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jueves, 26 de noviembre de 2009

Los tres ejes de los tiempos que vienen

Un recreo. Eso siente el pensamiento cuando en lugar de los vendavales cruzados de la coyuntura la reflexión es trasladada hacia los desafíos de la nueva etapa, la que comenzaremos una vez que la pesadilla K pase a ser recuerdo.

Tres grandes ejes han atravesado nuestra historia con sus respectivas polaridades, que es apasionante imaginar alineadas en la próxima etapa. En los polos del primero, la democracia participativa frente al autoritarismo excluyente. En el segundo, la racionalidad económica frente al voluntarismo populista. En el tercero, el país chauvinista cerrado frente a la Argentina abierta y cosmopolita.

Los tiempos K alinearon los tres polos más peligrosos, cerca de sus extremos.
La democracia fue vaciándose de contenido real y simbólico, desplazando el centro de poder hacia un esqueleto burocrático vacío de valores, ética y propósitos, en cuya cúspide se encuentra en solitario la voluntad de una persona. La racionalidad económica fue reemplazada en un “continuum” hacia el voluntarismo populista, que está liquidando los ahorros y las reservas de capital histórico para construir poder clientelar. La Argentina protagonista y respetada en la comunidad internacional fue paulatinamente convertida en un país cerrado, rudimentario, desconfiado por todos.

Los tiempos que vienen están llamados a cambiar las polaridades, en una articulación virtuosa que requiere poner en marcha el verdadero secreto, aquel que reclamara Alfonsín en su mensaje postrero del Luna Park: “dialoguen más los opositores, dialoguemos más los argentinos”. Quizás el mayor daño producido por la dinastía kirchnerista a la convivencia argentina no se encuentre en lo medular de sus políticas puntales, sino en la ruptura del estilo de convivencia, en la fragmentación del dialogo en islotes de intolerancias y recelos recíprocos que impiden no ya avanzar en la agenda común, sino hasta en el simple comienzo que es diseñarla y en el intento obsesivo por forzar el enfrentamiento entre argentinos que esfuerzos consecuentes de unos y otros habían guardado en el cofre de los recuerdos.

El tiempo, sin embargo, avanza en el país y en el mundo. Los nuevos desafíos tienen pocos puntos de contacto con las épicas banderas de otras décadas y las nuevas generaciones, percibiendo consciente o inconscientemente este defasaje, se niegan a entusiasmarse en un espacio público que hoy le ofrece como escenario tramas y lenguajes que sabe superados. Es cierto que muchos de esos jóvenes compatriotas viven al margen, pero muchos no. Se resisten a caer en la evasión de las adicciones, se esfuerzan en su capacitación en Colegios y Universidades, ayudan a sus familias –aún las más pobres- repartiendo pizza en patinetas o acompañando a sus padres a recoger cartones, decididos a pelear la vida sin dejarse vencer.

Los jóvenes que se apasionan por las comunicaciones y la música en red, que son conscientes de los peligos del deterioro climático, que saben que el trabajo estable desapareció para siempre, que sufren la violencia cotidiana y la inseguridad de la sociedad de la incertidumbre y del riesgo convertidos en acompañantes crónicos, toleran cada vez menos las voces impostadas de los discursos sabios y se encierran en la defensa de lo que perciben más vital, más inmediato, más importante. No quieren la violencia, no admiten la prepotencia, y sienten visceralmente la igualdad de sus derechos, sin tolerar la discriminación, cualquiera sea.

Ellos serán los protagonistas del cambio de posicionamiento de los ejes históricos. Saben por experiencia directa que no existe chance de aislamiento. Lo aprendieron con la música que consumen, con los teléfonos celulares por los que dejarían todo, por las señales audiovisuales que siguen con pasión, por los videojuegos de mercado universal, por los softs que utilizan para navegar o comunicarse, por el deterioro climático que atraviesa fronteras con la proliferación de sequías, inundaciones, tsunamis, huracanes, de los que están al tanto en tiempo real. Y saben por experiencia directa, además, que nada llega gratis y que deben esforzarse por lograrlo y conservarlo.

Saben que ceder al chantaje clientelar es “pan para hoy y hambre para mañana” y por eso, aunque quizás reciban los mendrugos, son conscientes de su esencial transitoriedad, sobre los que es imposible edificar nada sólido en su vida y su futuro. Y aunque están lejos del escenario del poder, no saben pero intuyen que la magia no existe, que es imposible multiplicar el patrimonio por siete siendo honestos, y que ese ejemplo de conducta no los llevará por buen camino. Lo han aprendido con el doloroso ejemplo de compañeros caídos en la marginalidad, o en las redes de la violencia y la droga, que conocen y evitan.

Saben que los otros, lo que se pierden, existen y que viven en el mismo país –incluso, que pueden llegar a gobernar-. Se lo escucharon a sus abuelos y padres, a quienes respetan y lo ven todos los días en ejemplos arriba –en el poder-, en el medio –cuando sufren por algún amigo que cayó- y abajo –al observar el submundo cada vez más grande de las redes marginales-.

Pero esperan que los planetas de alineen de otra forma, premiando al que se esfuerza, encarcelando a los ladrones, abriendo oportunidades, garantizando el fruto del trabajo, estimulando la capacitación y la vida honesta.

Si hubiera que imaginar cuál será la próxima reacción en el devenir nacional, seguramente no veríamos profundizar lo que existe, cuyo fracaso está expuesto. Será una etapa de búsqueda de coincidencias por el diálogo, de debates creativos por los problemas reales, de detección de las herramientas adecuadas para luchar por los valores de siempre –libertad, equidad, justicia- en el mundo de hoy y en el que llega, con más cables a tierra y menos elucubraciones volátiles, cuando no enfermizas. Ya hablaremos de ellas.

La Argentina de las nuevas generaciones no se encerrará en discusiones interminables por la historia –que, por definición, no se puede cambiar-. Se volcará con pasión a diseñar el futuro, que está en sus manos. Allí está su responsabilidad y su oportunidad. Y lo harán dialogando, porque no toleran los gritos destemplados.
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¡Cómo no entusiasmarse con el recreo!
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Volviendo a clase: despertar de la pesadilla K. Esa es hoy la tarea. Cuanto más rápido la realicemos, más pronto podremos ponernos a pensar en la Argentina que nos merecemos y nos entusiasma. Aunque falten aún dos años –o sólo dos años-, el tiempo vuela, y todo lo que avancemos en “dialogar más entre los opositores, dialogar más entre los argentinos” será un paso hacia la nueva etapa.

Un país democrático, consciente y abierto. Libre, inteligente, cosmopolita.


Ricardo Lafferriere