Tal sería la cuenta de equilibrio que relacione la base monetaria con las reservas en oro y divisas -tal como las cuenta el gobierno-, en un dólar de ocho pesos.
Kici respondería: no estamos en la convertibilidad. Esa cuenta no corresponde. Y sería cierto.
Pero también lo es que ante tantas incertidumbres -sobre la tasa de inflación, el monto efectivo del PBI, el nivel de endeudamiento real, los objetivos concretos de la política económica (que, en otros tiempos, eran definidos por la ley de presupuesto), etc., quienes realizan operaciones económicas y financieras terminan recurriendo como referencia a las únicas cifras ciertas con las que cuentan: el circulante vs. las reservas.
Pues bien. Esta relación para "confluir" -diría Kici- surge de una cuenta sencilla: 29.000 millones x 8. Las reservas en divisas multiplicadas por el tipo de cambio. 230.000 millones.
Pero he aquí que el balance del BCRA nos informa que la base monetaria alcanza a 371.442 millones de pesos. Curiosamente, si realizamos la operación inversa -es decir, si dividimos la base monetaria por la cantidad de divisas-, el número que obtenemos es ... 12,80. (¿Les suena?). Ese número irá variando cuando bajen (o suban) las reservas, o cuando suba (o baje) el circulante.
El BCRA acaba de subir la tasa de interés emitiendo bonos -"pidiendo prestado"- al 26 %, para "absorber" 9.000 millones de pesos de la base monetaria y "aliviar la presión sobre el dólar".
Ese nivel de tasas provocará la retracción de la economía, con un efecto insignificante en el mercado cambiario. Retirar 9.000 millones cuando han emitido casi 100.000 es sólo un estertor con consecuencias negativas. El encarecimiento del crédito y la retracción de la demanda afectarán el nivel de actividad y por ende, del empleo. Pero es lo único que pueden hacer... en este marco político.
La contracara de la medida será mayor desocupación, y la "yapa" es cambiar el déficit fiscal por el cuasi fiscal, porque el BCRA deberá hacerse cargo de pagar esas tasas y a la larga no puede hacerlo de otra forma que emitiendo más dinero aún.
La presión sobre el dólar terminará cuando cambie la política, no sólo la económica sino la integral, es decir cuando un gobierno creíble -éste, u otro- respaldado y representativo, establezca por consenso un programa de crecimiento coherente, con cifras transparentes y verificables.
Ese programa podrá tener las metas más diversas, reflejando el colorido democrático de la opinión nacional y el juego natural de los intereses y las ideologías que conviven en el país. Lo que no podrá es suponer que 2 + 2 sean 5, aunque al final, si es exitoso, termine siendo.
Quienes toman decisiones económicas realizarán así otras cuentas, no ya defensivas de su ingreso sino asociadas a las metas nacionales. Los acreedores querrán volver a prestarnos y los empresarios -pequeños, medianos y grandes- querrán volver a invertir. No se preocuparán más por la relación entre reservas y circulante, sino por cómo sumarse a la oleada de crecimiento.
Esto no es de izquierda ni de derecha, no es socialdemócrata o neoliberal. Es la verdad de perogrullo que aplica el 95 % del mundo, desde USA hasta China, desde Uruguay hasta Chile, desde Perú hasta Vietnam. Es, sencillamente, gobernar, en lugar de dejar esa tarea estratégica al mercado como se ha hecho en los últimos años.
Hasta que no asumamos esa realidad, seguiremos a los tumbos, de crisis en crisis. Como la que -desgraciadamente- se acerca a pasos acelerados, avisando que viene mientras nos divertimos cruzándonos intolerancias. Y la responsabilidad será, una vez más, de la política.
Ricardo Lafferriere
Sentaku es una palabra japonesa con dos acepciones: limpieza, y elección. Abarcan lo que soñamos para la Argentina: un país que haya limpiado sus lacras históricas, y que elija con inteligencia su futuro. Limpiamente, libremente.
jueves, 30 de enero de 2014
miércoles, 29 de enero de 2014
Examen general de matemáticas - O el fin del dinero como herramienta económica
El Administrador General de Ingresos Públicos (que agrega a su cargo, de facto, el de Comisario Político de Acceso y Uso de Divisas) especificó que la moneda extranjera adquirida con fines de ahorro podrá ser utilizada para gastos de turismo sin que sea alcanzada por el
anticipo de 35% a cuenta de Ganancias o Bienes Personales, respecto del 20% que
pagó
si no lo dejó depositado en el sistema bancario, o si luego lo usa a través de tarjeta de débito para cubrir gastos en el exterior.
Dio a conocer además
la tablita que utilizará
para "autorizar" la compra de divisas a
aquellos que deseen ahorrar en moneda fuerte. La alternativa sólo estará
al alcance de quienes tengan un ingreso superior a
dos salarios mínimos -los jubilados parece que no podrán,
a pesar de la intención del Ministro de Economía
dijo ser ¨guardar los dólares para los que menos tienen¨-
De esta forma, los valores de la divisa
recorren un abanico que comienza en $ 5,20 y llegan hasta los $ 12/13, según
oportunidad, destino y contactos de quienes participan en una operación.
Comienzan el recorrido con el reconocido a
los productores agropecuarios. El "dólar
soja" (35 % de retención sobre $ 8) quedaría en $ 5,20. Sería el dólar más barato de la economía, sólo al alcance del Estado -beneficiario de la retención a la exportación-. La curiosidad de este precio consiste en que funciona sólo en un sentido, ya que si el productor necesita adquirir insumos
importados o con componente importado, deberá abonarlo con la divisa que consiga en el Mercado "Único¨
de Cambios.
A partir de allí,
empieza a subir según la clase de retención, hasta llegar a
los $ 8, número mágico que según el equipo "Coki-llof" sería
el verdadero "nivel de convergencia" (¿?).
Ese dólar
estará
al alcance de quien necesite importar y obtenga la
autorización respectiva de la Secretaría
de Comercio, luego de los trámites correspondientes, y del BCRA haciendo lo propio. Deberá realizar, obviamente, los trámites
de importación, y obtener los dólares en el
"Mercado Único de Cambios". Mejor dicho, en el mercado "Único" de cambios.
En punto comienzan a aparecer los dólares para "particulares".
Quien adquiera dólares
para "atesoramiento", previa autorización
de la AFIP en su papel de Comisariato Político
de Acceso y Uso de Divisas, lo hará a dos precios
diferentes: $ 8 si los compra y los deja depositados en un Banco por más de un año (ja); a $ 9,60 si se los lleva físicamente
haciéndose responsable de su guarda y cuidado, o se los gasta.
