo que llegue a todos. Lo hemos afirmado en varias oportunidades, simplemente observando la marcha del mundo: la economía se independiza cada vez más del trabajo humano, agrega tecnología, se robotiza.

No es un proceso lineal ni abrupto, pero sí inexorable y crecientemente acelerado. Tiene además una característica: es el que incorporan los sectores económicos de vanguardia.

La Argentina está en un momento “bisagra” en su evolución económica y social. Debe dar un gran salto en productividad y ello sólo será posible incorporándose a la vanguardia –tecnológica y productiva- del mundo global. No podrá hacerlo –ninguna sociedad puede hacerlo- apuntando al pasado, produciendo más caro, polucionando el ambiente y gastando más energía como si estuviéramos a mediados del siglo XX. Hoy es inteligencia aplicada, automatización, reducción de insumos caros, ajuste de costos, achicamiento de los eslabones de distribución y hasta fabricación por los propios consumidores de los productos finales a través de la revolución de las “impresoras 3D”. Hacia eso marcha la economía global y ningún salto adelante será posible sin sumarse a esa marcha. 

El interrogante es: ¿ésto es malo?

La consecuencia inexorable de esta evolución también está clara: el salario no será más el articulador de la distribución del ingreso, porque el empleo estable será cada vez menor. Esta afirmación conmueve, golpea y enoja. Pero peor es ignorarla, porque sería ignorar la realidad.

La conmoción de la coyuntura es como una neblina que no deja ver ese futuro, que no es tan lejano. Todavía los reflejos arcaicos que llevan a las viejas recetas surgen en forma instintiva, ante el congelamiento reflexivo de más de una década del debate nacional. Pero apenas superemos esta coyuntura aparecerá con toda su crudeza.

La transición –y los efectos del criminal decenio que terminamos, que desmanteló la educación, destrozó la calidad de la capacitación de los jóvenes y abandonó el esforzado trabajo por la excelencia educativa- nos condena a contar con un gran contingente de compatriotas sin capacitación para entrar en la carrera de los nuevos tiempos. Los argentinos escucharon –y muchos, demasiados, se creyeron- que la liquidación del capital con la que se financió el consumo en esa década era eterna, que jamás terminaría y que sería posible vivir por los siglos de los siglos consumiendo gas y electricidad gratis, viajando sin pagar y forzando a los productores agrarios a entregar sus productos por la tercera parte de su valor para subsidiar los alimentos. La realidad mostró que eso no era cierto, ni posible.

Esta transición nos muestra entonces un contingente de compatriotas sin capacitación, posiblemente condenados a no tenerla. El renacimiento argentino, que llegará con las inversiones que ya se están produciendo en nuevas tecnologías, en infraestructura, en nuevos modelos híbridos de automóviles, en comunicaciones, en energías renovables, en la modernización del Estado, en viviendas, podrá incorporar al trabajo a muchos, pero otros muchos quedarán afuera. Y no es posible dejarlos afuera, porque sería inmoral y porque, además, son los primeros de un gran contingente que los seguirá.

Por eso la necesidad de abrir el camino a otras formas de distribución de riqueza que no dependan del trabajo. El piso de dignidad humana debe garantizarse con programas y políticas públicas que vayan previendo la realidad que se acerca, creando instituciones que establezcan el límite por debajo del cual ningún argentino se encuentre situado.

Este límite no debe obstaculizar el crecimiento económico y debe por supuesto establecerse asumiendo las posibilidades de la economía. Tampoco debe significar un techo, sino un piso, que cada vez sea garantizado a mayor cantidad de compatriotas con el objetivo del “ingreso mínimo universal”, comenzando por los colectivos de mayor vulnerabilidad, pero asumiendo que no tendrá un límite temporal sino que su horizonte será su expansión. Ese piso le deberá dar la base de sus necesidades elementales sobre las que apoyarse para progresar, mejorar su nivel de vida y asegurar mejor futuro para él y sus hijos con la herramienta de su propio esfuerzo.

