jueves, 29 de mayo de 2014

Club de París. Igual que el INDEC

Una buena noticia que no nos salva del enchastre
                Los 2000 millones de dólares de más que los argentinos hemos pagado a los acreedores por la “picardía” de Cristina y Guillermo de Moreno al falsificar el INDEC y simular un crecimiento que no existió son una de las consecuencias de haber vivido en las nubes del “relato”.

                De la misma forma, el reconocimiento  al Club de París del 100 % de capital e intereses por el capricho de no haber iniciado las negociaciones apenas salidos del default, implica –al menos- la pérdida de una suma similar. En efecto, en el 2005 se informaba por todos los medios de la época que la deuda pendiente no alcanzaba los 6000 millones de dólares. Hoy son más de 9000.

                Ningún mérito conlleva perder –nada más que por estos dos conceptos- más de cinco mil millones de dólares, sólo por el motivo del capricho y el infantilismo de la gestión kirchnerista. Como es ya usual, demoran años en entender lo que indica el sentido común y el bien del país.

                Arreglar la deuda con el Club de París es una buena noticia, de cara al mundo. Comienza a romper el aislamiento financiero e inversor, y la imagen de país tramposo consuetudinario. Eso es positivo.

                El relato del Jefe de Gabinete, informando con euforia el acuerdo, recuerda al parlamento aplaudiendo de pie la suspensión de pagos de la deuda externa en el 2002. Alegrarse hasta el desborde por haber arriado sus banderas e impostar el ataque a la oposición luego de hacer –tarde y mal- lo que la oposición le viene reclamando desde hace más de un lustro es considerar que el país y el mundo es un gran Jardín de Infantes con la misma lucidez que la corte de aplaudidores.

Por último, considerar un triunfo una negociación en la que se paga la totalidad de lo adeudado, en plazos inusualmente cortos, concentrados en el período del próximo gobierno en lugar de proyectarlo hacia adelante para que sus efectos no golpeen tan duramente el cronograma de obligaciones del país muestra otra chiquilinada, que no hesita en agregar a la próxima administración más artefactos al campo minado que está diseñando.

            Tan infantil como el otro capricho de no respetar  el artículo 4° del Estatuto del FMI, al que sin embargo, se sigue perteneciendo como socio, anulando gran parte de los beneficios potenciales del acuerdo logrado impidiendo acortar los plazos establecidos y evitando algún control público del probable dispendio del gasto estatal en el próximo año y medio.

 Una buena noticia, entonces. Con un trato político que la bastardea, parcializando sus efectos y desperdiciando su potencialidad por la soberbia, egoísmo y corteza de miras de un gobierno que se va.


Ricardo Lafferriere

sábado, 24 de mayo de 2014

Nuevo mundo

"Depender del petróleo importado nos obliga a hacer concesiones a dictaduras sanguinarias y a involucrarnos en guerras lejanas. Cuanto más crecemos, somos más débiles y más dependientes. Este paradigma no tiene salida." Éstas eran las conclusiones que Michael Klare exponía, hace una década, en su libro "Sangre y petróleo: peligros y consecuencias de la dependencia del crudo", llamado a tener una fuerte repercusión en su país y en la reflexión política global.

EEUU se venía involucrando en una guerra tras otra, obligado a defender su "yugular", el petróleo que obtenía del oriente medio. Sostener las autocracias del golfo, regar el desierto de Kuwait, Irak y Afganistán con la sangre de sus soldados y tolerar violaciones de derechos humanos por parte de gobiernos "amigos" no hacía sintonía, precisamente, con la imagen que los norteamericanos tienen de su país y de su papel en el mundo.

China no era aún competencia y Rusia, su viejo rival de la 2ª posguerra,  se encontraba en el punto culminante de su implosión, buscando su rumbo. El "peligro" inminente para EEUU había dejado de ser ideológico. Eran, en ese momento, los fundamentalismos islámicos.

La era Bush-Cheney terminó. Diez años después,  el escenario no puede ser más distinto.

Rusia ha retrocedido a un estadio cada vez más primarizado. Apoya su economía en la superexplotación y exportación de sus recursos primarios no renovables, especialmente petróleo y gas. Ha abandonado la carrera tecnológica, su industria es cada vez más rudimentaria y la consecuencia es su aislamiento creciente acompañado -como es usual en estos procesos- por el endurecimiento de su política y el primitivo uso de formas prepotentes, tanto hacia sus ciudadanos como hacia el exterior (algo sabemos de eso los argentinos).

