La “orden” de Kirchner de “crecer al 7 %” mediante la voluntarista decisión de “forzar la demanda” es curiosa. Tanto como lo fue su descalificación al –entonces- ministro de Economía Martín Lousteau por intentar reducir el recalentamiento de aquellos tiempos, en que los números parecían indicar un crecimiento del 7 u 8 por ciento sobre bases endebles, para darle sustentabilidad en el tiempo.
“No me van a enfriar la economía”, sostenía entonces el (¿ex?) presidente, aprovechado para cuestionar la propuesta económica de Elisa Carrió y del propio Lavagna, quienes sostenían con seriedad que la buena política consistía en un crecimiento sostenido en una tasa del 5 % que atendiera no sólo el consumo sino la inversión, el control de la deuda, la responsabilidad fiscal y la previsión anticíclica.
Los rudimentos económicos del presidente de entonces prefirieron “redistribuir el ingreso” confiscando fondos productivos –retenciones-, ahorros –previsionales y reservas- y creando nueva deuda –bonos públicos obligatorios- para sostener el jolgorio de vivir más allá de lo que la economía lo permitía –festival de subsidios-.
El resultado es que el país está más pobre. El mejor indicador es el valor de nuestra moneda. Mientras en el entorno regional las divisas de nuestros vecinos se valorizan frente al dólar –debido al crecimiento de su productividad interna y a la caída de valor de la moneda norteamericana-, sus reservas crecen, su deuda disminuye y su salario promedio se incrementa, en nuestra Argentina el peso vale cada vez menos cayendo no sólo frente a las principales monedas sino incluso frente al desvencijado dólar, se siguen confiscando reservas públicas en el Central, se siguen liquidando ahorros depositados previsionales de la ANSES, se apropian recursos públicos provinciales y se incrementa la deuda pública global.
Las provincias, como consecuencia de esta orgía de dilapidación de fondos públicos, tienen una deuda que asciende ya a casi Cien mil millones de pesos, siendo las instancias públicas que prestan los servicios más trascendentes para el ciudadano: la seguridad, la justicia, la educación y la salud. Una crisis que se exprese por este flanco sería claramente sistémica. La ANSES, por su parte, tiene la mayor parte de sus “ahorros” calzados con títulos públicos de imposible recuperación, lo que preanuncia para los próximos tiempos también jubilados más pobres aún que sus raídos y expoliados ingresos actuales.
Como no se puede gastar lo que no se tiene, la instrucción de Néstor Kirchner se financiará con lo único que le queda: inflación. Ha comenzado con la disposición de reservas del Central, que aunque se diga que son para "pagar bonos", como el dinero es fungible, en realidad sólo implica liberar al Estado del pago de la deuda -que debía hacer con recursos propios- y destinar dinero a alinear gobernadores e Intendentes, construir clientelismo y seguir fogoneando la corrupción.
El período kircherista ha sido altamente ineficiente desde la técnica de la gestión, y profundamente reaccionario desde el contenido de sus políticas. Desaprovechó un ciclo de auge excepcional por las condiciones externas para arraigar en la población la sensación de que el país crecía, cuando en realidad estaba dilapidando recursos para mantener la sensación de una falsa riqueza, engañosa y sin sustentabilidad. Cuando ese auge disminuyó, nos encontramos sin rutas, sin puertos, sin aeropuertos, sin energía, sin gas, sin petróleo... con la infraestructura pública cayéndose de a pedazos, trenes y ómnibus destartalados y contaminantes y aviones que son una bomba de tiempo. Y un plantel de “nuevos empresarios”, formados, como el propio patrimonio presidencial, en base a la inescrupulosa gestión de dineros públicos.
Un hecho queda claro: liquidar los ahorros o endeudarse para vivir por encima de lo que permiten los ingresos no es progresar. Es consumir el capital. Es ignorar el futuro. Es bastardear la política. Es burlarse de los ciudadanos. Es empobrecerse.
Tanto como lo es, en lo estratégico, la decadencia educativa, la instalación en la Argentina de los cárteles criminales del tráfico de estupefacientes y personas, la complicidad con el delito y la mega corrupción y el abandono del estado de derecho.
Ricardo Lafferriere
Sentaku es una palabra japonesa con dos acepciones: limpieza, y elección. Abarcan lo que soñamos para la Argentina: un país que haya limpiado sus lacras históricas, y que elija con inteligencia su futuro. Limpiamente, libremente.
sábado, 26 de diciembre de 2009
miércoles, 23 de diciembre de 2009
Estupefactos
Si por algo será recordado el período kirchnerista en la historia nacional, además de por su vocación destructora de la sociedad política, será sin dudas por su capacidad para presentar diariamente hechos que dejan estupefactos a quien desee observar el escenario con alguna vocación crítica.
La decisión de Aníbal Fernández, Jefe de Gabinete de Ministros, de autoatribuirse el carácter de última instancia para decidir sobre la inconstitucionalidad de una norma está entre esos hechos. El sobreseimiento dictado por el Juez Oyarbide de la causa por presunto enriquecimiento ilícito del matrimonio presidencial, es otro.
Pero si algunas superan toda capacidad de asombro de los ciudadanos, son las revelaciones que están saliendo a la luz en el caso del triple crímen de General Rodríguez.
La investigación es lenta, pero avanza. Y lo conocido ayer, con la detención de los autores materiales del horrendo hecho, establece un vínculo entre la mafia de medicamentos –que ya llevó a prisión a Juan José Zanola y puede alcanzar a muchos “sindicalistas” más- y con el lavado de dinero en la campaña presidencial de Cristina Kirchner. El vínculo es Matías Lanatta, conocido por sus vinculaciones políticas con... el Sr. Jefe del Gabinete de Ministros, gestor oficioso de autorizaciones para portación de armas en el RENAR y ex funcionario de Aníbal Fernández en su paso por el gabinete de la Provincia de Buenos Aires, durante la gestión de Carlos Ruckauf.
Sebastián Forza, uno de los asesinados, había mantenido una conversación días antes de su asesinato con el periodista de investigación Christian Sanz. En ella, había confesado su vinculación con la red de comercialización de medicamentos falsificados, y la mecánica de lavado de dinero utilizado para aportar a la campaña presidencial de Cristina Kirchner, relacionada con esa red. Aún se puede consultar hoy ese reportaje en la página del blog “Tribuna de Periodistas” (http://www.periodicotribuna.com.ar/5851-la-ultima-y-unica-entrevista-de-sebastian-forza.html).
El Ministro Fernández no puede continuar al frente de la Administración Nacional. Si recordamos el maremagnum generado por la designación de Ciro James en el personal del Ministerio de Educación de la Ciudad, fruto de una evidente e impiadosa operación de inteligencia para atacar el gobierno de Mauricio Macri –cuya renuncia el funcionario nacional llegó a pedir por radio y televisión-, y comparamos ese caso con el actual, parece el cuento de Blancanieves por su inocencia.
El Jefe de Gabinete, en cualquier país organizado, debería haber renunciado o sido cesanteado en el acto.
Pero ahí está. Es otro hecho que deja a los argentinos estupefactos.
Ricardo Lafferriere
La decisión de Aníbal Fernández, Jefe de Gabinete de Ministros, de autoatribuirse el carácter de última instancia para decidir sobre la inconstitucionalidad de una norma está entre esos hechos. El sobreseimiento dictado por el Juez Oyarbide de la causa por presunto enriquecimiento ilícito del matrimonio presidencial, es otro.
Pero si algunas superan toda capacidad de asombro de los ciudadanos, son las revelaciones que están saliendo a la luz en el caso del triple crímen de General Rodríguez.
La investigación es lenta, pero avanza. Y lo conocido ayer, con la detención de los autores materiales del horrendo hecho, establece un vínculo entre la mafia de medicamentos –que ya llevó a prisión a Juan José Zanola y puede alcanzar a muchos “sindicalistas” más- y con el lavado de dinero en la campaña presidencial de Cristina Kirchner. El vínculo es Matías Lanatta, conocido por sus vinculaciones políticas con... el Sr. Jefe del Gabinete de Ministros, gestor oficioso de autorizaciones para portación de armas en el RENAR y ex funcionario de Aníbal Fernández en su paso por el gabinete de la Provincia de Buenos Aires, durante la gestión de Carlos Ruckauf.
Sebastián Forza, uno de los asesinados, había mantenido una conversación días antes de su asesinato con el periodista de investigación Christian Sanz. En ella, había confesado su vinculación con la red de comercialización de medicamentos falsificados, y la mecánica de lavado de dinero utilizado para aportar a la campaña presidencial de Cristina Kirchner, relacionada con esa red. Aún se puede consultar hoy ese reportaje en la página del blog “Tribuna de Periodistas” (http://www.periodicotribuna.com.ar/5851-la-ultima-y-unica-entrevista-de-sebastian-forza.html).
El Ministro Fernández no puede continuar al frente de la Administración Nacional. Si recordamos el maremagnum generado por la designación de Ciro James en el personal del Ministerio de Educación de la Ciudad, fruto de una evidente e impiadosa operación de inteligencia para atacar el gobierno de Mauricio Macri –cuya renuncia el funcionario nacional llegó a pedir por radio y televisión-, y comparamos ese caso con el actual, parece el cuento de Blancanieves por su inocencia.
El Jefe de Gabinete, en cualquier país organizado, debería haber renunciado o sido cesanteado en el acto.
Pero ahí está. Es otro hecho que deja a los argentinos estupefactos.
Ricardo Lafferriere
"Inusitada..."
"En mi país, un pequeño ahorrista de 16 mil dólares que los coloca en un pool de siembra obtiene una renta en 6 meses del 30 por ciento en dólares, una renta inusitada en el mundo actual", decía Cristina Fernández de Kirchner en Roma, el 3 de Junio de 2008, en oportunidad de asistir a la Cumbre de la FAO. Con esta afirmación pretendía justificar, en tono justiciero, su intento de aplicar las retenciones confisctorias al sector agrario. La información puede observarse en la edición “online” de Clarín al día siguiente en http://www.clarin.com/diario/2008/06/04/elpais/p-00601.htm. Es de suponer que los demás presidentes se habrían sorprendido de la denuncia de su colega argentina.
Esos mismos presidentes, al leer en estos días la noticia llegada desde ese lejano país –que es el nuestro-, se habrían sorprendido aún más, al observar que la funcionaria que realizara esta indignada denuncia habría obtenido una renta en su patrimonio personal del 158 % en un año, y que según la justicia argentina, ese incremento es legal...
Empresarios de todo el mundo seguramente estarán sorprendidos, buscando la forma de invertir en el mismo rubro para obtener una rentabilidad similar. Las Embajadas y Consulados debieran preparar sus carpetas y folletos, para aprovechar la extraordinaria situación comunicacional que genera esta publicidad sobre la potencialidad de una economía que permite esas tasas legales de rentabilidad.
Para cualquier duda o ampliación, puede contarse con el asesoramiento de la Consultora “El Chapel”, integrada por Máximo Kirchner, Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner, especializada en operaciones de estas características. Y para la presentación de las declaraciones impositivas, el Contador Víctor Manzanares, asesorado por funcionarios de la Administración Federal de Ingresos Públicos, puede completar los formularios y trámites siempre necesarios, con la seguridad del respaldo que le brindará, frente a cualquier situación inesperada, el Cuerpo de Contadores Oficiales de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Entre los antecedentes que avalan su capacidad profesional y técnica se cuenta el de desempeñarse como Contador nada menos que de la familia que ha logrado la “pole position” en rentabilidad legal en la República Argentina.
...
Inusitada. Así es la patria de los argentinos en tiempos K.
...
¡Cómo no entender, ante semejantes éxitos, la obsesión de la familia presidencial por "profundizar el modelo"!
Ricardo Lafferriere
Esos mismos presidentes, al leer en estos días la noticia llegada desde ese lejano país –que es el nuestro-, se habrían sorprendido aún más, al observar que la funcionaria que realizara esta indignada denuncia habría obtenido una renta en su patrimonio personal del 158 % en un año, y que según la justicia argentina, ese incremento es legal...
Empresarios de todo el mundo seguramente estarán sorprendidos, buscando la forma de invertir en el mismo rubro para obtener una rentabilidad similar. Las Embajadas y Consulados debieran preparar sus carpetas y folletos, para aprovechar la extraordinaria situación comunicacional que genera esta publicidad sobre la potencialidad de una economía que permite esas tasas legales de rentabilidad.
Para cualquier duda o ampliación, puede contarse con el asesoramiento de la Consultora “El Chapel”, integrada por Máximo Kirchner, Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner, especializada en operaciones de estas características. Y para la presentación de las declaraciones impositivas, el Contador Víctor Manzanares, asesorado por funcionarios de la Administración Federal de Ingresos Públicos, puede completar los formularios y trámites siempre necesarios, con la seguridad del respaldo que le brindará, frente a cualquier situación inesperada, el Cuerpo de Contadores Oficiales de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Entre los antecedentes que avalan su capacidad profesional y técnica se cuenta el de desempeñarse como Contador nada menos que de la familia que ha logrado la “pole position” en rentabilidad legal en la República Argentina.
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Inusitada. Así es la patria de los argentinos en tiempos K.
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¡Cómo no entender, ante semejantes éxitos, la obsesión de la familia presidencial por "profundizar el modelo"!
Ricardo Lafferriere
miércoles, 16 de diciembre de 2009
Gobierno K: El irresistible atractivo de “transferir”
“La sedución por “transferir” del matrimonio K parece no tener límites. La lectura del artículo 7 de su proyecto (“Transfiérense en especie a la ADMINISTRACION NACIONAL DE LA SEGURIDAD SOCIAL los recursos que integran las cuentas de capitalización individual de los afiliados al Régimen de Capitalización del Sistema Integrado de Jubilaciones y Pensiones previsto en la Ley N° 24.241 y sus modificatorias..”) deja abiertas todas las incógnitas.
Si de “transferir” se trata, mañana podríamos encontrarnos con otras leyes, que esta vez ordenaran “transferir” a la administración nacional los saldos positivos en cuenta corriente que existan en los bancos. O los saldos de depósitos a plazo fijo. O los títulos accionarios o valores depositados en bancos o Cajas de Seguridad. O –si se les despertara el atractivo por las operaciones inmobiliarias para las que al parecer son tan afectos en sus pagos- transferir al Ministerio de Infraestructura los títulos de propiedad de los edificios financiados con fideicomisos.... En realidad, no habría ninguna diferencia jurídica entre todas estas hipotéticas transferencias: son todos bienes ajenos “protegidos” por el derecho de propiedad del mismo valor legal y con la misma fuerza jurídica que los depósitos previsionales privados, que según el artículo 82, ley 24241, con la sobriedad de las leyes normales dispone que “El fondo de jubilaciones y pensiones es un patrimonio independiente y distinto del patrimonio de la administradora y que pertenece a los afiliados...” En realidad, la administración K cumple el sueño de Al Capone: poder “transferir” a su patrimonio por su propia decisión, lo que se le ocurra que integre el patrimonio ajeno.”
Así expresábamos, en una nota publicada el 1 de noviembre de 2008 con el mismo título que ésta, nuestra sorpresa por el texto del proyecto –luego transformado en ley- por el cual Cristina Fernández disponía la confiscación de los ahorros previsionales privados para su libre disposición, bajo su exclusiva discrecionalidad.
El proyecto se aprobó, gracias al (¿ingenuo?) apoyo de socialistas, “progresistas” y algunos socios menores, que lo hicieron luego de “imponerle” a la mayoría una comisión de control que mantendría esos fondos a buen recaudo.
Ja. Logrado el objetivo, con esos recursos se comenzaron a financiar las ocurrencias presidenciales, sin debate ni control, rematando el futuro de los ahorristas previsionales, que terminaron siendo estafados por el kirchnerismo, un sector de la “oposición” y la vista cómplice de un Poder Judicial que deshonra su función.
No fue una “transferencia” excepcional. Se suman a las de los fondos del PAMI, de los fondos fiduciarios, de la AFIP, de la Lotería, y las propias “retenciones”. Pero en ese caso abrieron una ventana delictiva que trascendía a la simple reasignación de fondos públicos para avanzar sobre fondos ajenos.
Ahora hay de nuevo una “transferencia”. Esta vez, de recursos que no son del gobierno, como lo establece la ley vigente, sino del Banco Central, cuya función no es financiar al Estado sino custodiar el valor de la moneda, y cuyos recursos no son fiscales, de libre disponibilidad por el poder, sino de los argentinos que tienen pesos en sus bolsillos. Casi Siete mil millones de dólares son “transferidos” (sic) a la discrecionalidad presidencial. Sin controles, como los recursos de la ANSES.
Es curiosa la “positiva reacción” de algunos agentes económicos por la medida. Curiosa, pero explicable. Porque para ellos significa que cobrarán, aunque sea a cambio de agregar una gigantesca incertidumbre sobre la ya endeble credibilidad del país y no tienen por qué preocuparse si para pagarles, el deudor le roba a otro. Los acreedores cobrarán e incluso hasta el posible que le presten de nuevo: no son los responsables de velar por el futuro. El país habrá avanzado hacia el precipicio que implica vivir sin leyes, con el gobierno apropiándose alegremente de fondos ajenos, destrozando instituciones y oscureciendo aún más el horizonte. El efecto en las personas comunes de arrebatarle al Central esas reservas es debilitar la moneda. Los pesos que tenemos en el bolsillo valdrán menos. O dicho más crudamente, las cosas costarán más.
De sus viejos socios de andanzas, van quedando las hilachas. Y más quedarán luego de la vigencia, lograda también con su apoyo, de la ley de “reforma política” con la que el kirchnerismo quiere –una vez más, con una ley a su medida- lograr su eternización en el poder. Perdónese esta digresión, incluida en esta nota al sólo efecto de recordar lo que conlleva asociarse con delincuentes.
La medida –y todas las que de ahora en adelante se sancionen- no tendrán control judicial, porque la decisición de Aníbal Fernández autodeclarándose intérprete final de la constitucionalidad de las resoluciones judiciales está adelantando que, por más sentencias adversas que tengan, no las obedecerán si no se les antoja. Los jubilados, en este sentido, también fueron los primeros en sufrir el desconocimiento estatal de sus derechos reconocidos, sin lograr que sentencias logradas luego de años de angustiosos procedimienos judiciales sean sencillamente ignoradas, como si no existieran. Son ilusos quienes creen que se trató de una decisón aislada o que obedecía a un problema sindical: abrió un camino, que sirve como antecedente para cualquier otro caso.
El irresistible atractivo de “transferir” va despejando el camino. La asociación ilícita ha logrado el sueño de cualquier banda delictiva: asumir la suma del poder para quedarse con todo lo ajeno que se le ocurra. Sin miedo al parlamento. Sin temor a la justicia. Sin control de la prensa.
