sábado, 27 de febrero de 2016

“Un gran desorden bajo los cielos”

El pasado 14 de enero, un solitario buque petrolero atracaba en Trieste sin ser noticia. Sin embargo, era todo un símbolo: luego de cuarenta años de prohibición de exportación derogada en 2015 por el Congreso, el primer embarque de crudo norteamericano llegaba a Italia, desde donde se trasladaría a Baviera, al sudeste de Alemania, para su refinación. Había partido de Corpus Christi, Texas, en vísperas de Año Nuevo, luego de cargar el crudo recibido por oleoducto desde Karnes County, 100 kms al sur. Le esperaría un viaje de cinco mil millas hasta su destino final.

El segundo embarque llegaría pocos días después a Marsella, Francia, desde donde se movería también por un oleoducto hasta una refinería en Suiza.

Son hechos anecdóticos que, sin embargo, marcan un cambio de época. La dependencia del crudo importado del Oriente Medio ritmó la marcha de la política exterior norteamericana hasta fines del siglo XX condicionando sus pasos para proteger su “yugular” energética, en la que le iba la vida a su economía. Cuando en el 2005 Michel Klare publicó su recordado “Sangre y petróleo”, el debate sobre la debilidad que implicaba esa dependencia a la libertad de acción estratégica del país en sangre de sus soldados y en la obligación de mantener socios no del todo deseables llevó a los principales “Think tanks” a analizar las formas de lograr la independencia energética, lo que acaban de alcanzar luego de diez años de impulsar, con apoyo bipartidario, el desarrollo de las tecnologías innovadoras de “fracking” y de las energías renovables.

Hoy, Estados Unidos no sólo tiene autonomía energética sino que exporta crudo, en una decisión cuyas consecuencias sobre la economía mundial aún no están claras. Lo que sí está claro es que la reacción de Arabia Saudita –su ex principal proveedor- ha conmocionado en el último año todo el escenario global, al provocar con el aumento de su producción la reducción del precio del crudo desde los USS 80/100 de hace dieciocho meses, al escalón de USD 25/30 en que se encuentra hoy.

Nadie puede prever hasta dónde llegarán las ondas expansivas, porque las hay de diversa clase. Una de ellas, importante en la región aunque intrascendente en el mundo, es la implosión de Venezuela, cuyo populismo gobernante había convertido al país en absolutamente dependiente del crudo desentendiéndose de cualquier otra línea de desarrollo económico nacional. Otra ha sido su influencia en el ajedrez geopolítico del Oriente Medio, espacio que ante el nuevo dato del desinterés norteamericano necesita encontrar un nuevo equilibrio regional y un nuevo “sheriff”, papel que pareciera agradarle a Vladimir Putin, con la aquiescencia de EEUU. Queda siempre la duda si con esta aquiescencia, EEUU no se está cobrando de Arabia Saudita el daño que el reino saudí ha producido en la economía norteamericana con sus medidas de super-oferta de crudo.

Porque lo más trascendente será la incidencia de esta caída en la economía global. El derrumbe del precio del petróleo ha llevado a sus límites al sistema bancario, que había financiado el fuerte impulso al fracking en Estados Unidos sobre la base de un precio proyectado como estable de USD 80 el barril. Cálculos privados estiman que la falencia en cadena que se producirá con el petróleo a USD 25/30 ante la imposibilidad de devolver los fondos invertidos en el sector generará, tarde o temprano, una crisis financiera frente a la cual las del 1998 y del 2008 parecerán un juego.

El monto de los quebrantos proyectados se calcula en no menos de Cinco billones y medio de dólares, más de cinco veces las falencias que dieron origen a las crisis de las hipotecas “sub-prime” que demandaron la inyección de alrededor de Un billón de dólares por parte de la Reserva Federal al sistema bancario para evitar su desplome. La nueva suma implica una dimensión que está totalmente fuera del alcance de la acción de la Reserva Federal y del propio gobierno de EEUU  (supera el total de la base monetaria en dólares de todo el mundo), abriendo un intrigante enigma sobre la creatividad de los economistas y políticos para salir del gigantesco atolladero.

Si a ese monto le sumamos que hay Nueve billones de dólares de deuda corporativa en mercados emergentes –tomada en dólares bajo el supuesto de que éste permanecería débil- el quebranto puede ser directamente inimaginable y sus primeros datos se están viendo en las crisis financieras periféricas ante la “fortaleza” del dólar.

En este lustro, la Reserva Federal ha incrementado la cantidad de circulante de 1 a 4 billones de dólares (300 %). Curiosamente, a pesar de esa descomunal emisión la inflación internacional y en EEUU se han mantenido prácticamente en un nivel de cero, lo que ha agregado interrogantes a la tradicional creencia de la relación directa entre circulante y nivel de precios.

Sin embargo, esa gigantesca cantidad de dinero podría aún desatar una gran inflación si los consumidores del mundo comenzaran a gastarla. Es el temor que llevó a las autoridades monetarias norteamericanas a decidir la –mínima- suba de la tasa de interés a fines de 2015.

El incremento de la tasa fortalece al dólar aún más, en un momento de crisis económicas en todo el resto del mundo: China se ralentiza, en Rusia la implosión del petróleo ha reducido el valor del rublo a la mitad, Europa no logra reactivarse, Japón mantiene su estancamiento que lleva más de una década y los “Bric” –incluido nuestro gran vecino y socio en el Mercosur, Brasil- sufren la caída de los precios de los comodities a raíz de la ralentización de China, que reduce su demanda y genera crisis económicas y políticas. El mundo se “desapalanca” y la euforia se transforma en temor.

“Hay un gran desorden bajo los cielos”, supo sentenciar Mao Tse Tung. Ese desorden hoy tiene tantas líneas sueltas que hace muy difícil prever cual será el desemboque. Sin embargo, parece claro que en situaciones límite, los catalizadores terminan siendo los más flexibles y fuertes, los que tienen mayor capacitación y alternativas.

Lo dijimos en 2007 y lo decimos hoy: valoraciones aparte, la economía más compleja, tecnológicamente más avanzada, integrada y madura, más extendida globalmente y más enraizada localmente, más independiente en sus alternativas disponibles y de mayores “espaldas” para sostener cualquier conflicto imprevisto, es la norteamericana. Si le sumamos que es la más defendida militarmente –el presupuesto militar y de seguridad de EEUU es igual a los de todo el resto del planeta sumado- parece claro que a pesar de los dislates de Trump, hay que prestar atención a los pasos estratégicos de ese país para definir el mejor posicionamiento propio.

Pero el mayor mensaje de la crisis, para todos pero especialmente para los países en desarrollo como el nuestro, será la necesidad de profundizar el entramado legal del mundo globalizado. Las finanzas desbocadas, el desinterés por el ambiente, el terrorismo fundamentalista, el agotamiento de las materias primas, los juegos geopolíticos, las redes delictivas globales que aprovechan las lagunas normativas, las trabas al comercio y a las transferencias tecnológicas y el vacío preceptivo de la economía virtual deben “ponerse en caja”, con una fuerte ofensiva diplomática multilateral, a partir de los organismos existentes pero tomando nota de su dramática urgencia.

El “desorden bajo los cielos” debe ser superado con una humanidad consciente de los desafíos de su nueva etapa, conviviendo bajo normas universales dirigidas a asegurar la paz, preservar la casa común planetaria y garantizar para todos la vigencia universal de los derechos humanos.


Ricardo Lafferriere

viernes, 12 de febrero de 2016

Facebook nos espía. ¿Sólo Facebook?...

Francia acaba de dar a Facebook un plazo de tres meses para  que “deje de espiar” los datos de sus abonados. Lo intima, en pocas palabras, a que deje de ser Facebook.

La mega red social junto a otras cuatro gigantes de la computación -Apple, Microsoft, Google y Amazon- conforman el podio de la capitalización bursátil del mundo. Son las puntas de lanza de la nueva economía global.

En rigor, no fueron las primeras en utilizar lo que Jaron Lanier llama “servidores sirena”, por la capacidad de colectar datos y captar los clientes elegidos con ofertas aparentemente beneficiosas, al estilo de las sirenas que según nos cuenta Homero en La Odisea, encantaban a Ulises durante su regreso a Itaca. Los primeros fueron los bancos, que ya desde hace varias décadas comenzaron su uso especializado para “filtrar” y categorizar automáticamente a sus  posibles clientes por su capacidad económica y otros datos con los que minimizaban los riesgos.

