lunes, 7 de septiembre de 2015

¿Se debe mucho?

Cuantificar la deuda pública argentina es un desafío apasionante. Y terrorífico.

¿Qué debe incluirse en ese número?  ¿Sólo la deuda en divisas del Estado Nacional, que es la que suele repetir el oficialismo?

¿Debe sumarse la deuda del Estado Nacional en pesos? Si no lo hacemos ¿quién será el responsable de ella? Y en el caso de sumarla: ¿debe incluirse la deuda que el Estado nacional tiene con organismos que forman parte de la estructura jurídica del Estado, pero tienen cuentas destinadas a afectaciones específicas, que el Poder Ejecutivo ha “arrebatado” canjeándolos por bonos sin valor de cambio? El Banco Central y la ANSES marchan en punta con sus acreencias, que sin embargo se extienden a infinidad de otros organismos específicos. El Banco Nación, sin ir más lejos. Y los LEBAC y NOBAC que el BCRA debe a los bancos privados, que nadie sabe quién pagará. O los “Swaps” con China. O… o…

Curioso, lo del BCRA. El país –el gobierno…- acaba de ser beneficiado por la “Justicia del Imperio”, que ha decidido que el BCRA no puede ser considerado “alter ego” del gobierno porque su función es sostener el valor de la moneda y no tiene vinculación con el mismo, y en consecuencia sus reservas no pueden ser embargadas por los acreedores. Sin embargo, el gobierno no asume como deuda los bonos no negociables que ha colocado en el BCRA para retirar la ingente cantidad de recursos con los que mes a mes incentiva la inflación. El trato es cada vez más parecido al que le da a la ANSES, a la que les absorbe sus reservas cambiándoselas por papelitos pintados –tal vez impresos en la ex CICCONE-, que simbolizan deudas incobrables.

Y curioso, lo de la ANSES. La decisión del 2008 de apropiarse de los ahorros privados fue justificada en que “las AFJP se quedaban con el 30 % de los aportes”. Y en consecuencia, el oficialismo decidió quedarse con el 100 %. Fondos que no eran ni de la AFJP ni del Estado, sino de ahorristas que habían confiado en la ley vigente, que garantizaba su “propiedad” exclusiva, burlada por el gobierno, el parlamento y la propia Corte… No fue solo el kirchnerismo el responsable de la desaparición de la seguridad jurídica…

¿Debe sumarse la deuda de las provincias? Porque –aun concediendo que vivimos en un Estado Federal- a nadie se le escapa que gran parte de esa deuda –por ejemplo, con los organismos internacionales- está avalada por el Estado Nacional. Y tampoco que si a alguna provincia, especialmente a “alguna provincia” en especial le faltaran recursos para pagar sueldos, aguinaldos o proveedores, el Estado Nacional correría en su auxilio.

¿Y las deudas municipales? ¿O sólo cuentan las del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, que estarán cargo “de Macri”, como si las del Estado Nacional estuvieran a cargo “de Cristina”?...

¿Debe sumarse la deuda que “quedó fuera” del acuerdo cuando la reestructuración, los famosos “hold outs”? Alguno podría decir que no, que “perdieron su turno”. Discusión vieja. Lo cierto es que –como lo alertamos en su momento- abrirían juicios diabólicos, que hoy tienen ya sentencia firme, que se están generando intereses sobre intereses más punitorios y gastos y que sin normalizar esa situación el país seguirá aislado del financiamiento externo.

¿Y la de los reclamos en el CIADI? Centenares de millones de dólares se están tramitando en juicios a los que el Estado Nacional está obligado por propia decisión, que no suelen figurar en los números oficiales, pero que habrá que pagar.

¿Qué hacemos con los intereses, que agrandan la deuda día a día? ¿Se deben ignorar, como si fuera posible no pagarlos, o deben contarse? ¿Qué hacemos con los centenares de millones de dólares que se deben a los importadores –y éstos, a sus proveedores externos- sin los cuáles la paralización industrial puede llegar a ser casi total, y con ella la desocupación?

No. No son cuentas menores. Son tan importantes como pasar en limpio además los gastos imprescindibles que deberá realizar el gobierno por la defraudación escandalosa de estos diez años que ha significado el deterioro de la infraestructura, la que demandará exigencia de recursos como si tuviéramos que construir un país de nuevo. Trenes, puertos, autopistas, energía, comunicaciones, defensa, infraestructura hospitalaria, educativa, policial y de seguridad, son deudas que golpearán muy fuerte, junto a todas las mencionadas al comienzo, a las puertas del Estado en los próximos años.

Se debe mucho. Tanto, como que la situación debiera aconsejarnos abrir puentes de un acuerdo político gigantesco, como comenzaron a tejerse a partir del disparador que significó el acercamiento entre el PRO y la Coalición Cívica, personificada en las figuras de Mauricio Macri y Elisa Carrió, a la que se afortunadamente se sumó el radicalismo abandonando una inexplicable aventura sin destino. Este polo de atracción, amplio sobre bases éticas, tiene sobre sus espaldas la responsabilidad de reconstruir la esperanza.

Mucho hubiéramos avanzado si hace cuatro años no hubieran dominado los egos y la corteza de miras que llevó a la fragmentación opositora, la ficción del 54 % y las atrocidades de estos años.

En estos años, la deuda  -las deudas…- crecieron mucho. Perdimos, además, cuatro años, que en lugar de usar para detener la caída y comenzar el despegue, sirvieron para acelerar el derrumbe. Y aunque tal vez sería un poquito injusto decir que la culpa fue exclusivamente de los “dirigentes” del 2011 –que, en realidad, reflejaban la ceguera de gran parte de sus bases-, ya en aquel momento señalamos en soledad que los argentinos no olvidarían la indiferencia de los principales protagonistas privilegiando su ombligo sin que les importara el abismo que abrían para el país, y no nos equivocamos. 