Seguir considerando a ésto un “estado de derecho” merecedor de ser sostenido aún por dos años se parece cada vez más una ironía de Elisa Carrió. O a un patológico síndrome masoquista.
Ricardo Lafferriere
domingo, 13 de diciembre de 2009
Debate ministerial
Si algo faltaba para parecernos a Macondo, esa falencia la cubrió el ministro del Interior con su nota en La Nación del sábado, en la que cuestiona el artículo que Abel Posse redactara para dicho medio sin sospechar su designación ministerial y que éste publicara, curiosamente, el día que se conoció su nombramiento.
Quien esto escribe no ve el país de la misma forma que Abel Posse. Reconoce, sin embargo, que su vertiente jerárquica, nacionalista y nostálgica es tan respetable como la de quienes sentimos al país desde su urgencia democrática, cosmopolita, transformadora e inclusiva. Las diferencias que existen no pueden llevar, de ninguna foma, a su descalificación con algunos de los agravios mayores con que se cruzan las dialécticas agonales.
Posse no es nazi, ni fascista. Anotemos, sin embargo, que tampoco pareciera existir sintonía entre su nombre y trayectoria con el anunciado propósito del PRO de desatar una nueva política, que mire al futuro e incorpore a la gestión a jóvenes generaciones. Reemplaza a Nadorovsky, uno de los ministros más progresistas del gabinete porteño que cae víctima de una impiadosa operación de inteligencia evidentemente gestada desde la fuerza policial que comanda el Jefe de Gabinete del gobierno nacional.
A pesar de su innegable prestigio literario, el nuevo funcionario no pareciera seguir la línea del ministro cesante. Es un argentino que dice su visión y que refleja una forma de pensar con un dejo autoritario propio de gran cantidad de compatriotas, la mayoría de los cuales, curiosamente, se identifican políticamente con la misma fuerza -y dentro de ella a la misma vertiente ideológica- a la que pertenece y en la que ha militado toda su vida el propio Jefe de Gabinete de Ministros, ex Ministro del Interior. Que, dicho sea de paso, nos exhibe cotidianamente una fuerte dosis de rudimentaria intolerancia.
Justamente Aníbal Fernández. El mismo que no pasa un día sin destratar en forma guaranga a los opositores. El mismo que ha insultado repetidas veces, con la mayor grosería, a Elisa Carrió. El mismo que sin respetar el cargo que ocupa, descalifica al Jefe de Gobierno de Buenos Aires con calificativos de café de barrio. El mismo que se autoatribuye la condición de suprema instancia de la justicia, al decidir él sólo, por su (¿sano?) juicio, que una sentencia judicial es inconstitucional y que en consecuencia, no la acatará, ordenando a la Policía que no obedezca la orden directa de un Juez.
La afectación por el articulo de Posse, en boca del funcionario mencionado, suena justamente como lo que le achaca: el oportunismo más crudo. Busca la forma de quedar alineado con los sindicatos docentes, disimulando su pertenecia al gobierno que peor ha tratado a la educación desde que se recuperó la democracia, menemismo incluido. Los jóvenes argentinos, a seis años de gestión kirchnerista, han descendido a los escalones más bajos en el cotejo internacional y regional. La educación ha sido marginada de la agenda pública y sufre en forma directa el ahogo financiero extorsivo a que son sometidos los gobernadores para lograr su alineamiento con el poder central.
Los colegios públicos de excelencia han dejado de serlo, y hogares humildes recurren a los pocos ingresos que les quedan para conseguir una plaza en las instituciones privadas, ante el deterioro a que ha sido sometido el sistema educativo estatal. No es aventurado sostener que el crecimiento exponencial de la violencia cotidiana tiene sus raíces en la política educativa iniciada hace tres lustros, que se desentendió de las escuelas y colegios condenando a la exclusión a los niños de entonces, que hoy son los jóvenes sin futuro, horizontes ni valores. Gobierno al que pertenecía, en niveles inferiores, el funcionario que hoy dice horrorizarse por el diagnóstico de su compañero. Funcionario que, en todo caso, es el responsable de que los niños excluidos de hoy inexorablemente estén prefigurando la sociedad cada vez más violenta de los tiempos que vienen.
De eso debiera preocuparse el Jefe del Gabinete de Ministros, responsable de la administración del país, en lugar de dedicar su tiempo a frases que cree ingeniosas con las que piensa que deteriora a las oposiciones que, desde todos los ángulos de la amplia opinión nacional, reclaman o esperan que la democracia vuelva a regir en el país. También de eso deberá ocuparse el nuevo Ministro de Educación porteño.
La educación argentina no merece este nivel de debate. Ni los niños, ni los jóvenes, ni los docentes, ni los académicos. Ni los argentinos, que a diferencia de sus funcionarios, observan el despegue del mundo asentado en la incorporación al conocimiento de enormes contingentes de jóvenes de toda la geografía planetaria con los que tendrán que competir quienes quieran ser exitosos, o resignarse a ser el último vagón –en el mejor de los casos- o a la exclusión del futuro –si no reaccionamos a tiempo-.
Los argentinos que sufren estas peleas de “boliche” no piensan en los debates del siglo pasado a los que los convocan funcionarios sin noción de futuro: miran el rumbo del mundo en el siglo que vivimos, cuyas demandas tienen una densidad, una complejidad, una exigencia de tolerancia, respeto, excelencia y frescura intelectual que está –y eso les preocupa- en las antipodas de los toscos debates ministeriales.
Ricardo Lafferriere
Quien esto escribe no ve el país de la misma forma que Abel Posse. Reconoce, sin embargo, que su vertiente jerárquica, nacionalista y nostálgica es tan respetable como la de quienes sentimos al país desde su urgencia democrática, cosmopolita, transformadora e inclusiva. Las diferencias que existen no pueden llevar, de ninguna foma, a su descalificación con algunos de los agravios mayores con que se cruzan las dialécticas agonales.
Posse no es nazi, ni fascista. Anotemos, sin embargo, que tampoco pareciera existir sintonía entre su nombre y trayectoria con el anunciado propósito del PRO de desatar una nueva política, que mire al futuro e incorpore a la gestión a jóvenes generaciones. Reemplaza a Nadorovsky, uno de los ministros más progresistas del gabinete porteño que cae víctima de una impiadosa operación de inteligencia evidentemente gestada desde la fuerza policial que comanda el Jefe de Gabinete del gobierno nacional.
A pesar de su innegable prestigio literario, el nuevo funcionario no pareciera seguir la línea del ministro cesante. Es un argentino que dice su visión y que refleja una forma de pensar con un dejo autoritario propio de gran cantidad de compatriotas, la mayoría de los cuales, curiosamente, se identifican políticamente con la misma fuerza -y dentro de ella a la misma vertiente ideológica- a la que pertenece y en la que ha militado toda su vida el propio Jefe de Gabinete de Ministros, ex Ministro del Interior. Que, dicho sea de paso, nos exhibe cotidianamente una fuerte dosis de rudimentaria intolerancia.
Justamente Aníbal Fernández. El mismo que no pasa un día sin destratar en forma guaranga a los opositores. El mismo que ha insultado repetidas veces, con la mayor grosería, a Elisa Carrió. El mismo que sin respetar el cargo que ocupa, descalifica al Jefe de Gobierno de Buenos Aires con calificativos de café de barrio. El mismo que se autoatribuye la condición de suprema instancia de la justicia, al decidir él sólo, por su (¿sano?) juicio, que una sentencia judicial es inconstitucional y que en consecuencia, no la acatará, ordenando a la Policía que no obedezca la orden directa de un Juez.
La afectación por el articulo de Posse, en boca del funcionario mencionado, suena justamente como lo que le achaca: el oportunismo más crudo. Busca la forma de quedar alineado con los sindicatos docentes, disimulando su pertenecia al gobierno que peor ha tratado a la educación desde que se recuperó la democracia, menemismo incluido. Los jóvenes argentinos, a seis años de gestión kirchnerista, han descendido a los escalones más bajos en el cotejo internacional y regional. La educación ha sido marginada de la agenda pública y sufre en forma directa el ahogo financiero extorsivo a que son sometidos los gobernadores para lograr su alineamiento con el poder central.
Los colegios públicos de excelencia han dejado de serlo, y hogares humildes recurren a los pocos ingresos que les quedan para conseguir una plaza en las instituciones privadas, ante el deterioro a que ha sido sometido el sistema educativo estatal. No es aventurado sostener que el crecimiento exponencial de la violencia cotidiana tiene sus raíces en la política educativa iniciada hace tres lustros, que se desentendió de las escuelas y colegios condenando a la exclusión a los niños de entonces, que hoy son los jóvenes sin futuro, horizontes ni valores. Gobierno al que pertenecía, en niveles inferiores, el funcionario que hoy dice horrorizarse por el diagnóstico de su compañero. Funcionario que, en todo caso, es el responsable de que los niños excluidos de hoy inexorablemente estén prefigurando la sociedad cada vez más violenta de los tiempos que vienen.
De eso debiera preocuparse el Jefe del Gabinete de Ministros, responsable de la administración del país, en lugar de dedicar su tiempo a frases que cree ingeniosas con las que piensa que deteriora a las oposiciones que, desde todos los ángulos de la amplia opinión nacional, reclaman o esperan que la democracia vuelva a regir en el país. También de eso deberá ocuparse el nuevo Ministro de Educación porteño.
La educación argentina no merece este nivel de debate. Ni los niños, ni los jóvenes, ni los docentes, ni los académicos. Ni los argentinos, que a diferencia de sus funcionarios, observan el despegue del mundo asentado en la incorporación al conocimiento de enormes contingentes de jóvenes de toda la geografía planetaria con los que tendrán que competir quienes quieran ser exitosos, o resignarse a ser el último vagón –en el mejor de los casos- o a la exclusión del futuro –si no reaccionamos a tiempo-.
Los argentinos que sufren estas peleas de “boliche” no piensan en los debates del siglo pasado a los que los convocan funcionarios sin noción de futuro: miran el rumbo del mundo en el siglo que vivimos, cuyas demandas tienen una densidad, una complejidad, una exigencia de tolerancia, respeto, excelencia y frescura intelectual que está –y eso les preocupa- en las antipodas de los toscos debates ministeriales.
Ricardo Lafferriere
miércoles, 9 de diciembre de 2009
10 de diciembre, al Rosedal
La reunión convocada por la Mesa de Enlace en el Rosedal debe ser la culminación de la fuerte expresión popular del 28 de junio.
Cierto: para mi gusto, hubiera sido lindo que las fuerzas políticas opositoras confluyeran orgánicamente allí. Pero de todos modos, estarán. En los corazones, la conciencia y la razón de quienes llegan de todo el país para renovar su decisión de sostener un país democrático y vivir en un estado de derecho.
Los miles de compatriotas que se reunirán el 10 de diciembre votaron todos, en su respectivo distrito, alguna expresión de resistencia, repudio, rechazo o diferencia con el régimen K. Pero también, de reafirmación democrática, de defensa de sus derechos ciudadanos, de reescribir los grandes equilibrios constitucionales entre los ciudadanos, las provincias y el Estado.
Los millones de argentinos que pusieron con su voto una barrera a la prepotencia, la soberbia y la anomia dirán que la calle no tiene dueño, sino que es de todos los argentinos.
La fecha está ya marcada a fuego en el sentimiento colectivo. El 10 de diciembre no es una fiesta partidaria. Le tocó a Alfonsín ser quien puso el hito iniciador, pero pertenece a todos.
Por supuesto que sería bueno que alguna vez los festejos del 10 de diciembre formaran parte oficialmente del calendario de las grandes fechas patrias, y fueran encabezados por la “plana mayor” del país, con sus máximas autoridades del gobierno, el parlamento y hasta la justicia, rodeadas de sus opositores, de los parlamentarios de todos los colores, de las fuerzas sociales y políticas, en fin, de la Nación entera. Desde todo el colorido de las diferencias, unidos férreamente en el marco de la Constitución y el estado de derecho.
Soñando con que ese momento alguna vez llegará, seguiremos festejándola quienes entendemos que la democracia es una lucha inacabada.
Este año, en el Rosedal.
Ricardo Lafferriere
Cierto: para mi gusto, hubiera sido lindo que las fuerzas políticas opositoras confluyeran orgánicamente allí. Pero de todos modos, estarán. En los corazones, la conciencia y la razón de quienes llegan de todo el país para renovar su decisión de sostener un país democrático y vivir en un estado de derecho.
Los miles de compatriotas que se reunirán el 10 de diciembre votaron todos, en su respectivo distrito, alguna expresión de resistencia, repudio, rechazo o diferencia con el régimen K. Pero también, de reafirmación democrática, de defensa de sus derechos ciudadanos, de reescribir los grandes equilibrios constitucionales entre los ciudadanos, las provincias y el Estado.
Los millones de argentinos que pusieron con su voto una barrera a la prepotencia, la soberbia y la anomia dirán que la calle no tiene dueño, sino que es de todos los argentinos.
La fecha está ya marcada a fuego en el sentimiento colectivo. El 10 de diciembre no es una fiesta partidaria. Le tocó a Alfonsín ser quien puso el hito iniciador, pero pertenece a todos.
Por supuesto que sería bueno que alguna vez los festejos del 10 de diciembre formaran parte oficialmente del calendario de las grandes fechas patrias, y fueran encabezados por la “plana mayor” del país, con sus máximas autoridades del gobierno, el parlamento y hasta la justicia, rodeadas de sus opositores, de los parlamentarios de todos los colores, de las fuerzas sociales y políticas, en fin, de la Nación entera. Desde todo el colorido de las diferencias, unidos férreamente en el marco de la Constitución y el estado de derecho.
Soñando con que ese momento alguna vez llegará, seguiremos festejándola quienes entendemos que la democracia es una lucha inacabada.
Este año, en el Rosedal.
Ricardo Lafferriere
lunes, 7 de diciembre de 2009
Circunstancial...
En un tono despectivo, cual si se refiriera al viejo apelativo de “gorilas” con que supieron alguna vez definir a sus opositores de mediados del siglo XX, el Ministro del Interior y el propio jefe de la bancada oficialista han descalificado a la mayoría de la Cámara de Diputados con el mote de “circunstancial”. No advirtieron, sin embargo, que las propias mayorías con que lograron en los últimos años la aprobación de leyes esotéricas acaban de mostrar, luego del recambio legislativo, su propio carácter de “circunstanciales”, frente a una realidad que ya cambió por decisión de los argentinos.
Pero por encima de la anécdota, no está de más focalizar la mirada en el episodio del 4 de diciembre para comprender lo que significa la discusión parlamentaria.
El parlamento debe reflejar –y de hecho refleja- el amplio colorido de las visiones existentes entre los argentinos sobre su vida en común. Refleja las prioridades que unos y otros dan a diferentes temas, las soluciones distintas que proponen, las aspiraciones que los mueven, los temores que los alertan y hasta los sueños que los ilusionan.
Las mayorías se forman cuando existen comunes denominadores que son capaces de unir, en una determinada coyuntura, a toda esa diversidad. Que es, justamente, lo que ocurrió.
¿Qué unió a los representantes del pueblo argentino en la histórica sesión del 3 de diciembre? ¿Qué logró vincular por un instante a los valores, las utopías, los sueños, los temores, las prioridades, de personas con visiones aparentemente tan disímiles?
La respuesta es clara: la decisión de civilizar la convivencia, de “meter la política en la Constitución”, de dialogar las diferencias, de superar el grito destemplado y la violencia.
Quienes votaron ejerciendo su mayoría no se abalanzaron tras el poder, con intenciones patrimonialistas o autoritarias. Por el contrario, reflejaron por un instante lo mejor de la Argentina histórica, probando que es posible unir esfuerzos sin renunciar a sus diferencias.
La sesión preparatoria de la Cámara de Diputados mostró un Parlamento funcionando y marcó un viraje hacia el cambio del “ethos” político en el sentido reclamado por los argentinos: un país dialoguista, tolerante, plural, abierto, moderno.
Un país -quizás por eso- tan incomprensible para el Ministro del Interior, para el Jefe de la bancada oficialista, o para el propio jefe de ambos, que necesitan obsesivamente ver en esa imagen, soñada para todos los argentinos de bien, una mera situación circunstancial.
Ricardo Lafferriere
Pero por encima de la anécdota, no está de más focalizar la mirada en el episodio del 4 de diciembre para comprender lo que significa la discusión parlamentaria.
El parlamento debe reflejar –y de hecho refleja- el amplio colorido de las visiones existentes entre los argentinos sobre su vida en común. Refleja las prioridades que unos y otros dan a diferentes temas, las soluciones distintas que proponen, las aspiraciones que los mueven, los temores que los alertan y hasta los sueños que los ilusionan.
Las mayorías se forman cuando existen comunes denominadores que son capaces de unir, en una determinada coyuntura, a toda esa diversidad. Que es, justamente, lo que ocurrió.
¿Qué unió a los representantes del pueblo argentino en la histórica sesión del 3 de diciembre? ¿Qué logró vincular por un instante a los valores, las utopías, los sueños, los temores, las prioridades, de personas con visiones aparentemente tan disímiles?
La respuesta es clara: la decisión de civilizar la convivencia, de “meter la política en la Constitución”, de dialogar las diferencias, de superar el grito destemplado y la violencia.
Quienes votaron ejerciendo su mayoría no se abalanzaron tras el poder, con intenciones patrimonialistas o autoritarias. Por el contrario, reflejaron por un instante lo mejor de la Argentina histórica, probando que es posible unir esfuerzos sin renunciar a sus diferencias.
La sesión preparatoria de la Cámara de Diputados mostró un Parlamento funcionando y marcó un viraje hacia el cambio del “ethos” político en el sentido reclamado por los argentinos: un país dialoguista, tolerante, plural, abierto, moderno.
Un país -quizás por eso- tan incomprensible para el Ministro del Interior, para el Jefe de la bancada oficialista, o para el propio jefe de ambos, que necesitan obsesivamente ver en esa imagen, soñada para todos los argentinos de bien, una mera situación circunstancial.
Ricardo Lafferriere
viernes, 4 de diciembre de 2009
Cómo empezar - Ejes para una estrategia de relanzamiento nacional
¿Qué es primero? ¿Cambiar el “ethos” político gestando un acuerdo amplio o recuperar un funcionamiento democrático? ¿Lograr el relanzamiento de la economía, o luchar contra la pobreza? ¿Priorizar la inversión pública en modernizar la infraestructura económica-productiva, o desatar una gigantesca movilización educativa?
“Primero, vivir. Después, filosofar”, dice el viejo aforismo aristotélico.