China, por su parte, ha "avanzado" a la etapa colonialista –apropiación de recursos naturales- y marcha hacia la imperialista –mercados y hegemonía-. Luego de su ofensiva geopolítica en África y latinoamérica, acaba de ubicar a la propia Rusia como su proveedora de materias primas. En una curiosa inversión del escenario de la guerra fría, cuando la superpotencia rusa aparecía como la "hermana mayor" de una China empobrecida y hambrienta, hoy vemos a China lanzada a un rápido desarrollo económico desafiando la preeminencia  norteamericana, "absorbiendo" recursos primarios de países empobrecidos, al más puro estilo del colonialismo del siglo XIX y adoptando en su región comportamientos crudamente imperialistas con sus vecinos.

EEUU, por último, está logrando su independencia energética en base a tres pilares: la reactivación de su programa nuclear, su masiva apuesta por las energías alternativas (especialmente solar y eólica) y la puesta en valor de sus gigantescas reservas de gas y petróleo no convencionales (shale-oil y shale-gas). Ello le ha permitido concentrarse en retomar su impulso tecnológico y se ha instalado como una economía postindustrial, recuperando claramente su liderazgo en los cuatro sectores "estrella" del nuevo paradigma: nuevos materiales, nanotecnología, biotecnología e informática-comunicaciones, cuya confluencia le permite desarrollar aplicaciones que hace pocos años hubieran sonado a ciencia ficción.

La imbricación recíproca es, sin embargo, muy grande. Rusia con China –y con Europa-, China con EEUU, EEUU y China con el mercado global. Los conflictos se han convertido en problemas “interiores” de todo el planeta, al que le falta una “política global” que enmarque los esfuerzos, procese los intereses encontrados y defina los objetivos. La amenaza del “regreso de la geopolítica” es, en este escenario, un grito de cisne, último estertor del mundo que se va. No debe ignorarse, por supuesto, ya que aún está en condiciones de hacer daño. Pero tiene poco que ver con el nuevo mundo y será superada por la realidad.

Los desafíos de la nueva agenda no requieren tanto lucha como cooperación, porque atraviesan el interior de todos los países, donde también los actores están fuertemente imbricados y son protagonistas de un cambio que no es lineal sino asincrónico, pero sí universal.

Curioso escenario, escasamente relacionado con el existente en la inmediata post- guerra fría y a años luz del mundo bipolar de la 2ª posguerra animado por la lucha entre sistemas antagónicos. Las tensiones son distintas y se relacionan más bien con el diseño del sistema global, los límites en la explotación del planeta, la inclusión de los excluidos y el disciplinamiento de actores que ponen el riesgo todo el sistema, como el desborde especulativo, el narcotráfico y las redes delictivas.

Diálogo y reflexión estratégica madura. Ese es el método, lejos de los gritos e impostaciones del dedito levantado y de las acusaciones destempladas. Lejos del "ellos o nosotros" y ubicándonos todos en el "nosotros" que requiere, por definición, cooperación en lugar de lucha sin cuartel.

Es la potente señal del nuevo mundo retumbando en el vacío de una reflexión local que parece haber renunciado a la indagación creadora para atrincherarse en la repetición acrítica de conceptos políticos y definiciones "ideológicas" aprendidos hace más de medio siglo, para un mundo que desapareció.

Ricardo Lafferriere

martes, 20 de mayo de 2014

Ajustarse cinturones, turbulencias a la vista

En cálculos de la consultora M&S publicadas por Ámbito Financiero, el BCRA deberá emitir alrededor de Cien mil millones de pesos para financiar las necesidades el Tesoro Nacional en lo que resta del año.

La suma equivale a alrededor de un tercio de la base monetaria.

El financiamiento del gasto público con emisión significará un fuerte impulso inflacionario, que sin embargo podría neutralizarse –como ha sido la actitud del BCRA en los últimos meses- elevando la tasa de interés a fin de “chupar” la moneda que el Estado volcará al mercado. Si así no ocurriera, la situación de desconfianza generalizada en el gobierno nacional provocará una fuerte presión hacia la divisa, en un período –el segundo semestre- en el que las entradas y disponibilidades de dólares prácticamente desaparecen, al agotarse el ingreso por venta de soja.