Ninguno de los candidatos opositores de entonces tiene ya relevancia alguna en el escenario nacional. La historia –y los argentinos- pueden tardar en pasar la cuenta, pero ésta inexorablemente llega.

Hoy la construcción está en marcha y tiene posibilidades ciertas de ser exitosa. Aunque no desate oleadas de entusiasmo, abre diariamente un nuevo pequeño espacio de confianza, cuya ampliación deberá estar en manos de cada compatriota, poniendo en marcha sus sueños.

Se debe mucho, por culpas múltiples. Ahora deberá ser el tiempo de  unir esfuerzos para ponernos al día y pasar al frente. El país puede, los argentinos pueden. Sentido común y patriotismo en la dirigencia serán las principales demandas para reencarrilar nuevamente nuestra historia y dejar atrás no sólo la decadencia, sino también la banalidad de la chabacanería.


Ricardo Lafferriere

martes, 1 de septiembre de 2015

Devaluación y cepo: la opinión de un lego

Mauricio Macri disparó la polémica con su anuncio: “El cepo se levantará en 24 horas”.

Ninguno rechazó el amague. Massa opinó que lo haría “en unos meses” y Daniel Scioli sostuvo que la tarea le demandará “un par de años”.

Roberto Lavagna, a su vez, acaba de declarar que el levantamiento del cepo en 24 horas requeriría una gran devaluación, posición en la que acompaña a los economistas oficialistas. En realidad más que tener razón, Lavagna es benévolo: en el actual escenario, no hay devaluación que alcance para frenar la estampida.

Han abierto tanto su pronóstico los economistas que el autor, que no lo es, se atreve a opinar apoyado en el simple sentido común: todo es posible.

¿Cómo pueden existir tan diferentes opiniones especializadas en un tema que –se supone- responde a una ciencia que no es ajena a los números y a los cálculos? ¿Pueden ser tan diferentes las matemáticas?

En realidad, no es un problema matemático sino político. Depende del marco en el que se actúe, de la coherencia del programa político-económico y social que se diseñe, de la confiabilidad del gobierno que lo haga, de su respaldo político interno y de su receptividad internacional.

Imaginemos por un instante un escenario imposible: que el kirchnerismo siguiera gobernando el país. En esa hipótesis, el cepo no sólo no sería “levantable” en ningún tiempo previsible, sino que lo más probable sería una profundización de medidas policiales, la creciente tensión económica que se trasladaría a lo social vía desabastecimiento y/o hiperinflación y por último una crisis política de proporciones, al estilo del escenario que hoy vive Venezuela, con muertos proliferando diariamente, supermercados asaltados, colas de cuadras para conseguir pan o leche, opositores presos sin proceso y violencia instaurada como norma, al estilo ley de la selva.

Eso no ocurrirá, simplemente porque el kirchnerismo tiene plazo fijo. Lo que viene son matices más o menos heterodoxos en el camino de desmontar la parafernalia de dislates construida por el oficialismo –principalmente, por la presidenta- en la convicción de que en pleno siglo XXI es posible vivir en una sociedad en la que las conductas de todos estén decididas por la voluntad de una persona.

¿Se podría levantar el cepo rápidamente? Los economistas –todos- saben que sí. También saben que para hacerlo, es imprescindible reducir el déficit fiscal, objetivo posible en forma programada con un gobierno lúcido, que a la vez que normalizar las cuentas internas logre reconstruir su vinculación con el mundo financiero internacional, con el propósito de contar con un “puente” de financiamiento entre el comienzo y el fin del proceso de normalización que evite las tensiones sociales, la caída abrupta del salario y los despidos masivos.

Pero también saben que no. Es imposible levantar el “cepo” manteniendo la filosofía de los controles cambiarios no homologables con el mundo. Hay una razón filosófica y una práctica. La filosófica es que el concepto de “cepo” oculta la idea de que la propiedad de los bienes no se basa en un derecho constitucional sino en la discrecionalidad del gobierno. Las divisas son de quienes las generan, no del gobierno. Un gobierno que considere que las divisas son suyas, por definición, no es confiable. La razón práctica es que nadie invertirá donde en el mismo momento de su inversión se le confisca el 30 % del valor de mercado de su capital, y luego no se le permite disponer del fruto económico que genere su proyecto.

Pero como adelantamos, eso ya no ocurrirá porque el kirchnerismo pasará a ser historia. Lo que viene buscará, necesitará buscar, cambiar esa perspectiva.

¿Quién pude lograr ese escenario? Quien antes que nada, se lo proponga. Es un camino incompatible con la verborragia de opereta, la fragmentación interna y la irresponsabilidad de gestión. La normalización fiscal requiere confianza y la confianza requiere coherencia entre dichos y hechos en el diseño y la ejecución de un camino sensato. Si se logra ese “puente” y se ejecuta, el cepo puede durar horas: no sería necesario contar con un ajuste para ubicar el precio de la moneda nacional en un camino ascendente.

Habría inversiones en sectores de infraestructura rezagados durante una década por malas decisiones (que han respondido a caprichos, conveniencias personales o corrupción, más que a necesidades económicas), habría préstamos internacionales para financiarlas y se abrirían espacios de negocios que naturalmente serían ocupados por quienes hoy prefieren inmovilizar sus ahorros ante la imprevisibilidad que le genera la actual gestión.

¿Cuánto tardaría esto en realizarse? La respuesta también se abre en abanico. Hoy mismo existen contactos entre interesados en realizar grandes inversiones y los equipos de los principales candidatos presidenciales. Cambiado el rumbo, la carrera por llegar primero también se dispara en horas. No es aventurado decir que apenas se decida la conducción del nuevo gobierno, comenzarán a tejerse acuerdos cuya concreción se realizará rápidamente, tal vez en días.