Está claro que quien se encuentra al borde de la propia subsistencia –como de hecho lo están miles de personas abandonadas de la preocupación pública- no puede abrir su reflexión a otra cosa que conseguir un plato de comida. Esa dramática realidad condiciona todas las decisiones públicas con un dejo de urgencia que, sin embargo, no puede abordarse sin enmarcarla en la reconstrucción del sistema de decisiones nacionales.
Los que siguen son una aproximación a la agenda urgente, que, sin embargo, sentaría las bases para el lanzamiento estratégico de la próxima etapa nacional.
1. Reconstruir la institución fundamental: la vigencia constitucional.
El país tiene experiencias, y las tiene el mundo: sólo la construcción de instituciones es compatible con la marcha exitosa de sociedades complejas, como es la nuestra. La existencia de instituciones permite asegurar en forma objetiva el entramado de las diferentes relaciones e intereses, liberando la potencialidad creadora para destinarla no ya a la defensa de la propia vida, libertad o propiedades, sino a gestar su superación, a resguardo de la discrecionalidad del poder.
La principal institución, que constituye el cimiento para todas las demás, es el orden constitucional y la reconstrucción de los equilibrios básicos previstos para los tres actores fundamentales de la vida política: los ciudadanos, las provincias y el Estado Nacional.
Los ciudadanos deben volver a constituirse en la base del sistema y su voluntad debe ser respetada en su pluralidad. No existe “gobernabilidad” virtuosa enfrentando la decisión de las mayorías. Si un gobierno legal pierde su mayoría propia, su obligación es reconstruirla en base a acuerdos políticos, tomando conciencia de los límites legales de su poder. Y cualquiera sea esa mayoría, no puede avanzar sobre los derechos ciudadanos, cuya vigencia es ajena a cualquier decisión del poder.
La ruptura de ese primer gran equilibrio se da por varias vías: la negación de las “libertades negativas” –las que protegen a las personas y a la sociedad frente a la discrecionalidad del poder-; la negación de las “libertades positivas” –las que obligan al Estado a construir el piso de ciudadanía garantizando la subsistencia y los bienes básicos, sin los cuales se somete a las personas a la pérdida total de su autonomía, base de la construcción ciudadana-; la pretensión de supremacía del poder por sobre las personas con el argumento de la “gobernabilidad” que invierte la pirámide del poder al concebir a las personas no ya como la base del sistema político, sino como simples objetos manipulables. El primer equilibrio, entre la sociedad y el Estado, debe entonces constituirse en el cimiento fundamental del relanzamiento argentino.
La ruptura del segundo equilibrio constitucional, entre las provincias y el estado central, provocó el país deformado. Su reconstrucción será el camino para invertir la concentración macrocefálica, base de gran parte de los males que azotan la convivencia actual. Los recursos nacionales absorbidos de todo el territorio, concentrados y asignados sin responder a normas, debates ni equilibrios objetivos, han sido otra gran columna del estancamiento y la decadencia. La reconstrucción del segundo gran equilibrio debe integrar el pacto básico de “renovación constituyente”.
Y el desconocimiento del tercer gran equilibrio, el de los poderes del Estado entre sí, que ha desaparecido en beneficio del poder administrador mediante el vaciamiento del Congreso y la subordinación de la justicia, ha terminado de romper las bases institucionales fundamentales, al incorporar la tremenda incertidumbre jurídica que es una valla decisiva contra cualquier decisión de inversión y, en consecuencia, contra la posibilidad de crecimiento.
Pero no sólo eso: al no contar con instituciones que garanticen sus derechos reconocidos legalmente, o sea al romperse el vínculo constitucional por negación de derechos, las personas quedan legitimadas para actuar por fuera de dicho orden. Un ejemplo claro es la libertad sindical, reconocida por la Constitución Nacional, reclamada por la Organización Internacional del Trabajo y reconocida por la Suprema Corte de Justicia, pero sin embargo, negada por la autoridad de aplicación, el Poder Ejecutivo. Otra es la creciente autodefensa frente al delito, por parte de ciudadanos pacíficos que, sin embargo, son acorralados por una delincuencia que cuenta con la cómplice pasividad del poder. Otra es la aberrante situación de “limbo legal” a que son sometidos ciudadanos tomados como rehenes por una justicia adocenada, con el argumento de ser imputados de delitos de “lesa humanidad”, como si esa invocación autorizara a negarles sus derechos. Otra es la pobreza extrema que lleva a movilizarse en la calle, violando derechos de otros, o incluso hasta a delinquir para sobrevivir, por falta de cumplimiento por parte del poder de la obligación constitucional impuesta por el art. 14 bis de la Constitución. Los ciudadanos no sienten la obligación de un comportamiento acorde con las leyes, si por parte del poder no cuentan con el resguardo de sus derechos, al que los funcionarios están obligados por las mismas leyes.
El camino del relanzamiento necesita, en consecuencia, volver a encarrilar la convivencia en el marco constitucional. Para hacerlo, la confluencia de voluntades debe ser ampliamente mayoritaria y no bastará con un triunfo electoral o la invocación de una mayoría circunstancial. Ese paso es una especie de “renovación de compromiso constituyente” del que se desprenderá la decisión consciente de los argentinos de formar parte de una comunidad que convive en un territorio sobre la base de determinadas normas. La vigencia de todas esas normas no puede depender de la mayor simpatía o antipatía, afinidad o recelo que se sienta por cualquiera de ellas.
2. Ninguna corporación, grupo de interés o “estado de excepción” puede estar por encima de las normas legales.
Como se ha visto, la instalación de justificaciones excepcionales para violar los derechos de las personas, absorber o redistribuir fondos públicos o romper el equilibrio de los poderes del Estado, han marcado las ocho décadas de estancamiento y decadencia inciadas en 1930. El relanzamiento argentino requerirá proscribir definitivamente las argumentaciones basadas en “estados excepcionales” para tomar actitudes o asumir postestades que no sean las previstas en el pacto constituyente, o para invocar primacías de triste experiencia histórica (militares, sindicales, empresariales, partidarias).
3. Crear instituciones para la construcción del “piso de ciudadanía”.
La pérdida de la autonomía es la pérdida de la condición ciudadana, y la extrema pobreza es la mayor de las vulnerabilidades de la autonomía. El relanzamiento argentino requiere coincidir en el diseño y ejecución de instituciones que construyan ese piso, en forma normada, a fin de que la relación entre personas necesitadas y el ejercicio de sus derechos no requiera de mediaciones que tengan como contrapartida relaciones de subordinación o la pérdida de autonomía personal.
Esas instituciones deben comprender el piso de alimentación, de vivienda, de educación, de salud y de servicios públicos que sea compatible con su condición humana y la situación de la economía nacional.
4. Culminar la modernización constitucional de 1994 mediante la sanción de su norma más trascendente: la coparticipación federal de impuestos.
No existe país organizado contitucionalmente sin un régimen de finanzas públicas claro, objetivo, imparcial e independiente de la discrecionalidad de los funcionarios. La vigencia del federalismo, imprescindible para el relanzamiento argentino, está suspendida mientras esa ley no exista. Y sin federalismo no hay posibilidad de maximizar las potencialidades de un “país-continente” como lo es, por sus dimensiones, su historia, sus diferencias y su diversidad, la República Argentina. A su vez, la inexistencia de esa ley vacía los poderes locales delegando en la administración residente en la Capital –y en última instancia, en la decisión de una persona- obras que debieran ser decididas por los Municipios o las provincias, luego del correspondiente debate en los Concejos Municipales o en las Legislaturas.
El relanzamiento argentino sin ley de Coparticipación será un oximoron: es imposible.
5. Profesionalizar el Estado a fin de diseñar objetivos de mediano plazo en las áreas que lo requieran, especialmente en la preservación del ambiente, la matriz energética en todas sus etapas (desde generación hasta consumo), la vinculación de todas las regiones del país con comunicaciones y transporte y la provisión de servicios básicos a todos los ciudadanos cualquiera sea su lugar de residencia.
Los objetivos pautados deberían ser aprobados por amplio consenso, a fin de garantizar su continuidad aún frente a los cambios de administración. Esos planes deberán ser la guía para la implementación de las obras públicas nacionales, sea cual fuera el mecanismo de ejecución (privado, mixto o estatal), y esa ejecución debe ser trasparente con información accesible a todos los ciudadanos.
6. Superar definitivamente las heridas aún abiertas en la convivencia nacional por los enfrentamientos del siglo XX.
El relanzamiento argentino requiere cerrar definitivamente el procesamiento de nuestro pasado reciente –que ya no lo es tanto, a treinta años de los “años de plomo”-
Esa culminación definitiva debe realizarse sobre la base de la verdad, el carácter ecuánime de las responsabilidades por las lascerantes heridas del pasado, el perdón recíproco y el público compromiso de respeto a la normativa constitucional.
No pueden olvidarse actos que fueron conmocionantes, pero tampoco insistir en reabrir cotidianamente la persecusión a hechos que se ubicaron en otro contexto ni juzgar con los estándares actuales a autores de acciones que hoy serían repugnantes. En el siglo XXI los argentinos no estarían dispuestos a poner un manto de tolerancia a quien realice antentados terroristas provocando la muerte de inocentes o asesine a sangre fría a rivales sindicales o políticos, ni mucho menos a aceptar el remedio de los golpes contra un gobierno constitucional, el terrorismo de estado o la masacre de detenidos. Pero no era esa la situación cuando los hechos se produjeron.
El análisis crítico y la sanción de esos hechos fue votada en 1983 y fue impulsada por el primer turno democrático de acuerdo a esa voluntad política nacional, con el estado de opinión pública existente en esa etapa. Los argentinos optaron entonces entre la propuesta de separar las responsabilidades en tres niveles (“quienes planearon los hechos, quienes los ejecutaron y quienes se excedieron”), sostenida por Alfonsín y el radicalismo, por un lado; y quienes sostenían la vuelta de página aceptando la amplia “autoamnistía” dictada por el gobierno militar antes de su retiro, sostenida por Luder y todo el peronismo, por el otro. La primera alternativa obtuvo el respaldo del 52 % del electorado, la segunda el 40%. El 92 % de los argentinos decidieron, por una u otra vía, dar vuelta la página y empezar otra etapa. Y Alfonsín actuó así, disponiendo el envío a la justicia tanto a las cúpulas guerrilleras como a las Juntas Militares.
Mantener abierto y realimentado aquel enfrentamiento, utilizando el lascerante sufrimiento de la época con fines políticos aviesos agravados por la manipulación de la justicia penal y la sesgada atribución de culpas impide la confluencia de todos los argentinos en el desafío de emprender con el país una nueva etapa plenamente pacificados y liberados de lastres históricos.
7. Asumir la dimensión cosmopolita de la nueva agenda.
Hemos visto que pueden discutirse los grados o regularse el ritmo. Sin embargo, es imposible desarrollar una política exitosa negando la imbricación cosmopolita del nuevo momento mundial y de la Argentina en ese mundo.
Los argentinos deben “acoplarse” estrechamente al desarrollo global, aferrando firmemente el vagón nacional al tren del pujante y formidable desarrollo tecnológico, productivo, financiero, cultural y político del mundo global.
El “país aldea” terminó en 1853. El destino de la Argentina exitosa está unido a su vinculación exitosa con el mundo.
Esa vinculación no puede ser acrítica y neutra. Debe estar apoyada en una política consciente que potencie los vínculos positivos, la participación en los espacios de los que surge la normativa de la globalización, la extensión de la protección universal a los derechos humanos en todo el planeta con prioridad al principio de la “soberanía nacional”, la participación en cadenas productivas globales en los eslabones más rentables, la defensa del ambiente, el diseño de normas laborales universales que contengan la tendencia super-explotadora del capital, el disciplinamiento de los flujos financieros a organismos de gobernanza global que preserven la estabilidad y contengan la tendencia a la especulación desenfrenada, se integre a las iniciativas científico-técnicas internacionales (como el ITER) y vincule el sistema científico nacional con el sistema universal de generación de ciencia y tecnología.
Y a la vez, que también prevenga en la medida de lo posible los riesgos que se han instalado con la globalización: la proliferación de las redes de narcotráfico, el lavado de dinero, la violencia en la vida cotidiana, las complicidades locales con las redes delictivas globales, las carreras armamentistas especialmente en el plano regional y la inseguridad internacional.
...
Estas bases nos abrirían la puerta de una nueva etapa, así como el primer lanzamiento necesitó la sanción de la Constitución Nacional, dando origen a ocho décadas de éxito. Si la Argentina logra traspasar esa puerta, estará construyendo un nuevo ciclo de prosperidad. Podrá aspirar, en una generación, a encontrarse de nuevo en el grupo de los países exitosos. Será tema de otra nota.
Ricardo Lafferriere
“Primero, vivir. Después, filosofar”, dice el viejo aforismo aristotélico.
Está claro que quien se encuentra al borde de la propia subsistencia –como de hecho lo están miles de personas abandonadas de la preocupación pública- no puede abrir su reflexión a otra cosa que conseguir un plato de comida. Esa dramática realidad condiciona todas las decisiones públicas con un dejo de urgencia que, sin embargo, no puede abordarse sin enmarcarla en la reconstrucción del sistema de decisiones nacionales.
Los que siguen son una aproximación a la agenda urgente, que, sin embargo, sentaría las bases para el lanzamiento estratégico de la próxima etapa nacional.
1. Reconstruir la institución fundamental: la vigencia constitucional.
El país tiene experiencias, y las tiene el mundo: sólo la construcción de instituciones es compatible con la marcha exitosa de sociedades complejas, como es la nuestra. La existencia de instituciones permite asegurar en forma objetiva el entramado de las diferentes relaciones e intereses, liberando la potencialidad creadora para destinarla no ya a la defensa de la propia vida, libertad o propiedades, sino a gestar su superación, a resguardo de la discrecionalidad del poder.
La principal institución, que constituye el cimiento para todas las demás, es el orden constitucional y la reconstrucción de los equilibrios básicos previstos para los tres actores fundamentales de la vida política: los ciudadanos, las provincias y el Estado Nacional.
Los ciudadanos deben volver a constituirse en la base del sistema y su voluntad debe ser respetada en su pluralidad. No existe “gobernabilidad” virtuosa enfrentando la decisión de las mayorías. Si un gobierno legal pierde su mayoría propia, su obligación es reconstruirla en base a acuerdos políticos, tomando conciencia de los límites legales de su poder. Y cualquiera sea esa mayoría, no puede avanzar sobre los derechos ciudadanos, cuya vigencia es ajena a cualquier decisión del poder.
La ruptura de ese primer gran equilibrio se da por varias vías: la negación de las “libertades negativas” –las que protegen a las personas y a la sociedad frente a la discrecionalidad del poder-; la negación de las “libertades positivas” –las que obligan al Estado a construir el piso de ciudadanía garantizando la subsistencia y los bienes básicos, sin los cuales se somete a las personas a la pérdida total de su autonomía, base de la construcción ciudadana-; la pretensión de supremacía del poder por sobre las personas con el argumento de la “gobernabilidad” que invierte la pirámide del poder al concebir a las personas no ya como la base del sistema político, sino como simples objetos manipulables. El primer equilibrio, entre la sociedad y el Estado, debe entonces constituirse en el cimiento fundamental del relanzamiento argentino.
La ruptura del segundo equilibrio constitucional, entre las provincias y el estado central, provocó el país deformado. Su reconstrucción será el camino para invertir la concentración macrocefálica, base de gran parte de los males que azotan la convivencia actual. Los recursos nacionales absorbidos de todo el territorio, concentrados y asignados sin responder a normas, debates ni equilibrios objetivos, han sido otra gran columna del estancamiento y la decadencia. La reconstrucción del segundo gran equilibrio debe integrar el pacto básico de “renovación constituyente”.
Y el desconocimiento del tercer gran equilibrio, el de los poderes del Estado entre sí, que ha desaparecido en beneficio del poder administrador mediante el vaciamiento del Congreso y la subordinación de la justicia, ha terminado de romper las bases institucionales fundamentales, al incorporar la tremenda incertidumbre jurídica que es una valla decisiva contra cualquier decisión de inversión y, en consecuencia, contra la posibilidad de crecimiento.
Pero no sólo eso: al no contar con instituciones que garanticen sus derechos reconocidos legalmente, o sea al romperse el vínculo constitucional por negación de derechos, las personas quedan legitimadas para actuar por fuera de dicho orden. Un ejemplo claro es la libertad sindical, reconocida por la Constitución Nacional, reclamada por la Organización Internacional del Trabajo y reconocida por la Suprema Corte de Justicia, pero sin embargo, negada por la autoridad de aplicación, el Poder Ejecutivo. Otra es la creciente autodefensa frente al delito, por parte de ciudadanos pacíficos que, sin embargo, son acorralados por una delincuencia que cuenta con la cómplice pasividad del poder. Otra es la aberrante situación de “limbo legal” a que son sometidos ciudadanos tomados como rehenes por una justicia adocenada, con el argumento de ser imputados de delitos de “lesa humanidad”, como si esa invocación autorizara a negarles sus derechos. Otra es la pobreza extrema que lleva a movilizarse en la calle, violando derechos de otros, o incluso hasta a delinquir para sobrevivir, por falta de cumplimiento por parte del poder de la obligación constitucional impuesta por el art. 14 bis de la Constitución. Los ciudadanos no sienten la obligación de un comportamiento acorde con las leyes, si por parte del poder no cuentan con el resguardo de sus derechos, al que los funcionarios están obligados por las mismas leyes.
El camino del relanzamiento necesita, en consecuencia, volver a encarrilar la convivencia en el marco constitucional. Para hacerlo, la confluencia de voluntades debe ser ampliamente mayoritaria y no bastará con un triunfo electoral o la invocación de una mayoría circunstancial. Ese paso es una especie de “renovación de compromiso constituyente” del que se desprenderá la decisión consciente de los argentinos de formar parte de una comunidad que convive en un territorio sobre la base de determinadas normas. La vigencia de todas esas normas no puede depender de la mayor simpatía o antipatía, afinidad o recelo que se sienta por cualquiera de ellas.
2. Ninguna corporación, grupo de interés o “estado de excepción” puede estar por encima de las normas legales.
Como se ha visto, la instalación de justificaciones excepcionales para violar los derechos de las personas, absorber o redistribuir fondos públicos o romper el equilibrio de los poderes del Estado, han marcado las ocho décadas de estancamiento y decadencia inciadas en 1930. El relanzamiento argentino requerirá proscribir definitivamente las argumentaciones basadas en “estados excepcionales” para tomar actitudes o asumir postestades que no sean las previstas en el pacto constituyente, o para invocar primacías de triste experiencia histórica (militares, sindicales, empresariales, partidarias).