Quien adquiera pasajes internacionales y
realice compras en el exterior, el precio que deberá pagar será
de $ 10,80. El mismo precio deberá abonar quien adquiera bienes por correo internacional, hasta un máximo de dos compras y un total de 25 dólares
al año.
Quien desee quedar al margen del Comisariado
Político de Acceso y Uso de Divisas, deberá abonarlo a $ 12/13, según la cotización que obtenga de la negociación
en cada momento en el mercado libre denominado "blue".
Este último
precio regirá
también para quienes
quedan por fuera del control del Comisariado Político
de Acceso y Uso de Divisas. Integrarán ese grupo desde
"quienes menos tienen" (es decir, aquellos cuyos ingresos no alcancen
el mínimo de dos salarios mínimos) hasta
quienes los necesiten para cambiar su vivienda, realizar una compra de
medicamentos en el exterior sin ser exportador o necesiten ahorrar en moneda
fuerte para cualquier objetivo personal, sea instalar un negocio, organizar una
microempresa, adquirir un bien al contado o simplemente tener la tranquilidad
de un ahorro fuera del alcance de las decisiones arbitrarias de cualquier
funcionario.
Algo bueno, para quienes buscamos siempre
encontrar la "mitad medio llena" del vaso: nos obligará refrescar los conocimientos de Matemáticas,
especialmente las ecuaciones compuestas, las que regirán cada vez más nuestra relación con el dinero. Porque -no olvidemos- a los valores mencionados
deberemos cotejarlos con la evolución de los precios,
de nuestros salarios, de las tasas de interés
y de las perspectivas de cambio de cada una de ellas ante los cambios horarios
de las disposiciones vigentes. El "arbitraje", mecanismo utilizado
usualmente en los negocios y en el sector financiero para los diversos cálculos que debe realizar el sector, deberá ser incorporado a la vida cotidiana para comprar tomates, ponerle
valor a un servicio -gasista, electricista, plomero, albañil-, animarse a financiar una bicicleta o cambiar la plancha
porque la que teníamos se quemó.
Claro que todo eso, y no tener ya más dinero, será
virtualmente lo mismo. De hecho, es volver a antes de
la invención de la moneda, en Libia, hace 2600 años...
Ricardo Lafferriere
martes, 28 de enero de 2014
Los límites del país de Kicilloff
"Si alguien me quiere explicar el mecanismo que hace que un cambio en el valor del dólar afecte de manera inmediata, directa y proporcional a todas las variables económicas que también me explique por qué la Argentina no es Estados Unidos" (Ministro Kicilloff, reportaje difundido por la agencia DyN, 26/1/2014).
La frase testimonia el mundo mental dentro del cual funcionan los razonamientos económicos del Ministro, y por qué le va así.
Esta visión extrema del "vivir con lo nuestro" supone posible -y lo que es peor, cree que existe- una economía argentina cerrada a los intercambios comerciales, financieros y tecnológicos globales. Esa realidad nunca existió, pero aún admitiendo que fuera discutible en otros tiempos, en el mundo actual es equivalente a una visión esquizofrénica.
La Argentina vende su principal riqueza, la producción agropecuaria, en dólares. Son alrededor de 25.000 millones al año, con los que financia sus dislates internos. Allí, en el mercado mundial, "realiza su ganancia" -utilizando términos marxistas- el principal sector excedentario de la economía argentina. No los tendríamos, si el mundo y el país fuera como los concibe Kicilloff.
Para obtener esa producción agropecuaria hay numerosos insumos que deben abonarse en dólares: semillas, fertilizantes, agroquímicos, algunas partes sofisticadas de las maquinarias agrícolas. Y el gasóil, sin el cual no puede haber ni siembra ni cosecha y que es cada vez más dependiente de la importación de petróleo -gracias, entre otras cosas, a la desastrosa gestión energética del gobierno al que pertenece Kicilloff, que se desentendió del tema energético hasta quedarnos sin petróleo-.
Nuestro país le compra al mundo -en dólares- el 70 % de los componentes de cada automóvil que se "fabrica" en nuestros pagos y más del 95 % -también en dólares- de los "componentes" de la industria electrónica de Tierra del Fuego.
Recibió -en dólares- los préstamos que solicitó a los organismos internacionales para obras y programas públicos (rutas, puentes, viviendas, reformas institucionales, y hasta planes sociales) y en dólares debe devolverlos. Y también recibió -en dólares- las inversiones privadas externas, desde las automotrices a las mineras, desde las petroleras hasta las dirigidas a proyectos inmobiliarios. En todos los casos, está obligada a dejar retirar a sus dueños -en dólares-, si así lo decidieran, las ganancias y la amortización del capital invertido, según lo dispuesto en las leyes locales y convenios internacionales vigentes y que Argentina ha firmado.
Los componentes importados -y eventualmente, las patentes y royalties externos- de todo el sistema industrial deben ser abonados en divisas. Medicamentos, óptica, perfumería, juguetes, maquinaria pesada, sistemas informáticos, química, hasta los royalties de la industria indumentaria, textil y hasta alimentaria. Y también las importaciones transitorias de componentes de bienes intermedios que, una vez elaborados, reexportará -en dólares-. En dólares debe abonar también los fletes y seguros internacionales.
No necesita el Ministro que nadie le explique que Argentina no es Estados Unidos. Con dar un vistazo a la economía que teóricamente gestiona, observará por qué el valor del dólar está imbricado en todo el proceso económico.
Y también advertirá por qué la preocupación de aquellos que a pesar de vivir en un país tan imbricado con la divisa, sólo cuentan para su sobrevivencia con recursos nominados en una moneda que es el único activo del 90 por ciento de los argentinos: el peso.
Éste es el signo monetario cuyo valor debiera ser cuidado por el Banco Central -que para eso está- y por el gobierno que integra.
Es ésta, la única "riqueza" de millones de argentinos, la moneda bastardeada por la emisión espuria de papel pintado y el descontrol hasta el dispendio de los recursos públicos por una administración cuyo desinterés por la solidez monetaria está sumergiendo a la mayoría de sus compatriotas en una pobreza creciente.
Ricardo Lafferriere
La frase testimonia el mundo mental dentro del cual funcionan los razonamientos económicos del Ministro, y por qué le va así.
Esta visión extrema del "vivir con lo nuestro" supone posible -y lo que es peor, cree que existe- una economía argentina cerrada a los intercambios comerciales, financieros y tecnológicos globales. Esa realidad nunca existió, pero aún admitiendo que fuera discutible en otros tiempos, en el mundo actual es equivalente a una visión esquizofrénica.
La Argentina vende su principal riqueza, la producción agropecuaria, en dólares. Son alrededor de 25.000 millones al año, con los que financia sus dislates internos. Allí, en el mercado mundial, "realiza su ganancia" -utilizando términos marxistas- el principal sector excedentario de la economía argentina. No los tendríamos, si el mundo y el país fuera como los concibe Kicilloff.