¿Habrá turbulencias? Es posible que sí, pero no tanto por la relación peso-dólar, sino por el estrambótico descalce de los precios relativos internos y por la gigantesca irresponsabilidad fiscal de los últimos tiempos kirchneristas. Sin embargo, también existen reservas en manos privadas de compatriotas que han sido previsores armando su “colchoncito” fuera del alcance de las ocurrencias kicillescas. Después del 2002, es muy difícil que vuelvan a encontrar a los argentinos con sus ahorros encerrados en las cuentas bancarias. Un “corralón” hoy tendría apenas la dimensión de un gallinero.

Habrá, sí, viento de frente como el que nunca atravesó el kirchnerismo en el poder. Será necesario inteligencia estratégica y flexibilidad táctica. El mundo viene complicado ante los tropiezos de China, las complicaciones geopolíticas del Oriente Medio y la crisis económica y migratoria europea. Pero a la vez, ha comenzado a recuperarse la otra gran economía del mundo, la norteamericana, que probablemente retomará su papel de locomotora mundial.

Por nuestra parte, ha sido tan fuerte la decadencia que nuestros problemas, ubicados en el mundo, casi entran en una dimensión micro, más que macro. Recuperar el atraso demanda una sintonía de medidas serias de gestión con inteligentes proyectos para retomar la marcha, pero es posible.

En síntesis: el cepo, con el que comenzamos la reflexión, puede levantarse en 24 horas, en cuatro meses, en dos años o nunca. En realidad, en gran medida, depende de la decisión y la convicción de los propios argentinos.


Ricardo Lafferriere

sábado, 22 de agosto de 2015

Identidad

La “brecha”…. la maldita “brecha”, cuya dimensión ha sido potenciada casi hasta el límite de la tolerancia recíproca por esta “década”, alcanza no sólo a la grotesca impostación ideológica, que en otros tiempos apasionaba corazones idealistas pero hoy muestra al desnudo su crudo y mendaz rostro delictivo.

“Izquierdistas” represores, “progresistas” ladrones, “revolucionarios” de pacotilla tomando por asalto un presupuesto alimentado con la pobreza que causa la inflación y las exacciones impositivas a los que trabajan, “intelectuales orgánicos” frente a los que los de la dictadura stalinista parecen santos. Todos ellos nos hacen preguntarnos –confiesa el autor que no pocas veces lo ha inundado el interrogante- sobre si existe un común denominador que vincule a ambos “bandos” de la realidad argentina.

Es que la “brecha” alcanza a los contradictorios más estrambóticos. No es lineal, aunque en uno de sus extremos se ubica siempre, como generador, el mismo núcleo de pensamiento y acción, intolerante, excluyente, inmoral, banal, desdeñoso, despectivo y soberbio para con quien piensa diferente.

“Villerito europeizado”, ha sido el más benévolo de los calificativos con que un funcionario kirchnerista formoseño ha calificado las declaraciones de Carlos Tévez, referidas a la falta de igualdad en el país, respondiendo a la pregunta de “¿cuál es el tema que más te golpea?”

Su ejemplo fue Formosa, como lo es de muchos de quienes analizamos la etapa kirchnerista. “El hotel donde paramos es un cinco estrellas, con Casino y todo. Las Vegas… mientras afuera del paredón, la gente se c…. de hambre”. Nada que no sepamos, aunque dicho por alguien que no juega en política, sino que se ha formado con su propio esfuerzo y alcanzado su papel de liderazgo deportivo popular sin perder su esencia, su identidad y sus notables valores solidarios.

“Respetar las normas te facilita la vida”, fue otra de las respuestas ante la aguda pregunta del periodista sobre la presunta “dureza” de la vida en un país donde rige la ley. Respetar las normas y no quejarse sino justificar hasta su propia detención por la reiteración de su falta de conducir sin registro, por la que tuvo que cumplir trabajos comunitarios como cualquier ciudadano.

Quien escribe confiesa que se siente cerca, muy cerca, del trasfondo ético y moral del villerito europeizado y en las antípodas del funcionario “nacional y popular” de un gobierno que masacra indígenas, humilla a los pobres clientelizándolos, se enriquece con fondos públicos mal habidos, mata jóvenes opositores y se imbrica con el narcotráfico.

Y también confiesa que el interrogante le sigue golpeando el cerebro: ¿hay una identidad común entre argentinos ubicados en las dos orillas de “la brecha”?  ¿Podemos afirmar aún que pertenecemos al mismo pueblo?

Las preguntas golpean, por sus implicancias. Tal vez sea preferible auto convencerse que la brecha no es más que una enfermedad transitoria que contagió a muchos, como una epidemia que pasará, tan rápido como llegó. Que es un episodio triste y negro como los varios que hemos pasado en la historia del país. Que salimos hasta de la dictadura. Que no puede ser eterna. Que soldaremos la brecha con una gran bandera de unidad nacional.

La duda, la gran duda, es que ese autoconvencimiento no sea más que un atajo voluntarista para poder seguir creyendo en la unidad de los argentinos. Que nos resulte insoportable la idea de compartir la identidad nacional con los señores feudales, genocidas y ladrones. Y que no debamos para ello abandonar la solidaridad visceral, democrática, patriótica y honesta con los valores maravillosos del villerito europeizado, que reflejan con sencillez los mejores valores de la historia patria.