Esto no es un invento caprichoso. Hay ciudades en el mundo –hemos mencionado a Dongguang, en China, por ejemplo (http://www.elmundo.es/economia/2015/09/07/55e9d2f4ca4741547e8b4599.html )- que ya se han fijado como objetivo la robotización total de sus fábricas. En un país tan capitalista como Suiza (http://www.thelocal.ch/20160127/swiss-to-vote-on-guaranteed-income-for-all )–y también en Holanda y Finlandia (http://www.attac.es/2015/09/02/la-renta-basica-universal-en-finlandia-y-en-holanda-de-las-musas-al-teatro/ )- hay ciudades que están debatiendo y hasta ensayando programas “pilotos” de ingreso universal para sus ciudadanos. Son programas alimentados por ingresos públicos genuinos recaudados de las grandes empresas, que serán más posibles cuanto más avance la cooperación fiscal internacional.

Hacia allí marcha una economía global que, tras la locomotora científico-técnica, esboza otro principio fundamental de progreso: esa revolución científica no puede perjudicar a las personas, sino beneficiarlas. No puede producir pobreza, sino bienestar. Si genera “desocupados” por su tecnificación no puede ser para lanzarlos al subconsumo, sino mejorandoles la vida.

El anuncio del nuevo sistema de asignación universal para mayores de 65 años es un paso tal vez pequeño en su monto individual –porque la economía del país aún no puede sostener mayores niveles- pero gigantesco en lo conceptual, tanto como lo fue hace un par de meses la verdadera universalización de la asignación a la niñez y lo es también ahora la actualización del seguro de desempleo, congelado en montos de hace una década. Crea una institución destinada no a desaparecer, sino a acompañar el lanzamiento económico argentino incrementándose en la medida en que la productividad global también lo haga y los ingresos públicos se depuren de corrupción, ineficiencias y caprichos.  

La medida abre un camino que, en algún momento, deberá avanzar hacia la reorganización integral de todos los subsidios parciales logrados por muchas luchas durante décadas en forma de asignaciones familiares, planes sociales de diversa índoles y subsidios redistributivos varios, para hacer transparente la distribución de recursos públicos a los ciudadanos, pero muestra que los argentinos no vemos al futuro de un país avanzado desplazando compatriotas hacia la marginalidad, sino creciendo para incluir, para mejorar, para darles un piso cada vez más sólido en su realización personal, en la vanguardia del mundo. Y cumple –lo que no es menor- con una propuesta de campaña del actual presidente.

No se me escapa que el concepto es revulsivo de un debate aún teñido de reflejos añejos. Es seguramente difícil de comprender para quienes creen que los ingresos redistribuidos por el Estado son siempre nocivos y prefieren seguir apostando al viejo concepto del “ejército de reserva” con la ilusión de ganar productividad bajando impuestos y salarios al límite. También para quienes añoran la economía industrial modelo siglo XX, polucionante, alienante para los trabajadores por sus trabajos repetitivos y embrutecedores, pero también lleno de corporaciones profesionalizadas gremiales y empresarias en las que se trazan biografías estamentales privilegiadas asentadas en convenientes “relatos”. Ellos son la vieja derecha y la vieja izquierda, cuyos ecos aún retumban, aunque con cada vez menos repercusión. Ambas, repitiendo una verdad que atravesó el siglo XX como un paradigma que ya se agota: la creencia que el trabajo estable era el único articulador social posible.

Hoy, debemos agregarle otros mecanismos, más necesarios que aquél. Los debemos lograr con la cooperación, la articulación de consensos, la construcción de confianza, la racionalidad económica, la creación de inteligencia aplicada, el cuidado del ambiente y de la “casa común”, el respeto a la ley y a la amplia protección de la dignidad humana. De todos y cada uno de los compatriotas, comenzando por los más vulnerables.

Como lo hace este paso adelante que aplaudimos.

Ricardo Lafferriere




martes, 24 de mayo de 2016

Un mundo que no espera

Hace pocas semanas expresábamos nuestra preocupación por el hecho de que la discusión que ocupa el escenario político se concentre en forma casi excluyente en la corrupción. Obviamente, no lo hacíamos porque nos parezca mal que se investiguen los latrocinios de la década pasada, y se sancione a los culpables.

