Nuevamente, en La Nación. Ahora, ¡Alejandro Katz!
Esta vez, uno de los filósofos más agudos y respetados del escenario
local repite la crítica desmatizada a "las clases medias que se
autosatisfacen en el consumo de juguetes tecnológicos -ya obsoletos, por lo
demás, cuando acuden a ellos-, algunos viajes en cuotas, autos que no caben en
las cocheras de sus modestas viviendas".
Hace pocas semanas, a raíz de una nota de Francisco Jueguen en la Sección Economía, hablamos sobre este "tic"
mental, cuya repetición limita la profundidad del análisis, errando por esta
causa en el definitivo diagnóstico, a pesar del indiscutible brillo conceptual
de otros párrafos de su nota, publicado hoy 2 de junio en la página de opinión
del matutino.
Es una lástima, porque esa insuficiencia de análisis es una
de las causas del mal que denuncia en su artículo, sintetizado en su título:
"Un conformismo populista que ha vaciado la política".
Katz expresa un angustioso reclamo existencial -que
compartimos totalmente- por la necesaria reconstrucción de "lo
público", sobre la base de recuperar el valor de la palabra y la
potencialidad del diálogo. No se equivoca.
Sin embargo, la descalificación tácita o expresa
-reproduciendo la caricatura jauretchiana- de uno de los interlocutores
sociales, justamente aquel que la historia argentina indica como decisivo a la
hora de las grandes construcciones, predispone al mantenimiento de barreras que
dificultan la acción para oponer al mal denunciado -el populismo irresponsable-
una fuerte confluencia de modernidad democrática y republicana.
Empecemos por el principio, reiterando algunos párrafos de
nuestra nota anterior: "… admiramos a los valores de la clase media
argentina. Ella nos dio el país empujando a los timoratos y pudientes –en
tiempos fundacionales- hacia caminos de mayor audacia. Ella nos hizo un país
con una educación ejemplar. Ella nos dio la Universidad para el pueblo. Ella
colonizó nuestra pampa húmeda con la ética del trabajo, sobreponiéndose a la
explotación de ricos estancieros. Ella habilitó la movilidad social y sembró de
valores de honestidad, valoración del trabajo y el esfuerzo, el ahorro y el
respeto.
Y las cooperativas, los clubes
de barrio, las bibliotecas populares, los teatros y cines desparramados en
pueblos alejados y las cooperadoras escolares y policiales.
Y ella, ya en tiempos contemporáneos, nos trajo la
democracia y la defensa visceral por los derechos humanos, con el liderazgo de
otro de sus hombres, Raúl Alfonsín, al frente de millones de argentinos que no
se resignaban a la alianza autoritaria que daba sustento al salvajismo del
proceso, y que comprendía un arco en el que algunos exponentes de los otros
extremos –de arriba y de abajo- delataban, apresaban, torturaban y ejecutaban,
sin sentimiento ni vergüenza, a miles de compatriotas."
Las clases medias hicieron nuestro país, sobre los cimientos
edificados por las familias patricias criollas y los sectores populares que
pelearon las guerras de la independencia. Ellas lo organizaron, ellas lo
hicieron producir, ellas lo gobernaron ampliando los derechos políticos y
sociales. Acertaron y erraron, pero nada seríamos sin su impronta y su legado.
Pero el país es de todos y necesitamos a todos para su
reconstrucción. Esta confluencia poca relación tiene con las contradicciones
que nos enseñó Marx, que ya nadie usa como método de análisis y mucho menos en
la política. Los conflictos “de clase” explican poco. El nuevo paradigma
productivo global impone nuevos cálculos por la fuerte demanda de inversión,
que no es posible –como en otros tiempos- considerar en la cuenta de “los
empresarios”. Y cuidar el planeta, que antes se consideraba eterno e inagotable.
El propio capitalismo sufre un conflicto desatado entre finanzas descontroladas con superganancias y los generadores de riqueza real, que sufren la crisis tanto en sus empresarios como en sus trabajadores. Los tiempos actuales, por último, escapando a los encierros nacionales, están gestando una sociedad global contradictoria, conflictiva, violenta, pero también clases medias que en todo el planeta se alzan como su contracara en las tareas de construcción.
El propio capitalismo sufre un conflicto desatado entre finanzas descontroladas con superganancias y los generadores de riqueza real, que sufren la crisis tanto en sus empresarios como en sus trabajadores. Los tiempos actuales, por último, escapando a los encierros nacionales, están gestando una sociedad global contradictoria, conflictiva, violenta, pero también clases medias que en todo el planeta se alzan como su contracara en las tareas de construcción.
Fueron ellas las que instalaron la denuncia por las
violaciones de los derechos humanos e impulsaron su defensa internacional,
elaborando instancias civilizadas como la Corte Penal Internacional. Fueron
ellas las que pusieron en la agenda los peligros del cambio climático, a través
de la tenaz tarea de científicos independientes y el trabajo sostenido de
innumerables ONGs. Son ellas las que sostienen las causas justas más diversas,
con trabajo voluntario y aportes personales, hasta poniendo en riesgo su vida
en espacios donde se enseñoreó la muerte, como los que lamentamos ver en las
noticias del Oriente Medio, de África y algunas regiones de Asia. Son ellas las
que están motorizando la gigantesca revolución científica y técnica con el
trabajo de investigadores en genética, nanotecnología, robótica, y
emprendedores que difunden con sus "apps" una nueva economía de
servicios, que mejoran la vida de millones y crean las ocupaciones que
predominarán en el mundo que viene.