Para obtener esa producción agropecuaria hay numerosos insumos que deben abonarse en dólares: semillas, fertilizantes, agroquímicos, algunas partes sofisticadas de las maquinarias agrícolas. Y el gasóil, sin el cual no puede haber ni siembra ni cosecha y que es cada vez más dependiente de la importación de petróleo -gracias, entre otras cosas, a la desastrosa gestión energética del gobierno al que pertenece Kicilloff, que se desentendió del tema energético hasta quedarnos sin petróleo-.
Nuestro país le compra al mundo -en dólares- el 70 % de los componentes de cada automóvil que se "fabrica" en nuestros pagos y más del 95 % -también en dólares- de los "componentes" de la industria electrónica de Tierra del Fuego.
Recibió -en dólares- los préstamos que solicitó a los organismos internacionales para obras y programas públicos (rutas, puentes, viviendas, reformas institucionales, y hasta planes sociales) y en dólares debe devolverlos. Y también recibió -en dólares- las inversiones privadas externas, desde las automotrices a las mineras, desde las petroleras hasta las dirigidas a proyectos inmobiliarios. En todos los casos, está obligada a dejar retirar a sus dueños -en dólares-, si así lo decidieran, las ganancias y la amortización del capital invertido, según lo dispuesto en las leyes locales y convenios internacionales vigentes y que Argentina ha firmado.
Los componentes importados -y eventualmente, las patentes y royalties externos- de todo el sistema industrial deben ser abonados en divisas. Medicamentos, óptica, perfumería, juguetes, maquinaria pesada, sistemas informáticos, química, hasta los royalties de la industria indumentaria, textil y hasta alimentaria. Y también las importaciones transitorias de componentes de bienes intermedios que, una vez elaborados, reexportará -en dólares-. En dólares debe abonar también los fletes y seguros internacionales.
No necesita el Ministro que nadie le explique que Argentina no es Estados Unidos. Con dar un vistazo a la economía que teóricamente gestiona, observará por qué el valor del dólar está imbricado en todo el proceso económico.
Y también advertirá por qué la preocupación de aquellos que a pesar de vivir en un país tan imbricado con la divisa, sólo cuentan para su sobrevivencia con recursos nominados en una moneda que es el único activo del 90 por ciento de los argentinos: el peso.
Éste es el signo monetario cuyo valor debiera ser cuidado por el Banco Central -que para eso está- y por el gobierno que integra.
Es ésta, la única "riqueza" de millones de argentinos, la moneda bastardeada por la emisión espuria de papel pintado y el descontrol hasta el dispendio de los recursos públicos por una administración cuyo desinterés por la solidez monetaria está sumergiendo a la mayoría de sus compatriotas en una pobreza creciente.
Ricardo Lafferriere
miércoles, 22 de enero de 2014
Reservas e inflación: síntomas de la enfermedad terminal del "modelo"
Entre el martes y el miércoles, las reservas cayeron 280 millones de dólares.
¿Adónde conduce ésto?
Se han perdido 23.000 millones de dólares en dos años, 13.000 millones en un año, 1000 millones en veinte días y 200 millones en un día. La aceleración es obvia para cualquier observador imparcial. La fuga de divisas se acelerará, a medida que disminuya la cantidad de reservas y en consecuencia aumente la propensión del público a acceder a divisas antes que se agoten.
Cuando ello ocurra se detendrán las importaciones, y con ellas la actividad industrial y la capacidad de pago de la cuenta de energía. Escaseará el gas, los combustibles y la electricidad.
La caída de valor del peso (inflación) reducirá los salarios a un nivel insostenible, incompatible con la paz social.
La recesión generará, por su parte, un incremento abrupto de la desocupación.
La situación no responderá al estímulo monetario. Aunque se acelere la emisión, chocará con la falta de productos para comprar. La consecuencia será bordear o desatar la hiperinflación.
Los pesos presionarán más fuertemente aún sobre las divisas, que se considerarán de hecho como la única moneda con valor. Todo en un escenario ya impregnado de violencia, redes narcos, indisciplina policial y una "burbuja joven" de millón y medio de jóvenes "ni-ni" (no estudian ni trabajan).
¿Cuándo ocurrirá todo ésto?
Está empezando a ocurrir. Todos lo vemos. Si este ritmo no se revierte, en pocos meses estaremos al límite. La esperanza de la liquidación de la cosecha y que comiencen a entrar dólares en marzo difícilmente se convierta en realidad si no se reconoce el valor esperado del dólar, con una fuerte devaluación, que por su parte volcará combustible a la inflación. Lo ocurrido hoy miércoles 22 es una muestra del duro dilema oficial: no intervenir para no perder divisas se refleja inmediatamente en el derrumbe del peso.
En marzo comienza también la discusión de las paritarias. Los trabajadores no aceptarán ser "el pato de la boda" de un robo gigantesco que empezó el gobierno al falsificar dinero, y tendrán razón. No aceptarán hacerse cargo, con el derrumbe de sus salarios, de la corrupción, negociados e incapacidad del gobierno.
La recesión, por su parte, se traducirá en mayor caída de la recaudación. En términos reales, es decir como porcentaje del gasto, ha caído en un año un 20 % -subió nominalmente un 20 %, pero el gasto subió el 40 %-, habrá dificultades en pagar los subsidios a la energía y el transporte, los sueldos al personal del Estado, las cuentas a los proveedores, las transferencias a las provincias y tal vez las jubilaciones y pensiones.
En síntesis: estaremos en problemas.
Cada día que pasa sin reaccionar, disminuyen las posibilidades de incidir en el manejo de la crisis, porque se esfuman las herramientas monetarias, económicas, simbólicas y políticas.
Seguir sin reaccionar conducirá inexorablemente al ajuste salvaje, porque el desemboque será, al final, la implosión del Estado y la liberación de hecho todas las variables.
¿Qué significará la implosión?
El dólar por las nubes, ante el derrumbe de valor del peso. Una inflación acorde a esa devaluación. Salarios caídos a la mitad en su poder de compra. Tarifas recuperando el valor real (entre 300 y 500 % de aumento, en electricidad, gas y transporte, y 100 % en nafta y gasóil), desocupación creciendo al compás de la recesión, e inundación de monedas provinciales. La tensión social llegará a un extremo que no será controlable ni siquiera con represión.
¿Hay tiempo todavía?
Parece improbable con el actual gobierno, aunque sería deseable. Lamentablemente cada medida que toma profundiza los problemas y marchan exactamente a la inversa de la dirección necesaria.
La única forma de atenuar los efectos de la crisis es la ayuda externa, y ella no llegará si no hay un muy fuerte consenso interno sobre medidas coherentes y homologables con el sentido común y un programa consistente, en negro sobre blanco y sin trampas.