Nuestro punto iba dirigido a hacer notar que ese “maremágnum” estaba ocultando la verdadera opción que debemos enfrentar los argentinos en estos tiempos, que se refiere a si nos decidimos cambiar el sistema de política económica dirigido al país “autárquico”, que impregnó a todas las fuerzas políticas –civiles y militares- desde 1930, o si tomábamos nota de las fuerzas de vanguardia en el nuevo paradigma global, fuertemente cosmopolitizado, y a ocupar un espacio dinámico en las fuertes transformaciones que está protagonizando el mundo en forma acelerada.

Este enfoque no rehúye la crítica y la autocrítica sobre el pasado, que seguramente deberemos enfrentar todos con frescura intelectual y vocación de síntesis. Las recetas que hemos defendido con mayor o menor enjundia durante décadas pueden haber contenido aciertos y errores. Lo que está claro es que se referían a un mundo que ya no existe, con otros problemas, otro escenario internacional, otra dinámica global, otra realidad tecnológica y metas acordes con ese paradigma superado. Son más propias de la historia –y los historiadores- que de la política y los políticos.

No es por capricho que insistimos en el tema. Ignorar el cambio de escenario global, la diferente estructura de las fuerzas productivas más dinámicas, la transformación de la política en un mundo en el que los problemas parecen cada vez más de “política interior” que de “relaciones internacionales” y la portentosa y crecientemente acelerada revolución científico-técnica lleva a que cada día que perdemos en debatir la imagen del espejo retrovisor, es un día que perdemos en nuestras posibilidades de arrancar un nuevo ciclo de crecimiento en la nueva realidad.

El debate es necesario, porque también es cierto que los argentinos merecen mucho más que la riña de gallos en que parece insistir el debate institucional. Es imprescindible afinar los objetivos de infraestructura, la política poblacional, la forma en que encararemos la explotación de nuestros recursos naturales no renovables, el nivel del “piso de dignidad” que estamos dispuestos a garantizar a cada compatriota por el sólo hecho de serlo, el marco y grados de libertad económica que también garantizaremos al que arriesgue capital, esfuerzo y tiempo, y el definitivo marco fiscal que los sustente, las características de los bienes públicos y entre ellos en forma decisiva la capacitación que necesita el nuevo gran salto adelante, y los grados de tolerancia a las conductas delictivas que en definitiva estamos dispuestos a tolerar a quienes no acepten vivir en las condiciones que el sistema democrático y sus normas establezcan en forma general.

Por ahora, sólo se escucha incursionar en el futuro al presidente, incluso más que a su gobierno. No lo hace ciertamente la oposición, cerrilmente aferrada al retrovisor, y tampoco las instituciones del país del pasado, gremiales o empresarias. Los grandes desafíos que nos llegan del debate planetario –inteligencia artificial, revolución de la nano-genética, economía virtual, seguridad frente al terrorismo, contención de las finanzas desbordadas hacia mecanismos especulativos globales, protección de la “casa común”, e incluso la urgentemente necesaria formulación y fortalecimiento de instancias políticas colectivas de acción global brillan por su ausencia en las reflexiones de la política y de la academia.

El pasado, obsesivamente, insiste en anclar la inteligencia argentina. Y eso no es bueno, porque cuando los seres humanos no ponemos nuestras inteligencias en cadena y nuestra capacidad de acción en cooperación, la anarquía de la realidad se encarga de definir los rumbos. Allí se abren las grietas por donde pueden colarse los demonios del ayer, intentando adueñarse nuevamente de la agenda falsaria, pero congruente con privilegios corporativos, prepotencias violentas e instintos cleptómanos primitivos cuya consecuencia puede ser una sociedad sin cambios, crecientemente violenta, injusta, inestable y anómica.

Estamos en una bisagra. No alcanza con reclamar por la falta de empleo o con el consignismo inconsistente como si los números no existieran y todo fuera posible, y del otro lado tampoco con pedir “más despidos en el Estado” y “más ajuste rápido” como si el país fuera una tabla de cálculo y las personas fueran números.

La puerta del futuro exige otra visión, más dirigida al horizonte donde debe encontrarse el puerto para el barco común. Un puerto que no está en lo que ya hicimos –unos y otros- en nuestro pasado, sino en lo que podemos hacer para definir en conjunto el puerto al que debemos poner la proa del barco en el que estamos todos.

Ese puerto está en un mundo que no espera.