3. Crear instituciones para la construcción del “piso de ciudadanía”.
La pérdida de la autonomía es la pérdida de la condición ciudadana, y la extrema pobreza es la mayor de las vulnerabilidades de la autonomía. El relanzamiento argentino requiere coincidir en el diseño y ejecución de instituciones que construyan ese piso, en forma normada, a fin de que la relación entre personas necesitadas y el ejercicio de sus derechos no requiera de mediaciones que tengan como contrapartida relaciones de subordinación o la pérdida de autonomía personal.
Esas instituciones deben comprender el piso de alimentación, de vivienda, de educación, de salud y de servicios públicos que sea compatible con su condición humana y la situación de la economía nacional.
4. Culminar la modernización constitucional de 1994 mediante la sanción de su norma más trascendente: la coparticipación federal de impuestos.
No existe país organizado contitucionalmente sin un régimen de finanzas públicas claro, objetivo, imparcial e independiente de la discrecionalidad de los funcionarios. La vigencia del federalismo, imprescindible para el relanzamiento argentino, está suspendida mientras esa ley no exista. Y sin federalismo no hay posibilidad de maximizar las potencialidades de un “país-continente” como lo es, por sus dimensiones, su historia, sus diferencias y su diversidad, la República Argentina. A su vez, la inexistencia de esa ley vacía los poderes locales delegando en la administración residente en la Capital –y en última instancia, en la decisión de una persona- obras que debieran ser decididas por los Municipios o las provincias, luego del correspondiente debate en los Concejos Municipales o en las Legislaturas.
El relanzamiento argentino sin ley de Coparticipación será un oximoron: es imposible.
5. Profesionalizar el Estado a fin de diseñar objetivos de mediano plazo en las áreas que lo requieran, especialmente en la preservación del ambiente, la matriz energética en todas sus etapas (desde generación hasta consumo), la vinculación de todas las regiones del país con comunicaciones y transporte y la provisión de servicios básicos a todos los ciudadanos cualquiera sea su lugar de residencia.
Los objetivos pautados deberían ser aprobados por amplio consenso, a fin de garantizar su continuidad aún frente a los cambios de administración. Esos planes deberán ser la guía para la implementación de las obras públicas nacionales, sea cual fuera el mecanismo de ejecución (privado, mixto o estatal), y esa ejecución debe ser trasparente con información accesible a todos los ciudadanos.
6. Superar definitivamente las heridas aún abiertas en la convivencia nacional por los enfrentamientos del siglo XX.
El relanzamiento argentino requiere cerrar definitivamente el procesamiento de nuestro pasado reciente –que ya no lo es tanto, a treinta años de los “años de plomo”-
Esa culminación definitiva debe realizarse sobre la base de la verdad, el carácter ecuánime de las responsabilidades por las lascerantes heridas del pasado, el perdón recíproco y el público compromiso de respeto a la normativa constitucional.
No pueden olvidarse actos que fueron conmocionantes, pero tampoco insistir en reabrir cotidianamente la persecusión a hechos que se ubicaron en otro contexto ni juzgar con los estándares actuales a autores de acciones que hoy serían repugnantes. En el siglo XXI los argentinos no estarían dispuestos a poner un manto de tolerancia a quien realice antentados terroristas provocando la muerte de inocentes o asesine a sangre fría a rivales sindicales o políticos, ni mucho menos a aceptar el remedio de los golpes contra un gobierno constitucional, el terrorismo de estado o la masacre de detenidos. Pero no era esa la situación cuando los hechos se produjeron.
El análisis crítico y la sanción de esos hechos fue votada en 1983 y fue impulsada por el primer turno democrático de acuerdo a esa voluntad política nacional, con el estado de opinión pública existente en esa etapa. Los argentinos optaron entonces entre la propuesta de separar las responsabilidades en tres niveles (“quienes planearon los hechos, quienes los ejecutaron y quienes se excedieron”), sostenida por Alfonsín y el radicalismo, por un lado; y quienes sostenían la vuelta de página aceptando la amplia “autoamnistía” dictada por el gobierno militar antes de su retiro, sostenida por Luder y todo el peronismo, por el otro. La primera alternativa obtuvo el respaldo del 52 % del electorado, la segunda el 40%. El 92 % de los argentinos decidieron, por una u otra vía, dar vuelta la página y empezar otra etapa. Y Alfonsín actuó así, disponiendo el envío a la justicia tanto a las cúpulas guerrilleras como a las Juntas Militares.
Mantener abierto y realimentado aquel enfrentamiento, utilizando el lascerante sufrimiento de la época con fines políticos aviesos agravados por la manipulación de la justicia penal y la sesgada atribución de culpas impide la confluencia de todos los argentinos en el desafío de emprender con el país una nueva etapa plenamente pacificados y liberados de lastres históricos.
7. Asumir la dimensión cosmopolita de la nueva agenda.
Hemos visto que pueden discutirse los grados o regularse el ritmo. Sin embargo, es imposible desarrollar una política exitosa negando la imbricación cosmopolita del nuevo momento mundial y de la Argentina en ese mundo.
Los argentinos deben “acoplarse” estrechamente al desarrollo global, aferrando firmemente el vagón nacional al tren del pujante y formidable desarrollo tecnológico, productivo, financiero, cultural y político del mundo global.
El “país aldea” terminó en 1853. El destino de la Argentina exitosa está unido a su vinculación exitosa con el mundo.
Esa vinculación no puede ser acrítica y neutra. Debe estar apoyada en una política consciente que potencie los vínculos positivos, la participación en los espacios de los que surge la normativa de la globalización, la extensión de la protección universal a los derechos humanos en todo el planeta con prioridad al principio de la “soberanía nacional”, la participación en cadenas productivas globales en los eslabones más rentables, la defensa del ambiente, el diseño de normas laborales universales que contengan la tendencia super-explotadora del capital, el disciplinamiento de los flujos financieros a organismos de gobernanza global que preserven la estabilidad y contengan la tendencia a la especulación desenfrenada, se integre a las iniciativas científico-técnicas internacionales (como el ITER) y vincule el sistema científico nacional con el sistema universal de generación de ciencia y tecnología.
Y a la vez, que también prevenga en la medida de lo posible los riesgos que se han instalado con la globalización: la proliferación de las redes de narcotráfico, el lavado de dinero, la violencia en la vida cotidiana, las complicidades locales con las redes delictivas globales, las carreras armamentistas especialmente en el plano regional y la inseguridad internacional.
...
Estas bases nos abrirían la puerta de una nueva etapa, así como el primer lanzamiento necesitó la sanción de la Constitución Nacional, dando origen a ocho décadas de éxito. Si la Argentina logra traspasar esa puerta, estará construyendo un nuevo ciclo de prosperidad. Podrá aspirar, en una generación, a encontrarse de nuevo en el grupo de los países exitosos. Será tema de otra nota.
Ricardo Lafferriere
jueves, 26 de noviembre de 2009
Los tres ejes de los tiempos que vienen
Un recreo. Eso siente el pensamiento cuando en lugar de los vendavales cruzados de la coyuntura la reflexión es trasladada hacia los desafíos de la nueva etapa, la que comenzaremos una vez que la pesadilla K pase a ser recuerdo.
Tres grandes ejes han atravesado nuestra historia con sus respectivas polaridades, que es apasionante imaginar alineadas en la próxima etapa. En los polos del primero, la democracia participativa frente al autoritarismo excluyente. En el segundo, la racionalidad económica frente al voluntarismo populista. En el tercero, el país chauvinista cerrado frente a la Argentina abierta y cosmopolita.
Los tiempos K alinearon los tres polos más peligrosos, cerca de sus extremos.
La democracia fue vaciándose de contenido real y simbólico, desplazando el centro de poder hacia un esqueleto burocrático vacío de valores, ética y propósitos, en cuya cúspide se encuentra en solitario la voluntad de una persona. La racionalidad económica fue reemplazada en un “continuum” hacia el voluntarismo populista, que está liquidando los ahorros y las reservas de capital histórico para construir poder clientelar. La Argentina protagonista y respetada en la comunidad internacional fue paulatinamente convertida en un país cerrado, rudimentario, desconfiado por todos.
Los tiempos que vienen están llamados a cambiar las polaridades, en una articulación virtuosa que requiere poner en marcha el verdadero secreto, aquel que reclamara Alfonsín en su mensaje postrero del Luna Park: “dialoguen más los opositores, dialoguemos más los argentinos”. Quizás el mayor daño producido por la dinastía kirchnerista a la convivencia argentina no se encuentre en lo medular de sus políticas puntales, sino en la ruptura del estilo de convivencia, en la fragmentación del dialogo en islotes de intolerancias y recelos recíprocos que impiden no ya avanzar en la agenda común, sino hasta en el simple comienzo que es diseñarla y en el intento obsesivo por forzar el enfrentamiento entre argentinos que esfuerzos consecuentes de unos y otros habían guardado en el cofre de los recuerdos.
El tiempo, sin embargo, avanza en el país y en el mundo. Los nuevos desafíos tienen pocos puntos de contacto con las épicas banderas de otras décadas y las nuevas generaciones, percibiendo consciente o inconscientemente este defasaje, se niegan a entusiasmarse en un espacio público que hoy le ofrece como escenario tramas y lenguajes que sabe superados. Es cierto que muchos de esos jóvenes compatriotas viven al margen, pero muchos no. Se resisten a caer en la evasión de las adicciones, se esfuerzan en su capacitación en Colegios y Universidades, ayudan a sus familias –aún las más pobres- repartiendo pizza en patinetas o acompañando a sus padres a recoger cartones, decididos a pelear la vida sin dejarse vencer.
Los jóvenes que se apasionan por las comunicaciones y la música en red, que son conscientes de los peligos del deterioro climático, que saben que el trabajo estable desapareció para siempre, que sufren la violencia cotidiana y la inseguridad de la sociedad de la incertidumbre y del riesgo convertidos en acompañantes crónicos, toleran cada vez menos las voces impostadas de los discursos sabios y se encierran en la defensa de lo que perciben más vital, más inmediato, más importante. No quieren la violencia, no admiten la prepotencia, y sienten visceralmente la igualdad de sus derechos, sin tolerar la discriminación, cualquiera sea.
Ellos serán los protagonistas del cambio de posicionamiento de los ejes históricos. Saben por experiencia directa que no existe chance de aislamiento. Lo aprendieron con la música que consumen, con los teléfonos celulares por los que dejarían todo, por las señales audiovisuales que siguen con pasión, por los videojuegos de mercado universal, por los softs que utilizan para navegar o comunicarse, por el deterioro climático que atraviesa fronteras con la proliferación de sequías, inundaciones, tsunamis, huracanes, de los que están al tanto en tiempo real. Y saben por experiencia directa, además, que nada llega gratis y que deben esforzarse por lograrlo y conservarlo.
Saben que ceder al chantaje clientelar es “pan para hoy y hambre para mañana” y por eso, aunque quizás reciban los mendrugos, son conscientes de su esencial transitoriedad, sobre los que es imposible edificar nada sólido en su vida y su futuro. Y aunque están lejos del escenario del poder, no saben pero intuyen que la magia no existe, que es imposible multiplicar el patrimonio por siete siendo honestos, y que ese ejemplo de conducta no los llevará por buen camino. Lo han aprendido con el doloroso ejemplo de compañeros caídos en la marginalidad, o en las redes de la violencia y la droga, que conocen y evitan.
Saben que los otros, lo que se pierden, existen y que viven en el mismo país –incluso, que pueden llegar a gobernar-. Se lo escucharon a sus abuelos y padres, a quienes respetan y lo ven todos los días en ejemplos arriba –en el poder-, en el medio –cuando sufren por algún amigo que cayó- y abajo –al observar el submundo cada vez más grande de las redes marginales-.
Pero esperan que los planetas de alineen de otra forma, premiando al que se esfuerza, encarcelando a los ladrones, abriendo oportunidades, garantizando el fruto del trabajo, estimulando la capacitación y la vida honesta.
Si hubiera que imaginar cuál será la próxima reacción en el devenir nacional, seguramente no veríamos profundizar lo que existe, cuyo fracaso está expuesto. Será una etapa de búsqueda de coincidencias por el diálogo, de debates creativos por los problemas reales, de detección de las herramientas adecuadas para luchar por los valores de siempre –libertad, equidad, justicia- en el mundo de hoy y en el que llega, con más cables a tierra y menos elucubraciones volátiles, cuando no enfermizas. Ya hablaremos de ellas.
La Argentina de las nuevas generaciones no se encerrará en discusiones interminables por la historia –que, por definición, no se puede cambiar-. Se volcará con pasión a diseñar el futuro, que está en sus manos. Allí está su responsabilidad y su oportunidad. Y lo harán dialogando, porque no toleran los gritos destemplados.
...
¡Cómo no entusiasmarse con el recreo!
...
Volviendo a clase: despertar de la pesadilla K. Esa es hoy la tarea. Cuanto más rápido la realicemos, más pronto podremos ponernos a pensar en la Argentina que nos merecemos y nos entusiasma. Aunque falten aún dos años –o sólo dos años-, el tiempo vuela, y todo lo que avancemos en “dialogar más entre los opositores, dialogar más entre los argentinos” será un paso hacia la nueva etapa.
Un país democrático, consciente y abierto. Libre, inteligente, cosmopolita.
Ricardo Lafferriere
Tres grandes ejes han atravesado nuestra historia con sus respectivas polaridades, que es apasionante imaginar alineadas en la próxima etapa. En los polos del primero, la democracia participativa frente al autoritarismo excluyente. En el segundo, la racionalidad económica frente al voluntarismo populista. En el tercero, el país chauvinista cerrado frente a la Argentina abierta y cosmopolita.
Los tiempos K alinearon los tres polos más peligrosos, cerca de sus extremos.
La democracia fue vaciándose de contenido real y simbólico, desplazando el centro de poder hacia un esqueleto burocrático vacío de valores, ética y propósitos, en cuya cúspide se encuentra en solitario la voluntad de una persona. La racionalidad económica fue reemplazada en un “continuum” hacia el voluntarismo populista, que está liquidando los ahorros y las reservas de capital histórico para construir poder clientelar. La Argentina protagonista y respetada en la comunidad internacional fue paulatinamente convertida en un país cerrado, rudimentario, desconfiado por todos.
Los tiempos que vienen están llamados a cambiar las polaridades, en una articulación virtuosa que requiere poner en marcha el verdadero secreto, aquel que reclamara Alfonsín en su mensaje postrero del Luna Park: “dialoguen más los opositores, dialoguemos más los argentinos”. Quizás el mayor daño producido por la dinastía kirchnerista a la convivencia argentina no se encuentre en lo medular de sus políticas puntales, sino en la ruptura del estilo de convivencia, en la fragmentación del dialogo en islotes de intolerancias y recelos recíprocos que impiden no ya avanzar en la agenda común, sino hasta en el simple comienzo que es diseñarla y en el intento obsesivo por forzar el enfrentamiento entre argentinos que esfuerzos consecuentes de unos y otros habían guardado en el cofre de los recuerdos.
El tiempo, sin embargo, avanza en el país y en el mundo. Los nuevos desafíos tienen pocos puntos de contacto con las épicas banderas de otras décadas y las nuevas generaciones, percibiendo consciente o inconscientemente este defasaje, se niegan a entusiasmarse en un espacio público que hoy le ofrece como escenario tramas y lenguajes que sabe superados. Es cierto que muchos de esos jóvenes compatriotas viven al margen, pero muchos no. Se resisten a caer en la evasión de las adicciones, se esfuerzan en su capacitación en Colegios y Universidades, ayudan a sus familias –aún las más pobres- repartiendo pizza en patinetas o acompañando a sus padres a recoger cartones, decididos a pelear la vida sin dejarse vencer.
Los jóvenes que se apasionan por las comunicaciones y la música en red, que son conscientes de los peligos del deterioro climático, que saben que el trabajo estable desapareció para siempre, que sufren la violencia cotidiana y la inseguridad de la sociedad de la incertidumbre y del riesgo convertidos en acompañantes crónicos, toleran cada vez menos las voces impostadas de los discursos sabios y se encierran en la defensa de lo que perciben más vital, más inmediato, más importante. No quieren la violencia, no admiten la prepotencia, y sienten visceralmente la igualdad de sus derechos, sin tolerar la discriminación, cualquiera sea.
Ellos serán los protagonistas del cambio de posicionamiento de los ejes históricos. Saben por experiencia directa que no existe chance de aislamiento. Lo aprendieron con la música que consumen, con los teléfonos celulares por los que dejarían todo, por las señales audiovisuales que siguen con pasión, por los videojuegos de mercado universal, por los softs que utilizan para navegar o comunicarse, por el deterioro climático que atraviesa fronteras con la proliferación de sequías, inundaciones, tsunamis, huracanes, de los que están al tanto en tiempo real. Y saben por experiencia directa, además, que nada llega gratis y que deben esforzarse por lograrlo y conservarlo.
Saben que ceder al chantaje clientelar es “pan para hoy y hambre para mañana” y por eso, aunque quizás reciban los mendrugos, son conscientes de su esencial transitoriedad, sobre los que es imposible edificar nada sólido en su vida y su futuro. Y aunque están lejos del escenario del poder, no saben pero intuyen que la magia no existe, que es imposible multiplicar el patrimonio por siete siendo honestos, y que ese ejemplo de conducta no los llevará por buen camino. Lo han aprendido con el doloroso ejemplo de compañeros caídos en la marginalidad, o en las redes de la violencia y la droga, que conocen y evitan.
Saben que los otros, lo que se pierden, existen y que viven en el mismo país –incluso, que pueden llegar a gobernar-. Se lo escucharon a sus abuelos y padres, a quienes respetan y lo ven todos los días en ejemplos arriba –en el poder-, en el medio –cuando sufren por algún amigo que cayó- y abajo –al observar el submundo cada vez más grande de las redes marginales-.
Pero esperan que los planetas de alineen de otra forma, premiando al que se esfuerza, encarcelando a los ladrones, abriendo oportunidades, garantizando el fruto del trabajo, estimulando la capacitación y la vida honesta.
Si hubiera que imaginar cuál será la próxima reacción en el devenir nacional, seguramente no veríamos profundizar lo que existe, cuyo fracaso está expuesto. Será una etapa de búsqueda de coincidencias por el diálogo, de debates creativos por los problemas reales, de detección de las herramientas adecuadas para luchar por los valores de siempre –libertad, equidad, justicia- en el mundo de hoy y en el que llega, con más cables a tierra y menos elucubraciones volátiles, cuando no enfermizas. Ya hablaremos de ellas.