Lo que parece claro es que los argentinos difícilmente soporten en paz social la prolongación de la provocación permanente, por cadena nacional, de los nuevos profetas del odio, de la mentira y del desprecio. Porque en ese caso la brecha, la maldita brecha, puede seguirse ampliando al punto de no retorno que no deje espacio ni siquiera para el ejercicio voluntarista del autoconvencimiento de ser aún un país con identidad compartida y con un pueblo que convive.


Ricardo Lafferriere




lunes, 17 de agosto de 2015

El ideólogo

"Él no cree en el rol del Estado, y yo sí creo en el rol del Estado. Pero a buena hora que se haya desenmascarado su idea de país", fue la terminante afirmación del gobernador de Buenos Aires para referirse a su rival en la carrera presidencial  y actual Jefe de Gobierno porteño.

La afirmación hubiera podido ahorrarse, en un momento en que la ausencia del “rol del Estado” ha quedado evidenciada sin necesidad de comentarios ante la absoluta ausencia de infraestructura –canales, endicamientos y defensas- en las zonas más pobladas de la provincia de Buenos Aires luego de una década de gestión propia y de casi tres décadas de gestión de su partido.

Pero más hubiera podido ahorrarse para evitar la necesaria comparación con lo ocurrido en estos años en la Capital Federal, donde las obras realizadas y aún sin haberse completado totalmente aún el plan previsto han erradicado las mega-inundaciones del Arroyo Maldonado, cuando no se inundan más los barrios bajos de Belgrano por las obras en los arroyos Vega y Medrano y cuando La Boca, tradicional barriada azotada por las sudestadas, hace años que no debe soportar la periódica invasión hídrica de otros tiempos. Obras que –bueno es recordarlo- debieron realizarse en plena planta urbana de la ciudad más grande del país y con trabajos subterráneos, con lo que implican como desafíos de ingeniería y costos económicos.

Si. Fue Scioli hablando de Macri. Por supuesto, la impostación del libreto ideologicista es la última razón del mentiroso. No será esta columna la que defienda la ideología de unos y otros, que cada uno sabrá cómo hacerlo. Pero parece justo al menos aportar una palabra reflexiva en un momento en que los argentinos estamos por definir el rumbo de un nuevo ciclo político.

“Los tenemos bien identificados” –ha dicho el gobernador-. Es “la campaña que llevan adelante sus tuiteros a través de las redes sociales con una campaña sucia y negativa en todo momento. Es una hipocresía total, esto hay que decirlo con todas las letras". En nuestro campo existe un dicho que seguramente debe provenir de algún antiguo proverbio: “…Chancho hablando de limpieza…” Porque no son justamente los integrantes del oficialismo, con miles de twiteros a sueldo desprestigiando a quien se atreva a cuestionar sus políticas o sus actos quien pueda quejarse de la expresión de la gente en las redes sociales.

El papel del Estado, mal que le pese al gobernador de Buenos Aires, ha sido sustancialmente más presente y exitoso en la Capital Federal que en el distrito que él ha administrado durante dos períodos. Y esto no se debe a ninguna razón ideológica, sino de simple sentido común. El Estado tiene la función indelegable de planificar las grandes obras de infraestructura, sea cual fuere la ideología del gobierno. Lo hace en Estados Unidos y en China, en Rusia y en Brasil, en España y en Australia.

La afirmación el algo mucho más rudimentario que un debate ideológico. Es sencillamente una supina incapacidad de gestión comparada  con una administración que, sin necesidad de invocarse como ninguna maravilla, ha hecho lo que debe con los fondos públicos con mayor eficacia y respeto por los vecinos.

Si en esta nota las cotejamos es, además de porque así lo ha propuesto el  Gobernador bonaerense, porque nos resistimos a la cantinela del chantaje ideológico para ocultar la incapacidad, la corrupción y el humillante clientelismo despreciados no sólo por la opinión republicana ortodoxa, sino también muchos peronistas indignados por la falta de sentido social de un gobierno que han apoyado y sienten que no merecen.


Ricardo Lafferriere

lunes, 10 de agosto de 2015

No es aritmética , es ajedrez

Ha cambiado el mundo, ha cambiado el país y ha cambiado la política.

Algunas veces nos hemos referido en esta columna a la superación de los tiempos de la “democracia de partidos”, que pusiera en foco hace ya tres décadas Bernard Manin, en una reflexión que ya fuera insinuada por Rosanvallon con su idea de la “contrademocracia”.

En el mundo de hoy, al menos el mundo occidental en el que vivimos, se ha visto un florecer de la independencia de criterio de las personas, que rescatan las potestades que en otros tiempos delegaban en colectivos en los que sentían representadas: partidos, gremios, iglesias, asociaciones. Se ha entrado en la “democracia de audiencias”.

Eso no quiere decir “aislamiento” individual, sino la ruptura de la continuidad y la permanencia en las adhesiones. Éstas cambian, según la percepción que las personas tienen de su utilidad en cada momento. Cambian y no generan obligaciones, en una muestra voluble de individualismo que hubiera repugnado en otros tiempos pero que hoy no acarrean condenas públicas sino comprensión o, en el peor de los casos, indiferencia.

¿Qué se hubiera pensado, hace apenas un par de décadas, de un dirigente que sostuviera, sin sonrojarse “En la elección interna votaré a fulano, y si pierde, a Mengano. Pero si no ganan ni uno ni otro, no votaré al candidato ganador del espacio, sino al de una fuerza rival”? ¿Se hubiera considerado siquiera la posibilidad de concederle una candidatura, aunque sea secundaria –no ya el rol de liderazgo-? ¿Se le hubiera concedido –nada menos que por un partido de tradición orgánica- ese papel a un dirigente que hubiera atravesado tres espacios políticos diferentes en menos de una década, entre ellos un papel sustancial integrando el gobierno del adversario principal, otorgándole la más importante representación en juego?