Ricardo Lafferriere



lunes, 16 de mayo de 2016

Categórica imputación por el “dólar futuro”

Ironía con algo de poesía…
La resolución del Juez Bonadío procesando a la ex presidenta y varios de sus funcionarios por el delito de administración infiel es, indudablemente, el resultado de un importante trabajo de investigación fáctica y refinamiento jurídico intelectual.

A pesar de la proficua prueba agregada para fundar el fallo, podría afirmarse que en realidad los hechos no conforman el aspecto dudoso o discutible del silogismo legal efectuado. Las pruebas, tal vez, incluso hasta hubieran podido obviarse al tratarse de hechos de conocimiento público.

El mayor valor del pronunciamiento radica en la aplicación de conceptos jurídicos para nada estereotipados, superando una ortodoxa interpretación penal que posiblemente llevaría a dejar impune esta gigantesca dilapidación de recursos públicos que los procesados habrían debido preservar, para bucear en la doctrina más moderna y aún en la jurisprudencia nacional el adecuado encuadramiento en el tipo legal que se les imputa.

Lo central del fallo es, justamente, el análisis de la “acción”, base conductual de cualquier imputación penal. En términos legos podría traducirse quizás en las preguntas: “¿Qué es lo que hicieron?” y “¿eso está penado?”

Lo que hicieron, quedó claro: rifaron más de setenta y cinco mil millones de pesos (equivalentes a cinco mil millones de dólares) que el BCRA –o sea, los argentinos- deberían devolver en menos de seis meses, todo junto. Esa suma equivale a un tercio de la base monetaria existente en el momento de realizarse los hechos.

Se trataba de una bomba de tiempo inexorable, que golpearía –como golpeó- a las finanzas públicas y a la aceleración inflacionaria apenas finalizada la administración que cesó el 10 de diciembre, que aún estamos sufriendo durante el primer semestre de 2016.

El otro interrogante es: ¿está penada esa conducta? El juez concluye que sí, al encuadrarse: 1) en el art. 173 inciso 7 del Código Penal, que sanciona con una pena de uno a seis años a “El que, por disposición de la ley, de la autoridad o por un acto jurídico, tuviera a su cargo el manejo, la administración o el cuidado de bienes o intereses pecuniarios ajenos, y con el fin de procurar para sí o para un tercero un lucro indebido o para causar daño, violando sus deberes perjudicare los intereses confiados u obligare abusivamente al titular de éstos”; 2) en el artículo 175 inciso 5 del Código Penal, que sanciona con dos a seis años de prisión a “el que cometiere fraude en perjuicio de alguna administración pública” y 3) a todos, por partícipes en calidad de coautores según el art. 45 del Código Penal: “Los que tomasen parte en la ejecución del hecho o prestasen al autor o autores un auxilio o cooperación sin los cuales no habría podido cometerse, tendrán la pena establecida para el delito. En la misma pena incurrirán los que hubiesen determinado directamente a otro a cometerlo.”

¿Quién es el autor de esas conductas dañosas?

Aquí es donde se encuentra la mayor elaboración doctrinaria, al recurrir a la teoría del “autor mediato-superior”. Tal dimensión de disposición de recursos públicos, dadas las características funcionales del gobierno cesante, hubiera sido totalmente imposible sin la decisión expresa de la presidenta de la Nación, el Ministro de Economía y demás funcionarios ejecutantes.

El “autor mediato” –en este caso, la presidenta y su ministro de economía- dispone la ejecución de hechos que los “autores directos” luego realizarían sin capacidad de resistencia –o serían removidos de su función, como le ocurrió al ex presidente del BCRA Fábrega meses antes-. “Autores mediatos” y “autores directos” comparten la autoría delictiva, sin configurar una “asociación ilícita” –al menos, por ahora-. El antecedente jurisprudencial de la CCCCFederal que el Juez cita es claro: “…en la República Argentina…se advierte un notable giro de la doctrina más moderna hacia la teoría del dominio del hecho, lo que permite suponer su definitiva aceptación, especialmente en punto a la autoría mediata (…) La forma que asume el dominio del hecho en la autoría mediata es la del dominio de la voluntad del ejecuto, a diferencia del dominio de la acción, propio de la autoría directa, y del dominio funcional, que caracteriza a la coautoría. En la autoría mediata el autor, pese a no realizar conducta típica, mantiene el dominio del hecho a través de un tercero cuya voluntad, por alguna razón, se encuentra sometida a sus designios (…) Los superiores conservan el dominio de los acontecimientos a través de la utilización de una estructura organizada de poder, circunstancia que los constituye en autores mediatos de los delitos así cometidos”.