La Argentina de las nuevas generaciones no se encerrará en discusiones interminables por la historia –que, por definición, no se puede cambiar-. Se volcará con pasión a diseñar el futuro, que está en sus manos. Allí está su responsabilidad y su oportunidad. Y lo harán dialogando, porque no toleran los gritos destemplados.
...
¡Cómo no entusiasmarse con el recreo!
...
Volviendo a clase: despertar de la pesadilla K. Esa es hoy la tarea. Cuanto más rápido la realicemos, más pronto podremos ponernos a pensar en la Argentina que nos merecemos y nos entusiasma. Aunque falten aún dos años –o sólo dos años-, el tiempo vuela, y todo lo que avancemos en “dialogar más entre los opositores, dialogar más entre los argentinos” será un paso hacia la nueva etapa.
Un país democrático, consciente y abierto. Libre, inteligente, cosmopolita.
Ricardo Lafferriere
domingo, 22 de noviembre de 2009
K y las clases medias
En el 2011, la mayoría de la clase media argentina apoyaría a Kirchner... si el gobierno tomara las medidas correctas.
Esta afirmación surge de la entevista realizada días atrás por la revista oficialista “Debate” a la directora de la encuestadora, también oficialista, “Ibarómetro”. Implica una noticia tranquilizadora para un gobierno cuyo apoyo popular no alcanza a la quinta parte de la población –menos de veinte argentinos, de cada cien, tienen buen concepto del matrimonio gobernante-.
Sin embargo, la felicidad para el oficialismo no es total, porque resulta que para la entrevistada, “la clase media es mayoritariamente, volátil, infiel, egoísta y no tiene memoria.”, lo que –se supone- no la ayudará a volcarse a favor de un gobierno tan definido por los intereses populares, por los pobres, y por los necesitados.
En consecuencia, ante esta característica, y aunque la clase media, sociológicamente, abarca para la entrevistada entre el 65 y el 70 % de la población, lo previsible es que el gobierno siga volcando sus esfuerzos en las clases populares.
Del análisis se desprende que el kirchnerismo estaría resignado a no disputar su continuación en el poder, al menos por las vías legales –ya que no es posible ganar una elección renunciando a seducir al 70 % de la población...-. Pero lo más curioso es el convencimiento de que hoy están gobernando para los pobres.
¿De veras éso es lo que creen que han estado haciendo hasta ahora?
No tiene caso repetir una vez más los dramáticos datos de la pobreza, la criminalidad, la exclusión social, la caída educativa, la crisis sanitaria, la desocupación, el estancamiento económico, el estado del transporte público y el nivel –o directamente inexistencia- de los servicios públicos que golpean a las clases populares. En todo caso, vale marcar desde otra perspectiva, que pocas veces en la historia nacional un gobierno ha mostrado un desinterés tan grande por la situación social de los compatriotas de menores recusos.
La Argentina mantiene su fragil equilibrio por el esfuerzo sobrehumano de entidades como Cáritas, Red Solidaria, la Fundación Banco de Alimentos, la sensibilización producida por la exposición de la pobreza aún en programas frívolos de la TV, e infinidad de iniciativas de compatriotas de todos los sectores sociales que se esfuerzan en mantener comedores comunitarios, cooperadoras de escuelas y hospitales olvidadas por el poder, iniciativas de defensa del ambiente, y muchas otras que marcan el escenario complejo –y magnífico- de la Argentina que realmente sentimos y por la que nos emocionamos. La mayoría de ellos son, justamente, motorizados por personas de todo el abanico de clases medias, desde acomodados residentes del Barrio Norte hasta piqueteros o ex piqueteros –como Toti Flores- que resisten la pobreza con iniciativas productivas, o de los propios cartoneros, que deambulan por las calles porteñas peleando la vida con un trabajo que, aunque se encuentre en el último umbral de ingresos legales, les permite seguir vivos conservando una llamita de esperanza, autonomía, dignidad y confianza en el propio esfuerzo, valores básicos de las clases medias argentinas.
Las clases medias son la llave para el gran salto adelante que la Argentina protagonizará en los próximos años, cuando se saque de encima la pesadilla K. Esta afirmación no es voluntarista, sino que refleja lo que se ve hoy en el mundo. La característica central de la nueva etapa económica tiene en la iniciativa de las clases medias, y específicamente en las clases medias emprendedoras, el motor fundamental. Chacareros, comerciantes, pequeños y medianos productores y empresarios, investigadores, emprendedores, profesionales, técnicos, docentes, son los protagonistas del nuevo “mundo global”, entrelazados con la dinámica compleja que supera los viejos moldes ideológicos o nacionales en la búsqueda de una ética de solidaridad universal, para la que los clichés de otros tiempos resultan sólo grotescos testimonios de las décadas perdidas.
Y justamente este reverdecer de las clases medias abrirá el camino para superar la pobreza, así como su ahogo la profundiza. Comercios que cierran son empleados expulsados a la marginalidad. Presupuestos familiares que se achican son menores servicios contratados –desde plomeros o electricistas hasta domésticas o parques-. Pequeñas empresas que se ahogan son menos trabajadores, que son empujados al desempleo. Chacareros que no siembran porque les expropiaron la rentabilidad son menos trabajadores rurales contratados, menos PYMES de servicios requeridos, menos transporte de cosecha, menos intermediarios, menos actividad. Clases medias ahogadas equivale a más pobres más sumergidos. No hay necesidad de una licenciatura para darse cuenta.
¿Pueden los K cambiar su “estilo”, volverse democráticos, entender la importancia que tiene para las clases medias su autonomía, su dignidad, su necesidad de sentirse dueñas de su destino, su celosa defensa de su libertad de criterio y pensamiento, su apertura al mundo, su solidaridad voluntaria, su exigencia de relaciones horizontales de poder, sin gritos, soberbia, mandonaje o autoritarismo?
Todo puede ser. El futuro es opaco. Sólo podemos intuir lo que pasará arriesgando proyecciones de lo que pasa y de lo que pasó. Y desde esa perspectiva, parece altamente improbable. El kirchnerismo tompe todos los días algún nuevo puente con los valores de las clases medias: Expropia los ingresos agropecuarios. Confisca los ahorros previsionales. Se desentiende de la pobreza extrema. Ignora la educación pública. Limita la libertad de prensa. Se abalanza con angurria sobre los fondos públicos. Dilapida alegremente los ahorros de los jubilados. Extorsiona a gobernadores e intendentes. Agrede a las fuerzas opositoras. Inunda las calles con bandas violentas. Desata campañas sucias de inteligencia contra opositores. Se asocia con los gobiernos menos democráticos de la región. O sea, hace exactamente lo contrario de lo que haría un representante de las clases medias, en un grado tan grotesco que hasta las cosas positivas de su gestión quedan eclipsadas por la montaña.
La Argentina que viene deberá marchar por otro rumbo: gestando consensos estratégicos, cambiando los gritos por el diálogo, vinculando nuestra economía con el mundo, construyendo un piso de ciudadanía y dignidad, ampliando la autonomía ciudadana. El verbo que viene será “liberar”. Liberar a nuestros compatriotas de las ataduras del clientelismo, avanzando hacia la construcción de un verdadero piso de ciudadanía que garantice las necesidades básicas de alimentación, educación, salud y vivienda para todos. Liberar la producción de la asfixiante presión de funcionarios autoritarios, que ahoga la capacidad de trabajo de nuestros productores, trabajadores y empresarios. Liberar a las provincias y municipios del chantaje de los fondos federales que no llegan si no hay subordinación a la pareja gobernante. Liberar a la Argentina de las redes de narcotraficantes y delincuentes enseñoreados en el país sembrando de sangre y violencia la vida cotidiana.
Serán las clases medias –las que hicieron la Revolución de Mayo, las que redactaron la Constitución, las que lucharon por el sufragio libre, las que sostienen iniciativas solidarias, las que desarrollaron en el país la ciencia y la técnica, las que modernizaron el campo convirtiéndolo en el laboratorio a cielo abierto más eficiente del planeta, las que defienden el ambiente, las que hoy mismo desarrollan empresas medianas y pequeñas con vocación global- las que sellarán la impronta de la Argentina exitosa.
En esa tarea tienen su espacio todos los argentinos de bien. Desde ya, todos los que están en la oposición y la mayoría de quienes recelan de la política. Pero seguramente también muchos que hoy se ubican en el “universo K”, que una vez que estén liberados de la asfixiante presión de la pareja, de naturaleza patológica, podrán sumarse al consenso que construyan sus compatriotas de buena voluntad para sacar a la Argentina del pantano.
Ricardo Lafferriere
Esta afirmación surge de la entevista realizada días atrás por la revista oficialista “Debate” a la directora de la encuestadora, también oficialista, “Ibarómetro”. Implica una noticia tranquilizadora para un gobierno cuyo apoyo popular no alcanza a la quinta parte de la población –menos de veinte argentinos, de cada cien, tienen buen concepto del matrimonio gobernante-.
Sin embargo, la felicidad para el oficialismo no es total, porque resulta que para la entrevistada, “la clase media es mayoritariamente, volátil, infiel, egoísta y no tiene memoria.”, lo que –se supone- no la ayudará a volcarse a favor de un gobierno tan definido por los intereses populares, por los pobres, y por los necesitados.
En consecuencia, ante esta característica, y aunque la clase media, sociológicamente, abarca para la entrevistada entre el 65 y el 70 % de la población, lo previsible es que el gobierno siga volcando sus esfuerzos en las clases populares.
Del análisis se desprende que el kirchnerismo estaría resignado a no disputar su continuación en el poder, al menos por las vías legales –ya que no es posible ganar una elección renunciando a seducir al 70 % de la población...-. Pero lo más curioso es el convencimiento de que hoy están gobernando para los pobres.
¿De veras éso es lo que creen que han estado haciendo hasta ahora?
No tiene caso repetir una vez más los dramáticos datos de la pobreza, la criminalidad, la exclusión social, la caída educativa, la crisis sanitaria, la desocupación, el estancamiento económico, el estado del transporte público y el nivel –o directamente inexistencia- de los servicios públicos que golpean a las clases populares. En todo caso, vale marcar desde otra perspectiva, que pocas veces en la historia nacional un gobierno ha mostrado un desinterés tan grande por la situación social de los compatriotas de menores recusos.
La Argentina mantiene su fragil equilibrio por el esfuerzo sobrehumano de entidades como Cáritas, Red Solidaria, la Fundación Banco de Alimentos, la sensibilización producida por la exposición de la pobreza aún en programas frívolos de la TV, e infinidad de iniciativas de compatriotas de todos los sectores sociales que se esfuerzan en mantener comedores comunitarios, cooperadoras de escuelas y hospitales olvidadas por el poder, iniciativas de defensa del ambiente, y muchas otras que marcan el escenario complejo –y magnífico- de la Argentina que realmente sentimos y por la que nos emocionamos. La mayoría de ellos son, justamente, motorizados por personas de todo el abanico de clases medias, desde acomodados residentes del Barrio Norte hasta piqueteros o ex piqueteros –como Toti Flores- que resisten la pobreza con iniciativas productivas, o de los propios cartoneros, que deambulan por las calles porteñas peleando la vida con un trabajo que, aunque se encuentre en el último umbral de ingresos legales, les permite seguir vivos conservando una llamita de esperanza, autonomía, dignidad y confianza en el propio esfuerzo, valores básicos de las clases medias argentinas.
Las clases medias son la llave para el gran salto adelante que la Argentina protagonizará en los próximos años, cuando se saque de encima la pesadilla K. Esta afirmación no es voluntarista, sino que refleja lo que se ve hoy en el mundo. La característica central de la nueva etapa económica tiene en la iniciativa de las clases medias, y específicamente en las clases medias emprendedoras, el motor fundamental. Chacareros, comerciantes, pequeños y medianos productores y empresarios, investigadores, emprendedores, profesionales, técnicos, docentes, son los protagonistas del nuevo “mundo global”, entrelazados con la dinámica compleja que supera los viejos moldes ideológicos o nacionales en la búsqueda de una ética de solidaridad universal, para la que los clichés de otros tiempos resultan sólo grotescos testimonios de las décadas perdidas.
Y justamente este reverdecer de las clases medias abrirá el camino para superar la pobreza, así como su ahogo la profundiza. Comercios que cierran son empleados expulsados a la marginalidad. Presupuestos familiares que se achican son menores servicios contratados –desde plomeros o electricistas hasta domésticas o parques-. Pequeñas empresas que se ahogan son menos trabajadores, que son empujados al desempleo. Chacareros que no siembran porque les expropiaron la rentabilidad son menos trabajadores rurales contratados, menos PYMES de servicios requeridos, menos transporte de cosecha, menos intermediarios, menos actividad. Clases medias ahogadas equivale a más pobres más sumergidos. No hay necesidad de una licenciatura para darse cuenta.
¿Pueden los K cambiar su “estilo”, volverse democráticos, entender la importancia que tiene para las clases medias su autonomía, su dignidad, su necesidad de sentirse dueñas de su destino, su celosa defensa de su libertad de criterio y pensamiento, su apertura al mundo, su solidaridad voluntaria, su exigencia de relaciones horizontales de poder, sin gritos, soberbia, mandonaje o autoritarismo?
Todo puede ser. El futuro es opaco. Sólo podemos intuir lo que pasará arriesgando proyecciones de lo que pasa y de lo que pasó. Y desde esa perspectiva, parece altamente improbable. El kirchnerismo tompe todos los días algún nuevo puente con los valores de las clases medias: Expropia los ingresos agropecuarios. Confisca los ahorros previsionales. Se desentiende de la pobreza extrema. Ignora la educación pública. Limita la libertad de prensa. Se abalanza con angurria sobre los fondos públicos. Dilapida alegremente los ahorros de los jubilados. Extorsiona a gobernadores e intendentes. Agrede a las fuerzas opositoras. Inunda las calles con bandas violentas. Desata campañas sucias de inteligencia contra opositores. Se asocia con los gobiernos menos democráticos de la región. O sea, hace exactamente lo contrario de lo que haría un representante de las clases medias, en un grado tan grotesco que hasta las cosas positivas de su gestión quedan eclipsadas por la montaña.
La Argentina que viene deberá marchar por otro rumbo: gestando consensos estratégicos, cambiando los gritos por el diálogo, vinculando nuestra economía con el mundo, construyendo un piso de ciudadanía y dignidad, ampliando la autonomía ciudadana. El verbo que viene será “liberar”. Liberar a nuestros compatriotas de las ataduras del clientelismo, avanzando hacia la construcción de un verdadero piso de ciudadanía que garantice las necesidades básicas de alimentación, educación, salud y vivienda para todos. Liberar la producción de la asfixiante presión de funcionarios autoritarios, que ahoga la capacidad de trabajo de nuestros productores, trabajadores y empresarios. Liberar a las provincias y municipios del chantaje de los fondos federales que no llegan si no hay subordinación a la pareja gobernante. Liberar a la Argentina de las redes de narcotraficantes y delincuentes enseñoreados en el país sembrando de sangre y violencia la vida cotidiana.
Serán las clases medias –las que hicieron la Revolución de Mayo, las que redactaron la Constitución, las que lucharon por el sufragio libre, las que sostienen iniciativas solidarias, las que desarrollaron en el país la ciencia y la técnica, las que modernizaron el campo convirtiéndolo en el laboratorio a cielo abierto más eficiente del planeta, las que defienden el ambiente, las que hoy mismo desarrollan empresas medianas y pequeñas con vocación global- las que sellarán la impronta de la Argentina exitosa.
En esa tarea tienen su espacio todos los argentinos de bien. Desde ya, todos los que están en la oposición y la mayoría de quienes recelan de la política. Pero seguramente también muchos que hoy se ubican en el “universo K”, que una vez que estén liberados de la asfixiante presión de la pareja, de naturaleza patológica, podrán sumarse al consenso que construyan sus compatriotas de buena voluntad para sacar a la Argentina del pantano.
Ricardo Lafferriere
jueves, 19 de noviembre de 2009
Colombi y los límites
La voltereta de Ricardo Colombi deja aún más al descubierto –si alguna duda había- las características de las verdaderas reglas de juego de la política argentina. El extorsionador serial, desde Olivos, conserva la facultad –que le ha delegado el Congreso nuevamente a su esposa, con la aprobación de la ley de presupuesto- de construir su poder sobre la baje del chantaje.
Hace pocas semanas, al discutirse la Ley de Medios, fue la Senadora Sánchez el instrumento de la perversión. Los medios y hasta los propios dirigentes políticos centraron en la persona de la Senadora su crítica despiadada, silenciando el papel del verdadero responsable de la trama y del diabólico instrumento que la forzaba a actuar como lo hacía: la discrecionalidad presidencial para la disposición de recursos públicos. Si su voto no se alineaba con el oficialismo, cuarenta mil familias correntinas dependientes del Estado no cobrarían su sueldo. Cabe pensar un instante en el significado de esta situación y compararla con la angustia que se presenta en cualquier familia argentina no ya cuando su sueldo no se paga, sino cuando es demorado unos días... desde las cuentas de los servicios con vencimiento inexorable, los alquileres, las expensas, las tarjetas, las cuotas, todo lo que implica la vida cotidiana de un argentino de carne y hueso, no la abstracción estadística, en los papeles, de los analistas económicos y políticos.
Desde la posición del observador externo –como quien esto escribe- las actitudes de Sánchez y de Colombi no tienen justificación. Pero el observador externo no es el responsable de la gestión de la que depende la cotidianeidad de miles de argentinos.
Seguramente muchos hubieran preferido renunciar a sus cargos, antes que ceder al chantaje. Otros han preferido seguir en sus responsabilidades de gestión, aún a costa de destrozar su imagen publica y su credibilidad.
Lo que sí queda claro es que hasta que el Congreso no cumpla con su obligación constitucional de sancionar la Ley de Coparticipación Federal de Impuestos que reduzca la discrecionalidad y automatice la distribución de recursos, termine los impuestos de emergencia de libre disponibilidad por el Poder Ejecutivo y limite la capacidad extorsiva de la familia residente en Olivos, los casos de Sánchez y Colombi seguirán repitiéndose inexorablemente.
La política auténtica seguirá siendo un sainete mientras el discurso no se traduzca en la vigencia de las leyes y mientras no logremos vivir en un país “representativo, republicano y federal”.
De esto es de lo que hablamos cuando reclamamos “volver a la Constitución”. Para esto es que reclamamos construir un gran consenso democrático y republicano. Por esto es que nos molestan los “límites” que unos u otros fabrican en la tranquilidad de sus despachos y oficinas para mantener “impoluta” su imagen de impotencia y no trabajar por lo que importa.