Lo que sí hacen las “cinco grandes” es recolectar masivamente datos aparentemente inofensivos de sus usuarios, con los que alimentan poderosos sistemas de clasificación de información en los que asientan su capacidad de ingresos y su poder.

Estos nuevos gigantes corporativos se especializan en “pasar el rastrillo” en cientos de millones de personas vinculadas a Internet –o sea la totalidad del mercado- a quienes seducen con ofertas de servicios atractivos que –no puede negarse- mejoran la vida de los usuarios. A cambio, acceden a informaciones vitales sobre sus conductas, hábitos de consumo, formas de vida, tendencias culturales, simpatías políticas, habitualidad de “navegación” en la red, páginas visitadas e infinidad de pequeños datos, a la vez que infiltran en sus artefactos personales –tabletas, PCs, celulares- programas espías que mantienen esa información permanentemente actualizada.

¿Qué hacen con esa información? Pues, procesarla, clasificarla de la forma en que pueda tener valor de mercado y luego comercializarla. Son los cimientos de sus ingresos y la base de la nueva economía, que no se limita a las “cinco grandes”. Cualquiera que haya entregado sus datos o se haya adherido a un “Club” o “Comunidad” de un supermercado, de una tienda, en Mercado Libre, en Despegar o en Airbnb o simplemente haya realizado una búsqueda con un browser como Chrome, Safari o IExplorer en Google u otro buscador habrá observado como al poco tiempo comienzan a aparecer ofertas de bienes y servicios relacionados con su búsqueda en los sitios más inverosímiles: el diario electrónico que lee, su sitio de Facebook o hasta en su propio correo de Gmail.

Es que en la sociedad de la información, el capital más valioso es…. la información. Esos pequeños micro-datos que por millones recolectan en tiempo real las grandes redes son el canal de acceso al nuevo mercado, el lugar de “realización de la ganancia” de toda clase de empresas, previo paso de los potenciales usuarios por sus respectivos “servidores sirena”. Así, una empresa discográfica sabrá qué clase de música llegará al gran público, una editorial podrá realizar los filtros cruzados para potenciar su acierto al elegir el autor o la temática que estimular y  una empresa de salud o de seguro sabrá a qué clientes potenciales le conviene dirigir su oferta o mercadeo, para reducir riesgos al mínimo y en consecuencia, también reducir costos y maximizar ganancias.

La información. Para el usuario son tal vez datos intrascendentes en un formulario online, tan insignificantes como su fecha de nacimiento –que lo categorizará en forma etaria-, su trabajo –del que se deducirá su grupo de pertenencia económica y clase de posibles bienes a adquirir-, su lugar de residencia –que lo ubicará en otro colectivo al que le llegarán determinadas ofertas- o su disposición circunstancial al consumo, por lo que está “buscando” en diferentes sitios, lo que permitirá vender ese dato a las empresas que prestan ese servicio o venden ese bien.

Dice la leyenda que a la llegada de los conquistadores, los indígenas –que no conocían el vidrio ni los espejos- accedían a cambiar su oro por “espejitos de colores”. El oro tenía para ellos el valor de lo inútil. La información, esa micro-información recogida por las grandes redes, son el equivalente actual del oro. Los espejitos de colores son los juegos, las “aplicaciones”, las “redes sociales” que ayudan a la nueva socialización de una sociedad virtual, el otorgamiento “gratuito” de espacios de almacenamiento de información en la red, o infinidad de atractivos bienes informáticos que llegan a usuarios ansiosos de acceder a esas novedades al menor precio.

Ese menor precio es la aceptación de un espionaje de por vida sobre su vida.

Esta afirmación ni siquiera conlleva una crítica, porque así es la sociedad global en gestación. Oponerse sería como oponerse a la existencia de manchas en la piel del tigre. No es resistiendo la tendencia –inexorable- de la evolución humana sino tomando sus riendas como lograremos que todos quienes deseen acceder al nuevo mundo puedan hacerlo. Para ello, debemos detectar los problemas, actuar sobre ellos y normatizar el uso a fin de evitar las posiciones dominantes que, al final y como los monopolios del viejo mundo industrial, terminan conspirando contra el propio sistema.

Un sistema apoyado en los “servidores sirena”, en las clasificaciones automáticas, en los servicios formatizados, en el alejamiento de la pulsión vital de los seres humanos reales, terminará agotándose por falta de carnadura. Todo cada vez más automático terminará con los empleos y en consecuencia también con la capacidad de compra, ya que nadie habrá en condiciones de adquirir los bienes producidos automáticamente, para mercados automatizados con distribución automatizada y ganancias también generadas sin participación humana.

Tal vez no esté mal que los servidores recolecten datos automáticamente. Lo que no está bien es que lo hagan en forma oculta, sin que los interesados lo adviertan y no sean retribuidos por esos datos en toda la extensión de su valor. Tal vez no está mal que la economía genere bienes direccionados a la demanda puntual de quienes puedan estar interesados en ellos. Lo que no está bien es que en campos sensibles a la dignidad humana –como la salud, la educación, la vivienda, la seguridad- las categorizaciones automáticas dejen muchos seres humanos fuera de esos servicios por no pertenecer a categorías con capacidad de pagar por ellos.

La nueva economía –la nueva sociedad- abre capítulos inmensos a la reflexión y a la política que se sienta animada por los valores de búsqueda de equidad, de libertad y de justicia. Sólo que éstos no responden ya a las viejas herramientas de la política para el mundo industrial de los Estados-Nación, sino que requiere nuevas indagaciones y nuevas respuestas, imaginando el futuro más que insistiendo obsesivamente en el pasado, como si éste todavía existiera.

Aunque los temas de la nueva agenda son variados, tampoco es necesario volver a inventar la pólvora: mercado de la red accesible a todos en libertad, conectividad plena y cada vez más extendida, neutralidad de Internet, transparencia en los procedimientos de recolección de datos y justa retribución por la información. Sobre estos principios la nueva economía será democrática e inclusiva, previendo y evitando las deformaciones de la “antigua”.

La acción política frente a la nueva economía debe pensarse  y ejecutarse además en claves globales, porque globales son el campo en el que se desenvuelve, sus principales empresas y el mercado en el que se realiza. El desafío incluye pero supera la acción de cada Estado, que admite iniciativas locales –como la de Francia- pero será estéril si no incluye a los países y regiones más poblados y desarrollados cuyo involucramiento es necesario reclamar y hasta exigir.

Será una forma que al canto de las sirenas no se le oponga el postrer lamento del cisne, sino el control responsable del timón por una humanidad consciente buscando su mejor destino.

Ricardo Lafferriere




lunes, 1 de febrero de 2016

“FAB-LAB”: Argentinos en la Cuarta Revolución Industrial

Los historiadores contemporáneos nos hablan de dos procesos históricos que conformaron “bisagras” de cambios de época a partir del ingreso en la modernidad: la Primera y la Segunda “Revolución Industrial”.

La primera se caracterizó por el predominio de la máquina de vapor: movió grandes instalaciones fabriles y desarrolló la primera ola de ferrocarriles. La segunda, por la incorporación de la energía eléctrica y del motor de combustión interna. Cambió literalmente la vida: iluminación, transportes, artefactos del hogar, hasta llegar a su producto insignia, el automóvil, que caracterizó la sociedad del siglo XX.

En la segunda mitad del siglo XX llegó una Tercera. Su soporte fue la sistematización de la información, y aunque sus primeros pasos se habían dado desde antes, con los bulbos de vacío, el gran salto lo protagonizó el desarrollo exponencial de la digitalización. Abrió camino a las comunicaciones –recordemos las primeras radios “Spika” o “Speaker” o las primeras calculadoras de bolsillo- los satélites, las fibras ópticas, las redes de datos, el surgimiento de los mercados financieros globales en tiempo real, el salto exponencial del “capital simbólico” y “virtual”, las computadoras, el complejo audiovisual de consumo, hasta llegar a su verdadero producto insignia: la Internet.

Ahora estamos –dicen- comenzando a atravesar los umbrales de una Cuarta. Es la revolución de la Inteligencia Artificial (IA). La creciente capacidad de cálculo de los circuitos electrónicos y la complejidad agregada de programas que generan patrones acumulados de procesamiento de información permite avanzar sobre lo más íntimo de la materia e impregnar todas las áreas de la realidad… y hasta crear realidades virtuales que comparten con la realidad “real” la existencia de las personas.