Hoy, eso parece natural.

¿Se equivocan las encuestas, o es que esperamos de ellas que obtengan fotografías de futuro, de acontecimientos que aún no han transcurrido y por lo tanto, por definición, es imposible medir?
En tiempos del mundo “sólido”, adhesiones permanentes y colectivos estables era más sencillo. Una persona que adhería a un partido político, una religión o una agrupación gremial volcaba en ella una pasión comparable a la adhesión al equipo deportivo de sus amores, tal vez el último rincón de las pasiones permanentes que aún subsiste. Difícilmente cambiara, y si lo hacía arriesgaba hasta el descrédito social.

En consecuencia, era más sencillo prever lo que ocurriría, ya que al nivel de los “Main Streams” de cada sector las variaciones no serían tan grandes. 

Eso terminó. Las adhesiones hoy pueden durar 24 hs…

Una fuerza política votada en una elección podía descontar el apoyo de sus seguidores, “apasionados” en cuanto partidarios, fuere como le fuere en el gobierno. Eso se reduce cada vez más, aunque sus restos aún persistan como arcaísmos vetustos en los bolsones más clientelizados de la sociedad.

Cada proceso electoral es una demostración de esta voluble variabilidad ciudadana.

¿Eso es negativo? Pues… así funciona la sociedad, y no es una cuestión de valores, sino de hechos.

El desafío para la política agonal no es menor, ya que se ha producido un desdoblamiento del “contrato de representación” sobre el que se edificaron las democracias modernas.

En la idea clásica de la etapa de democracia de partidos ese contrato incluía dos contenidos: la asignación eventual del gobierno a un partido o coalición, bajo la contrapartida de que ese partido o coalición llevaría adelante determinadas políticas públicas establecidas en sus programas.

La incertidumbre del mundo globalizado, que Beck caracterizó como “sociedad del riesgo global”, convierte ese contrato en uno de imposible cumplimiento. Las situaciones internas dejaron de depender de decisiones de los actores de la sociedad nacional para quedar sometidas a incertidumbres imprevisibles relacionadas con un abanico de riesgos fuera del alcance de las gestiones locales, desde climáticos hasta terroristas, desde crisis financieras y deudas impagables hasta imprevistos energéticos, desde precios internacionales que oscilan entre extremos hasta conflictos bélicos localizados que afectan a todos los países, pero cuyas consecuencias deben enfrentarse en cada país –donde tienen su efecto causando crisis sucesivas- porque no existe un gobierno global que las encauce.

La consecuencia es que la asignación de un gobierno no conlleva –y no pueda ya conllevar- obligaciones programáticas puntuales, probablemente de cumplimiento imposible por más buena voluntad o dedicación que se vuelque en la gestión, la que deberá enfrentar los imprevistos que aparezcan. De ahí el recelo –comprensible- que los candidatos serios muestran sobre sus “propuestas” o “programas”: saben que si gobiernan, probablemente necesiten la mayor libertad de acción. Sólo se atreven a proponer  medidas concretas cuando su llegada al poder es muy lejana.

¿Qué tiene en cuenta el ciudadano, entonces, para decidir su voto? En la convicción del autor, no es el contenido de las medidas programáticas, sino la percepción sobre la capacidad y calidad de gobernabilidad que la mayoría intuya ante las diferentes ofertas. Esa percepción no responde a una mirada lineal y –ni siquiera- a una identidad ideológica o programática, sino a la intuición sobre la capacidad de responder en forma adecuada a los imprevistos que se generarán durante el período de gobierno que se delegue. Se llama “confianza”, y se construye lentamente.

¿Cómo defienden las personas entonces, se preguntarían muchos, los contenidos de las políticas que desearían ver aplicadas? Pues, con la infinidad de formas de participación directa e indirecta que hay en la sociedad moderna, desde las redes sociales hasta las marchas, desde los piquetes hasta las huelgas, desde los petitorios hasta el castigo en las elecciones. Derechos ciudadanos que no se delegan en nadie, ni siquiera en un gobierno “propio” o afín, sino que se reservan en el fuero personal de cada uno.

Seguramente a muchos le resultará curiosa la insistencia obsesiva conque hemos defendido desde esta columna la necesidad de una articulación sólida pero muy amplia del pensamiento democrático-republicano sobre bases éticas, para crear una alternativa creíble de gobierno que generare equilibrio al sistema político. Antiguos cofrades de mi vida anterior no alcanzan a entender cómo puedo sostener, no ya desde la política sino desde una simple tribuna ciudadana –no otra cosa son estas columnas- el acercamiento entre protagonistas que en otros tiempos –y tal vez, en tiempos futuros- pertenecían o pertenecerán a alineamientos diferentes.

La respuesta es sencilla y la dan los hechos. Si desde la oposición a la actual gestión populista no hay capacidad de crear una alternativa de liderazgo, organicidad, confiabilidad y capacidad de contención a la mayoría de los sectores sociales, los ciudadanos seguirán votando a quienes sí les generan esa sensación. El oficialismo lo entiende. Su primera muestra es la capacidad de disciplinar a un arco que, aun proponiendo un candidato de perfil históricamente “moderado”, logra sumar hasta los extremos que expresan Bonafini y D’Elía. Otra, la del “amigo del Papa”, absolviendo el compromiso narco en pos del poder a cualquier precio.  Otra, de compatriotas de convicciones de izquierda apoyando a gestores de historia personal poco clara en sus vínculos con la dictadura, en la acumulación de su patrimonio o en la coherencia de su vida política, que no otra cosa ha sido la familia gobernante en la última década, a cambio de un discurso insustancial y buenos contratos.