La conducción económica se encontrará entonces frente al siguiente dilema: si no aumenta las tasas, volverá la fuga de divisas con todo lo que implica como elemento desestabilizante de los mercados. Y si aumenta las tasas, el enfriamiento de la economía –que ya lleva varios meses con números negativos- se acentuará, llegando a fin de año -tiempo de los piquetes y protestas- al rojo vivo.

Recordemos que la inflación real se encuentra hoy ya en alrededor del 40 % en los últimos doce meses,  según los cálculos privados más confiables y la medición conocida como “inflación Congreso”. La oficial no existe, ya que no se ha realizado la rectificación de la medición “INDEC-Mentira” luego de la puesta en marcha del nuevo índice, que también es ya motivo de fuertes sospechas de manipulación –al igual que el anterior-.

La tasa de interés, por su parte, se ha fijado en un piso del 30 %, y alcanza a los consumidores minoristas –por ejemplo, titulares de tarjetas de crédito- a más del 60 %, al que hay que agregar un 25 % más como piso –en ambos casos, Tasa Efectiva Anual- si existiera mora. Obviamente, los créditos personales se han derrumbado, y con ellos el consumo de bienes durables. Eso enfría la economía, provocando despidos, destrucción de empleos y reducción de la demanda global..

No es un buen panorama. Y como lo dijimos en nuestra nota de la primera semana del año, no tiene posibilidad de serlo por la situación de extrema desconfianza que el gobierno cosecha ante su discrecionalidad y alegre violación de normas e instituciones, lo que lleva a las personas a tomar conductas defensivas para preservar sus recursos, sus ahorros y sus ingresos. Los argentinos desconfían de la señora.

Sólo habría un camino para acelerar el rebote: un gobierno de unión nacional y un programa económico de emergencia respaldado por todo el arco político que genere la confianza y provoque el cambio de la actitud de los ciudadanos volcándolos a una fuerte actividad inversora. Los argentinos sabemos que ello es imposible, y –curiosamente- no por el recelo opositor, sino por el capricho oficialista. La señora no quiere.

Deberemos, entonces, resignarnos a un año y medio de agonía. Y a pedir a los candidatos a la sucesión -todos ellos, infinitamente más sensatos que la actual- claridad en sus propuestas, para poder votar bien.



Ricardo Lafferriere

sábado, 10 de mayo de 2014

Violencia, política y poder

¿Es justo vincular al gobierno con la ola de violencia que se está instalando en la Argentina?

Desde esta columna, hace ya varios años venimos alertando sobre el avance de la intolerancia en la convivencia. También advertimos sobre el peligro que el contra-ejemplo del relato oficialista trascendiera hacia la sociedad, que fuera otrora modelo de convivencia en América Latina.

La Argentina era caracterizada por su apertura a aceptar lo diferente, tal vez como efecto beneficioso de la recepción de tantas corrientes migratorias que llegaron buscando nuevos horizontes, ante la crisis y violencia en sus países de origen. En este aspecto, alguna lejana similitud con Australia, Canadá o Estados Unidos parecía ubicar a Argentina como el país de los “pioneros” en el sur de América.

Así lo describen las crónicas de viajeros en tiempos del Centenario, cuando uno de cada cuatro pobladores del país había nacido en el exterior, porcentaje que en la ciudad de Buenos Aires alcanzaba a las dos terceras partes de la población. Hasta mitad del siglo XX, nuestro país recibió a los emigrados judíos perseguidos por los nazis, a los nazis perseguidos por los aliados, a los republicanos perseguidos por los franquistas y a todos corridos por la guerra y el hambre.

Por supuesto que siempre existieron reflejos intolerantes, porque las unanimidades no se llevan bien con las sociedades humanas. El espíritu predominante, sin embargo, seguía el paradigma de la tolerancia y la integración.

En algún momento de comienzos de la segunda mitad del siglo XX el virus de la intolerancia fue sembrado nuevamente. Había comenzado su desborde en  1930, con el golpe que derrocó a Yrigoyen, pero la polarización extrema comenzó en tiempos del segundo gobierno peronista, tal vez como coletazo de la impronta seudofascista de algunos de sus componentes y se profundizó con la Revolución Libertadora con los fusilamientos políticos que habían sido superados con la organización institucional del país, a mediados del siglo XIX. Sin embargo, aún en esos tiempos, la violencia sería la excepción, indudablemente condenada por la opinión mayoritaria. Se daba en el “escenario”, pero no era aceptada por la sociedad. La represión antiperonista en el “escenario” no fue acompañada por la polarización en el cuerpo social, que mostró innumerables hechos de solidaridad con los perseguidos protagonizados por sus antiguos rivales en el seno del pueblo.