El descrédito y la falta de credibilidad del kirchnerismo son una barrera para lograrlo, como lo adelantan las dificultades del Ministro Kicilloff para avanzar en un acuerdo rápido con el Club de Paris. Sin ayuda externa ni confianza interna, la caída será extremadamente dolorosa. Recordemos el 2002.
El peronismo tiene hoy una responsabilidad central, tanto al permitir que ésto siga pasando, como en no preparar una alternativa nacional, democrática y patriótica antes que el caos generalizado se adueñe de las calles. La mayoría parlamentaria no sirve sólo para pavonearse. Conlleva la responsabilidad de hacerse cargo de los problemas y de gobernar.
Esa alternativa difícilmente sea ya posible sin un amplio acuerdo político y social, un programa de emergencia y un gobierno de coalición nacional con amplio respaldo ciudadano en condiciones de presentarse ante el mundo como auténticamente representativo de la Nación para normalizar las relaciones externas y romper el aislamiento construido en los últimos años. Antes o después de las elecciones generales y cualquiera sea el resultado, porque el calendario de la economía no depende del calendario político, ni del color del gobierno.
Es una lástima para todos que, ante lo obvio, se prefiera cerrar los ojos. Pone en cuestión la inteligencia humana y la propia utilidad de la política como acción colectiva virtuosa para solucionar los problemas y disminuir los riesgos que amenazan la convivencia.
Ricardo Lafferriere
¿Adónde conduce ésto?
Se han perdido 23.000 millones de dólares en dos años, 13.000 millones en un año, 1000 millones en veinte días y 200 millones en un día. La aceleración es obvia para cualquier observador imparcial. La fuga de divisas se acelerará, a medida que disminuya la cantidad de reservas y en consecuencia aumente la propensión del público a acceder a divisas antes que se agoten.
Cuando ello ocurra se detendrán las importaciones, y con ellas la actividad industrial y la capacidad de pago de la cuenta de energía. Escaseará el gas, los combustibles y la electricidad.
La caída de valor del peso (inflación) reducirá los salarios a un nivel insostenible, incompatible con la paz social.
La recesión generará, por su parte, un incremento abrupto de la desocupación.
La situación no responderá al estímulo monetario. Aunque se acelere la emisión, chocará con la falta de productos para comprar. La consecuencia será bordear o desatar la hiperinflación.
Los pesos presionarán más fuertemente aún sobre las divisas, que se considerarán de hecho como la única moneda con valor. Todo en un escenario ya impregnado de violencia, redes narcos, indisciplina policial y una "burbuja joven" de millón y medio de jóvenes "ni-ni" (no estudian ni trabajan).
¿Cuándo ocurrirá todo ésto?
Está empezando a ocurrir. Todos lo vemos. Si este ritmo no se revierte, en pocos meses estaremos al límite. La esperanza de la liquidación de la cosecha y que comiencen a entrar dólares en marzo difícilmente se convierta en realidad si no se reconoce el valor esperado del dólar, con una fuerte devaluación, que por su parte volcará combustible a la inflación. Lo ocurrido hoy miércoles 22 es una muestra del duro dilema oficial: no intervenir para no perder divisas se refleja inmediatamente en el derrumbe del peso.
En marzo comienza también la discusión de las paritarias. Los trabajadores no aceptarán ser "el pato de la boda" de un robo gigantesco que empezó el gobierno al falsificar dinero, y tendrán razón. No aceptarán hacerse cargo, con el derrumbe de sus salarios, de la corrupción, negociados e incapacidad del gobierno.
La recesión, por su parte, se traducirá en mayor caída de la recaudación. En términos reales, es decir como porcentaje del gasto, ha caído en un año un 20 % -subió nominalmente un 20 %, pero el gasto subió el 40 %-, habrá dificultades en pagar los subsidios a la energía y el transporte, los sueldos al personal del Estado, las cuentas a los proveedores, las transferencias a las provincias y tal vez las jubilaciones y pensiones.
En síntesis: estaremos en problemas.
Cada día que pasa sin reaccionar, disminuyen las posibilidades de incidir en el manejo de la crisis, porque se esfuman las herramientas monetarias, económicas, simbólicas y políticas.
Seguir sin reaccionar conducirá inexorablemente al ajuste salvaje, porque el desemboque será, al final, la implosión del Estado y la liberación de hecho todas las variables.
¿Qué significará la implosión?
El dólar por las nubes, ante el derrumbe de valor del peso. Una inflación acorde a esa devaluación. Salarios caídos a la mitad en su poder de compra. Tarifas recuperando el valor real (entre 300 y 500 % de aumento, en electricidad, gas y transporte, y 100 % en nafta y gasóil), desocupación creciendo al compás de la recesión, e inundación de monedas provinciales. La tensión social llegará a un extremo que no será controlable ni siquiera con represión.
¿Hay tiempo todavía?
Parece improbable con el actual gobierno, aunque sería deseable. Lamentablemente cada medida que toma profundiza los problemas y marchan exactamente a la inversa de la dirección necesaria.
La única forma de atenuar los efectos de la crisis es la ayuda externa, y ella no llegará si no hay un muy fuerte consenso interno sobre medidas coherentes y homologables con el sentido común y un programa consistente, en negro sobre blanco y sin trampas.
El descrédito y la falta de credibilidad del kirchnerismo son una barrera para lograrlo, como lo adelantan las dificultades del Ministro Kicilloff para avanzar en un acuerdo rápido con el Club de Paris. Sin ayuda externa ni confianza interna, la caída será extremadamente dolorosa. Recordemos el 2002.
El peronismo tiene hoy una responsabilidad central, tanto al permitir que ésto siga pasando, como en no preparar una alternativa nacional, democrática y patriótica antes que el caos generalizado se adueñe de las calles. La mayoría parlamentaria no sirve sólo para pavonearse. Conlleva la responsabilidad de hacerse cargo de los problemas y de gobernar.
Esa alternativa difícilmente sea ya posible sin un amplio acuerdo político y social, un programa de emergencia y un gobierno de coalición nacional con amplio respaldo ciudadano en condiciones de presentarse ante el mundo como auténticamente representativo de la Nación para normalizar las relaciones externas y romper el aislamiento construido en los últimos años. Antes o después de las elecciones generales y cualquiera sea el resultado, porque el calendario de la economía no depende del calendario político, ni del color del gobierno.
Es una lástima para todos que, ante lo obvio, se prefiera cerrar los ojos. Pone en cuestión la inteligencia humana y la propia utilidad de la política como acción colectiva virtuosa para solucionar los problemas y disminuir los riesgos que amenazan la convivencia.
