Son
recordadas aún las coincidencias entre Jorge Rafael Videla y Fidel Castro, en
tiempos del “Proceso”, respaldándose recíprocamente en la Comisión de Derechos
Humanos de Naciones Unidas ante cualquier reclamo por la vigencia de tales
derechos en sus respectivos países.
Según
la tesis respaldada entonces por ambos gobiernos, los “derechos humanos” eran
temas internos, por cuya violación
ningún “extranjero” podía interesarse. Formaba parte de la sacrosanta “soberanía
nacional”.
Afortunadamente,
tal tesis ultramontana ha desaparecido del mundo civilizado. El ariete
cosmopolita abierto de facto por los tribunales de Nuremberg luego de la
Segunda Guerra Mundial tomó estado de derecho positivo internacional con el
establecimiento de la Corte Penal Internacional, consecuencia de la
consideración de los delitos de lesa humanidad como atentados que afectan no
sólo a sus víctimas directas, sino a todo el género humano, por lo que están
por encima de cualquier intento de limitación de carácter “nacional” para
juzgar a sus autores.
El
Tribunal Penal Internacional tiene entre sus jueces paradigmáticos a un
argentino reconocido internacionalmente por su valentía y su defensa del
derecho: Luis Moreno Ocampo, quien fuera fiscal del Juicio a los integrantes de
las ex Juntas Militares realizado por la justicia independiente apenas lograda
la recuperación democrática, como parte de una política de estado iniciada con
el envío al Congreso, para su consideración, la ratificación del Pacto de San
José de Costa Rica, en el primer mensaje dirigido al cuerpo por el Presidente
Alfonsín.
Por
supuesto, esta extensión está en construcción y es aún imperfecta. Aunque la
mayoría de los Estados del mundo la ha ratificado, aún no lo han hecho algunos.
Por ejemplo, Estados Unidos. Y tampoco Cuba. Siempre hay argumentos para
justificar estas injustificables demoras.
Pero la Argentina no sólo fue
firmante y el Convenio ratificado por nuestro parlamento, sino que la Corte Suprema
ha considerado sus principios y normas como derecho aplicable, y en virtud de
estos derechos es que se ha actuado contra ex funcionarios acusados de violar
derechos humanos durante la última dictadura, en una interpretación que
justamente es cuestionada no por limitada, sino por exageradamente amplia.
El
Estado de Israel, formado como hogar nacional para los judíos luego del
holocausto en el que murieron seis millones de ellos por masacrados por la
barbarie nazi y la indiferencia de gran parte del mundo, no puede menos
que interesarse por la investigación de
dos atentados terroristas con decenas de muertos, realizados claramente contra
personas que profesan la religión del Antiguo Testamento. Es insólito que se
pretenda reclamarle que no se preocupe, o que mire para otro lado, cuando uno
de esos atentados fue producido además contra su sede diplomática.
La
tesis que ha invocado el gobierno nacional, expresada por el Canciller
Timmerman pero sin dudas ordenada por la Jefa del Estado, respondiendo a este
pronunciamiento israelí, es que la investigación por estos hechos que según la
propia justicia argentina eran funcionarios de un gobierno extranjero,
pertenecen a la exclusiva competencia de la justicia argentina y un gobierno
extranjero no tiene el derecho de interesarse, a raíz del principio…. ¡de la
soberanía nacional! Cínico argumento, para justificar la renuncia al deber
irrenunciable del Estado argentino de perseguir a dos delitos de lesa humanidad
cometidos en su territorio.
Retroceso
ultramontano, en tiempos en que el mundo lucha denodadamente para construir el
entramado legal de la globalización y un abandono de la sana política de estado
de nuestro país desde 1983, considerando que la violación de los derechos
humanos, en cualquier parte del mundo, ataca la dignidad de la humanidad en su
conjunto y está por encima de cualquier consideración política de corto
alcance.
Un
claro alineamiento del gobierno de Cristina Fernández con la tesis de
Washington y de La Habana. Y un nuevo desprestigio para el país, en uno de los
pocos símbolos de respetabilidad ética que nos quedaban en el mundo.
Ricardo Lafferriere