Robótica, microrobótica, bio-nano-tecnología, mega y micro sistemas complejos controlados por IA, sistemas de realidad virtual para la medicina, la defensa y seguridad, los entretenimientos, la exploración espacial, la investigación de las más pequeñas formaciones de la materia y hasta de la estructura del mismo espacio-tiempo, son entre otros campos del conocimiento y de la tecnología abordados y alcanzados por la gigantesca revolución científico-técnica que estamos viviendo.
Pero esta revolución, en lo tecnológico, se abre a la participación de más personas que los tradicionales protagonistas del “complejo científico-técnico” y ello potencia sus aplicaciones y alcance. Su “nave insignia”, avanzando lenta pero inexorablemente en su expansión, son las impresoras –y armadoras- “3D”.

Aunque no son nuevas, sí lo es su reducción de costo, que ha caído en pocos años de cientos de miles de dólares la unidad, a decenas de miles hace un lustro y un par de miles hoy, en la mitad de la segunda década del siglo XXI. Con esa progresión no sería aventurado imaginar que en un lustro más no habría hogar sin una impresora 3D entre sus artefactos, a un precio que no superaría algunos cientos de dólares.

¿Cuáles son sus ventajas? Nada menos que volver a convertir a las personas en artesanas de su hábitat. Desde adornos hasta repuestos de bienes de uso, desde prótesis hasta comida, desde ropa hasta zapatos, todo lo imaginable se anuncia como posible con el solo requisito de contar con los insumos adecuados –que estarán disponibles como hoy lo están las pinturas, las herramientas, los hilos, agujas y botones o los productos de droguería- en tiendas especializadas y a costo diverso, pero accesible.

Las impresoras 3D significarán la Revolución Industrial hogareña. Su nota diferencial será su llegada sin límites a los lugares social y geográficamente más recónditos, aún los más inaccesibles para el mundo actual. Regiones alejadas o aisladas, barriadas humildes y países muy pobres, tendrán herramientas para acceder, por fabricación propia, a todas las comodidades que el mundo industrial confina en grandes ciudades o centros urbanos.

Un camino en esa dirección son las “Fab-Lab”. Nacidas a comienzos del nuevo milenio en Estados Unidos, son los sucedáneos contemporáneos de los talleres con torno de hace décadas, abiertos al uso de los interesados que lo deseen con el pago de pequeñas tasas de uso y dotados de maquinarias de alta precisión entre las que no faltan laminadoras laser, Scanner de precisión, procesadoras de alto poder y, por supuesto, impresoras 3D profesionales.

Cada vez “fabrican” más cosas. Comenzaron con modelos de productos. Hoy las hay que fabrican armas, casas, ropa, adornos, muebles, juguetes, “bijou”, relojes, automóviles ¡y hasta aviones! Y no sólo productos inertes: también tejidos biológicos, prótesis, órganos artificiales para transplantes, comida. Lo decíamos en una nota anterior: en Gran Bretaña se está experimentando hasta la fabricación de carne, con técnicas de corte de la cadena de ADN luego “cultivadas” en nutrientes adecuados, sin nervios y sin necesidad de contar con un animal que deba ser sacrificado. La experiencia piloto ha atravesado incluso el paladar de chefs de alto nivel, sin diferencias con la carne “natural”. Aunque el costo experimental es muy elevado, la fabricación en escala reduciría sustancialmente el costo a un nivel inferior sustancialmente inferior al de producir carne animal. Y tendría la ventaja –nada menor- de no necesitar matar para comer.

“Fab-Lab” fue el acrónimo que muchos relacionaron con “Fabricas-laboratorios”, otros como “Laboratorios fabulosos”. Cuando –hace un par de años- hacíamos desde esta columna la descripción del fenómeno nos preguntábamos si llegaría a los países pobres. Investigando, la sorpresa fue la información que varios de ellos estaban ya funcionando en regiones aisladas del África Subsahariana, con singular éxito al promover y contener a jóvenes con inquietudes e iniciativa, y a poblaciones que lograron, gracias a ellos, fabricar sus paneles solares, sus bombas de agua potable, e incluso sus herramientas de labranza, simplemente operando las máquinas según las instrucciones y planos a los que accedían… por Internet. Su “salto tecnológico” fue de la Edad de Piedra al mundo de la alta tecnología, en apenas un par de años.

La siguiente pregunta fue cuándo llegarían a la Argentina. La otra sorpresa fue que ya había varios de ellos funcionando en el país. Para destacar es la iniciativa “El Reactor” (https://www.fablabs.io/fablabbuenosaires ), que funciona en Palermo desde hace varios años y que tiene entre sus objetivos, junto con el “Fab-Lab Buenos Aires” (https://www.fablabs.io/fablabbuenosaires) y otros replicar la iniciativa reduciendo su costo, de los US$ 80.000 estimados internacionalmente, a USD 10.000, a fin de facilitar su reproducción. La iniciativa, el impulso y la realización ha corrido por cuenta de jóvenes emprendedores –científicos, artistas, ingenieros, - que se convocan por una pasión: “fascinados por el potencial de la convergencia entre Bits, Atomos, Neuronas y Genes (BANG!)”, definen en su sitio Web.

Pero no sólo existen en Buenos Aires: también en Córdoba, donde se desenvuelve CREAFABLAB (http://www.creafablab.com/), en La Plata “Fablab La Plata” (https://www.facebook.com/fablabLaPlata), en Bariloche “FAB LAB BRC” (https://www.facebook.com/fablabbrc?fref=ts ) , en Mar del Plata “FAB LAB MDP” (https://www.facebook.com/FabLabMardelPlata/) y seguramente en otros lugares del país que no conocemos.

Los FAB-LAB conforman ya una red internacional interactiva que, trascendiendo el valioso impulso del MIT que le dio origen, intercambia proyectos y experiencias globales. Son la “punta de lanza” del futuro en el mundo en desarrollo y la herramienta de transformaciones que permiten a las sociedades y personas aisladas de las posibilidades que daba el mundo urbano e industrial, participar de la construcción del mundo que viene. Más democrático, más humano, más inteligente, más inclusivo.

Y es estimulante observar que en lo profundo de la sociedad argentina subsiste este germen heredado de la vocación emprendedora que hizo grande al país que nos enorgullece. Y que esta nueva etapa que se abre cuenta con ellos como protagonistas fundamentales en la construcción de una sociedad mejor y así los deberá tratar.

Ricardo Lafferriere





lunes, 18 de enero de 2016

Soltar lastres, sumarnos al cambio

El cambio que está atravesando el mundo, parcialmente eclipsado por los episodios que ocupan los impactantes titulares de violencia y desbordes, nos está instalando inexorablemente en una sociedad planetaria con significativas rupturas. Tal vez no se vean tan claras desde nuestra conflictiva vida cotidiana, tomada por una tensa coyuntura del cambio de ciclo, pero serán la agenda que se instalará apenas la Argentina termine de regresar a la civilización. Es ya la agenda del mundo.

Viejas prácticas, creencias y certezas son sustituidas por la aparición de nuevas tendencias crecientemente afianzadas que inician, a su vez, de nuevos caminos de convivencia. 

La evolución de la economía capitalista clásica está llegando a su fin. Sin embargo, a diferencia de los pronósticos de sus acérrimos críticos ideológicos, la visión de este fin es el de un exitoso “punto de llegada”. El éxito del capitalismo en impulsar el desarrollo, la ciencia y la técnica, “aterriza” en ramas destacadas de la economía incorporando mecanismos que recuerdan al “socialismo”. 

Importantes sectores de la producción abandonan el “mercado” para revalorar conceptos como “cooperación”, “bienes comunes” y “solidaridad”. Otros siguen utilizando el mercado, imbricado positivamente con los nuevos en un funcionamiento virtuoso. Lo sosteníamos hace unos meses, al comentar el libro de Rifkin ““The Zero Marginal Cost Society: The Internet of Things, the Collaborative Commons, and the eclipse of Capitalism” y no es mala idea recordarlo.

Costo “cercano a cero”

Varios son los fenómenos que lo anuncian. La gigantesca acumulación de capital y la portentosa evolución tecnológica es el primero. Lleva a numerosas ramas económicas a funcionar con un costo marginal cercano a cero, haciendo accesibles sus productos a mayor cantidad de personas.