Lo que importa ahora no es la extensión de “los límites” –se llamen Macri, Cobos, Duhalde, de Narváez o Solá-. Lo que importa es terminar con este extorsionador serial y volver a tener un marco normativo que permita a los Colombi, a los Sánchez, pero también a cada gobernador e Intendente de la Argentina, cualquiera sea su color político de origen, dedicarse a su gestión sin tener que soportar la diaria humillación del chantaje.
Ricardo Lafferriere
Hace pocas semanas, al discutirse la Ley de Medios, fue la Senadora Sánchez el instrumento de la perversión. Los medios y hasta los propios dirigentes políticos centraron en la persona de la Senadora su crítica despiadada, silenciando el papel del verdadero responsable de la trama y del diabólico instrumento que la forzaba a actuar como lo hacía: la discrecionalidad presidencial para la disposición de recursos públicos. Si su voto no se alineaba con el oficialismo, cuarenta mil familias correntinas dependientes del Estado no cobrarían su sueldo. Cabe pensar un instante en el significado de esta situación y compararla con la angustia que se presenta en cualquier familia argentina no ya cuando su sueldo no se paga, sino cuando es demorado unos días... desde las cuentas de los servicios con vencimiento inexorable, los alquileres, las expensas, las tarjetas, las cuotas, todo lo que implica la vida cotidiana de un argentino de carne y hueso, no la abstracción estadística, en los papeles, de los analistas económicos y políticos.
Desde la posición del observador externo –como quien esto escribe- las actitudes de Sánchez y de Colombi no tienen justificación. Pero el observador externo no es el responsable de la gestión de la que depende la cotidianeidad de miles de argentinos.
Seguramente muchos hubieran preferido renunciar a sus cargos, antes que ceder al chantaje. Otros han preferido seguir en sus responsabilidades de gestión, aún a costa de destrozar su imagen publica y su credibilidad.
Lo que sí queda claro es que hasta que el Congreso no cumpla con su obligación constitucional de sancionar la Ley de Coparticipación Federal de Impuestos que reduzca la discrecionalidad y automatice la distribución de recursos, termine los impuestos de emergencia de libre disponibilidad por el Poder Ejecutivo y limite la capacidad extorsiva de la familia residente en Olivos, los casos de Sánchez y Colombi seguirán repitiéndose inexorablemente.
La política auténtica seguirá siendo un sainete mientras el discurso no se traduzca en la vigencia de las leyes y mientras no logremos vivir en un país “representativo, republicano y federal”.
De esto es de lo que hablamos cuando reclamamos “volver a la Constitución”. Para esto es que reclamamos construir un gran consenso democrático y republicano. Por esto es que nos molestan los “límites” que unos u otros fabrican en la tranquilidad de sus despachos y oficinas para mantener “impoluta” su imagen de impotencia y no trabajar por lo que importa.
Lo que importa ahora no es la extensión de “los límites” –se llamen Macri, Cobos, Duhalde, de Narváez o Solá-. Lo que importa es terminar con este extorsionador serial y volver a tener un marco normativo que permita a los Colombi, a los Sánchez, pero también a cada gobernador e Intendente de la Argentina, cualquiera sea su color político de origen, dedicarse a su gestión sin tener que soportar la diaria humillación del chantaje.
Ricardo Lafferriere
miércoles, 18 de noviembre de 2009
“¡DNI o muerte... Venceremos!”
Del ridículo no se vuelve, dice el viejo refrán cuya autoría –como tantas cosas en la Argentina- se atribuye falsamente a Perón. Un amigo que sufre la Argentina de estos tiempos, por su parte, suele decir: “Estos pasan un badén y creen que están bajando de la Sierra Maestra...”
Por cierto, la impronta épica del kirchnerismo lo lleva a los lugares más insólitos, como Néstor en la selva colombiana formando parte de un operativo internacional para liberar un niño ... que se encontraba desde hacía años en un hogar sustituto, en Bogotá, o Cristina disfrazándose de guerrillera top, con la elegante boina de diseño lucida en –como no...- la eterna París de la “izquierda champagne” para pedir, ¡no a las FARC sino a Uribe! la apertura de conversaciones con el grupo guerrillero para obtener la liberación de Ingrid Betancourt. Que, dicho sea al pasar, fue liberada días después por un impecable operativo militar del Ejército Nacional de Colombia que dejó en ridículo a las temibles formaciones guerrilleras.
Es lindo contar con un buen documento de identidad. De ahí a otorgarle al nuevo diseño de los DNI la característica de una conquista revolucionaria que amerite la repetición hasta el cansancio del discurso ¡presidencial! que lo anuncia, no sólo es ridículo: es haber perdido todo criterio de distinción entre lo prioritario y lo accesorio, entre lo imprescindible y lo simbólico, entre las personas de carne y hueso –con su espíritu, sufrimiento, hambre, inseguridad, dignidad- y los papeles.
Los compatriotas que duermen en la calle agregarán otro bien invalorable al fútbol gratis que ven por las vidrieras de los bares –aunque su mirada se les desvíe hacia los platos con comida de quienes están adentro-. Seguirán con hambre, desamparo y miedo. Pero ahora tendrán un DNI hecho totalmente por el Estado.
Ver y escuchar a Cristina –una vez, y otra, y otra....- anunciando por la televisión en propaganda oficial el nuevo DNI con la voz afectada y convicción impostada, deja la sensación de que su lenguaje visual estuviera expresando íntimamente otro mensaje. Como si se sintiera proclamando, con todo el fervor revolucionario de una Carta Abierta:
¡Hasta la Victoria Secret! ¡DNI o Muerte... Venceremos!
Ricardo Lafferriere
Por cierto, la impronta épica del kirchnerismo lo lleva a los lugares más insólitos, como Néstor en la selva colombiana formando parte de un operativo internacional para liberar un niño ... que se encontraba desde hacía años en un hogar sustituto, en Bogotá, o Cristina disfrazándose de guerrillera top, con la elegante boina de diseño lucida en –como no...- la eterna París de la “izquierda champagne” para pedir, ¡no a las FARC sino a Uribe! la apertura de conversaciones con el grupo guerrillero para obtener la liberación de Ingrid Betancourt. Que, dicho sea al pasar, fue liberada días después por un impecable operativo militar del Ejército Nacional de Colombia que dejó en ridículo a las temibles formaciones guerrilleras.
Es lindo contar con un buen documento de identidad. De ahí a otorgarle al nuevo diseño de los DNI la característica de una conquista revolucionaria que amerite la repetición hasta el cansancio del discurso ¡presidencial! que lo anuncia, no sólo es ridículo: es haber perdido todo criterio de distinción entre lo prioritario y lo accesorio, entre lo imprescindible y lo simbólico, entre las personas de carne y hueso –con su espíritu, sufrimiento, hambre, inseguridad, dignidad- y los papeles.
Los compatriotas que duermen en la calle agregarán otro bien invalorable al fútbol gratis que ven por las vidrieras de los bares –aunque su mirada se les desvíe hacia los platos con comida de quienes están adentro-. Seguirán con hambre, desamparo y miedo. Pero ahora tendrán un DNI hecho totalmente por el Estado.
Ver y escuchar a Cristina –una vez, y otra, y otra....- anunciando por la televisión en propaganda oficial el nuevo DNI con la voz afectada y convicción impostada, deja la sensación de que su lenguaje visual estuviera expresando íntimamente otro mensaje. Como si se sintiera proclamando, con todo el fervor revolucionario de una Carta Abierta:
¡Hasta la Victoria Secret! ¡DNI o Muerte... Venceremos!
Ricardo Lafferriere
martes, 10 de noviembre de 2009
Señora: hable claro o cállese la boca
Las declaraciones presidenciales denunciando la existencia de un plan desestabilizador no caen sobre cualquier escenario, sino sobre una compleja situación social plagada de incertidumbres, rumores, hastío y miedo de los argentinos que ya alcanza al temor de la propia supervivencia.
Quien esto escribe, señora, no la soporta a usted desde hace tiempo. Mejor dicho: no a usted –tiene derecho a ser como quiera-, sino a su forma de gobierno –o desgobierno-. Pero a pesar de eso, no dudaría un instante en defender el sistema constitucional, aunque el precio fuera tener que soportarla hasta el 2011. La Constitución establece los mecanismos de cambio de autoridades y mientras usted no renuncie o sea removida por juicio político, nadie puede “desestabilizarla” de su cargo.
No pretenda utilizar esa amenaza velada para exculparse de su incapacidad de gobierno, demostrada día a día con una gestión inexistente, anuncios rimbombantes inconsistentes y ataques a quien no coincida con su singular forma de ver el mundo y entender la política.
Si tiene usted información sobre un complot contra la Constitución, es su obligación denunciarlo con detalles y en todo caso, presentarlo a la justicia. Pero si no tiene esa información, no tiene usted derecho a agrandar la angustia ciudadana con frases soltadas al voleo, de las que se desprenden la sensación de la existencia de conspiraciones en marcha destinadas a interrumpir su mandato al margen de los procedimientos constitucionales.
Si conoce usted un delito en curso de ejecución, como funcionaria pública que es, su obligación legal es denunciarlo. Y si no es así, su obligación es no repartir sospechas con veladas imputaciones delictivas.
Ricardo Lafferriere
Quien esto escribe, señora, no la soporta a usted desde hace tiempo. Mejor dicho: no a usted –tiene derecho a ser como quiera-, sino a su forma de gobierno –o desgobierno-. Pero a pesar de eso, no dudaría un instante en defender el sistema constitucional, aunque el precio fuera tener que soportarla hasta el 2011. La Constitución establece los mecanismos de cambio de autoridades y mientras usted no renuncie o sea removida por juicio político, nadie puede “desestabilizarla” de su cargo.
No pretenda utilizar esa amenaza velada para exculparse de su incapacidad de gobierno, demostrada día a día con una gestión inexistente, anuncios rimbombantes inconsistentes y ataques a quien no coincida con su singular forma de ver el mundo y entender la política.
Si tiene usted información sobre un complot contra la Constitución, es su obligación denunciarlo con detalles y en todo caso, presentarlo a la justicia. Pero si no tiene esa información, no tiene usted derecho a agrandar la angustia ciudadana con frases soltadas al voleo, de las que se desprenden la sensación de la existencia de conspiraciones en marcha destinadas a interrumpir su mandato al margen de los procedimientos constitucionales.
Si conoce usted un delito en curso de ejecución, como funcionaria pública que es, su obligación legal es denunciarlo. Y si no es así, su obligación es no repartir sospechas con veladas imputaciones delictivas.
Ricardo Lafferriere
sábado, 7 de noviembre de 2009
En descomposición
La absoluta incapacidad de conducción del gobierno nacional está convirtiendo al país en una selva y acelerando el clima de descomposición social. La campana de cristal en la que parece vivir la señora presidenta nos permite observarla engolada de sus propias palabras, con grotescos gestos y giros dialécticos autoreferenciales que pretenden polemizar monologando por cadena nacional, en sus cada vez menos escalas nacionales. Mientras, los argentinos son masacrados día a día por una orgía de violencia, atropellos, anomia, patotas, agresiones e indiferencia por los derechos de las personas de bien, quienes han optado –hasta ahora- por no defenderse ni organizarse porque aún prefieren creer en la ilusión de vivir en un estado de derecho.
El estado de derecho, sin embargo, no es más que eso: una ilusión. No lo respeta el gobierno, convertido en una virtual asociación ilícita con angurria sin límites, ni los jueces, que parecen vivir en el limbo denegando justicia a millares de argentinos, ni mucho menos los participantes de la lucha intra-oficialista que están llevando a la calle, a los subterráneos, a las rutas, a las fábricas y a las propias oficinas públicas, sus violentos estertores ante la declinación inexorable del régimen. Pocas veces como en estos días la Argentina política se ha parecido tanto a 1976 y la imagen presidencial ha estado tan cerca de la de Isabel Perón.
Sin sentirse contenido por límite alguno, el oficialismo no respetó los derechos ajenos cuando decidió apropiarse de recursos del campo, de los ahorristas previsionales, de los empleados, de los jubilados y del propio país, metiendo mano en la riqueza nacional atesorada en el Banco Central mediante espurios manejos contables con la complicidad de las autoridades de la máxima autoridad monetaria. Tampoco respetó la Constitución imponiendo una ley de medios plagada de censuras, prohibiciones y normas inconstitucionales, esta vez con la complicidad de sus prósperos acompañantes ad-hoc del retro-progresismo y del alineamiento conseguido con chantajes. Y ahora ha decidido marchar contra la libertad de expresión y prensa, base de todas las demás libertades, liberando la jauría de sus patotas contra las principales publicaciones argentinas.
El país está absorto ante el autismo de la pareja gobernante, que sólo atina a elaborar sentencias dialécticas que presume ingeniosas pero que no resistirían el cotejo de un solo debate parlamentario o reunión de prensa en libertad. La presidenta le habla al espejo y se convence de lo que éste le responde.
El escenario político está enrarecido ante el asombroso desconocimiento de los resultados electorales que marcaron la opinión de los argentinos sobre el rumbo de su país. El apoyo irrestricto y acrítico que está brindando a esta descomposición el principal partido político argentino, único sostén institucional de la pareja gobernante, permite que el escenario sea poblado por rumores –seguramente muchos de los cuales serán disparatados, pero que golpean en una opinión pública que ya no sabe distinguir lo real de lo posible- de los que surgen los caminos más absurdos, desde un presunto autogolpe hasta atentados terroristas generados por grupos irregulares disfrazados de fuerzas de seguridad. Y en lugar de ayudar a corregir el rumbo, dirigentes peronistas de diversos lugares del país reclaman... ¡el regreso de Kirchner a la presidencia!
Y lo increíble se potencia al observar que mientras la angustia del hambre y el miedo se adueñan de la agenda de los argentinos, el poder perverso de quien decide detrás del trono sigue logrando imponer una agenda desligada por completo de esas preocupaciones, ampliando la brecha de los ciudadanos con sus representantes que son colocados cada vez más cerca del conocido reclamo –dramático y peligroso- del “que se vayan todos”.
El autor no tiene información para decir si es cierto o no que existen armas en manos de grupos irregulares de inspiración chavista, actuantes en la lucha interna del gobierno, de lo que se ha pedido informes en el Congreso. Tampoco para afirmar si la posibilidad de una pretendida disolución del parlamento está dentro de las alternativas analizadas por este retorcido personaje llegado desde el sur, como se ha escuchado de algunos analistas. Mucho menos para anunciar posibles mega-atentados de inspiración “bolivariana” que conmocionen la vida nacional durante el receso parlamentario en la esperanza de desatar procesos incontrolables, como surge de blogs que transmiten la hipótesis en cadenas de Internet. El deseo íntimo de quién esto escribe es que se trate de meros peligros imaginados, sin espacio de concresión en la Argentina.
Pero sí puede observar que la descomposición se instala día a día, superando los anuncios que presidenciales semanales de eterno incumplimiento, las muertes de ciudadanos –civiles y policías- en una orgía de sangre ante la silenciosa complicidad del poder kirchnerista, la extensión de la mega corrupción en cada vez más ámbitos del Estado ante la cínica indiferencia de la pareja gobernante y aún de sus sostenes parlamentarios, la desesperación por la pobreza que no llega al INDEC pero que puede ser observada en los zaguanes, en las plazas y en las calles donde miles de compatriotas duermen con el cielo como techo viviendo de la limosna y la instalación en lugares públicos de los conflictos más inverocímiles, tomando como rehén a una población cada vez más harta.
Semanas atrás decíamos en esta columna que nos acercamos a tiempos oscuros. Ahora, la percepción es que ya estamos entrando en la penumbra y parece que, en el escenario, a pocos les importa. Pero el escenario es el lugar donde los problemas deben solucionarse con la mediación civilizada y el diálogo maduro que establece la democracia.
Si desde allí, desde el gobierno, el Congreso, el oficialismo y las oposiciones, no surgen las respuestas, el proceso argentino se terminará de escapar hacia las calles, donde no se puede razonar, donde la lucha se hace descarnada, donde cada uno no vale uno sino la fuerza que tenga, el eco de su grito destemplado o la violencia que logre demostrar o ejercitar. Ya lo hemos vivido y sabemos lo que duele.
La aceleración de la descomposición de estas semanas nos está llevando a ese estado. ¡Cómo no entender, entonces, la preocupación de los compatriotas que escuchan los rumores y no alcanzan a comprender hasta dónde llega la realidad, donde empieza la ficción, hacia dónde buscar el horizonte y cuándo la sensación térmica se convierte en la dolorosa experiencia de la muerte de un familiar, de un vecino, de un amigo, o de la propia democracia!
Ricardo Lafferriere
El estado de derecho, sin embargo, no es más que eso: una ilusión. No lo respeta el gobierno, convertido en una virtual asociación ilícita con angurria sin límites, ni los jueces, que parecen vivir en el limbo denegando justicia a millares de argentinos, ni mucho menos los participantes de la lucha intra-oficialista que están llevando a la calle, a los subterráneos, a las rutas, a las fábricas y a las propias oficinas públicas, sus violentos estertores ante la declinación inexorable del régimen. Pocas veces como en estos días la Argentina política se ha parecido tanto a 1976 y la imagen presidencial ha estado tan cerca de la de Isabel Perón.
Sin sentirse contenido por límite alguno, el oficialismo no respetó los derechos ajenos cuando decidió apropiarse de recursos del campo, de los ahorristas previsionales, de los empleados, de los jubilados y del propio país, metiendo mano en la riqueza nacional atesorada en el Banco Central mediante espurios manejos contables con la complicidad de las autoridades de la máxima autoridad monetaria. Tampoco respetó la Constitución imponiendo una ley de medios plagada de censuras, prohibiciones y normas inconstitucionales, esta vez con la complicidad de sus prósperos acompañantes ad-hoc del retro-progresismo y del alineamiento conseguido con chantajes. Y ahora ha decidido marchar contra la libertad de expresión y prensa, base de todas las demás libertades, liberando la jauría de sus patotas contra las principales publicaciones argentinas.
El país está absorto ante el autismo de la pareja gobernante, que sólo atina a elaborar sentencias dialécticas que presume ingeniosas pero que no resistirían el cotejo de un solo debate parlamentario o reunión de prensa en libertad. La presidenta le habla al espejo y se convence de lo que éste le responde.
El escenario político está enrarecido ante el asombroso desconocimiento de los resultados electorales que marcaron la opinión de los argentinos sobre el rumbo de su país. El apoyo irrestricto y acrítico que está brindando a esta descomposición el principal partido político argentino, único sostén institucional de la pareja gobernante, permite que el escenario sea poblado por rumores –seguramente muchos de los cuales serán disparatados, pero que golpean en una opinión pública que ya no sabe distinguir lo real de lo posible- de los que surgen los caminos más absurdos, desde un presunto autogolpe hasta atentados terroristas generados por grupos irregulares disfrazados de fuerzas de seguridad. Y en lugar de ayudar a corregir el rumbo, dirigentes peronistas de diversos lugares del país reclaman... ¡el regreso de Kirchner a la presidencia!