La segunda mitad del siglo XX fue el contra-modelo. La creciente intolerancia interna fue acompañada por las proyecciones locales de la Guerra Fría. Insurgencia y Contrainsurgencia terminaron conjugándose con violencia guerrillera y violencia estatal. Inundaron de sangre las calles, sin que ninguno de los protagonistas pudiera reclamar inocencia. La violencia dejó de ser condenada y pasó a ser venerada. Matar dejó de ser pecado y se convirtió en una técnica de lucha. La sublimación llegó con la dictadura, cercana al “mal absoluto”. Sin embargo, la sociedad no expresaba esta polarización. La violencia era un fenómeno, una vez más, del “escenario”.

1983 implicó por eso un hito. Fue la sociedad volviendo por sus fueros, ante ese escenario público que había perdido los valores. Lo lideró una convicción de convivencia expresada en la Constitución, corporizada en el liderazgo de Alfonsín y la propuesta política del radicalismo. La convivencia sería el nuevo “ethos”, con grandes esfuerzos del presidente de entonces para responder con gestos de concordia a las constantes convocatorias a una nueva polarización.

En un hecho sin precedentes dos ex presidentes constitucionales fueron los invitados de honor a la asunción del nuevo gobierno. Viejos rivales del nuevo mandatario, Arturo Frondizi e Isabel Perón, izaron la bandera nacional en la Asamblea Legislativa que le tomó juramento. El candidato derrotado fue invitado por el victorioso a ocupar la Presidencia de la Suprema Corte de Justicia, ofrecimiento que declinó. La pluralidad de propia Corte fue un ejemplo, con uno solo de sus miembros políticamente cercano a la fuerza de gobierno.

El país comenzó a edificar su democracia y debe reconocerse que hasta la crisis del 2001 la convivencia se impuso sobre la polarización. No hubo en ninguno de los presidentes entre 1983 y 2002 invocaciones a la violencia, la intolerancia o el desconocimiento del adversario.

Hasta 2003. Ahí cambió el papel modélico del poder. La convocatoria a la división, la polarización y la intolerancia se hizo una constante. El “Nosotros” contra “Ellos” reemplazó al “todos juntos”. El relato público perdió mesura, expresándose en alaridos simbólicos y literales. Terminó proyectándose hacia la propia sociedad. No eclosionó allí hasta que las dificultades económicas le dejaron el campo abonado. Pero cuando esas dificultades se mostraron, también lo hizo el espíritu de intolerancia facciosa y personal sostenido en lo intelectual por la construcción teórica del conflicto, actualización de Schmidtt recreada por Laclau y reproducida por Carta Abierta. La visión confrontativa, polarizante y totalitaria que convertía en enemigo a quien pensara diferente volvía a instalarse en la Argentina y hoy vemos sus consecuencias.

Abuelos asesinados, niños abusados y atacados con violencia por sus propios compañeros, peleas sindicales que terminan a los tiros, relato presidencial estimulando la violencia de los barras bravas, devaluación de las buenas conductas y justificación grotesca de los actos delictuales, tolerancia y hasta imbricación con las redes de narcotráfico y de delitos aberrantes, demérito de actitudes valiosas y exaltación del cinismo, la mentira y la violencia, han sumido al país en un grado de tensión en su vida cotidiana que hace décadas no sufría.

Desde la humildad de esta columna apoyamos el espíritu del llamado episcopal. Lo hacemos como laicos, entendiendo que la dignidad del ser humano no puede fragmentarse en religiones, ideologías o identidad de pensamiento. Pero reconocemos que esa convocatoria a una convivencia decente traduce lo mejor de la historia de este pueblo.

Todo lo que refleje, estimule o incite a resolver diferencias a los gritos, a los golpes o a los tiros, es lo peor del país. Sea el discurso presidencial, el exabrupto de un dirigente, la violencia seudo graciosa en algún programa masivo de entretenimientos, la discusión crispada en paneles de la TV, la tolerancia frente al “bullying" o la reacción exasperada en un incidente de tránsito.