Los teléfonos celulares, la televisión por cable, los receptores de pantalla plana, las tabletas, las consolas de juegos, los equipos de audio, las cámaras fotográficas y de filmación incorporadas a los teléfonos, son apenas algunos de los difundidos artefactos que se han instalado como paradigmas de la nueva sociedad atravesando sectores sociales, ideologías, étnicas y géneros.

Este fenómeno se suma a la masiva impregnación de Internet en la vida cotidiana, que sirve de base a actividades de servicios con alto contenido virtual, de reducido consumo energético y escaso uso de materias primas. Su característica sociológica es su llegada inmediata a los estratos más humildes, tradicionalmente marginados de los avances científicos, superando antiguos marcos conceptuales sobre la riqueza, la pobreza y la división social por niveles de ingresos.

Internet de las cosas

La “Internet de las cosas” anuncia un escenario de miles de millones de artefactos de confort (televisores, heladeras, hornos, calefactores, refrigeración, etc.), de producción (máquinas de fábrica, equipamiento de oficina y hasta de transporte) y de servicios, interconectados y decidiendo en forma automática su funcionamiento más eficiente, sin necesidad de la intervención de sus dueños luego de la configuración inicial. Permite la recolección de datos para prever y anticipar tendencias (“big data”), facilita la democratización del conocimiento, ayuda a la salud pública, mejora la comunicación entre personas y sociedades y libera potencialidades. Al ubicarse como motor del desarrollo impulsa la inversión en el mejoramiento de las redes de comunicación, que necesitan ágiles, universales y accesibles.

A la “Internet de las cosas” se suma el crecimiento exponencial de la autogeneración energética.

Internet de la energía

La superación del debate entre “energías fósiles” y “renovables” se saldará por la reducción sistemática y persistente del costo de la energía solar. Los países de vanguardia en la reconversión –Alemania es el paradigmático- están incorporando esta reducción a su red. El 40 % de la generación solar (que llega ya a 33 Gvh de capacidad instalada, el 25 % del total) es producida en los hogares, que la “venden” a la red, liberándose del principal cuello de botella de esa fuente que era la necesidad de baterías. El costo de los equipos generadores hogareños ha perforado el piso de la tarifa eléctrica. Se amortizan en menos de un año por el ahorro de la factura de energía no subsidiada.

 La energía solar generada en cada hogar es volcada durante el día al sistema, que paga por ella la tarifa establecida, y le factura a su vez su consumo. El balance reduce el costo, permite ampliar el potencial generador y convierte a cada hogar en una pequeña empresa energética. El resultado es una especie de “Internet de la energía”, en la que el viejo paradigma de “usinas gigantescas-millones de consumidores” se transforma en “millones de generadores cooperativos – Consumidores inteligentes”.  Menos consumo de petróleo. Menos plantas gigantescas. El sistema avanza en Europa, se adopta en Estados Unidos. En la región, ya se ensaya en Chile.

El costo de equipos solares ha mantenido durante tres lustros la tasa de reducción del 20 % cada duplicación en la producción de equipos. Habrá “barquinazos”, como la artificial reducción del precio del petróleo debido a la lucha geopolítica, pero la tendencia de largo plazo es inexorable porque es inherente a la salud ambiental y la preservación de la propia vida humana en la tierra.

Renacimiento de los “bienes comunes”

La tecnología hace revalorar varios “bienes comunes”, propios del sistema precapitalista, abriéndoles una nueva y gigantesca perspectiva. Un ejemplo: las comunicaciones. Los métodos de compresión y paquetización de señales están convirtiendo al espectro radioeléctrico –considerado desde el surgimiento de la radiodifusión como un bien limitado y por lo tanto, sujeto a la reglamentación estatal- en un bien común.

La reciente iniciativa de la FCC norteamericana de crear un espacio del espectro sin licencia para construir una red nacional de WIFI gratuito en USA va en esa dirección. Los sistemas de distribución de datos y señales por cable y la masificación de las redes inalámbricas (WIFI) permiten imaginar en pocos años una conectividad gratuita. Hay ciudades que ya ofrecen ese servicio libremente –en zonas de la Capital Federal ya se cuenta con él-.

También de actividades como el “software libre” (Linux), educación gratuita (tipo “Coursera”), información abierta (tipo “Wikipedia”) y creación artística colectiva, o/y difundible gratuitamente (tipo “Creative Commons”), las señales de TV y radio, millones de canciones en “streaming” gratuito (Spotify), los videos “online” y la distribución audiovisual (Vimeo), todo por Internet, expanden ilimitadamente la educación en todos los niveles, lleva el entretenimiento en tiempo real y abre camino a la producción por impresoras 3D en las zonas más alejadas.

Se reduce de esta forma enormemente el abismo de diferencias entre regiones propio de las sociedades industriales y preindustriales. La política educativa no puede seguir encerrada en la educación formal e ignorar la potencialidad de las nuevas herramientas para el adiestramiento continuo de la población, emprendedores, trabajadores, productores y empresarios, de la misma forma que la convergencia tecnológica alrededor de la digitalización convierte en arcaicos tanto los marcos de análisis como las políticas públicas imaginadas hasta hace muy poco tiempo.

Colaboración, no más “sólo competencia”

La propiedad de bienes durables como característica de la sociedad de consumo está derivando en actitudes de colaboración (“Collaborative Commons”). El propio automóvil, símbolo icónico de la civilización del siglo XX y del “status” social está siendo objeto en países industriales de iniciativas que han dejado ya de ser testimoniales para asentarse como prácticas cotidianas, como el uso compartido, la organización para el uso común de vehículos intercambiables y el uso-cuando-se-necesita, al estilo del uso compartido de bicicletas en muchas ciudades del mundo.

El intercambio y el uso común ha avanzado sobre espacios inimaginados. El tan conocido como usual alquiler de ropa de fiesta o de protocolo se ha extendido al uso intercambiable de objetos de lujo –joyas,  carteras de mujer, hasta corbatas de marca-, turismo –intercambio de casas- ¡y hasta de huertas: “yo aporto el terreno y las herramientas, usted el trabajo y vamos a medias”!-

El uso compartido abre nuevas posibilidades de ingresos a sectores medios y populares. Redes como “Airbnb”, “Homeaway” y similares permite alquilar habitaciones o casas sub-utilizadas por períodos cortos a millones de personas, reduciendo a la vez el costo del turismo, lo que amplía su alcance. 

Formas de comercio en red, al estilo de “Mercadolibre.com” y otras más diversificadas y especializadas permiten incursionar en tareas de comercialización a miles de personas que pueden poner en valor bienes en desuso o que desean cambiar.

Producción, trabajo e inclusión

La producción total  anual del mundo de hace dos siglos se realiza hoy en una semana: se multiplicó por más de cincuenta. La población, sólo lo hizo por siete. La automatización hizo la diferencia. En esa producción, que deberá adecuarse al soporte material de recursos naturales limitados, tienen un lugar destacado bienes inexistentes dos siglos años atrás. No sólo no había radio, ni televisión, ni automóviles, ni aviones, ni trenes. Tampoco había Internet, ni celulares, ni música grabada –mucho menos en la red-, ni audiovisuales, ni diseño de sistemas, ni procesamiento de datos.

Las actividades más dinámicas del mundo actual agregan valor pero requieren de suyo menos recursos naturales que el mundo industrial. Y aunque la diferencia entre los extremos de los niveles de ingreso se ha acrecentado, especialmente en las últimas décadas, las comodidades de un hogar trabajador –con agua potable, saneamiento, educación gratuita, medicamentos antes inexistentes, acceso al conocimiento sin limitaciones ni costo a través de la red, entretenimientos, juegos, música- es mayor al nivel de confort de una familia rica de hace doscientos años.

El proceso seguirá. Un mundo en el que la producción será cada vez mayor, pero el trabajo será cada vez menos al ser reemplazado por las máquinas, requerirá estudiar la redistribución de ese trabajo y las formas del apropiamiento social del avance tecnológico, que tampoco debe frenarse ni desalentarse. Entre esos extremos deben encontrarse los mecanismos adecuados.