Ricardo Lafferriere
lunes, 20 de enero de 2014
Salir del populismo, entrar al mundo
El retroceso en el debate público se ha marcado a fuego en la última década. Las turbulencias del cambio de siglo se proyectaron en la vuelta de un esquema de país que se resiste a morir, a pesar de pertenecer al estilo de otros tiempos. Se agotó simbólicamente a fines de la década del 80, cuando concluyó el mundo bipolar, la pretensión de autarquía, el aislamiento comunicacional y el predominio de las grandes “estructuras”.
En el mundo, pero no acá. Montado en el sacudir de los sepulcros de los caídos en tiempos de la orgía de sangre en las calles, la crisis de cambio de siglo permitió renacer el sistema de la vieja Argentina. Dejamos de bucear en el futuro y preferimos referenciarnos de nuevo en el ayer.
Pareció más seguro porque convocaba certezas ancestrales. En lugar de enfrentar los problemas nuevos, preferimos reciclar los que ya conocíamos y en gran medida estaban superados. El golpe fue fuerte y cual un aprendiz infantil de ciclista, preferimos volver a la seguridad de los brazos paternos en lugar de insistir, aprendiendo del error.
Ese ha sido, tal vez, el mayor peso negativo de la herencia kirchnerista: el renacer del populismo. A su compás se ha destrozado el país que quedaba, su infraestructura, sus reservas, sus instituciones, su capacidad de convivir. Todo fue volcado a la fiesta del consumo y la corrupción. Y su consecuencia: seguir razonando como niños.
Cierto que han existido, cual los intervalos lúcidos de los dementes, chispazos de sentido común. Entre ellos un reflejo ancestral de parciales decisiones justicieras. Pero aún éstas fueron distorsionadas por la manipulación clientelar, la soberbia autoritaria y la apropiación del sentir colectivo. No fueron montadas en la construcción de una ciudadanía madura, sino en la grosera apropiación de banderas ajenas. No crearon ciudadanía sino clientelismo.
El regreso populista impregnó el centro de gravedad de la conciencia política nacional. El peronismo fue arrastrado a sus perfiles menos democráticos, de los que había logrado alejarse desde 1983. El radicalismo dejó de hablar de Parque Norte, cada vez más aturdido por la marea del regreso al pasado. El “Frente Renovador”, invocando juventud, se sumerge de cabeza en la visión arcaica de la economía, al anunciar su iniciativa de enfrentar la desocupación con herramientas de la más pura cepa populista.
Cierto es que la Argentina moderna subyace en todas partes. Hay peronistas que saben lo que pasa y radicales que prefieren sostener su mirada en el horizonte, resistiendo la fuerte presión facilista. Hay liberales que comprenden la diferencia entre la libertad y la deformación monopólica o delictiva de las corporaciones, y socialistas que también perciben la ausencia de las visiones modernas de sus cofrades europeos, o regionales de Chile, Brasil o Uruguay, que han acertado en la articulación virtuosa de un Estado responsable y respetuoso del mercado. Debe reconocerse sin embargo que su tarea no es sencilla, ni mayoritaria.
Enfrentar un paradigma dominante, con mucha más razón en el campo de la política, no es gratis. Las figuras conceptuales del pasado son muy funcionales al debate cuando la crisis aún no se ha desatado en plenitud y las mentes lúcidas sufren al comprender que por no mirar lo que pasará –y que ellas saben- serán arrastradas a un torbellino del que será cada vez más difícil salir sin sufrimientos.
Sin embargo, de eso se trata la política.
Aun crecientemente acelerados en el tobogán, queda la sensación que el rumbo correcto sería una especie de rendición culposa, no un triunfo. Está claro que así es para el populismo, que llegó a su límite y depende hoy de sus rivales simbólicos: que el salvaje enemigo financiero externo –y aún los repudiables “fondos buitres”- le faciliten salir de la autoencerrona, que los monopolios petroleros extranjeros acepten invertir para extraer petróleo, que la vil oligarquía del campo le adelante algunos dólares de la cosecha que viene a cambio de un premio de tasas generosas…
En cambio, no se advierte una reflexión potente de la imbricación virtuosa con el escenario global, obvio camino de superación inteligente del encierro en el que nos metió descaradamente el populismo. Alternativa que ya no tiene secretos, porque seremos casi los últimos en llegar si es que también hasta Cuba y Corea del Norte nos ganan de mano.
Un Estado democrático y respetuoso de la ley. Una justicia independiente. Un mercado trabajando libremente en el marco de reglas de juego fijadas por la Constitución y la soberanía popular, a través del Congreso. Provincias autónomas. Contratos que se respeten, especialmente por los organismos públicos. Construcción franca y sólida de ciudadanía, dando poder a los ciudadanos y limitando sustancialmente la discrecionalidad de los funcionarios. Un Congreso que discuta con creatividad y pluralismo los objetivos de cada momento. Organizaciones estatales con funcionamiento transparente y responsable, con información abierta, gastando lo que hayan decidido los cuerpos legislativos y cobrando los impuestos que allí se hayan establecido. Sin delegaciones, sin trampas, sin palabras con doble sentido –o sin ningún sentido-.
Reingresar al mundo teniendo claros nuestros objetivos nacionales. Ni más, ni menos. Esa es la salida. No, por supuesto, para los que recitan de memoria sino para quienes conservan la mente abierta, la actitud dialoguista y la vocación de cambio.
Ricardo Lafferriere
viernes, 10 de enero de 2014
Sueño y pesadilla
30 de diciembre de 2014. ¡De la que escapamos!
Todavía resulta increíble, pero podemos contarlo.
La inflación controlada, las reservas recomponiéndose, la actividad económica acentuando su recuperación iniciada seis meses atrás, al compás de una lluvia de inversiones internas y externas. Paulatinamente va extendiéndose un entusiasmo emprendedor desatado a partir de la mitad del año, asentado en una liberalización total de la actividad productiva y una reforma fiscal fuertemente defensora –e inductora- de la actividad inversora.
La desocupación bajó por sexto mes consecutivo y está ya a punto de alcanzar el objetivo del 6 % para el primer trimestre del 2015, con la meta del 5 % a fin de año.
El país entrará en el año de renovación presidencial, pero sin el dramatismo de otros tiempos: los principales candidatos han acordado un programa nacional de colaboración recíproca con respaldo parlamentario cualquiera fuere el triunfador, y la participación en un gobierno de relanzamiento nacional de amplio colorido partidario.
Nada de eso hubiera sido imaginable al terminar el 2013, en el medio del caos generado por las rebeliones policiales, la inflación creciente, los cortes energéticos, los piquetes y la desorientación generalizada que instalaba una sensación de impotencia y violencia contenida.