El razonamiento no es extraño al derecho argentino. Algún parentesco aparece evidente entre la tesis de Bonadío y la aplicada en ocasión del Juicio a las Juntas Militares, aunque él no lo exprese. Jorge Rafael Videla fue condenado a prisión perpetua por 70 homicidios, sin que se haya acreditado que haya matado a nadie. Estaba en la cúspide de un sistema de poder que le aseguraba la utilización del aparato estatal para ejecutar una decisión que había compartido con los otros integrantes de las Juntas Militares. La presidenta Fernández de Kirchner, en este caso, pareciera no haber dilapidado en forma personal recursos públicos. Sin embargo, se encontraba en la cúspide de un sistema de poder que –todos lo sabemos, y el Juez lo desmenuza con una precisión quirúrgica- le permitía asegurarse que su decisión se cumpliera efectivamente.

Se podría afirmar que incluso en este caso la teoría es más aplicable: Videla era, en cierto modo, fungible. Los asesinatos se hubieran cometido aún sin su aval, ya que sin él, la maquinaria organizada por la Junta Militar igual funcionaría con otro presidente. Sin embargo, no está tan claro que en este caso la acción hubiera podido cometerse sin la decisión, la organización y el control final efectuado por la ex presidenta Fernández de Kirchner y su ministro de Economía. Y –a la inversa- su exculpación tal vez diluiría la propia acción delictiva dejando impune el descomunal perjuicio a los recursos públicos, ya que no es imaginable que un acto de esta naturaleza y pasmosa magnitud hubiera podido ser decidido y ejecutado autónomamente por niveles inferiores –BCRA, Comisión de Valores- en una organización del poder tan centralizada como el existente hasta el 10 de diciembre de 2015.

Hasta aquí lo que resulta una ironía: Videla y Cristina unidos por la figura del “abuso de poder”. Aunque el primero presidía un régimen dictatorial y la segunda uno formalmente republicano, la subordinación de sus funcionarios era absoluta, sin que las normas que reglaban sus respectivas funciones fueran óbice para la realización de una evaluación de legalidad antes de ejecutar las directivas recibidas. Esta afirmación no la hace Bonadío, sino el autor de esta nota.

Para fundamentar la aplicación de la tesis, junto a una notable proliferación doctrinaria, Bonadío recurre a opiniones de un destacado penalista argentino: Eugenio Zaffaroni, cuyas afirmaciones doctrinarias son citadas en varias ocasiones, especialmente en el desgranamiento del concepto de coautoría: Existe coautoría –dice Bonadío, transcribiendo a Zaffaroni- cuando “por efecto de una división de tareas, ninguno de quienes toma parte en el hecho realiza más que una fracción de la conducta que el tipo describe (…) sino que éste se produce por la sumatoria de los actos parciales de todos los intervinientes (…) La coautoría funcional presupone un aspecto subjetivo y otro aspecto objetivo. El primero es la decisión común al hecho, y el segundo es la ejecución de esta decisión mediante la división del trabajo (…)” (Eugenio Zaffaroni, Alejando Alagia, Alejandro Slokar, “Derecho Penal, Parte General, 2ª. Edición, Ed. Ediar 2002, pág. 785)

Tomando distancia, no puede negarse que este detalle agrega  al categórico procesamiento de la ex presidenta y sus funcionarios económicos paradigmáticos una pizca de poesía.


Ricardo Lafferriere

lunes, 2 de mayo de 2016

¿Protesta gremial, o primer ensayo general?

Apañado por la benevolente cobertura del “establishment” comunicacional, los sindicatos realizaron la primera concentración gremial contra el gobierno. Se trató de un acto numeroso que los organizadores se ocuparon de dimensionar en “350.000 trabajadores” y que fuentes más objetivas –periodísticas, policiales y los propios organizadores en opiniones “of de record” que trascendieron a través de algunos medios- estimaron en alrededor de 100.000 personas.