Debemos aislar esas conductas, marcarlas y erradicarlas. Es responsabilidad, como en 1983, de todos y de cada uno. La violencia, en la política o en la sociedad, degrada la convivencia porque en el fondo, se apoya en el desprecio a la dignidad intrínseca de los seres humanos. Nada estable ni valioso puede construirse sobre ella. Esta responsabilidad de todos no oculta, sin embargo, la primaria responsabilidad del poder. Éste, con su ejemplo, instala paradigmas que acaban siendo seguidos, para bien o para mal, por la mayoría de la sociedad.

Ricardo Lafferriere

lunes, 5 de mayo de 2014

Los temas que vienen

El gobierno kirchnerista ha comenzado a recorrer la última parte de su mandato, con el plazo fijo e irrevocable fijado por la Constitución. En menos de dos años, el país comenzará otra etapa que, a estar por las características de los candidatos presidenciales de mayor representación actual, tendrá cambios importantes en el estilo político.

Lo que no cambiará con el cambio de presidente son los problemas, que estallarán en el presente año y el que viene con mayor virulencia que lo que hemos visto hasta ahora. No sería mala idea revistarlos para que la campaña electoral sea el ámbito en el que podamos escuchar las diferentes propuestas, no ya alrededor de la “agenda electoral” de fechas, plazos y alineamientos, sino sobre la del país. Entre otros:

Reconstruir los equilibrios constitucionales y la convivencia. No será sencillo, pero sin ello difícilmente logre instalarse el clima de confianza que estimule inversiones, propias y ajenas. El federalismo destrozado necesita el dictado de la Ley de Coparticipación Federal, sin la cual las provincias seguirán su marcha hacia la insignificancia, trasladándola a los municipios. La justicia colonizada requerirá un máximo esfuerzo de sintonía fina y madurez para separar “la paja del trigo” y recuperar la dignidad de un poder independiente. Y la violencia instalada en la convivencia no es ya la del escenario público (como en los 70) sino que ha hundido sus raíces en el estilo de vida de la sociedad. Asesinatos de ancianos, asaltos con muertes y hasta niños con instintos agresivos desbordados son el resultado de una polarización impulsada desde el poder durante una década, convirtiendo en enemigo al que piensa diferente o que, simplemente, no hace lo que alguien con más poder espera que haga.

Relanzar la actividad económica. Requerirá volver a “fondear” el Estado saqueado por la corrupción ramplona y el populismo irresponsable. 

Está desfinanciada la ANSES, pero también quedará vacío el BCRA, pero a los jubilados habrá que seguir pagándoles y a la industria brindándole insumos importados para su funcionamiento. La presión impositiva impide –en los actuales niveles- cualquier renacimiento productivo, pero el fuerte endeudamiento interno del Estado dificultará su reducción. Una economía cuya única diferencia con “los 90” ha sido la fuente de endeudamiento -antes externo y ahora interno- no ha cambiado la esencia del problema: el Estado sigue exactamente igual de inútil y saqueador de la economía productiva. 

La inflación que dejará el kirchnerismo, a pesar de la insinuación de cambios en los últimos tiempos, se encontrará entre el 50 y el 100 % anual, y con esa tasa es absolutamente imposible pensar en créditos, inversiones y estabilidad. Pero reducir esa tasa requerirá esfuerzos fiscales extraordinarios, en un momento en que, por el contrario, la necesidad de inversión pública para recuperar lo destrozado en esta década será singularmente demandante.

Rehacer la infraestructura. El transporte ferroviario, la hidrovía, las rutas, las comunicaciones, las redes de agua potable y cloacas, la vivienda, se encuentran en un deterioro insoportable, insuficientes para las demandas de los ciudadanos e incompatible con un proceso de crecimiento. Pero el mayor desafío es el energético, en el que se necesitarán entre 6.000 y 10.000 millones de dólares por año para recuperar lo perdido y proveer a las necesidades de una economía que retome su marcha. Es mucho dinero y será imposible sin fuertes inversiones internacionales, las que vendrán sólo a un escenario de estado de derecho, imparcialidad de la justicia y erradicación de la discrecionalidad.

Impulsar nuevamente la masificación y la excelencia educativa. Cualquiera de los dos desafíos sólos son muy costosos. Ambos a la vez lo serán aún más. Pero tanto la convivencia como la posibilidad de un desarrollo inclusivo requieren ciudadanos educados y capacitados, así como un sector científico-técnico imbricado con el mundo y con un sólido desarrollo interno.