Del otro lado, mientras tanto, se le sigue sacando la punta al lápiz y buscando con lupa añejos archivos de pureza para justificar fracturas impostadas de cara a los problemas que deban enfrentarse. O se invoca como piedra filosofal una presunta “pureza generacional” olvidando  que a la historia reciente de la Argentina la han protagonizado compatriotas que no nacieron de un repollo sino que han sufrido, trabajado, luchado y aportado su esfuerzo, desde uno u otro espacio, para mantener en marcha nuestro país, con errores y con aciertos. Y son ciudadanos de plenos derechos.

La política no es una simple sumatoria de agregados numéricos llenando casilleros de encuestas. No es aritmética, sino ajedrez, complicado al extremo por la independencia de las piezas, que no responden a la decisión de los jugadores, sino que tienen vida propia. Es un juego que debe entenderse en plenitud, con extrema humildad y alejado de la soberbia.

La consecuencia del error está ahora peligrosamente cerca. Una vez más, estamos en el umbral de que ante la inexistencia de una alternativa que genere la necesaria confianza mayoritaria, haya compatriotas prefieran delegar el gobierno a quienes no aprecian y con quienes no coinciden, simplemente porque los sienten en mejores condiciones de contener a la sociedad, de “gobernarla”.

Nos hemos acercado mucho a esa alternativa, pero es evidente que lo hecho no alcanza. El futuro es opaco, no está nada escrito y tal vez en un par de meses se pueda adquirir un conocimiento acelerado de lo que falta. Pero partimos habiendo dado una gran ventaja, que tal vez no hubiera existido de no estar aferrados al canto de sirena de la autosuficiencia, la arcaica impostación ideológica o el banal “purismo” de colores sino que, por el contrario, se hubieran ampliado al máximo posible, con humildad, los márgenes necesarios de la unidad.

En términos del tenis, ahora debemos levantar un “Match Point”. Roguemos que no sea tarde.

Ricardo Lafferriere


martes, 4 de agosto de 2015

"...Plaga..."

Así ha calificado el primer ministro británico, David Cameron, a las personas que escapan de las matanzas de ISIS, los gases venenosos de Al Assad, los bombardeos saudi-árabes, jordanos y norteamericanos, los secuestros de sus hijas adolescentes y esposas para convertirlas en esclavas sexuales de Boko Haram, la muerte por degüello debido a diferencias religiosas, la confiscación de sus viviendas y tantos otros horrores como los que nos cuentan los propios medios occidentales y hasta valientes periodistas del país del Sr. Cameron que ponen en riesgo sus vidas para cumplir con su deber de informar.
Huyen para salvar sus vidas y las de sus familias. En ésto no hay engaño. No entienden el motivo de tener que abandonar sus pacíficas vidas en su tierra, que lo fue de sus ancestros, convertida en sangriento campo de batalla de un ajedrez mundial en el que de pocos puede decirse -si se puede de alguno...- que juega "en el campo de los buenos".
Sólo buscan sobrevivir, ya que ninguna otra expectativa les queda. Y siguen el faro de la vieja Europa, que ven brillar a lo lejos, de la que han escuchado siempre que es la cuna de los derechos humanos, de la "libertad, igualdad y fraternidad" y de la solidaridad con los oprimidos.
Claramente, no lo ven así todos los europeos. Tal vez deba destacarse la excepcional actitud de Italia, que sin pasar justamente por su mejor momento, y posiblemente porque ha sufrido ver a su pueblo durante tantas décadas disgregarse por el mundo perseguido por las guerras y la pobreza, abre sus puertas mediterráneas a los desesperados que logran subir a una "patera" hacinada, donde posiblemente les espera la muerte, con la ilusión de llegar a Lampedusa. Pero no muchos más.
Para el resto, aunque no lo digan con el espantoso cinismo de Cameron, son una "plaga".
Quien escribe confiesa que todo esto le golpea la conciencia. Hace más de doscientos años, un tatarabuelo llegó de Francia perseguido por restauración monárquica. Había creído y luchado por la Revolución, y vencida ésta, frente a la llegada de la reacción impregnada de venganza, buscó en este lado del mundo la realización de su utopía, primero en Chile donde se casó con una araucana y luego en la Argentina, donde se formaron sus hijos, todos profesionales.
Otro tatarabuelo llegó de Irlanda siendo adolescente, huyendo de la hambruna, y peleó junto a Brown en la marina patria, poniendo su granito de arena para la construcción del país naciente, llegando a ser un prestigioso oficial de nuestra Marina de Guerra. Otro bisabuelo llegó de la Lombardía, ocupada por los austríacos, escapando a las levas de campesinos pobres realizadas por austríacos y aristócratas lombardos, con el sueño de encontrar algún futuro en esa América de la que -ya se decía- era un paraíso. Llegó a la Argentina en tiempos de la Confederación -gobernaba Urquiza- y se afincó en Entre Ríos, donde llegó a tener su quinta, trabajar la tierra y criar sus hijos que fueron comerciantes, artesanos, docentes, profesionales.
El abuelo materno de mi esposa fue el único sobreviviente de un "pogromo" polaco a comienzos del siglo pasado viendo cuando niño escondido en un armario cómo se baleaba a toda su familia -padres y hermanos-. Llegó adolescente a la Argentina, donde formó su hogar y trabajó con el más valioso de los bienes: la paz. Y su padre llegó de la España de la posguerra a mediados del siglo XX también perseguido por el hambre, recibido por un país en el que formó su familia y que llegó a considerar con el tiempo, como el propio.
No puedo imaginar a ningún ser humano como "plaga" en el hogar común de nuestro planeta. Me siento visceralmente patriota, pero por sobre ello, creo en la unidad esencial del género humano. Cada uno siente la patria a su manera, como una construcción afectiva y racional. La mía es la de San Martín, definiendo la revolución que parió nuestro país como "la causa del género humano", definición cosmopolita, si puede imaginarse alguna, de la identidad de la patria naciente.
Por eso me duele que los países de algunos de mis ancestros -y de los ancestros de millones de argentinos- se encierren en la riqueza y se oculten tras los números que esconden las posibilidades de solidaridad para evadir su obligación moral de tender una, dos, todas las manos, para albergar a los perseguidos.
Nuestros padres, abuelos, bisabuelos y tatarabuelos necesitaron una mano y la tuvieron. Eran seres humanos -no más, no menos- buscando honrar la vida con su trabajo, sus ilusiones y sus luchas. Como los emigrantes que hoy llegan a una Europa sustancialmente más rica que lo que era América, toda América, hace dos siglos. Y hace uno. Y hace medio. Y ayer y aún hoy.
Y como los que todavía llegan, sin el dramatismo de la guerra pero sí con el impulso de sus ilusiones a nuestros propios países, que siendo mucho más pobres que lo que es hoy el continente de nuestros antepasados, siempre tienen un lugarcito en la mesa para recibir y compartir el pan con quien lo necesita.
Los perseguidos, señor Cameron, señora Merkel, señor Hollande, señor Rajoy, nunca pueden ser una "plaga". Ningún ser humano lo es. Son personas, cada una de ellas "única e irrepetible". No hay equilibrio fiscal ni ecuaciones financieras que sean más importantes que una sola vida humana o puedan exhibirse como excusa para alzarse de hombros ante el dolor de su desgracia.
Ricardo Lafferriere