Un mundo más rico debe incluir a más personas, no a menos. Ello abrirá nuevos capítulos en el debate político sobre los pisos de dignidad socialmente garantizados, la nivelación de las sociedades menos industrializadas con las de mayor desarrollo para evitar el dumping social que desarticule todo el sistema, el adecuado encuadre normativo del flujo financiero y, por último – pero más importante- el diseño de un nuevo sistema de poder y de gobierno, de alcance universal.

Reingresar al mundo para construir el futuro

Ese mundo está entre nosotros. Llegó ya de la mano de los jóvenes interesados por el ambiente y la defensa de los recursos, de los millones de participantes de las redes sociales, del enorme movimiento solidario de las ONGs unidas por la cooperación y no por el conflicto, por el vehículo democratizador del acceso a la información y el conocimiento que es Internet y por la natural disposición de los argentinos a adoptar rápidamente lo nuevo que surge en el mundo.

Quedan en el país coletazos del mundo viejo que debemos corregir. Una política más transparente y honesta, aislar el delito y la violencia cotidiana y decidirnos a un fuerte impulso de inclusión que termine en poco tiempo con los testimonios injustos del país antiguo.  Derechos humanos. Estado de derecho. Respeto institucional. Viviendas, salud pública, saneamiento y educación. Una sociedad libre y plural, solidaria y dinámica, sana y democrática.

El nuevo tiempo nos abre inesperadamente una oportunidad histórica para retomar la marcha. Requiere abrir la cabeza, actualizar los marcos de reflexión, reducir  la práctica confrontativa y asumir una actitud cooperativa, fijar objetivos y alinear esfuerzos para lograrlos. Tal vez, en lo profundo, esté la exigencia de una política que se referencie en el país y las personas, más que en los partidos, los candidatos, las imposturas ideológicas y las divisas. Que piense en los problemas, más que en el posicionamiento electoral.

Sobre estos pilares, la Argentina construirá su plataforma de participación en la agenda de hoy sumándose sin complejos y con madurez a los nuevos y apasionantes paradigmas globales, de los que no podremos excluirnos.


Ricardo Lafferriere

viernes, 15 de enero de 2016

La modernidad inconclusa – Democracia, presidencialismo y DNU’s

La Argentina ha sido en las últimas décadas una especie de banco de pruebas de la historia. La densidad de los acontecimientos políticos y sociales que ha protagonizado deja el interrogante si considerarlos como los coletazos sin resolver de demandas históricas, o como la avanzada de un mundo teñido por las contradicciones y la fragmentación de la posmodernidad.

La superposición de temas correspondientes a ambos grandes capítulos de la reflexión política es uno de los grandes problemas sin resolver, que tiñen la vida política del país, produciendo efectos nada despreciables en la evolución política coyuntural. Digamos en este momento que al final, si la política no es otra cosa que la sucesión ininterrumpida de coyunturas, sin aclarar intelectualmente la agenda será difícil avanzar en la solución de los principales problemas que la integran.

Los temas “modernos” sin resolver se refieren a los diferentes capítulos de la convivencia: el sistema político, las bases económicas, los objetivos sociales, los sistemas de producción, distribución y consumo, los recursos asignados –y la forma de hacerlo- para la formación de las generaciones nuevas, la previsión para la situación de vejez y eventuales incapacidades (es decir, jubilaciones, pensiones, retiros), la organización del Estado, su sistema institucional de recaudación impositiva y de gasto público, la definición de las diferentes jurisdicciones con sus competencias y recursos, son, entre otros, los temas que configuran la agenda moderna. Es una agenda principalmente de “segundo piso”, creadora de herramientas legales e institucionales de organización y gestión.

Los cimientos de esa agenda se “escribieron” hace un siglo y medio en la Constitución que dio origen institucional al nuevo Estado, estableciendo las bases legales de la convivencia: los derechos, obligaciones y garantías de los ciudadanos, los órganos del poder, las facultades impositivas que los ciudadanos reconocen al poder, las formas de asignar estos recursos, las jurisdicciones nacional, provinciales y municipales, y, en fin, los principales “issues” que conforman el edificio jurídico-político que regla la convivencia, el poder y la relación con las demás sociedades.

Esa agenda, sin embargo, no rigió en forma pacífica en el último siglo y medio. Valga recordar que recién en 1983 la Constitución fue reconocida plenamente por todos los actores como la base fundamental de convivencia, y que en 1994 esa Constitución fue reformada con la incorporación de nuevos derechos sociales y una reforma en el funcionamiento del Estado que buscaba desconcentrar el poder presidencial, reforzar el federalismo y abrir el poder a la influencia de los ciudadanos.

Aún a comienzos de la segunda década del siglo XXI, las normas constitucionales están lejos de ser la base de convivencia. Hay normas orgánicas decisivas –como la ley de Coparticipación Federal de Impuestos- que no ha logrado sanción pasados varios lustros, dejando una gigantesca laguna de incertidumbre y discrecionalidad, y otras mediatizadas por el desuetudo según las conveniencias de la correlación social y política de fuerza de los actores en pugna. La Argentina sigue siendo aún, en pleno siglo XXI, un país fuertemente preconstitucional. Sin un sistema económico-rentístico claro, no es posible hablar de la existencia de una organización constitucional moderna.

La agenda moderna tiene como característica temprana la utilización de la “razón” como argamasa de coherencia, desplazando los arcaísmos que daban al poder una justificación ajena a la delegación ciudadana o “soberanía popular” y ratificaban en forma terminante la igualdad jurídica de las personas desechando expresamente la división en castas,  estamentos o categorías humanas presuntamente naturales originadas en el nacimiento, la religión, el género, la ideología política o la nacionalidad. La razón supera así a la delegación divina o la propia costumbre como fuentes legitimantes de la “verdad”.

El mundo occidental desarrollado avanzó en la agenda moderna hasta estadios impensados a comienzos de la revolución que terminó con el “viejo régimen”. En los países desarrollados, aun conservando en ciertos casos arcaísmos simbólicos como las monarquías constitucionales, en los últimos dos siglos y especialmente luego de la segunda gran guerra, en sociedades en que los ciudadanos son efectivamente la base del poder del Estado se organizaron sistemas de seguridad social que fijaron pisos de dignidad en la distribución de la riqueza social, se generalizó la instrucción pública, la asistencia médica y la ayuda a quienes se encontraran en el último escalón de pobreza. Estas sociedades no consideran tolerable, en general, que una persona pueda fallecer por falta de alimentos, que no tenga asistencia médica en casos extremos o que, por una u otra vía, no pueda acceder a un techo para su familia.

Los debates que culminaron en la construcción de la sociedad moderna fueron animados por alineamientos políticos que, a grandes rasgos y con infinidad de matices, giraban alrededor de dos grandes bloques: “moderados” y “progresistas”, o “derechas” e “izquierdas”. Priorizando el orden y el crecimiento económico los primeros, reclamando ampliación de los espacios de libertad y de equidad los segundos, su dialéctica de lucha y compromiso estableció sociedades que, en definitiva, incorporaron en forma virtuosa elementos de ambas visiones en articulaciones siempre cambiantes pero asentadas en la aceptación de su contrario como norma fundamental de convivencia. 

Como consecuencia de esos permanentes intercambios, la impregnación recíproca fue inexorable: las izquierdas incorporaron a su arsenal intelectual herramientas de mercado, y las derechas hicieron lo propio con las políticas de inclusión y equidad social. El debate se inclinó hacia el centro.
Políticamente, la democracia. Económicamente, la industria y los mercados . Socialmente, los regímenes de previsión y solidaridad social. Sociológicamente, el protagonismo del “estado-nación” como marco de debate, realización, legislación, acumulación, crecimiento, distribución, legislación. Los límites del territorio, el Estado, la cultura, el derecho y la economía coincidían.

Pero la modernidad, con todos sus avances, no llegó al “fin de la historia”. Más bien su éxito abrió paso a la nueva etapa, que algunos denominan posmodernidad, otros prefieren denominar “modernidad reflexiva” y otros “etapa líquida” de la modernidad. El cambio desatado en las últimas décadas del siglo XX de la mano de la revolución científico-técnica puso en jaque sus logros y abrió camino a otra agenda.

Una agenda fragmentada, aparentemente caótica, fue impulsada por los éxitos de la modernidad –no por su fracaso- y para cuyo abordaje no son ya funcionales los viejos alineamientos político-conceptuales de la “sociedad sólida”.  La industrialización exitosa instaló la ilusión del pleno empleo, pero también el deterioro ambiental, que hizo tomar conciencia de los límites de los recursos naturales. 