Toda la Argentina del pasado aprovechó la oportunidad. Burócratas sindicales enriquecidos, narcotraficantes, saqueadores del Estado, sostenes gremiales e intelectuales del latrocinio de la última década y hasta los relatos ideológicos ultramontanos confluyeron en visiones apocalípticas contra el gigantesco esfuerzo que está haciendo el país entero para arrancar desde el pantano en que lo dejaron hace apenas cuatro meses.

Ni una sola autocrítica. Ni una sola mención, por parte de los aplaudidores del saqueo, por su acción en los años de vergüenza institucional y vaciamiento económico a que fue sometido el país con su apoyo, en muchos casos expreso y en otros tácito. Ni una condena a los gigantescos negociados que están saliendo a la luz, conducidos por una familia de nulas virtudes éticas pero posibilitados y sostenidos por una mayoría automática que le dieron desde el Congreso los que se dieron cita en el primer ensayo general realizado el viernes. Ni una mención a la esperpéntica política económica que nos llevó al desastre, aplicada hasta diciembre pasado. Moyano y Aníbal Fernández.; Caló y Scioli; Micelli ¡y Yasqui!; Frente para la Victoria… ¡y Frente Renovador!... Todos, hasta los que habían comenzado su maquillaje…

El interrogante del título surge con fuerza y haría bien el gobierno en advertirlo.
Lejos está de quien esto escribe apoyar la profundización de “la grieta”. Pero mucho más lejos de silenciar lo que está claro que se inscribe en el comienzo de un proceso que ya conocemos, porque lo vimos contra la titánica lucha de Alfonsín en 1984, cuando debía lidiar con la herencia dolorosa de desapariciones y necesidad de justicia, contra los herederos del proceso que tenían aún el mando de las Fuerzas Armadas y contra las reiteradas sublevaciones carapintadas, pero a quien  no tuvieron empacho en organizarle  catorce paros generales para provocar la hecatombe social que desembocó en la hiperinflación de 1989.

Y también contra los esfuerzos de la Alianza para salir del mega-endeudamiento de la década de los  90, que los mismos protagonistas que se juntaron el viernes –aunque con otro discurso- se habían encargado de generar, dejando la bomba de tiempo que estalló al gobierno aliancista. Los mismos sindicalistas que se crearon sus propias AFJP después denunciaban al “neoliberalismo” que había impulsado la reforma del sistema, que en su momento habían ellos mismos apoyado. Los mismos que privatizaron YPF –cobrando y haciendo desaparecer los fondos recibidos- luego la volvieron a “estatizar”, pagándola con fondos extraídos de la caja de los jubilados. Los mismos que hace nada más que seis meses se oponían terminantemente a sancionar una ley que prohibiera los despidos, hoy descalifican con epítetos insultantes a quienes se opongan a la sanción de la misma ley. Y todo sin ponerse colorados.

“No soy rencorosa. Soy memoriosa”, repite a menudo una conocida figura televisiva de larga trayectoria en los medios. Tampoco lo es quien esto escribe, que respeta –y hasta siente afecto- por muchos peronistas, con algunos de los cuales hasta compartió cárcel en las duras épocas del “proceso”, aunque por causas diferentes: en mi caso, por ser terminante en la condena a una dictadura, en el caso de ellos por estar ubicados en el lado perdedor de la interna peronista de la época. Justamente, por ser memorioso no puedo olvidar que la obsesión por el poder les hace olvidar a menudo las elementales obligaciones de un comportamiento democrático, y que el acto del viernes se parece demasiado a hechos que ya hemos vivido, y que han iniciado procesos de alegre desgaste institucional irresponsables de final dramático para millones de argentinos.

Vuelven a enfrentarse, como tantas veces en la historia, los dos caminos posibles para el país: el del futuro y el del pasado. Uno es abierto, tolerante, plural, confiado en la fuerza vital de los argentinos para insertarse en el mundo en forma exitosa, solidario, democrático, honesto, cree en la libertad, la división de poderes y la república. Respetuoso, en suma, de la dignidad esencial de cada compatriota para tomar en sus manos las riendas de su destino. Se reúne con un lema: “Cambiemos”.

El otro, lo conocemos. Se mostró el viernes.

Ricardo Lafferriere