Reconstruir la defensa. El país ha liquidado sus sistemas defensivos, en un mundo que está abandonando el período de paz que había parecido instalarse para siempre. El “monstruo grande que pisa fuerte”, la guerra, anda rondando motivada por las razones más diversas. La Argentina necesita desarrollar un sistema defensivo profesional altamente calificado y tecnológicamente avanzado. Cuesta dinero, pero no hacerlo es un peligro, porque obligará a depender de otros para nuestra propia seguridad. El ejemplo de Ucrania, como ayer de Georgia, son alertas sobre la indiferencia con que los terceros países observan las agresiones cuando no afectan sus directos intereses nacionales.

Y por último, recuperar la dignidad y el respeto internacional. Nuestro país ha caído en la consideración global a uno de los escalones más bajos. La Argentina se ha desplazado en esta década hacia una especie de “hazmerreír” del mundo y de la región. 

La urgencia de recomponer nuestras relaciones con todos los países del mundo abandonando las actitudes impostadas para adoptar comportamientos maduros será una condición para poder imbricar nuestra economía en las cadenas de valor, volver a ser protagonistas en la construcción del entramado legal de la globalización y participar en las iniciativas hacia un mundo en paz, con mayor seguridad e incluyéndose en los esfuerzos cooperativos contra los riesgos globales: la violación de los derechos humanos, el cambio climático, las redes delictivas, el libertinaje financiero, las epidemias, la reconversión energética, la protección de la biodiversidad y la explotación racional de los recursos naturales.

Los mencionados son algunos de los graves temas de agenda de los años que vienen. Para enfrentar éstos –y otros- será imprescindible una política que haya erradicado el “ethos” confrontativo implantado por el kirchnerismo con consecuencias patéticas, reemplazándolo por el cooperativo, y ello no cambiará con el resultado electoral del cual, afortunadamente y cualquiera sea el resultado, surgirán liderazgos que habrán erradicado la pesadilla de esta década.

Sin embargo, el debate sobre estos temas no ocupa aún la agenda política. Al contrario, ésta parece estar conducida por el escenario electoral en formación. Es, por supuesto, un tema apasionante. Los escarceos de declaraciones cruzadas y pases de dirigentes, en última instancia, afectan a los protagonistas y van configurando el escenario. Pero sería mucho más apasionante debatir en forma madura cómo enfrentaremos los problemas del país. Esos que nos afectan a todos y nos acompañarán por años.


Ricardo Lafferriere

sábado, 26 de abril de 2014

Lógicas

 “Los partidos políticos agrupan a personas que tienen una similar ideología”, se podía leer –palabras más, palabras menos- en los manuales que abordaban la política en tiempos de la modernidad, en que las ideologías, elaboradas por las lógicas, reinaban en el mundo reflexivo.

La crisis de las ideologías y las cosmovisiones puso en fuerte conmoción esta afirmación. No hay ya ideología que pueda sostener su vigencia con pretensiones de verdad absoluta. Siguen existiendo, pero cada vez más recluidas en el fuero íntimo de las personas, que elaboran sus mapas de vida y de valores tomando “de aquí y de allá” las creencias sobre los temas que antes conformaban los gigantescos edificios ideológicos del liberalismo, el socialismo, el comunismo, el nacionalismo, el desarrollismo o el propio nacionalismo popular.

Las ideologías no han muerto. Están más vivas que nunca, pero se han multiplicado por tantas personas como existen en el mundo. Lo que ha muerto es la posibilidad de imponer la propia ideología a los demás y con menos razón desde el poder. Subsisten valores, creencias, opiniones, pero no ya las sesudas articulaciones conceptuales colectivas que movieron pasiones.

¿Qué reemplaza a las ideologías en este mundo fragmentado de la modernidad tardía?

La pregunta no es banal. Si las ideologías, al retraerse al fuero íntimo, dejan seriamente de conformar la argamasa de los partidos políticos, es necesario buscar su reemplazo. La política como actividad humana sigue existiendo. Es el esfuerzo moderno por tomar las riendas de la realidad en lugar de resignarse a que ésta siga el rumbo señalado por Dios, el destino o la suerte. La respuesta al agotamiento de la modernidad “dura” no puede ser el regreso a la premodernidad plagada de creencias irracionales, temores ancestrales, dogmas o supersticiones.

Los partidos son los instrumentos modernos que permiten el funcionamiento de la política sobre bases racionales. Simplemente es necesario buscar la lógica que los haga nuevamente funcionales en tiempos del mundo global, el paradigma cosmopolita y la creciente autonomía ciudadana.