martes, 2 de junio de 2015

Nuevamente, la "clase media"...

Nuevamente, en La Nación. Ahora, ¡Alejandro Katz!

Esta vez, uno de los filósofos más agudos y respetados del escenario local repite la crítica desmatizada a "las clases medias que se autosatisfacen en el consumo de juguetes tecnológicos -ya obsoletos, por lo demás, cuando acuden a ellos-, algunos viajes en cuotas, autos que no caben en las cocheras de sus modestas viviendas".

Hace pocas semanas, a raíz de una nota de Francisco Jueguen en la Sección Economía, hablamos sobre este "tic" mental, cuya repetición limita la profundidad del análisis, errando por esta causa en el definitivo diagnóstico, a pesar del indiscutible brillo conceptual de otros párrafos de su nota, publicado hoy 2 de junio en la página de opinión del matutino.

Es una lástima, porque esa insuficiencia de análisis es una de las causas del mal que denuncia en su artículo, sintetizado en su título: "Un conformismo populista que ha vaciado la política".

Katz expresa un angustioso reclamo existencial -que compartimos totalmente- por la necesaria reconstrucción de "lo público", sobre la base de recuperar el valor de la palabra y la potencialidad del diálogo. No se equivoca.

Sin embargo, la descalificación tácita o expresa -reproduciendo la caricatura jauretchiana- de uno de los interlocutores sociales, justamente aquel que la historia argentina indica como decisivo a la hora de las grandes construcciones, predispone al mantenimiento de barreras que dificultan la acción para oponer al mal denunciado -el populismo irresponsable- una fuerte confluencia de modernidad democrática y republicana.

Empecemos por el principio, reiterando algunos párrafos de nuestra nota anterior: "… admiramos a los valores de la clase media argentina. Ella nos dio el país empujando a los timoratos y pudientes –en tiempos fundacionales- hacia caminos de mayor audacia. Ella nos hizo un país con una educación ejemplar. Ella nos dio la Universidad para el pueblo. Ella colonizó nuestra pampa húmeda con la ética del trabajo, sobreponiéndose a la explotación de ricos estancieros. Ella habilitó la movilidad social y sembró de valores de honestidad, valoración del trabajo y el esfuerzo, el ahorro y el respeto. 

 Y las cooperativas, los clubes de barrio, las bibliotecas populares, los teatros y cines desparramados en pueblos alejados y las cooperadoras escolares y policiales.

Y ella, ya en tiempos contemporáneos, nos trajo la democracia y la defensa visceral por los derechos humanos, con el liderazgo de otro de sus hombres, Raúl Alfonsín, al frente de millones de argentinos que no se resignaban a la alianza autoritaria que daba sustento al salvajismo del proceso, y que comprendía un arco en el que algunos exponentes de los otros extremos –de arriba y de abajo- delataban, apresaban, torturaban y ejecutaban, sin sentimiento ni vergüenza, a miles de compatriotas."

Las clases medias hicieron nuestro país, sobre los cimientos edificados por las familias patricias criollas y los sectores populares que pelearon las guerras de la independencia. Ellas lo organizaron, ellas lo hicieron producir, ellas lo gobernaron ampliando los derechos políticos y sociales. Acertaron y erraron, pero nada seríamos sin su impronta y su legado.

Pero el país es de todos y necesitamos a todos para su reconstrucción. Esta confluencia poca relación tiene con las contradicciones que nos enseñó Marx, que ya nadie usa como método de análisis y mucho menos en la política. Los conflictos “de clase” explican poco. El nuevo paradigma productivo global impone nuevos cálculos por la fuerte demanda de inversión, que no es posible –como en otros tiempos- considerar en la cuenta de “los empresarios”. Y cuidar el planeta, que antes se consideraba eterno e inagotable.

El propio capitalismo sufre un conflicto desatado entre finanzas descontroladas con superganancias y los generadores de riqueza real, que sufren la crisis tanto en sus empresarios como en sus trabajadores. Los tiempos actuales, por último, escapando a los encierros nacionales, están gestando una sociedad global contradictoria, conflictiva, violenta, pero también clases medias que en todo el planeta se alzan como su contracara en las tareas de construcción.