La democracia de los ciudadanos limitó los viejos poderes corporativos, pero llegó a cuestionar las estructuras institucionales de representación, considerándolas disfuncionales con la gobernabilidad de un sistema cuyas bases dejaron de ser las Constituciones y pasó a ser un mundo global fuertemente a-jurídico, en el que las concentraciones de poder abiertos u ocultos definen con más entidad temas anteriormente competencia de los parlamentos y de la “opinión pública” de los países.

Los Estados dejaron de estar apoyados en las exitosas “economías nacionales cerradas” y en consecuencia, perdieron su capacidad de responder a las expectativas que lo legitimaban, mientras que formaciones de capital asentadas en el mundo global adquirieron una fuerte capacidad de evasión, resistencia y bloqueo a las normas políticas.

La agenda “posmoderna” tiene, entonces, demandas novedosas, en las que los alineamientos anteriores no definen claramente respuestas racionales de validez indiscutida. Cada uno, por decirlo de algún modo, “razona” según su interés, y todos los razonamientos tienen algo de validez, que no se limita, como en la agenda moderna, a arbitrar entre crecimiento y distribución, entre ganancia y salario o entre autoridad y libertad.

La agenda posmoderna argentina lleva a la virtual totalidad del arco político a coincidir, por ejemplo, en la acentuada priorización que el gobierno kirchnerista realizó del sector científico-técnico. Sin embargo, la agenda moderna impide aceptar que esa priorización se decida por la voluntad exclusiva de la discrecionalidad presidencial, sin un debate parlamentario que discuta prioridades, defina condiciones y asegure la eficacia en el gasto. Y lo mismo ocurre con el Ingreso Universal a la niñez, que se instalara como iniciativa de Elisa Carrió y Elisa Carca en tiempos en que ambas militaban en el bloque de la UCR, partido que sostuvo políticamente el reclamo. La iniciativa, sin embargo, aunque con falencias graves fue incluida como medida de gobierno –por decisión ejecutiva mediante decreto- durante la gestión kirchnerista. No hubo sino hasta mucho tiempo después una ley creando una institución sustentable que previera su financiamiento, su inserción en el sistema económico-social, sus objetivos y sus condiciones. A pesar de ser un reclamo de la totalidad del arco político se prefirió la decisión populista en lugar de la elaboración institucional.

Similar actitud fue adoptada en oportunidad de discutir la normatización del sistema de comunicación audiovisual. En lugar de elaborarse una norma de consenso, se prefirió presentarla en el marco de otra construcción populista, el presunto “combate a la corporación mediática”, lo que sobre la base de una afirmación desmatizada, o al menos discutible, se elaboró una concentración de los medios en el dominio oficial. Se hubiera podido elaborar una institución reglamentaria moderna, adecuada a las tecnologías de vanguardia, que potenciara el debate creador. Se prefirió una norma amañada, al servicio de la construcción populista, que condenaba a la esclerosis -y al atraso del país- justamente al sector más dinámico en la incorporación tecnológica del mundo global, las telecomunicaciones.

¿Cómo organizar el debate político con ejemplos como éstos atravesando el maremágnum diario del escenario público? ¿Cómo hacerlo, además, en el marco de un sistema fuertemente presidencialista, deformado en su potenciación al punto de asimilarse al borbónico “despotismo ilustrado” siempre bordeando el riesgo de perder la ilustración y reducirse al descarnado despotismo pre-revolucionario, pre-moderno, de base irracional?

Y ¿cómo encontrar la política en este escenario, con el virtuosismo necesario para discriminar con madurez los diferentes puntos de agenda, en una sociedad con tendencias al maniqueísmo por la simplificación rudimentaria del debate televisivo animando el cambio de ideas con sus métodos desmatizados y polarizantes, que le son esenciales?

En este punto es bueno reflexionar sobre las características de la acción política –la acción conjunta, por definición- del mundo moderno con respecto al mundo posmoderno. En el primer caso, su ubicación en la “modernidad sólida” –Bauman- conduce a alineamientos estables, normalmente en partidos políticos o gremios, que definen un capítulo de objetivos movilizantes de la totalidad o la gran mayoría de sus simpatizantes, y forman normalmente un tema programático caracterizador de su identidad, la mayoría de las veces permanente. Su lógica es “uno” u “otro”. “Derecha” o “izquierda”, “radical” o “peronista”, “moderado” o “progresista”. El alineamiento con ambos polos a la vez sería una especie de oxímoron, y en todo caso una “rara avis” cuya conducta sería incomprensible.

Pero en el segundo caso, propio de la “modernidad líquida”, como lo vimos en la primera parte, la adhesión es coyuntural, compatible con el alineamiento distinto en otro tema de agenda. Una persona puede coincidir con la campaña coyuntural de un partido por el matrimonio igualitario, y a la vez coincidir con el partido contrario en la posición sobre el aborto. Y con un tercero que está a favor de la minería a cielo abierto, mientras los otros dos apoyan la prohibición de esta explotación.

Para agravar la situación, es probable que ninguno de los tres haya fijado su posición previa sobre estos temas al momento de la campaña electoral, por lo que los ciudadanos interesados en estos temas tampoco sabrían muy bien qué votan. Esta fragmentación no es excepcional sino que será permanente, como resultado inexorable de la superación de los relatos totalizadores y el rescate de la autonomía ciudadana y la búsqueda de “soluciones biográficas a las contradicciones sistémicas”.

¿Cómo conformar, entonces, una fuerza partidaria convocante que sea eficaz en canalizar los intereses ciudadanos y evite la simplificación bonapartista –o el autoritarismo borbónico- de delegar en un liderazgo personal la conformación de la agenda y la posición del agrupamiento sobre uno u otro tema?

La modernidad inconclusa dificulta, por su parte, el abordaje consciente de la agenda posmoderna, porque la ausencia de marcos sólidos de debate y resolución de temas públicos –reclamos de la modernidad temprana- deja sin ámbitos donde procesar la infinidad de matices de la nueva agenda. 

La fragmentación posmoderna agrava el problema con la debilidad de los partidos políticos, desplazados como eventuales protagonistas exclusivos de debates y acuerdos, con la racionalidad que ello conlleva.

Una secuencia lógica indicaría la conveniencia de priorizar en consecuencia el agotamiento de los temas modernos irresueltos, como paso necesario para avanzar en la resolución de los nuevos. Sin embargo, la sociedad no admite postergar los “issues” que considera urgentes –la mayoría de ellos, propios de la agenda posmoderna- y pareciera decantarse por la exigencia de su tratamiento aún por las formas irregulares o insuficientes, cuando considera que éstos son ya urgentes y su solución no puede esperar o están maduros para hacerlo.

El ejemplo mencionado de la sanción por decreto presidencial del Ingreso Universal a la Niñez, que conlleva irregularidades tales como la disposición de fondos de fines específicos (el sistema previsional) sin debate parlamentario, la discrecional designación de las categorías de personas que lo recibirán y en qué condiciones, y las incompatibilidades, es muestra de un tema “posmoderno” resuelto según procedimientos premodernos, propios del mundo de los soberanos absolutos, pero que soluciona –aunque en forma limitada o deformada- un problema real y, como tal, es aceptado por la sociedad y por la propia oposición política.

La modernidad inconclusa tiende, entonces, al retroceso institucional permanente, porque los problemas sociales –viejos y nuevos, modernos y posmodernos- deben resolverse. Es ésta la justificación última del poder y el reclamo final de los ciudadanos. Éstos exigen que las urgencias sean resueltas por la vía que sea, dejando las cuestiones metodológicas en la agenda de “segundo piso”, como una especie de problemas de los dirigentes, que eclosiona hacia fuera del escenario sólo cuando algún tema se instala en el sistema mediático, lo que puede ocurrir por su repercusión intrínseca, o por la astuta operatoria de algún grupo de interés que con esa instalación persigue algún propósito que puede hasta no estar vinculado con el debate en cuestión y sólo busque desviar la agenda comunicacional de otros temas sensibles. O puede, en el peor de los casos, ser instalado por la eclosión de una crisis, que desnude la irracionalidad de un poder funcionando al margen, sea de las normas o de la voluntad de la mayoría, y coloque en la escena –y en la agenda coyuntural- la necesidad de su normalización.