La invocación a la solidaridad ideológica no sólo es antigua: es disfuncional con la agenda que debe enfrentar la política de estos tiempos. Los alineamientos, herramientas y creencias utilizadas para los problemas del siglo XIX y XX tienen escasa conexión con los de hoy, entre otros la interdependencia e inestabilidad económica, la polarización social extrema, el desarrollo tecnológico, el debilitamiento de los Estados Nacionales, el cambio climático, la violencia cotidiana, la enorme cantidad de excluidos, el delito global.

Es probable que la solución para estos problemas no se encuentre en uno u otro de los conocidos mapas ideológicos, sino que tome herramientas de diferentes espacios. Tal vez el ejemplo de EEUU, líder del capitalismo, saliendo de la crisis financiera con herramientas estatistas sea tan elocuente como lo fuera China, dando su gran salto adelante sobre las recetas neoliberales de Milton Friedman, adoptadas por el Tercer Plenario del XI Congreso de su Partido Comunista.

Los partidos deben darse nuevos argumentos convocantes. Por supuesto que el proceso no será lineal. Sus adhesiones emocionales superan normalmente sus elaboraciones racionales. Pero los electorados modernos no se atan con la misma solidez a identidades emotivas y requieren funcionalidad. Pueden apasionarse, pero en convocatorias eficaces para solucionar sus problemas. Y allí está, tal vez, el meollo de la reflexión: quién define la agenda.

En los viejos tiempos lo hacían los cuerpos partidarios sobre la base de la “ideología” compartida, trás un “proyecto de país” que unificaba anhelos y utopías. Eso ya pasó. Ningún Estado Nacional –herramienta suprema de la política- ha logrado construir una sociedad utópica, porque los seres humanos en su libre albedrío conciben a la política tan sólo como un capítulo de su existencia, a la que no les delegan pacíficamente los demás: religión, proyectos de vida, economía, libertad de elegir, planificación familiar, gustos, deseos, aspiraciones. Las personas custodian su autonomía y terminan definiendo su propia biografía. Son ellas, y no ya los partidos, quienes deciden la agenda de lo público.

Las personas esperan de la política que les facilite el camino. No que les absorba su derecho a decidir su cosmovisión, sino que les reduzca los temores de sufrir la violencia personal, perder su trabajo, ser privadas del fruto de su esfuerzo, se les envenene su agua, polucione su aire, destruya su entorno o anule su futuro. En otras palabras, que les “prevea los riesgos” y si se producen, las ayude a atenuar sus efectos.

Ese es el gran cambio: la relación entre las personas y el poder. La agenda hoy está en manos de los ciudadanos. Seguir razonando con la lógica de las “ideologías” movilizará a las nomenclaturas respectivas pero seducirá cada vez menos a los electores, que aspiran a superar el circo romano de Schmidtt y de Laclau para reemplazarlo por la construcción de la convivencia cooperativa de Hannah Arendt, Ulrich Beck y Zygmund Baumann.

La nueva lógica implica el “fin de lo obvio”, pero también abre la gigantesca posibilidad de “empezar de nuevo”. Viejos rivales podrán sumar esfuerzos para enfrentar riesgos y problemas sin las ataduras ancestrales de los dogmas y sin la exigencia de coincidencias finalistas, entre otras cosas, porque éstas ya no existen sino que se renuevan en cada paso, no ya para los grupos sociales sino para cada persona, dueña de su biografía.

Liderazgos frescos y creativos deben abrir espacio al nuevo estilo,  cambiando “lo obvio” de la vieja lógica político-cultural. Será muy difícil sin el duro “trabajo de topo” de los movimientos sociales, que allanan el camino entusiasmando a los ciudadanos en las nuevas causas. Pero no advertirlo neutralizará en luchas estériles los esfuerzos recíprocos terminando de convertir en impotente a la política por no entender la lógica de época, que no acepta ya más presuntuosos “legisladores” de la sociedad ideal sino apenas –pero nada menos- que  perspicaces “intérpretes” de seres con infinidad de miradas diferentes cooperando para hacer más llevadera la vida.

Ricardo Lafferriere

Fin de ciclo y renacimiento

Entre los records indiscutibles de la década (ganada, perdida, desperdiciada o robada) hay varios que nadie podrá rebatir y que constituyen las contradicciones más notables para una gestión que recibió el apoyo mayoritario del electorado argentino.