Fueron ellas las que instalaron la denuncia por las violaciones de los derechos humanos e impulsaron su defensa internacional, elaborando instancias civilizadas como la Corte Penal Internacional. Fueron ellas las que pusieron en la agenda los peligros del cambio climático, a través de la tenaz tarea de científicos independientes y el trabajo sostenido de innumerables ONGs. Son ellas las que sostienen las causas justas más diversas, con trabajo voluntario y aportes personales, hasta poniendo en riesgo su vida en espacios donde se enseñoreó la muerte, como los que lamentamos ver en las noticias del Oriente Medio, de África y algunas regiones de Asia. Son ellas las que están motorizando la gigantesca revolución científica y técnica con el trabajo de investigadores en genética, nanotecnología, robótica, y emprendedores que difunden con sus "apps" una nueva economía de servicios, que mejoran la vida de millones y crean las ocupaciones que predominarán en el mundo que viene.

Y -tal vez ésto sea lo más polémico de mis afirmaciones- son ellas de donde surgieron los nuevos empresarios exitosos como Bill Gates, Steve Jobs, Elon Musk o, entre nosotros, Martín Migoya y sus socios de “Globant” en el campo tecnológico,  Grobocopatel, de “Los Grobo” en la agricultura de punta, Ideas del Sur y Polka en el campo audiovisual y otros lúcidos compatriotas que con audacia e iniciativa se atreven al desafío del mercado global, que es una selva.

¿Qué haremos con ellos, si pretendemos prolongar voluntaristamente la vigencia de las viejas categorías de análisis? ¿Diremos que son "el enemigo burgués? ¿Los declararemos "socios del imperio? ¿Llevaremos a la quiebra sus empresas vaciándolas con exacciones impositivas irracionales que las hagan inviables en el mercado global, donde deben –y debemos- competir? ¿Los declararemos "traidores de clase" por ser exitosos en lo que hacen? ¿Los consideraremos éticamente menos valiosos que los Jaime, los Recalde, los Boudou, Pérez Carmona, los De Vido o Vanderbroele?

¿En serio que valoraremos más a los barras bravas, los constructores de las redes clientelares de los "conurbanos", los enriquecidos mediante la corrupción desenfrenada con fondos y bienes públicos, los "pobres" asesinos de ancianos y jovencitas o a los explotadores de inmigrantes chinos, bolivianos, paraguayos que proliferan por doquier? ¿Despreciaremos a unos pero exculparemos a otros porque unos son "empresarios" y los otros son "funcionarios del ESTADO" –(con mayúsculas, para que imponga respeto -y si no, miedo-) de un gobierno que se dice “progresista”?

Me parece estar escuchando la respuesta, no ya de Katz, sino de antiguos y entrañables (y honestos) cofrades "nacionales y populares": “Pero nosotros somos progresistas”. Y por supuesto que la afirmación es una autoreferencia que convoca a una indagación más profunda. Porque si a quien esto escribe le preguntan si es partidario de una distribución más equitativa del ingreso, de la educación pública al alcance de todos, de una salud de excelencia y gratuita, de un transporte público que respete la dignidad de los usuarios, de un sistema previsional integral, de la defensa del ambiente y los recursos naturales, todo en el marco del estado de derecho, la vigencia de las libertades ciudadanas y la justicia independiente, no tendría ni un segundo de duda en gritar “¡soy progresista!”, aun siendo consciente que muchos que no se definirían así, piensan parecido.

Pero…si el paso siguiente es tener que compartir identidad con los que se apropiaron del Estado para enriquecerse fácil, con los empresarios prebendarios que no tienen empresas sino “contactos” para ser proveedores públicos sin licitaciones, con los bicicleteadores financieros allegados al poder, con burócratas sindicales enriquecidos con las obras sociales lucrando con la deteriorada salud de los trabajadores, con esclerosadas burocracias políticas que ya no recuerdan qué forma tiene un libro ni cómo es la humillación de un clientelizado, entonces… es preferible el prudente paso atrás, por una cuestión de autorespeto y de coherencia intelectual, tomando la indispensable distancia para pasar en limpio las identidades y analizar mejor por dónde pasa, hoy y acá, el verdadero contencioso.

Es más sano en este caso compartir el apotegma de Lamartine citado por Berroetaveña en las exequias de Alem: “¡Feliz el hombre solo! ...” Aunque –justo es decirlo- hace ya tiempo que cada vez menos solo, a juzgar por las reflexiones de quienes se van “dando cuenta” a medida que el populismo muestra sus límites inexorables y degenera en el más crudo y grotesco chauvinismo, así como de políticos que se animan a romper barreras atávicas y unir esfuerzos para retomar el rumbo.

Los prejuicios y preconceptos que aún campean en el ambiente intelectual y político argentino, que asoman desde el pasado como atávicas concesiones a viejas identidades, conducen a conspirar para la preservación, justamente, de lo que Katz denuncia: la persistencia del populismo que ha vaciado la política. Eso ocurre por errar en el diagnóstico del problema principal, que no es ser o no “progresista”, sino reconstruir el estado de derecho y la convivencia civilizada.

Sobre ella, los debates que vienen podrán tener toda la potencia que demande la realidad y las convicciones, porque nadie dejará de tener los valores que siente. Sin ella, seguiremos lamentando la decadencia, a cuya perpetuación habremos contribuido clavando cuñas para convertir en abismales diferencias miradas distintas que caben todas en una convivencia en paz. Y con las que, de cara al mundo que viene –en el que ya estamos- cada vez resulta más difícil encontrar incompatibilidades vitales, como las que sí tenemos con el populismo autoritario, clientelar, mentiroso y cleptómano.


Ricardo Lafferriere