La síntesis puede asentarse en dos grandes pilares conceptuales: la conciencia sobre la dinámica del mundo de hoy, y los datos históricos y sociológicos del comportamiento de las personas en su relación con el fenómeno del poder en la Argentina, la manera en que lo perciben y lo conciben, y la vigencia de las formaciones históricas vis a vis con las nuevas emergentes.

Ciertamente ambos pilares son el soporte sobre el que la novedad de la coalición CAMBIEMOS está ensayando sus respuestas. Consciente de la dinámica del mundo actual –o, al menos, lo más consciente que es imaginable en el escenario de la cultura política argentina-, asume la reformulación de una figura enraizada en la historia a la que el pensamiento democrático-republicano se acerca tradicionalmente con prevención: la concepción presidencialista que domina la imagen que los argentinos tienen en su relación con el poder.

Esa prevención ha llevado históricamente al bloque democrático-republicano, en función de gobierno, a autolimitaciones en su ejercicio que a la postre resultaron incompatibles con la propia idea de poder tal como lo entienden los argentinos, no ya en la Constitución escrita, sino en la práctica que esperan de su ejercicio, conduciéndolo a fracasos estrepitosos.

La novedad es la mayor audacia en ese ejercicio, sorprendiendo a sus tradicionales adversarios populistas, especializados en estas transgresiones a la letra y al espíritu de la Constitución escrita. La decisión con que el presidente Macri ha abordado la utilización de las herramientas de los Decretos de Necesidad y Urgencia, aún con un contenido muy reducido en alcance con respecto al ejercicio abusivo que del mismo hicieron Menem, Nestor Kirchner y Cristina Kirchner, marca este cambio, conformando a la vez una rareza política y un shock para el populismo autoritario.

Para encontrar un antecedente emparentado en un gobierno democrático-republicano tal vez habría que remontarse a Hipólito Yrigoyen con sus “Intervenciones Reparadoras”, con las que buscaba garantizar la limpieza del voto a los pueblos de las provincias sometidos a oligarquías fraudulentas autoreproducidas. Eran medidas que llevaban la orgánica constitucional a su borde, en la convicción de que la tensión entre la formalidad –cuando lleva a la impotencia o vacía el contenido de la política- debe ceder ante el compromiso del poder con la mayoría, que es lo que legitima en última instancia al poder democrático.

El tema no es menor ni de respuesta sencilla y exige una mirada más profunda, porque las formas no son solo medios, sino también fines. Una democracia sin formas puede transformarse en autoritarismo populista, o en simple autoritarismo. Su consecuencia es debilitar el sistema de mediaciones entre los ciudadanos y el poder reemplazándolo por un vínculo directo entre ambos, vía el presidencialismo desbordado. Sin mediaciones el riesgo es que las tensiones no encuentren puentes de procesamiento sensato y alcancen niveles que afecten la paz social.

La contrapartida, sin embargo, está a flor de labios: el respeto escrupuloso de las formas, cuando éstas han sido colonizadas por parcialidades que las deforman, tampoco tiene el valor de la democracia pura cuando no se referencian en la voluntad popular. Parlamentos convertidos en escribanías automáticas o en su opuesto, en conspiradores permanentes del ejercicio del poder democrático, o jueces colonizados por parcialidades políticas tampoco integran una democracia sana y también pueden eclosionar en alteraciones de la paz social y la convivencia.

Son los problemas heredados por la modernidad inconclusa. La Constitución de 1994 los asumió parcialmente con el atajo de los Decretos de Necesidad y Urgencia, creando una ventana de control de legalidad para decisiones que pudieran sortear el hiato entre la formalidad y la voluntad mayoritaria que expresa el poder presidencial elegido por el sistema de doble vuelta. Fue un paso resignado a una realidad que un siglo y medio de ficción constitucional no pudo cambiar: la vigencia del presidencialismo en la cultura política de la mayoría. Buscó un camino que solucionara la tensión con un marco normativo, previéndolos para casos de emergencia y vedando su uso en determinadas materias.

Ni una ni otra condición fueron respetadas. Recién a más de una década de vigencia del sistema se sancionó la ley que los reglamentaba, luego de su uso constante y abusivo para barbaridades y para banalidades. La ley, sancionada curiosamente por la mayoría automática de turno, ignoró en pocos artículos el delicado sistema constitucional de equilibrios y contrapesos previstos para la sanción normativa del Congreso –equilibrio entre las Cámaras, entre éstas y las provincias, entre las mayorías y las minorías-. Y aun así el sistema no termina de encajar en el virtuosismo de la democracia republicana pura. Sigue siendo un parche.

Sin embargo, es el parche que la modernidad inconclusa en la práctica político-social ha debido aceptar para garantizar la gobernabilidad en una sociedad que reclama reglas, pero que una vez que las tiene prefiere seguir referenciando sus aspiraciones, sus reclamos y sus sueños con el liderazgo presidencial, al que le exige “soluciones”. Su consecuencia es convertir a esta figura, que los constituyentes imaginaron como la encarnación de toda la Nación, en un protagonista permanente de los contenciosos agonales que atraviesan el cuerpo social, contenciosos de los que no puede evadirse, porque esa misma mirada presidencialista lo responsabilizará inexorablemente y de cualquier forma de los éxitos o fracasos de la gestión de su gobierno.


Ricardo Lafferriere

jueves, 31 de diciembre de 2015

DNU, decretos y sentencias

¿Si quienes nos hemos formado en las filas del viejo partido nos sentimos cómodos con los tironeos institucionales?

Es obvio que no.

¿Hay otra forma de desarmar el andamiaje jurídico-legal que convirtió al Estado en un apéndice de una banda de delincuentes y colonizó la justicia buscando una protección que pretendían eterna?
Parece obvio que tampoco. Lo están mostrando los hechos. Lo que está claro que no es posible llegar al gobierno apoyado por la mayoría ciudadana con el mandato de recuperar la democracia republicana y aceptar resignados el chantaje. Si el pueblo quisiera eso, hubiera votado diferente y lo hubiéramos aceptado, continuando nuestra prédica desde el espacio opositor. Pero no fue así.

Son tiempos raros. Tan raros como los DNU, que inventó el peronismo con Menem y profundizó con los Kirchner para saltear el debate en el Congreso, y que fueran incorporados a la Reforma Constitucional de 1994 como parte del “Núcleo de Coincidencias Básicas” acordado entre peronistas y radicales, liderados entonces por Menem y Alfonsín.

Los DNU no son buenos, pero son absolutamente legales. Y es obvio que su función es reformar leyes, ya que si no carecerían de razón de ser.

El peronismo, que gobernó gran parte del lapso que va de 1994 a 2015, los utilizó a destajo para barbaridades y para banalidades. Cambiemos los está utilizando para volver las cosas a la normalidad –salvo que pensemos que la colonización del Estado por la camarilla delictiva es una buena cosa-. Fue votado para eso, y ha decidido cumplir con su promesa ciudadana.

Obviamente, los que ayer se bañaron en las orgías de la autocracia, rezongan. Buscan acogida en los bolsones de la justicia colonizada, la que costará un tiempo lograr que retorne a la majestad de su independencia. Asistiremos a sus coletazos agónicos con discursos que olvidaron durante muchos años, hasta hace apenas pocos días, cuando el funcionamiento institucional fuera desplazado por el “relato” hegemónico al que todo debía subordinarse. Porque “iban por todo”, hasta por fiscales indomables a los que no tuvieron empacho en ponerles fin. Y no precisamente por procedimientos institucionales...

El presidente fue votado para gobernar y sería bueno que lo dejaran. Bastante daño hicieron y bastante tolerancia está teniendo un pueblo que confió en ellos y al que le devolvieron un país hecho hilachas.

Para corregir el rumbo el Presidente debe utilizar sus facultades constitucionales libremente. No más, pero no menos. Debe tener prudencia al ingresar en un terreno originario del Congreso –como los DNU, a los que lo habilita la Constitución- pero no puede resignar la facultad que le es propia, la de la administración del país, designando con libertad sus colaboradores y funcionarios de gobierno. El turno del gobierno anterior terminó y con él, el de sus funcionarios políticos. Es de una grosera vileza personal y política pretender usurpar funciones de gobierno sin representar a nadie.