Y -tal vez ésto sea lo más polémico de mis afirmaciones- son
ellas de donde surgieron los nuevos empresarios exitosos como Bill Gates, Steve
Jobs, Elon Musk o, entre nosotros, Martín Migoya y sus socios de “Globant” en el
campo tecnológico, Grobocopatel, de “Los
Grobo” en la agricultura de punta, Ideas del Sur y Polka en el campo
audiovisual y otros lúcidos compatriotas que con audacia e iniciativa se
atreven al desafío del mercado global, que es una selva.
¿Qué haremos con ellos, si pretendemos prolongar
voluntaristamente la vigencia de las viejas categorías de análisis? ¿Diremos
que son "el enemigo burgués? ¿Los declararemos "socios del imperio?
¿Llevaremos a la quiebra sus empresas vaciándolas con exacciones impositivas
irracionales que las hagan inviables en el mercado global, donde deben –y debemos-
competir? ¿Los declararemos "traidores de clase" por ser exitosos en
lo que hacen? ¿Los consideraremos éticamente menos valiosos que los Jaime, los
Recalde, los Boudou, Pérez Carmona, los De Vido o Vanderbroele?
¿En serio que valoraremos más a los barras bravas, los
constructores de las redes clientelares de los "conurbanos", los
enriquecidos mediante la corrupción desenfrenada con fondos y bienes públicos,
los "pobres" asesinos de ancianos y jovencitas o a los explotadores
de inmigrantes chinos, bolivianos, paraguayos que proliferan por doquier?
¿Despreciaremos a unos pero exculparemos a otros porque unos son
"empresarios" y los otros son "funcionarios del ESTADO" –(con
mayúsculas, para que imponga respeto -y si no, miedo-) de un gobierno que se
dice “progresista”?
Me parece estar escuchando la respuesta, no ya de Katz, sino
de antiguos y entrañables (y honestos) cofrades "nacionales y
populares": “Pero nosotros somos progresistas”. Y por supuesto que la
afirmación es una autoreferencia que convoca a una indagación más profunda.
Porque si a quien esto escribe le preguntan si es partidario de una
distribución más equitativa del ingreso, de la educación pública al alcance de
todos, de una salud de excelencia y gratuita, de un transporte público que
respete la dignidad de los usuarios, de un sistema previsional integral, de la
defensa del ambiente y los recursos naturales, todo en el marco del estado de
derecho, la vigencia de las libertades ciudadanas y la justicia independiente, no
tendría ni un segundo de duda en gritar “¡soy progresista!”, aun siendo
consciente que muchos que no se definirían así, piensan parecido.
Pero…si el paso siguiente es tener que compartir identidad
con los que se apropiaron del Estado para enriquecerse fácil, con los
empresarios prebendarios que no tienen empresas sino “contactos” para ser
proveedores públicos sin licitaciones, con los bicicleteadores financieros
allegados al poder, con burócratas sindicales enriquecidos con las obras
sociales lucrando con la deteriorada salud de los trabajadores, con
esclerosadas burocracias políticas que ya no recuerdan qué forma tiene un libro
ni cómo es la humillación de un clientelizado, entonces… es preferible el
prudente paso atrás, por una cuestión de autorespeto y de coherencia intelectual,
tomando la indispensable distancia para pasar en limpio las identidades y
analizar mejor por dónde pasa, hoy y acá, el verdadero contencioso.
Es más sano en este caso compartir el apotegma de Lamartine
citado por Berroetaveña en las exequias de Alem: “¡Feliz el hombre solo! ...”
Aunque –justo es decirlo- hace ya tiempo que cada vez menos solo, a juzgar por
las reflexiones de quienes se van “dando cuenta” a medida que el populismo muestra
sus límites inexorables y degenera en el
más crudo y grotesco chauvinismo, así como de políticos que se animan a romper
barreras atávicas y unir esfuerzos para retomar el rumbo.
Los prejuicios y preconceptos que aún campean en el ambiente
intelectual y político argentino, que
asoman desde el pasado como atávicas concesiones a viejas identidades, conducen
a conspirar para la preservación, justamente, de lo que Katz denuncia: la
persistencia del populismo que ha vaciado la política. Eso ocurre por errar en
el diagnóstico del problema principal, que no es ser o no “progresista”, sino
reconstruir el estado de derecho y la convivencia civilizada.
Sobre ella, los debates que vienen podrán tener toda la
potencia que demande la realidad y las convicciones, porque nadie dejará de
tener los valores que siente. Sin ella, seguiremos lamentando la decadencia, a
cuya perpetuación habremos contribuido clavando cuñas para convertir en
abismales diferencias miradas distintas
que caben todas en una convivencia en paz. Y con las que, de cara al mundo que
viene –en el que ya estamos- cada vez resulta más difícil encontrar
incompatibilidades vitales, como las que sí tenemos con el populismo
autoritario, clientelar, mentiroso y cleptómano.
Ricardo Lafferriere