El cambio se produjo a comienzos de año cuando, al finalizar su reposo, la presidenta de la Nación decidió seguir el ejemplo alemán de Angela Merkel y su gobierno de "Gran Coalición". Convocó a todas las fuerzas opositoras y principales sectores sociales para conformar un gabinete de unión nacional.
Acordaron normalizar las cuentas públicas con un equipo técnico multipartidario reduciendo el déficit público, para lo cual conformaron un grupo de trabajo con la finalidad de revertir la recesión reduciendo al máximo los costos sociales.
La seriedad de las cuentas públicas fue un dato central del programa antiinflacionario exitoso, que incluyó evitar la caída salarial, estimular a emprendedores y normalizar las relaciones financieras externas para reinstalar a la Argentina como destino de inversión global evitando el dramático costo social del ajuste salvaje.
Ese gabinete acordó la normalización de las cuentas externas, para lo cual integró un grupo de tareas de composición también plural que encarara la negociación de los temas pendientes, al que se autorizó a la colocación de deuda programada en los mercados internacionales.
A fin de desatar un proceso inversor que a la vez ayudara a la balanza de pagos, se discutió y aprobó un plan de desarrollo energético de emergencia en base a objetivos acotados pero acelerados que asumió la gravedad de la situación existente y diseñó un plan integral que comprendió la generación, transmisión y consumo, dándole fuerza de ley y estableciendo reglas estables con compromiso de invariabilidad durante una década.
El Estado, a través de la Secretaría de Energía, convocó a licitaciones transparentes al capital nacional e internacional para las diferentes etapas del sistema, sobre bases de explotación, precios, tecnologías, áreas y pautas de protección ambiental y consumo discutidas y aprobadas en el Congreso Nacional.
Se concentró el esfuerzo fiscal en los gastos sociales: supervivencia, salud, educación, salubridad, urbanización y vivienda, abandonando todo gasto parasitario o prescindible.
La reversión de la dramática situación de un año atrás está comenzando a rendir sus frutos y nada indica que no llegará a buen fin. Hasta se están formando los grandes agrupamientos de cara a la renovación presidencial, confluyendo en primera instancia en dos grandes contendientes que, sin embargo, integran el gran acuerdo de relanzamiento nacional aún vigente. Cualquiera fuere el triunfador, el rumbo tomado seguirá sin cambios sustanciales.
Un fuerte trueno ubicó la escena: simplemente un sueño. Al llegar la vigilia llega con ella la conciencia de la realidad. La pesadilla.
La inflación había seguido creciendo mes a mes, al compás del desequilibrio fiscal provocado por la recesión –que reducía la recaudación- y la emisión monetaria sin respaldo. Comenzó el año en el 4 % en enero, y llegó en diciembre al 8 % mensual. El dólar libre llegó a veinte pesos. El circulante sin respaldo alcanza al 50 % de la base monetaria. Las reservas internacionales líquidas llegan a pocos cientos de millones de dólares, menos de una semana de importaciones.
El déficit público alcanza el 7 % del PBI, y el dólar oficial, a diez pesos y con minidevaluaciones diarias, continuó y continúa estimulando la reticencia a la liquidación de exportaciones. Las dificultades para adquirir divisas frena cada vez más la actividad inversora, ante el riesgo de no poder luego retirar el capital. El fallo de la Suprema Corte norteamericana sobre el pago a los “Hold Outs” sumió al país en un nuevo default.
La inflación anualizada hacia atrás alcanzó el 50 % para el 2014 y la proyectada para el 2015 anuncia no menos del 100 %. La recesión ha llevado la desocupación al 15%, creciendo. La sucesión presidencial agrega dramatismo, ante la ausencia de diagnóstico común entre las facciones políticas tanto oficialistas como opositoras.
Durante todo el año las movilizaciones sociales fueron creciendo, al compás de la inflación. A los reclamos policiales se sumaron las fuerzas de Prefectura y Gendarmería, por lo que la presidenta recurrió a la fuerza Ejército, que se ha dividido internamente entre “leales” y “legalistas”. Los “leales” responden al gobierno pero los “legalistas”, cada vez más numerosos, resisten las órdenes de represión interna por carecer de fundamento legal.
La inseguridad ha sido creciente. Las bandas de narcotráfico han impregnado ya los mandos medios de las fuerzas de seguridad y existen en el país zonas dominadas sólo por la ley narco. Hay regiones del país en los que la seguridad estatal ya no llega y están bajo el manejo de hecho de grupos irregulares, algunos delictivos, otros mafiosos, y otros de ciudadanos autoconvocados para su defensa propia. El país es una selva.
El gobierno mantiene el apoyo parlamentario formal, pero el peronismo se ha fragmentado en tres grupos. A la división iniciada en el 2013 por el Frente Renovador, se agrega la motorizada por el “kirchnerismo auténtico” y el “peronismo sin aditamentos”, que disputan la sucesión.
En la vertiente no peronista, la posibilidad de acceder a la segunda vuelta debido a la fragmentación peronista ha desatado la diáspora, caracterizada por una batalla campal de todos contra todos alimentada por denuncias recíprocas de toda clase buscando repercusión mediática y la liquidación de los adversarios. Ninguno advierte la necesidad de los demás para un eventual gobierno de cualquiera de ellos.
Hasta aquí el juego. Sueño y pesadilla están contenidos en el presente, que admite a ambos. Admite, incluso, pesadillas aún más dramáticas, que atemorizan de sólo imaginarlas. El sentido patriótico y los fervientes deseos de ver un país en marcha hacen fuerza por el sueño.
La realidad, sin embargo, apuesta por la pesadilla. Día tras día.
Ricardo Lafferriere
La inflación controlada, las reservas recomponiéndose, la actividad económica acentuando su recuperación iniciada seis meses atrás, al compás de una lluvia de inversiones internas y externas. Paulatinamente va extendiéndose un entusiasmo emprendedor desatado a partir de la mitad del año, asentado en una liberalización total de la actividad productiva y una reforma fiscal fuertemente defensora –e inductora- de la actividad inversora.
La desocupación bajó por sexto mes consecutivo y está ya a punto de alcanzar el objetivo del 6 % para el primer trimestre del 2015, con la meta del 5 % a fin de año.
El país entrará en el año de renovación presidencial, pero sin el dramatismo de otros tiempos: los principales candidatos han acordado un programa nacional de colaboración recíproca con respaldo parlamentario cualquiera fuere el triunfador, y la participación en un gobierno de relanzamiento nacional de amplio colorido partidario.
Nada de eso hubiera sido imaginable al terminar el 2013, en el medio del caos generado por las rebeliones policiales, la inflación creciente, los cortes energéticos, los piquetes y la desorientación generalizada que instalaba una sensación de impotencia y violencia contenida.