La Justicia no puede, porque no tiene facultades constitucionales para ello, condicionar al presidente nada menos que en la decisión de los funcionarios con los que gobernará. Si intentara hacerlo, sus pronunciamientos carecerían por completo de valor, como no lo tendría una Sentencia dictada por el Presidente, o por el Congreso. Es la norma de oro de la democracia republicana. Cada uno debe actuar en sus competencias constitucionales. De hecho, tal vez sea bueno recordar que el propio DNU que modificó la Ley de Medios respeta escrupulosamente su parte dogmática, es decir sus objetivos y principios, y se reduce a cambiar lo que es facultad constitucional del Poder Ejecutivo: su aplicación (art. 99, incs. 2 y 7 de la Constitución Nacional).

En todo caso, serán los ciudadanos los únicos que realizarán la valoración política de la gestión, al ser convocados nuevamente al comicio.

Ricardo Lafferriere



sábado, 19 de diciembre de 2015

La política económica: Interrogantes con reflexiones


¿Cómo es el saldo aproximado de la transferencia de ingresos que se producen con el nuevo sistema? 
¿Cuál es el horizonte económico que se abre?

1.       La primera y más importante es desde el “resto del mundo” hacia el país en general y específicamente hacia los productores agropecuarios en especial. En los productos que no se exportaban por las retenciones o lo hacían en ínfima medida –regionales como frutas y vinos, trigo, maíz, carne, etc.-, al desaparecer las retenciones no existe pérdida de ingresos del sector público –porque no se percibían-, y al contrario, comenzará a percibir los que se generen por las transacciones que giran alrededor de la dinamización de esas producciones: nuevos empleos, nuevos impuestos de Ingresos Brutos, IVA, Ganancias, sellos, nuevas ventas de insumos –combustibles, cubiertas, repuestos, maquinarias agrícolas, etc.-

2.       La segunda, originada en las exportaciones que sí se realizaban –soja, cuyas retenciones son reducidas en un 14 % (o sea, 5 puntos, reducidas del 35 % preexistente a la nueva tasa del 30 %)- es una transferencia desde el Estado (o sea de toda la comunidad) hacia los productores agropecuarios, sólo en la medida de la reducción del impuesto, ya que la soja no incide en precio de alimentos en forma perceptible.

3.       La tercera es desde el “resto del mundo” hacia el país en general y hacia la industria en especial en los sectores industriales que adquieren competitividad exportadora por la devaluación y puedan comenzar a exportar y desde el Estado hacia esos mismos sectores al reducir las retenciones en los casos –muy pocos- en que existían exportaciones.

4.       La cuarta es desde los consumidores hacia el sector agropecuario, en la medida en que suba el precio de los alimentos y no sea compensado con un aumento salarial o medidas públicas adicionales que incidan en los precios internos.

5.       La quinta es desde el Estado –o sea, desde la comunidad en su conjunto- hacia los consumidores en los casos en que se neutralice el anterior con medidas fiscales –como reducción del IVA para alimentos, planes especiales de precios cuidados, etc.- Si ello ocurriera, el resultado sería neutro: se sacaría de un bolsillo para poner en el otro.

6.       Es también virtualmente neutro o mínimo en el flujo del turismo al exterior. El dólar “turista” sube un 5 %, aunque esa transferencia se incrementa en los casos en que existía devolución efectiva del 35 % de la retención de la AFIP. Si se tiene en cuenta ese 35 %, habría una transferencia desde los viajeros al exterior hacia la comunidad general por el equivalente a ese adelanto de impuesto a las ganancias que deja de existir.

7.       Hay una transferencia desde el resto del mundo hacia el país por la competitividad adicional de la economía interna de cara al turismo receptivo que se redireccione hacia el país, si se produce un incremento de la actividad sectorial por esta razón.

8.       En el caso de incidir en el precio de los combustibles –tema aparentemente en discusión-, existirá una transferencia real de ingresos desde los consumidores hacia el sector energético hidrocarburífero, cuya dimensión puede ser importante, tanto por su incidencia directa como por su eventual influencia en la suba de precios y alimentación del proceso inflacionario. Sería el mayor golpe a los consumidores por el nuevo régimen.

En síntesis: la principal transferencia se dará desde el resto del mundo hacia el país. En el plano interno, la transferencia que más puede preverse será la sufrida por los consumidores de alimentos, en caso de no neutralizarse con medidas adicionales, y por el efecto inflacionario del incremento de combustibles.

El objetivo perseguido por el nuevo régimen es, claramente, dinamizar rápidamente el sector con mayor capacidad de generación de divisas por aumento de volumen exportado –agropecuario- a fin de aliviar el ahogo del sector externo que actúa como un lastre a la reactivación industrial –por insuficiencia de divisas- y acentuar el perfil exportador de la economía argentina.

Debido al punto de partida –paralización de importaciones industriales y de exportaciones agropecuarias e industriales en los últimos meses- y a la consiguiente inexistencia de operaciones con divisas al cambio oficial anterior, es incorrecto afirmar que existió una devaluación al estilo de las tradicionales, que se producían con la economía funcionando. El dólar a $ 9,70 prácticamente no existía, las importaciones estaban paralizadas desde hacía varios meses por falta de divisas y de hecho, el nivel de reservas disponibles era cercano a cero. Más que una "devaluación", se trata de un cambio en el patrón de flujos económicos de una economía cerrada y estancada, hacia  una economía imbricada con las corrientes globales de comercio, finanzas e inversión, que busca desatar nuevos flujos de ingresos hacia el país que hasta ahora eran inexistentes.

Decir, por ejemplo, que lo que se mejora al sector agropecuario se le saca al salario no tiene en cuenta que el mayor incremento del sector agropecuario no tendrá fuentes internas sino externas, ya que devendrá de un incremento -que se espera sea sustancial- del volumen exportado. En la ecuación perseguida, el porcentaje de producción de alimentos destinada al consumo interno será muy reducido en comparación con el destinado a la exportación, y una política de compensaciones inteligente puede neutralizar ese efecto. Estrictamente hablando, la transferencia de ingresos en este caso será de competidores internacionales eventualmente desplazados por los productos argentinos reingresando al mercado mundial.

En este nuevo diseño, se estimulan las actividades productivas –primaria, secundaria y de servicios- que busquen la realización de la ganancia en el mercado global. Es claro que la inversión –y el crecimiento de la oferta, especialmente la dirigida a la demanda externa- son considerados en la etapa por el nuevo equipo de gobierno los disparadores de la reactivación económica, luego de cuatro años sin crecer al haberse agotado las posibilidades beneficiosas del estímulo de la demanda en una economía cerrada.

El aspecto siempre sensible es la incidencia en el salario. Habrá que seguir con atención las políticas de precios en los alimentos, combustibles, salarios públicos, pasividades y paritarias.

Observando el rumbo adoptado, es posible imaginar que el próximo paso sea un avance en la sustentabilidad de las finanzas públicas. Será en este capítulo –más que en el del régimen cambiario- donde pueden producirse transferencias de ingresos más marcadas pero es prematuro, al no conocer las medidas, hacer un juicio sobre su efecto aunque la lógica indica que la administración económica buscará evitar efectos recesivos que agraven la situación fiscal al reducir los ingresos públicos por menor actividad. Cuidar el salario resulta central para la estrategia impulsada.

Es previsible pensar que las medidas próximas se agrupen en tres grandes campos: 1) la inversión pública, que debería buscarse financiar con crédito externo público y privado a fin de que no golpee en el “flujo” de la caja del Estado; 2) la deuda anterior existente –externa e interna-, que posiblemente se busque normalizar refinanciándola con instrumentos de deuda institucionalizados y confiables para reducir su costo; y 3) el flujo de caja –sueldos, jubilaciones, pensiones, retiros, proveedores, subsidios, transferencias, etc.- que deberán financiarse con los ingresos corrientes. Pero esta suposiciones, realizadas sin información sino como meras reflexiones derivadas de lo realizado en los primeros pasos, deberán ser evaluadas cuando se conozcan. Hablarán los hechos.

Si se logra, el resultado debiera ser el equilibrio fiscal y la consiguiente desaparición de la presión inflacionaria de la emisión sin respaldo. Podría iniciarse un círculo virtuoso con una etapa de crecimiento cuya locomotora sea la imbricación de la economía nacional con las corrientes globales de comercio, inversión, finanzas y tecnologías de la economía mundial. Pero mejor no adelantarse: será otra historia.



Ricardo Lafferriere