Y lo increíble se potencia al observar que mientras la angustia del hambre y el miedo se adueñan de la agenda de los argentinos, el poder perverso de quien decide detrás del trono sigue logrando imponer una agenda desligada por completo de esas preocupaciones, ampliando la brecha de los ciudadanos con sus representantes que son colocados cada vez más cerca del conocido reclamo –dramático y peligroso- del “que se vayan todos”.
El autor no tiene información para decir si es cierto o no que existen armas en manos de grupos irregulares de inspiración chavista, actuantes en la lucha interna del gobierno, de lo que se ha pedido informes en el Congreso. Tampoco para afirmar si la posibilidad de una pretendida disolución del parlamento está dentro de las alternativas analizadas por este retorcido personaje llegado desde el sur, como se ha escuchado de algunos analistas. Mucho menos para anunciar posibles mega-atentados de inspiración “bolivariana” que conmocionen la vida nacional durante el receso parlamentario en la esperanza de desatar procesos incontrolables, como surge de blogs que transmiten la hipótesis en cadenas de Internet. El deseo íntimo de quién esto escribe es que se trate de meros peligros imaginados, sin espacio de concresión en la Argentina.
Pero sí puede observar que la descomposición se instala día a día, superando los anuncios que presidenciales semanales de eterno incumplimiento, las muertes de ciudadanos –civiles y policías- en una orgía de sangre ante la silenciosa complicidad del poder kirchnerista, la extensión de la mega corrupción en cada vez más ámbitos del Estado ante la cínica indiferencia de la pareja gobernante y aún de sus sostenes parlamentarios, la desesperación por la pobreza que no llega al INDEC pero que puede ser observada en los zaguanes, en las plazas y en las calles donde miles de compatriotas duermen con el cielo como techo viviendo de la limosna y la instalación en lugares públicos de los conflictos más inverocímiles, tomando como rehén a una población cada vez más harta.
Semanas atrás decíamos en esta columna que nos acercamos a tiempos oscuros. Ahora, la percepción es que ya estamos entrando en la penumbra y parece que, en el escenario, a pocos les importa. Pero el escenario es el lugar donde los problemas deben solucionarse con la mediación civilizada y el diálogo maduro que establece la democracia.
Si desde allí, desde el gobierno, el Congreso, el oficialismo y las oposiciones, no surgen las respuestas, el proceso argentino se terminará de escapar hacia las calles, donde no se puede razonar, donde la lucha se hace descarnada, donde cada uno no vale uno sino la fuerza que tenga, el eco de su grito destemplado o la violencia que logre demostrar o ejercitar. Ya lo hemos vivido y sabemos lo que duele.
La aceleración de la descomposición de estas semanas nos está llevando a ese estado. ¡Cómo no entender, entonces, la preocupación de los compatriotas que escuchan los rumores y no alcanzan a comprender hasta dónde llega la realidad, donde empieza la ficción, hacia dónde buscar el horizonte y cuándo la sensación térmica se convierte en la dolorosa experiencia de la muerte de un familiar, de un vecino, de un amigo, o de la propia democracia!
Ricardo Lafferriere
jueves, 5 de noviembre de 2009
Paradigmas
Aunque la filosofía habla de ellos desde tiempos de los griegos, fue Thomas Kuhn quien terminó de introducir en la ciencia el concepto de “paradigma”, emparentándolo con la idea de “modelos” metafísicos y epistemológicos que proporcionan el "contexto" en que se forman los diferentes modelos teóricos y teorías de un nivel inferior, presentando las directrices generales de agrupamiento de las diferentes teorías. Desde allí saltarían a las ciencias políticas, no siempre con el mismo rigor exigido por las ciencias duras, pero con efectos ciertos en la dinámica del debate al punto que, superando su origen científico, han terminado por convertirse en algo así como “religiones ideológicas” en las que sus bases conceptuales no aceptan someterse a la reflexión crítica o cuestionamiento intelectual.
Dentro de los paradigmas, pareciera que todo cabe. Fuera de ellos, se demanda a quienes se atrevan a cuestionarlos exigencias tales que, hasta que llega la evidencia incontrastable de la inutilidad de los paradigmas vigentes, les permite escasos espacios de desarrollo argumental. La política –y el periodismo, y muchísimo más la televisión- no admite reflexiones que no se encuadren rápidamente en mundos conocidos y –presuntamente- seguros.
En nuestra política contemporánea podemos encontrar dos grandes paradigmas interpretativos. Con matices en su seno, tienen sin embargo algunas ideas-fuerza que es imposible cuestionar, so pena de excomunión de las respectivas cofradías. A riesgo de aventurar caricaturescamente el análisis podríamos definir a uno de ellos como “nacional y popular” y al otro como “liberal”, no sin antes adelantar rápidamente que las palabras con las que se definen no tienen otro alcance en el contexto de esta nota que recurrir a un “nombre propio” identificatorio, lo que de ninguna manera implica aceptar que el paradigma “nacional y popular” sea efectivamente nacional y popular, o que el paradigma “liberal” sea, efectivamente, liberal.
Ambos tienen “tabúes”, construcciones conceptuales indiscutibles sobre las que es requerida una fe religiosa, cuasi bíblica. El “Estado fuerte”, una cierta sublimación de la idea de “nación”, la desconfianza instintiva hacia las libertades económicas y el mercado, la subordinación de los derechos de las personas al “interés general” tal como lo define el poder, son algunos ejemplos de los tabúes del paradigma “nacional y popular”. Por el lado del paradigma liberal, los núcleos conceptuales que no admiten discusión son la prioridad de las libertades en general y de las económicas en particular, cierta idealización del mercado, el Estado concebido como una maquinaria que garantice el orden social sin intervención en la economía, la vigencia de la seguridad jurídica y la prioridad del ciudadano por sobre cualquier construcción política.
A la distancia, se encuentran en ambos limitaciones intrínsecas. En el primero, el desinterés por el crecimiento económico, en el segundo, el desinterés por alguna forma de equidad que motive políticas públicas de contenido social. Y en ambos es posible sentir la intransigencia frente a su rival, normalmente con descalificaciones apoyadas en invocaciones éticas (al estilo de “ladrones e inmorales” por un lado, o “cipayos y entreguistas” por el otro).
¿Puede lograr la Argentina encarrilar su rumbo reciclando la dialéctica de sus viejos paradigmas? Y la inversa, ¿es posible diseñar un conjunto de ideas superadoras, construyendo un paradigma adecuado a la nueva realidad del mundo interdependiente, las cadena productivas globales, la cosmopolitización instalada en la vida cotidiana, los problemas ambientales, la polarización social, la violencia impregnando todos los niveles, la inseguridad, los desequilibrios económicos, la sociedad de riesgo o los “imprevistos globales” acechando en tiempo real?
Los paradigmas se desarrollan alrededor de ejes conceptuales que surgen de los debates y las reflexiones sobre los problemas de los actores en los que se apoyan, los que analizan críticamente, imaginan sus posibles soluciones y diseñan el sistema de ideas o “ideología” destinado a “chocar” con sus rivales –previos, o contemporáneos-. Los sujetos históricos a los que responden –ambos- son los propios del mundo de los estados y economías nacionales, ideas con diferentes niveles de autarquía y políticas encerradas en el mundo de las “soberanías” invulnerables a cualquier condicionamiento externo.
La característica del mundo de hoy, sin embargo, es la cosmopolitización creciente e inexorable de la realidad. Las sociedades nacionales pierden sus bordes –si no geográficos, sí culturales, económicos, éticos y hasta políticos-. La impregnación cosmopolita crea entramados de influencias diversas con sus implicancias desconocidas para el mundo “cerrado” de los viejos paradigmas y mientras el trabajo sigue siendo centralmente local, aferrado al territorio, la economía es global y escapa al control de los Estados.
La simbiosis chino-norteamericana es un ejemplo de dequilibrios recíprocos tolerados, jugando en el escenario global y hasta estimulados, al margen de los antiguos proyectos nacionales, asentándose en un proceso de cambio que no es indemne a las viejas presiones nacionalistas, las que, sin embargo, son incompatibles con la dinámica de la nueva etapa de las fuerzas productivas globales y de los mercados abiertos, que, en cuanto asentadas en un desarrollo científico-técnico irreversible, también se transforman en indemnes a cualquier intento “político” de volver a encerrarlas en las fronteras geográficas de los Estados-Nación. La propia y potente idea de “nación”, alrededor de la cual se organizó el planeta en los últimos dos siglos, es erosionada y reconstruida en una clave nueva, no necesariamente unida a las formaciones políticas y económicas estatales.
Nuevos paradigmas están en elaboración, superando los estrechos marcos heredados de los antiguos sistemas de ideas. En su construcción, herramientas antes opuestas exploran formas de convivencia. “Mercado” y “Estado” se articulan, en lugar de enfrentarse, para potenciar el crecimiento. “Soberanía nacional” y “mundo cosmopolita” se imbrican en diseños normativos que buscan extender los derechos humanos por encima de los marcos cerrados y garantizarlos a todos, aún a pesar de la prevención excluyente de los Estados. “Patria” y “extranjeros” sufren una mixtura que diseña nuevos patriotismos y complejas identidades al calor de las culturas interactuando por los sistemas comunicacionales que envuelven el planeta y por las colectividades de migrantes vinculadas a sus países de origen y a las nuevas sociedades receptoras. “Burgueses” y “proletarios” se transforman en categorías deconstruidas en infinidad de formaciones económicas y productivas adecuadas a los nuevos tiempos, que incluyen tercerizaciones, auto-empresas, auto-empleos, sociedades familiares multinacionales, sociedades y empresas virtuales, fondos soberanos, fideicomisos de inversión, etc. etc.; mientras “economía nacional” y “resto del mundo” devienen en capítulos analíticos progresivamente impotentes para describir los límites de espacios económicos que se pretende separados, pero ya inasibles.
El mundo “nacional y popular” se agotó, tanto como el “modelo liberal”. Sólo falta darse cuenta. Cuando ello ocurra, herramientas de uno y de otro comenzarán a dialogar en la búsqueda de organizar el nuevo paradigma, en el que las viejas luchas serán recluidas en los libros de historia y la tarea de pensar el futuro –y el presente- se impondrá ante las crisis sucesivas, que son propias de la ya instalada sociedad de riesgo.
Los objetivos seguramente serán los que siempre han guiado a la política como actividad que pretende arrebatarle al destino, a la naturaleza o a las religiones el derecho de la voluntad humana de tener algunas riendas del futuro en sus manos: un mundo mejor, lo más justo posible, en el que los seres humanos podamos realizar nuestros proyectos de vida liberados del hambre, la inseguridad, la opresión política y las incertidumbres básicas.
Mientras tanto, los ecos de los viejos enfrentamientos se irán difumando, como telón de fondo, aunque se los vea convocando espasmódicamente a épicas pasadas que movilizan emotivos recuerdos. Ante ellos, generaciones jóvenes cada vez más indiferentes a aquellos combates, están preocupadas por la marcha tumultuosa e incierta del tiempo que les toca vivir. Y van madurando, quizás inconscientemente, las condiciones de surgimiento del paradigma del futuro.
Ricardo Lafferriere
Dentro de los paradigmas, pareciera que todo cabe. Fuera de ellos, se demanda a quienes se atrevan a cuestionarlos exigencias tales que, hasta que llega la evidencia incontrastable de la inutilidad de los paradigmas vigentes, les permite escasos espacios de desarrollo argumental. La política –y el periodismo, y muchísimo más la televisión- no admite reflexiones que no se encuadren rápidamente en mundos conocidos y –presuntamente- seguros.
En nuestra política contemporánea podemos encontrar dos grandes paradigmas interpretativos. Con matices en su seno, tienen sin embargo algunas ideas-fuerza que es imposible cuestionar, so pena de excomunión de las respectivas cofradías. A riesgo de aventurar caricaturescamente el análisis podríamos definir a uno de ellos como “nacional y popular” y al otro como “liberal”, no sin antes adelantar rápidamente que las palabras con las que se definen no tienen otro alcance en el contexto de esta nota que recurrir a un “nombre propio” identificatorio, lo que de ninguna manera implica aceptar que el paradigma “nacional y popular” sea efectivamente nacional y popular, o que el paradigma “liberal” sea, efectivamente, liberal.
Ambos tienen “tabúes”, construcciones conceptuales indiscutibles sobre las que es requerida una fe religiosa, cuasi bíblica. El “Estado fuerte”, una cierta sublimación de la idea de “nación”, la desconfianza instintiva hacia las libertades económicas y el mercado, la subordinación de los derechos de las personas al “interés general” tal como lo define el poder, son algunos ejemplos de los tabúes del paradigma “nacional y popular”. Por el lado del paradigma liberal, los núcleos conceptuales que no admiten discusión son la prioridad de las libertades en general y de las económicas en particular, cierta idealización del mercado, el Estado concebido como una maquinaria que garantice el orden social sin intervención en la economía, la vigencia de la seguridad jurídica y la prioridad del ciudadano por sobre cualquier construcción política.
A la distancia, se encuentran en ambos limitaciones intrínsecas. En el primero, el desinterés por el crecimiento económico, en el segundo, el desinterés por alguna forma de equidad que motive políticas públicas de contenido social. Y en ambos es posible sentir la intransigencia frente a su rival, normalmente con descalificaciones apoyadas en invocaciones éticas (al estilo de “ladrones e inmorales” por un lado, o “cipayos y entreguistas” por el otro).
¿Puede lograr la Argentina encarrilar su rumbo reciclando la dialéctica de sus viejos paradigmas? Y la inversa, ¿es posible diseñar un conjunto de ideas superadoras, construyendo un paradigma adecuado a la nueva realidad del mundo interdependiente, las cadena productivas globales, la cosmopolitización instalada en la vida cotidiana, los problemas ambientales, la polarización social, la violencia impregnando todos los niveles, la inseguridad, los desequilibrios económicos, la sociedad de riesgo o los “imprevistos globales” acechando en tiempo real?
Los paradigmas se desarrollan alrededor de ejes conceptuales que surgen de los debates y las reflexiones sobre los problemas de los actores en los que se apoyan, los que analizan críticamente, imaginan sus posibles soluciones y diseñan el sistema de ideas o “ideología” destinado a “chocar” con sus rivales –previos, o contemporáneos-. Los sujetos históricos a los que responden –ambos- son los propios del mundo de los estados y economías nacionales, ideas con diferentes niveles de autarquía y políticas encerradas en el mundo de las “soberanías” invulnerables a cualquier condicionamiento externo.
La característica del mundo de hoy, sin embargo, es la cosmopolitización creciente e inexorable de la realidad. Las sociedades nacionales pierden sus bordes –si no geográficos, sí culturales, económicos, éticos y hasta políticos-. La impregnación cosmopolita crea entramados de influencias diversas con sus implicancias desconocidas para el mundo “cerrado” de los viejos paradigmas y mientras el trabajo sigue siendo centralmente local, aferrado al territorio, la economía es global y escapa al control de los Estados.
La simbiosis chino-norteamericana es un ejemplo de dequilibrios recíprocos tolerados, jugando en el escenario global y hasta estimulados, al margen de los antiguos proyectos nacionales, asentándose en un proceso de cambio que no es indemne a las viejas presiones nacionalistas, las que, sin embargo, son incompatibles con la dinámica de la nueva etapa de las fuerzas productivas globales y de los mercados abiertos, que, en cuanto asentadas en un desarrollo científico-técnico irreversible, también se transforman en indemnes a cualquier intento “político” de volver a encerrarlas en las fronteras geográficas de los Estados-Nación. La propia y potente idea de “nación”, alrededor de la cual se organizó el planeta en los últimos dos siglos, es erosionada y reconstruida en una clave nueva, no necesariamente unida a las formaciones políticas y económicas estatales.
Nuevos paradigmas están en elaboración, superando los estrechos marcos heredados de los antiguos sistemas de ideas. En su construcción, herramientas antes opuestas exploran formas de convivencia. “Mercado” y “Estado” se articulan, en lugar de enfrentarse, para potenciar el crecimiento. “Soberanía nacional” y “mundo cosmopolita” se imbrican en diseños normativos que buscan extender los derechos humanos por encima de los marcos cerrados y garantizarlos a todos, aún a pesar de la prevención excluyente de los Estados. “Patria” y “extranjeros” sufren una mixtura que diseña nuevos patriotismos y complejas identidades al calor de las culturas interactuando por los sistemas comunicacionales que envuelven el planeta y por las colectividades de migrantes vinculadas a sus países de origen y a las nuevas sociedades receptoras. “Burgueses” y “proletarios” se transforman en categorías deconstruidas en infinidad de formaciones económicas y productivas adecuadas a los nuevos tiempos, que incluyen tercerizaciones, auto-empresas, auto-empleos, sociedades familiares multinacionales, sociedades y empresas virtuales, fondos soberanos, fideicomisos de inversión, etc. etc.; mientras “economía nacional” y “resto del mundo” devienen en capítulos analíticos progresivamente impotentes para describir los límites de espacios económicos que se pretende separados, pero ya inasibles.
El mundo “nacional y popular” se agotó, tanto como el “modelo liberal”. Sólo falta darse cuenta. Cuando ello ocurra, herramientas de uno y de otro comenzarán a dialogar en la búsqueda de organizar el nuevo paradigma, en el que las viejas luchas serán recluidas en los libros de historia y la tarea de pensar el futuro –y el presente- se impondrá ante las crisis sucesivas, que son propias de la ya instalada sociedad de riesgo.
Los objetivos seguramente serán los que siempre han guiado a la política como actividad que pretende arrebatarle al destino, a la naturaleza o a las religiones el derecho de la voluntad humana de tener algunas riendas del futuro en sus manos: un mundo mejor, lo más justo posible, en el que los seres humanos podamos realizar nuestros proyectos de vida liberados del hambre, la inseguridad, la opresión política y las incertidumbres básicas.
Mientras tanto, los ecos de los viejos enfrentamientos se irán difumando, como telón de fondo, aunque se los vea convocando espasmódicamente a épicas pasadas que movilizan emotivos recuerdos. Ante ellos, generaciones jóvenes cada vez más indiferentes a aquellos combates, están preocupadas por la marcha tumultuosa e incierta del tiempo que les toca vivir. Y van madurando, quizás inconscientemente, las condiciones de surgimiento del paradigma del futuro.