Cinco hitos: Los actos más masivos de la historia contra un presidente en ejercicio, a saber
1) primer acto del campo, en el Monumento Nacional a la Bandera, en Rosario
2) segundo acto del campo, en el Monumento de los Españoles, en la Capital Federal.
3) Primer marcha autoconvocada, en setiembre de 2012, en la Capital Federal.
4) Segunda marcha autoconvocada, en noviembre de 2012, en la Capital Federal.
5) Tercera marcha autoconvocada, en abril de 2013, en la Capital Federal.

Sin embargo, lo curioso es que entre las dos primeras y las tres últimas se produjo otro fenómeno también innegable: el triunfo del oficialismo en las elecciones de renovación presidencial, obteniendo una clara mayoría electoral que osciló en el 50 % -54 %, en la contabilidad oficial, y más del 35 % en la contabilidad de los más intransigentes opositores. La diferencia es la base de cálculo: para el gobierno y como dice la ley, el porcentaje se calculó sobre el total de votos válidos emitidos. Para la oposición, sobre el total de los ciudadanos inscriptos en condiciones de votar. La diferencia no empaña un triunfo electoral claro, que significó una recuperación notable sobre el deterioro que había sufrido la administración kirchnerista desde el 2008 hasta el 2010.

La causa de esta oscilación en la opinión pública no es ningún secreto, y fue slogan de campaña en ocasión del enfrentamiento entre Bush (padre) y su desafiante, Bill Clinton: “Es la economía, estúpido”.
La crisis que alcanzó a la Argentina entre 2008 y 2010 fue la consecuencia del agotamiento del “colchón” generado por la hiperdevaluación del 2002 y la suspensión de pagos de la deuda. Tal agotamiento se intentó recuperar con un gigantesco manotazo al campo, que resistió con uñas y dientes logrando congelar la ya de por sí exorbitante presión fiscal existente hasta entonces, que quedó establecida en el mismo nivel que tenía.

La “lucidez” de Amado Boudou descubriendo la caja oculta de los ahorros previsionales privados, confiscados de un solo arrebato a sus legítimos ahorristas, le permitió comenzar la recuperación de su imagen y salvar la propia presidencia de CK, fortalecida luego con la apropiación de las reservas del Banco Central y por último con la resucitada técnica de la máquina de fabricar billetes sin respaldo.

La inflación, sin embargo, no es gratis y ha provocado un deterioro de la convivencia y un hastío generalizado con la incapaz gestión oficial. En un manotazo desesperado ha decidido inclinar todas sus banderas, afortunadamente para el país aunque con la misma falta de profesionalidad que en casos anteriores. Un ajuste descarnado de una dimensión similar al de Isabel Perón conocido como Rodrigazo, en 1975,  el intento de regreso al endeudamiento externo en condiciones desventajosas a raíz de la urgencia, y a instar el ingreso de divisas para inversiones bajo cláusulas a las que no se atrevió ni siquiera Perón en su contrato con la California, en 1952. Tan leoninas que no se atreven darlas a conocer.

El bienio que falta será angustiante. En enero sostuvimos en esta columna que sólo podría revertir esta declinación de fin de ciclo una convocatoria amplia a la unión nacional, una rectificación total del rumbo seguido y un reconocimiento de los errores cometidos –no por un infantil deseo de revancha, sino para generar aunque más no sea algo de credibilidad en quienes están en condiciones de ayudar para que el ajuste no sea tan lascerante, y a quienes el relato kirchnerista ha tratado con un infantilismo grotesco en la última década, mientras liquidaba todo lo que teníamos-.

Por supuesto, no se hizo. Se insiste en que lo realizado –que nos llevó a esto- fue lo correcto y se persiste en el ataque a todos los que, desde el sentido común, vinieron alertando desde hace años sobre la inexorable desembocadura en una nueva crisis si se continuaba el jubileo.

Algo está bueno: se terminará por fin esta pesadilla. Pero mucho otro está mal: el precio que deberá pagar el país, su gente más humilde, sus industriales, sus productores, sus jubilados y retirados, es decir, lo mejor de Argentina, será demasiado. Tal vez el error del 2011 no merecía el sufrimiento que se viene.

Sólo alimenta el espíritu la ilusión del renacimiento que, sea cual fuera el resultado electoral, pareciera que comenzará en diciembre de 2015.


Ricardo Lafferriere