El cambio se produjo a comienzos de año cuando, al finalizar su reposo, la presidenta de la Nación decidió seguir el ejemplo alemán de Angela Merkel y su gobierno de "Gran Coalición". Convocó a todas las fuerzas opositoras y principales sectores sociales para conformar un gabinete de unión nacional.
Acordaron normalizar las cuentas públicas con un equipo técnico multipartidario reduciendo el déficit público, para lo cual conformaron un grupo de trabajo con la finalidad de revertir la recesión reduciendo al máximo los costos sociales.
La seriedad de las cuentas públicas fue un dato central del programa antiinflacionario exitoso, que incluyó evitar la caída salarial, estimular a emprendedores y normalizar las relaciones financieras externas para reinstalar a la Argentina como destino de inversión global evitando el dramático costo social del ajuste salvaje.
Ese gabinete acordó la normalización de las cuentas externas, para lo cual integró un grupo de tareas de composición también plural que encarara la negociación de los temas pendientes, al que se autorizó a la colocación de deuda programada en los mercados internacionales.
A fin de desatar un proceso inversor que a la vez ayudara a la balanza de pagos, se discutió y aprobó un plan de desarrollo energético de emergencia en base a objetivos acotados pero acelerados que asumió la gravedad de la situación existente y diseñó un plan integral que comprendió la generación, transmisión y consumo, dándole fuerza de ley y estableciendo reglas estables con compromiso de invariabilidad durante una década.
El Estado, a través de la Secretaría de Energía, convocó a licitaciones transparentes al capital nacional e internacional para las diferentes etapas del sistema, sobre bases de explotación, precios, tecnologías, áreas y pautas de protección ambiental y consumo discutidas y aprobadas en el Congreso Nacional.
Se concentró el esfuerzo fiscal en los gastos sociales: supervivencia, salud, educación, salubridad, urbanización y vivienda, abandonando todo gasto parasitario o prescindible.
La reversión de la dramática situación de un año atrás está comenzando a rendir sus frutos y nada indica que no llegará a buen fin. Hasta se están formando los grandes agrupamientos de cara a la renovación presidencial, confluyendo en primera instancia en dos grandes contendientes que, sin embargo, integran el gran acuerdo de relanzamiento nacional aún vigente. Cualquiera fuere el triunfador, el rumbo tomado seguirá sin cambios sustanciales.
Un fuerte trueno ubicó la escena: simplemente un sueño. Al llegar la vigilia llega con ella la conciencia de la realidad. La pesadilla.
La inflación había seguido creciendo mes a mes, al compás del desequilibrio fiscal provocado por la recesión –que reducía la recaudación- y la emisión monetaria sin respaldo. Comenzó el año en el 4 % en enero, y llegó en diciembre al 8 % mensual. El dólar libre llegó a veinte pesos. El circulante sin respaldo alcanza al 50 % de la base monetaria. Las reservas internacionales líquidas llegan a pocos cientos de millones de dólares, menos de una semana de importaciones.
El déficit público alcanza el 7 % del PBI, y el dólar oficial, a diez pesos y con minidevaluaciones diarias, continuó y continúa estimulando la reticencia a la liquidación de exportaciones. Las dificultades para adquirir divisas frena cada vez más la actividad inversora, ante el riesgo de no poder luego retirar el capital. El fallo de la Suprema Corte norteamericana sobre el pago a los “Hold Outs” sumió al país en un nuevo default.
La inflación anualizada hacia atrás alcanzó el 50 % para el 2014 y la proyectada para el 2015 anuncia no menos del 100 %. La recesión ha llevado la desocupación al 15%, creciendo. La sucesión presidencial agrega dramatismo, ante la ausencia de diagnóstico común entre las facciones políticas tanto oficialistas como opositoras.
Durante todo el año las movilizaciones sociales fueron creciendo, al compás de la inflación. A los reclamos policiales se sumaron las fuerzas de Prefectura y Gendarmería, por lo que la presidenta recurrió a la fuerza Ejército, que se ha dividido internamente entre “leales” y “legalistas”. Los “leales” responden al gobierno pero los “legalistas”, cada vez más numerosos, resisten las órdenes de represión interna por carecer de fundamento legal.
La inseguridad ha sido creciente. Las bandas de narcotráfico han impregnado ya los mandos medios de las fuerzas de seguridad y existen en el país zonas dominadas sólo por la ley narco. Hay regiones del país en los que la seguridad estatal ya no llega y están bajo el manejo de hecho de grupos irregulares, algunos delictivos, otros mafiosos, y otros de ciudadanos autoconvocados para su defensa propia. El país es una selva.
El gobierno mantiene el apoyo parlamentario formal, pero el peronismo se ha fragmentado en tres grupos. A la división iniciada en el 2013 por el Frente Renovador, se agrega la motorizada por el “kirchnerismo auténtico” y el “peronismo sin aditamentos”, que disputan la sucesión.
En la vertiente no peronista, la posibilidad de acceder a la segunda vuelta debido a la fragmentación peronista ha desatado la diáspora, caracterizada por una batalla campal de todos contra todos alimentada por denuncias recíprocas de toda clase buscando repercusión mediática y la liquidación de los adversarios. Ninguno advierte la necesidad de los demás para un eventual gobierno de cualquiera de ellos.
Hasta aquí el juego. Sueño y pesadilla están contenidos en el presente, que admite a ambos. Admite, incluso, pesadillas aún más dramáticas, que atemorizan de sólo imaginarlas. El sentido patriótico y los fervientes deseos de ver un país en marcha hacen fuerza por el sueño.
La realidad, sin embargo, apuesta por la pesadilla. Día tras día.
Ricardo Lafferriere
viernes, 3 de enero de 2014
Una alternativa para esta época
El cambio en el mundo en las últimas décadas ha sido
gigantesco. Por supuesto, en la tecnología, en la economía, en las
comunicaciones.
Pero también en la política. El "empoderamiento"
de las personas comunes, que eclosionó con la caída del Muro de Berlín
-producido sin intervención de gobiernos ni partidos políticos, sólo impulsado
por una multitud de personas comunes desarmadas- no paró de extenderse.
Hoy, multitudes protagonistas cambian la historia de países
que parecían fortalezas. La primavera árabe terminó con autocracias
consolidadas y legiones de "indignados" y nuevos fenómenos
autogestionarios obligan a una nueva interpretación de la sociedad, la política
y sus actores.
Algunos se resisten a entender los cambios. Reproducen
debates y se alinean en posiciones ideológicas que interpretaron el mundo de la
primera o la segunda mitad del siglo XX. Obviamente, no pueden comprender cómo
es que "la gente" no los entiende.
