domingo, 16 de diciembre de 2012

La foto de la semana


La foto de la semana


Para los analistas del escenario y aun para sus respectivas nomenclaturas, la foto osciló entre lo intrascendente y lo condenable. Sin embargo, mirando hacia la sociedad, configura la expresión de los pilares más importantes de la Argentina democrática - republicana. Para una mitad del país, fue una bocanada de aire fresco.

No son todo el país. La foto de la otra mitad, la de la Argentina populista - autoritaria, incluiría a la presidenta, flanqueada por Carlos Menem y Hebe Bonafini, o por Horacio González y Pacho O'Donnell, o por Yasky y Gerardo Martínez.

Los análisis político sociales tienen siempre algo de apuesta. No admiten límites absolutos, como una fórmula matemática, ni las definiciones precisas de las ciencias duras o de los propios sistemas filosóficos.

Para algunos, en la sociedad disputan izquierdas y derechas y así lo expresan en sus análisis. Para otros, el motor de la historia son las naciones, disputando entre ellas (o contra el mundo). Los hay para quienes las etnias o las clases sociales definen sujetos activos de los verdaderos conflictos. Seguramente para ninguno de ellos la foto de marras significa nada.

En esta columna venimos sosteniendo desde hace una década que los grandes bloques político culturales que conforman la Argentina, aún con bordes difusos e impregnaciones recíprocas, son los definidos al comienzo.
No es una originalidad. Pensadores importantes de la historia nacional han buceado en la interpretación de nuestras identidades profundas, tratando de encontrar las causas de impotencias y potencialidades. En tiempos contemporáneos, Daniel Larriqueta, en sus dos magníficas obras "La Argentina Renegada" y "La Argentina Imperial", hace una aproximación al tema con la que coincidimos medularmente.

 La sociedad  argentina incluye dos herencias sustantivas, por supuesto que enriquecidas por aportes diversos y por su propia interacción, la colonial "tucumanesa" y la revolucionaria "republicana", que él denomina "atlántica".

La primera incluye una idea del poder y su ejercicio con escaso apego a los límites normativos pero con un fuerte compromiso ordenancista. Fué la fundacional, la que tiñó los comportamientos de los 240 años de vida anteriores a la Revolución.

La segunda imagina al poder limitado por las leyes y la justicia, y a los ciudadanos como base final de legitimidad de todo el orden político. Su llegada al debate político se produjo con la Revolución de Mayo. Dice Larriqueta, como un recurso didáctico: "La Argentina tucumanesa, en estado puro, es Bolivia. La Argentina atlántica en estado puro, es el Uruguay".

Bolivia, fuertemente caudillista, con innegable impronta precolombina simbiotizada con la cultura feudal de la colonización temprana. Uruguay, con su política sofisticada, tradicional cultura de coaliciones y tolerancia, con intenso diálogo estratégico nacional. Nosotros no somos ninguno de ellos, pero somos ambos.

En la mirada del autor de esta nota, esos dos bloques culturales fundacionales sustantivos han impulsado la historia nacional, hasta hoy. Matizados con sus adjetivos "ideológicos" en ambos campos, han luchado, se han imbricado, han interactuado y han convivido. El país que tenemos es el resultado de esa convivencia dialéctica. Pero siguen conteniendo las miradas de los argentinos sobre el tema de fondo que los diferencia: la relación de las personas con el poder.

La segunda mitad del siglo XX, con su dinámica densa y compleja, nos presentó dos esqueletos políticos articuladores de estos bloques: el justicialismo y el radicalismo. El primero fue exitoso casi siempre, ayudado por su intrínseca naturaleza verticalista. El segundo lo logró en algunas ocasiones, siendo la más exitosa la recuperación democrática iniciada en 1983.

Dentro de cada bloque hay matices y diferencias, algunas muy marcadas, y está bien que así sea y siga siendo. Aún así es curioso que a pesar de que las distancias que separan -pongamos por caso- a Hermes Binner de Mauricio Macri sean infinitamente menores que las que separan a Ricardo Forster de Pacho O'Donnell, también sea más dificultoso articular entre los primeros un contenedor común, que los segundos logran rápidamente para sostener un poder compartido, con el liderazgo presidencial, de la misma forma que en los 90, el liderazgo de Carlos Menem contenía desde los Kirchner hasta Maria Julia Alsogaray.

Ambos bloques tienen ventajas y disvalores. La mayor debilidad del primero es su tendencia a impostar sus diferencias, lo que es sano para el debate democrático pero peligroso para el ejercicio del poder. La gran falencia del segundo es su tendencia a los desvíos autoritarios, aún al precio de vaciar tanto las formas como el contenido de la democracia.

El modelo kirchnerista se caracteriza por expresar la crudeza sustantiva del segundo, facilitado el terreno por la fragmentación adversaria.

Como decíamos en un comentario anterior, el tiempo dirá hasta dónde es necesario profundizar la acción común. Cuanto mayor sea la calidad democrática e institucional, más tolerará el sistema los debates sobre las políticas públicas.

Pero la contraria también es cierta: cuanto mayor sea el deterioro institucional y las desviaciones autoritarias, más necesaria será la unidad en la acción de las distintas vertientes de la Argentina democrática - republicana, entre las cuales -bueno es destacarlo- existen sectores importantes del propio peronismo.

Por esas razones, y por el rumbo que está tomando el oficialismo en estos últimos tiempos, es que la foto de la semana se ha convertido en un testimonio esperanzador en el sentido correcto.

Ricardo Lafferriere



Barletta flanqueado por Macri y Binner. El presidente de la Unión Cívica Radical junto a los presidentes del PRO y del Partido Socialista.

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