"La gente" son personas que nacieron cuando ya el
mundo no era bipolar, cuando no existía la confrontación ruso-norteamericana y
cuando China y Estados Unidos ya funcionaban -igual que ahora- como los grandes
partners de la economía y la política global. Un mundo de celulares
inteligentes, tabletas y redes sociales, de productos tecnológicos y mercados
globales.
El viejo mundo -¨sólido", diría Bauman- alineaba
claramente ideologías, clases, partidos y naciones. Las personas eran
secundarias. Los temas de conflictos estaban claros, definidos, previsibles.
Liberación o dependencia. Proletariado o burguesía. Democracia o dictadura.
Socialdemocracia o Liberalismo. Imperialismo o liberación nacional.
Ese mundo acabó, y con él esa forma de alinear voluntades
para la acción colectiva, que es de lo que se trata la política. Los ciudadanos
han reivindicado una muy fuerte autonomía personal, al punto de llevar al más
brillante intelectual neo-marxista contemporáneo, el austríaco Ulrich Beck, a
afirmar que hoy, "las contradicciones sistémicas tienen soluciones
biográficas", para horror de sus viejos cofrades, aún desorientados por
los rumbos que toma la realidad.
La consecuencia principal del cambio, de cara a la acción
política, es potente: la posibilidad de empezar de nuevo. La superación de las
construcciones intelectuales totalizadoras necesita un reemplazo y Beck lo
sugiere: la teoría del riesgo. Ante el agotamiento de los grandes sistemas
ideológicos coherentes, sugiere volver a las fuentes de la solidaridad humana:
unirse para superar las amenazas y los problemas comunes.
La agenda no derivará ya de las visiones
"ideológicas" de largo plazo, los "proyectos de país" o
"de sociedad" de unos u otros, sino de los más cercanos y pedestres
problemas concretos, originados por los logros de las viejas ideologías de la
modernidad. El deterioro ambiental se generó en Occidente y Oriente, los
recursos naturales se descuidaron allá y acá, y los derechos humanos se
violaron por unos y por otros.
Los riesgos pueden ser globales, como ocurre con el
deterioro climático, las consecuencias del nuevo paradigma económico y del
encadenamiento productivo habilitado por los mercados abiertos o la acción
desenfrenada del capital financiero liberado de los controles estatales.
Pero también pueden ser locales: la inseguridad cotidiana,
el deterioro ambiental localizado, la crisis de las fuentes energéticas no
renovables, la quiebra de los sistemas previsionales o la desaparición del
trabajo estable sobre el que se edificó el contrato de convivencia de las
sociedades industriales o en vías de industrializarse del viejo paradigma.
Empezar de nuevo llevó a rusos y norteamericanos, rivales
implacables que tuvieron al mundo en vilo durante siete décadas, a unir sus
políticas contra el nuevo riesgo del terrorismo global. Chinos y
norteamericanos, sólidos contrincantes ideológicos de la segunda posguerra,
edifican juntos la simbiosis sobre la que se apoyó el gigantesco salto
productivo mundial de las últimas décadas.
Volvamos a lo nuestro. Los problemas argentinos de hoy no
tienen raíz ideológica. Desde ya que no tienen relación con el enfrentamiento
de peronistas contra radicales de mediados del siglo XX, y muchísimo menos con
las discusiones entre radicales y conservadores del primer centenario.
Tampoco con los temas de agenda en los años 70 del siglo pasado,
entre insurgencia y contrainsurgencia, como parecían entenderlo Néstor Kirchner
y luego su señora.
En esta lógica, creer que es posible, viable o
potencialmente exitoso para el país reproducir un alineamiento ideológico
propio de mediados del siglo XX es vetusto. O, como diría Talleyrand al
cuestionar ante Napoleón la ejecución del duque de Enghien, "peor que un
crimen, Sire. Es un error".
La política argentina requiere nuevos alineamientos. Sería
necio negarlo. Pero esos alineamientos deben responder a las necesidades de la
agenda ciudadana, no a las utopías colectivas de otras épocas que ya no
reflejan ni representan a grupos amplios y estables de ciudadanos, aunque sí lo
hagan de valiosas y respetables -pero antiguas- nomenclaturas partidarias.
La agenda de hoy no es ideológica. Las respuestas tampoco
requieren identidad de objetivos finalistas, devenidos en tan provisorios como
la cambiante realidad. Al contrario: el alineamiento ideológico puede hasta ser
disfuncional con los problemas que deben enfrentarse. Éstos requieren la
gigantesca modestia de trabajar sin anteojeras ni preconceptos ante los riesgos
concretos percibidos por los ciudadanos.
Restablecer pautas de convivencia que conformen un piso de
seguridad; garantizar a todos el goce de los derechos humanos, tal como los
entiende hoy la conciencia universal; dotar a los poderes públicos de una
racionalidad homologable con el estado de derecho; marchar hacia fuentes
energéticas renovables y modificar las conductas energéticas dispendiosas;
abrir la economía a la integración con el encadenamiento productivo del nuevo
paradigma mediante una transición que garantice la inclusión social; proteger
el entorno y el ambiente; cuidar los recursos naturales; proteger los esfuerzos
y el trabajo creador de quienes deseen mejorar su vida. Todos estos reclamos
ciudadanos son compatibles con identidades de izquierdas y derechas.
Estos temas de agenda demandan respuestas que "toman
prestadas" herramientas de las diferentes viejas ideologías, tal como los comunistas
chinos conduciendo a su país al enorme salto de las últimas tres décadas con
herramientas de mercado, y los capitalistas norteamericanos saliendo de una
crisis que parecía terminal con tradicionales herramientas estatistas. Ni unos
ni otros hubieran sido exitosos aplicando sus recetas "ideológicas"
puras, que más bien fueron las que provocaron los problemas sufridos por ambos.
Bienvenida, entonces, la apertura a coincidencias. Son un
paso adelante. Pero sólo eso: un paso. El verdadero cambio se dará cuando las
coincidencias no sean sólo entre viejos cofrades o entre quienes antes han
pensado parecidos objetivos finalistas, sino entre quienes aporten hoy miradas
diferentes y sean capaces de trabajar sin anteojeras en el tratamiento de la
agenda del presente y del futuro. De lo contrario poco ayudará a solucionar los
problemas de los argentinos de hoy.
El desafío que se abre es avanzar hacia una gran
coincidencia mucho más amplia, o como diría Juan José Sebrellli, hacia una gran
"coalición de coaliciones" unida por un programa común explícito y
concreto, que avente el peligro de quedar reducida a una alternativa de otra
época y como tal, a ser ignorada por los ciudadanos. Éstos, contra lo que pueda
pensarse, ya no delegan sus convicciones en ninguna estructura o ideología
heterónomas. Reclaman, simple pero firmemente, soluciones concretas y eficaces
para reducirles los riesgos y facilitarles la vida.
Ricardo Lafferriere
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