Ricardo Lafferriere
sábado, 31 de octubre de 2009
Reforma Política: ¿se les puede creer?
Todavía recordamos las promesas de 1994. Para lo argentinos, se abría una modernización inédita en su normativa constitucional: los nuevos derechos sociales, la protección ambiental, la agilización de la justicia, el afianzamiento del federalismo, la racionalidad económico-social.... El precio no parecía tan grande: aceptar la posibilidad de una reelección para el presidente, que, además, tenía gran respaldo popular.
Y el radicalismo les creyó.
· Creyó que Menem y el peronismo “reducirían el presidencialismo extremo” con la creación del Jefe de Gabinete. Hoy tenemos mayor concentración de poder en el Ejecutivo de la que se tenga memoria.
· Creyó que el tercer senador permitiría una representación de las fuerzas de minoría en las provincias. La consecuencia fue que el peronismo dividiera ficticiamente sus fuerzas en varias provincias, para adueñarse de los tres senadores, que luego coincidían en el mismo bloque.
· Creyó que el Consejo de la Magistratura mejoraría el Poder Judicial. Y tenemos un Poder Judicial más temeroso que nunca del poder político, y una disminución de las defensas de los ciudadanos que en ocasiones llega a la literal ausencia de justicia.
· Creyó que la reforma obligaría a la búsqueda de consensos para políticas de estado. La consecuencia fue que las leyes más importantes se aprueban comprando voluntades, fomentando la borocotización, chantajeando gobernadores y canjeando canonjías. Las leyes se aprueban como las manda el Poder Ejecutivo, sin cambiar una coma y sin elaborar ningún consenso estratégico. O se destinan miles de millones de fondos públicos por cualquier ocurrencia, sin debate alguno ni búsqueda de consensos, por un tosco decisionismo autoritario.
· Creyó que se terminarían los Decretos de Necesidad y Urgencia. La consecuencia fue que, al contrario, se institucionalizaron y permiten una vía rápida para evitar el control parlamentario, con una “sanción ficta” que enfrenta la propia Constitución.
La Reforma Política es necesaria y fue bandera de todas las fuerzas. Pero...
¿Se les puede creer?
En el 2002 implantaron las elecciones abiertas y simultáneas, por iniciativa del presidente peronista Eduardo Duhalde. En el 2003, el propio presidente Duhalde las suspendió por decreto porque no resultaban convenientes a su partido.
En el 2005, se suspendieron nuevamente y en el 2007 directamente se derogaron, en ambos casos por iniciativa del presidente peronista Néstor Kirchner.
Ahora se impulsan nuevamente, por parte de la presidenta peronista Cristina Fernández, porque percibe que las necesitan para solucionar su conflicto partidario en forma favorable a la dinastía gobernante, aunque ello signifique destrozar el sistema político con la excusa de su mejoramiento. Como hicieron con la Constitución, cuyas normas más importantes incumplen sistemáticamente (como la no-sanción de la Ley de Coparticipación), o distorsionan (como la reglamentación del Consejo de la Magistratura y de los DNU).
Pretenden una “reforma política”. Pero no aceptan los puntos clave:
· Terminar con las listas sábanas. Pondría en peligro la construcción del poder clientelista.
· Implantar el voto electrónico o la boleta única. Pondría en peligro las diferentes formas de fraude del aparato clientelista.
· Prohibir toda clase de publicidad oficial desde que se convocan a elecciones. Les impediría utilizar el poder del Estado para incidir en la opinión pública.
Entonces ¿se les puede creer? Y más concretamente, ¿pueden creerles los radicales?
Para el viejo partido, las consecuencias de su apoyo a la reforma del 94 no fueron gratuitas. El radicalismo comenzó un declive de representatividad que lo acompañaría durante más de una década, y del que aún no ha salido: la sociedad lo percibió como cómplice en lo que realmente le importaba al oficialismo de entonces y que los argentinos percibían como lo que realmente estaba en disputa: el continuismo amañado de Menem. Y le perdió la confianza, en un sentimiento de recelo y crítica que aún subsiste en muchos simpatizantes radicales de toda la vida.
Con los antecedentes existentes, ¿cómo aventar el riesgo de volver a licuar la representatividad de la oposición desvinculándola nuevamente de los ciudadanos? ¿Se puede confiar en quienes no han dudado en cambiar mecanismos y plazos decisivos buscando el beneficio sectario, como el adelantamiento de las elecciones, las candidaturas falsas y la utilización del poder del Estado para incidir en la opinión pública? Con los ejemplos exhibidos en los seis años de la dinastía K ¿cabe la ingenuidad de suponer que la reforma busca mejorar el sistema institucional del país?
Que a esta ley la apoyen los socialistas, que viven en el limbo, o los retro-progresistas como Pino, Sabatella o Macaluse, socios ad-hoc de todos los dislates, no sorprendería ya a nadie.
Sin dudas quien más sufriría los efectos de la licuación de su incipiente recuperación de credibilidad política sería el viejo radicalismo, al que se le pide el apoyo para una reforma que lo acercaría al gobierno y lo alejaría de los partidos del arco democrático-republicano con los que guarda real afinidad en objetivos de reconstrucción democrática y con los que viene construyendo artesanalmente, con algunos mediante acuerdos electorales y con otros mediante el trabajo legislativo, un verdadero centro de poder alternativo.
Pero fundamentalmente lo alejaría de los ciudadanos, por ser el partido del que los argentinos esperan –como natural contrapeso de la hegemonía peronista- la capacidad de interpretar por donde pasa el frente del poder, una firme defensa de los derechos de las personas y de la integridad democrática y la habilidad política necesaria para construir la sucesión a estos años de pesadilla.
Ricardo Lafferriere
Y el radicalismo les creyó.
· Creyó que Menem y el peronismo “reducirían el presidencialismo extremo” con la creación del Jefe de Gabinete. Hoy tenemos mayor concentración de poder en el Ejecutivo de la que se tenga memoria.
· Creyó que el tercer senador permitiría una representación de las fuerzas de minoría en las provincias. La consecuencia fue que el peronismo dividiera ficticiamente sus fuerzas en varias provincias, para adueñarse de los tres senadores, que luego coincidían en el mismo bloque.
· Creyó que el Consejo de la Magistratura mejoraría el Poder Judicial. Y tenemos un Poder Judicial más temeroso que nunca del poder político, y una disminución de las defensas de los ciudadanos que en ocasiones llega a la literal ausencia de justicia.
· Creyó que la reforma obligaría a la búsqueda de consensos para políticas de estado. La consecuencia fue que las leyes más importantes se aprueban comprando voluntades, fomentando la borocotización, chantajeando gobernadores y canjeando canonjías. Las leyes se aprueban como las manda el Poder Ejecutivo, sin cambiar una coma y sin elaborar ningún consenso estratégico. O se destinan miles de millones de fondos públicos por cualquier ocurrencia, sin debate alguno ni búsqueda de consensos, por un tosco decisionismo autoritario.
· Creyó que se terminarían los Decretos de Necesidad y Urgencia. La consecuencia fue que, al contrario, se institucionalizaron y permiten una vía rápida para evitar el control parlamentario, con una “sanción ficta” que enfrenta la propia Constitución.
La Reforma Política es necesaria y fue bandera de todas las fuerzas. Pero...
¿Se les puede creer?
En el 2002 implantaron las elecciones abiertas y simultáneas, por iniciativa del presidente peronista Eduardo Duhalde. En el 2003, el propio presidente Duhalde las suspendió por decreto porque no resultaban convenientes a su partido.
En el 2005, se suspendieron nuevamente y en el 2007 directamente se derogaron, en ambos casos por iniciativa del presidente peronista Néstor Kirchner.
Ahora se impulsan nuevamente, por parte de la presidenta peronista Cristina Fernández, porque percibe que las necesitan para solucionar su conflicto partidario en forma favorable a la dinastía gobernante, aunque ello signifique destrozar el sistema político con la excusa de su mejoramiento. Como hicieron con la Constitución, cuyas normas más importantes incumplen sistemáticamente (como la no-sanción de la Ley de Coparticipación), o distorsionan (como la reglamentación del Consejo de la Magistratura y de los DNU).
Pretenden una “reforma política”. Pero no aceptan los puntos clave:
· Terminar con las listas sábanas. Pondría en peligro la construcción del poder clientelista.
· Implantar el voto electrónico o la boleta única. Pondría en peligro las diferentes formas de fraude del aparato clientelista.
· Prohibir toda clase de publicidad oficial desde que se convocan a elecciones. Les impediría utilizar el poder del Estado para incidir en la opinión pública.
Entonces ¿se les puede creer? Y más concretamente, ¿pueden creerles los radicales?
Para el viejo partido, las consecuencias de su apoyo a la reforma del 94 no fueron gratuitas. El radicalismo comenzó un declive de representatividad que lo acompañaría durante más de una década, y del que aún no ha salido: la sociedad lo percibió como cómplice en lo que realmente le importaba al oficialismo de entonces y que los argentinos percibían como lo que realmente estaba en disputa: el continuismo amañado de Menem. Y le perdió la confianza, en un sentimiento de recelo y crítica que aún subsiste en muchos simpatizantes radicales de toda la vida.
Con los antecedentes existentes, ¿cómo aventar el riesgo de volver a licuar la representatividad de la oposición desvinculándola nuevamente de los ciudadanos? ¿Se puede confiar en quienes no han dudado en cambiar mecanismos y plazos decisivos buscando el beneficio sectario, como el adelantamiento de las elecciones, las candidaturas falsas y la utilización del poder del Estado para incidir en la opinión pública? Con los ejemplos exhibidos en los seis años de la dinastía K ¿cabe la ingenuidad de suponer que la reforma busca mejorar el sistema institucional del país?
Que a esta ley la apoyen los socialistas, que viven en el limbo, o los retro-progresistas como Pino, Sabatella o Macaluse, socios ad-hoc de todos los dislates, no sorprendería ya a nadie.
Sin dudas quien más sufriría los efectos de la licuación de su incipiente recuperación de credibilidad política sería el viejo radicalismo, al que se le pide el apoyo para una reforma que lo acercaría al gobierno y lo alejaría de los partidos del arco democrático-republicano con los que guarda real afinidad en objetivos de reconstrucción democrática y con los que viene construyendo artesanalmente, con algunos mediante acuerdos electorales y con otros mediante el trabajo legislativo, un verdadero centro de poder alternativo.
Pero fundamentalmente lo alejaría de los ciudadanos, por ser el partido del que los argentinos esperan –como natural contrapeso de la hegemonía peronista- la capacidad de interpretar por donde pasa el frente del poder, una firme defensa de los derechos de las personas y de la integridad democrática y la habilidad política necesaria para construir la sucesión a estos años de pesadilla.
Ricardo Lafferriere
domingo, 25 de octubre de 2009
Acción social y populismo
Cerca de diez millones de pesos al mes es lo que recibe del gobierno nacional, según el presidente del Comité Nacional de la UCR, Gerardo Morales, el grupo “Tupac Amaru”, para desarrollar sus actividades de “Estado paralelo” en la provincia de Jujuy. La investigación periodistica, por su parte, estima los fondos públicos recibidos por esta organización en alrededor de Doscientos millones de pesos anuales. Con esa cantidad ha construido viviendas, instalado unidades productivas, sostenido gastos sociales y hasta articulado un sistema de seguridad propio que contaría con armas. A fuer de ser honestos, han sido bastante más eficientes que los burócratas corruptos de Aerolíneas, que pierden esa suma cada mes para financiar viajes semivacíos al Calafate y llevar amigos a los partidos de la Selección.
¿Está mal que los pobres reciban dinero público? La pregunta viene a cuento de las explicaciones que, según algunos periodistas oficialistas, han vertido voceros oficiales acerca de esta asignación: “La plata que les damos viene toda en obras, no se queda nada en el camino”. Curiosa confesión que, por exclusión, reconoce que las estructuras del Estado son impotentes en el control de la corrupción en cadena, crecida durante los años “K” a niveles orgiásticos.
Pero ocurre que nadie en su sano juicio, frente al nivel de pobreza que el kirchnerismo ha instalado en la Argentina, puede oponerse a políticas sociales que puedan paliar la miseria. La pregunta, en todo caso, esquiva el tema principal: ¿reconoce el gobierno que es incapaz de llevar adelante políticas públicas en el marco democrático-republicano? ¿es inexorable condenar a los compatriotas de menores recursos a caer en el clientelismo de líderazgos mafiosos o cuasimafiosos como contrapartida de un alivio a su pobreza? ¿está ya el gobierno kirchnerista, oficialmente, resignando su capacidad de gobernar en democracia?
La democracia tiene un piso de formalidad imprescindible para garantizar los derechos de todos, pobres y ricos: se llama estado de derecho. No se ha inventado hasta ahora un sistema más eficiente para lograr el desarrollo económico en una sociedad moderna o que pretenda serlo que la vigencia de leyes aprobados por la mayoría de los ciudadanos a través de los parlamentos. Por el contrario, los sistemas que pretenden ejercer el “puro poder” con fines sedicentemente justicieros pero obviando la ley han terminado, sin excepción alguna, en dictaduras de partido, tiranuelos enriquecidos con cuentas en el exterior, fundamentalismos étnicos o religiosos negadores de los derechos humanos, o incitaciones a la violencia social que abre el camino a ríos de sangre y poblaciones empobrecidas con economías estancadas.
¿Cómo oponerse a que organizaciones no gubernamentales coincidan con el Estado en la obtención de objetivos de innegable justicia, como generación de trabajo, construcción de viviendas o seguridad? El dislate surje cuando esas organizaciones pretenden reemplazar la soberanía popular, a las decisiones de las mayorías, entorpeciendo el mecanismo de relojería en que consiste el ordenamiento politico, destinado a garantizar no sólo a los que tienen fuerza y armas, sino a todos los ciudadanos, -sean débiles y viejitos, estén enfermos, anden en silla de ruedas o no puedan salir de su casa- la igualdad esencial que como personas tienen de participar en las deciciones generales. O cuando ejercitando la intolerancia propia de los años de plomo pretenden silenciar las voces con las que no coinciden, destrozar ámbitos diferentes, tomar comisarías, saquear legislaturas, invadir oficinas públicas, hacer justicia por mano propia o liberar personas sometidas a proceso. Eso no es “acción social” sino “acción directa” político-militar, y es el germen del regreso a tiempos de triste memoria.
La democracia no puede olvidar a los empobrecidos jujeños a los que ayuda Milagro Sala y su corte. El gobierno tiene una triple culpa de los hechos violentos que ella y su organización protagonizan: la primera, por ignorar en su agenda en forma inmoral a los argentinos sin recursos; la segunda, por tratar de liberarse de esa culpa volcando su apoyo a grupos irregulares con los que erosiona la convivencia y hace retroceder a la democracia a tiempos previos a la propia organización institucional del país, y la tercera por tratar de construir un poder fáctico sobre la base del clientelismo, que aunque traiga a esos compatriotas empobrecidos un mejoramiento de su nivel de vida directo, lo hace a cambio de sumergirlos en la humillación de su subordinación política y la pérdida de su condición de hombres libres en condiciones de optar por caminos diferentes o definiciones distintas de las indicadas por la “organización”.
Nuestro entorno regional más próspero avanza en su política, su economía, su equidad social, su prestigio internacional. Brasil está en el umbral de ingresar en la máxima gobernabilidad global y su presidente exhibe el 80 % de respaldo de su pueblo. Chile está completando el proceso de transición con la Concertación y la presidenta Bachelet muestra similar apoyo. El Uruguay ha votado en el marco de un proceso de convivencia ejemplar, con su presidente invitando a sus predecesores –rivales- a la inauguración de las obras públicas durante el proceso electoral, para que no se vea en ellas una publicidad espúria: Vázquez se va también con el 80 % de imagen positiva.
En la Argentina, el kirchnerismo nos lleva, luego de conseguir el deterioro de la economía y de la calidad institucional más grandes desde la recuperación democrática, a poner en el debate los temas más primitivos y arcaicos de una sociedad civilizada. La presidenta, en uno de los récords mundiales como los que a ella le gustan, es la jefa de gobierno menos respaldada en todo el continente –menos del 20 % de opiniones positivas, casi 10 puntos menos que el denostado George Busch al terminar su mandato- y su consorte –que personifica el poder perverso en las sombras- es el político más devaluado en las muestras de opinión en el país.
Lo que evidencia que lo que anda mal en la Argentina no es precisamente el pueblo. ¿Cómo pensar que grupos como Tupac Amaru y liderazgos marginales como el de Milagro Sala no vendrían a ocupar el espacio que los Kirchner, por incapacidad de gestión y su insistencia en reiterar ridículos, han hecho desaparecer de la agenda de gobierno?
Ricardo Lafferriere
¿Está mal que los pobres reciban dinero público? La pregunta viene a cuento de las explicaciones que, según algunos periodistas oficialistas, han vertido voceros oficiales acerca de esta asignación: “La plata que les damos viene toda en obras, no se queda nada en el camino”. Curiosa confesión que, por exclusión, reconoce que las estructuras del Estado son impotentes en el control de la corrupción en cadena, crecida durante los años “K” a niveles orgiásticos.
Pero ocurre que nadie en su sano juicio, frente al nivel de pobreza que el kirchnerismo ha instalado en la Argentina, puede oponerse a políticas sociales que puedan paliar la miseria. La pregunta, en todo caso, esquiva el tema principal: ¿reconoce el gobierno que es incapaz de llevar adelante políticas públicas en el marco democrático-republicano? ¿es inexorable condenar a los compatriotas de menores recursos a caer en el clientelismo de líderazgos mafiosos o cuasimafiosos como contrapartida de un alivio a su pobreza? ¿está ya el gobierno kirchnerista, oficialmente, resignando su capacidad de gobernar en democracia?
La democracia tiene un piso de formalidad imprescindible para garantizar los derechos de todos, pobres y ricos: se llama estado de derecho. No se ha inventado hasta ahora un sistema más eficiente para lograr el desarrollo económico en una sociedad moderna o que pretenda serlo que la vigencia de leyes aprobados por la mayoría de los ciudadanos a través de los parlamentos. Por el contrario, los sistemas que pretenden ejercer el “puro poder” con fines sedicentemente justicieros pero obviando la ley han terminado, sin excepción alguna, en dictaduras de partido, tiranuelos enriquecidos con cuentas en el exterior, fundamentalismos étnicos o religiosos negadores de los derechos humanos, o incitaciones a la violencia social que abre el camino a ríos de sangre y poblaciones empobrecidas con economías estancadas.
¿Cómo oponerse a que organizaciones no gubernamentales coincidan con el Estado en la obtención de objetivos de innegable justicia, como generación de trabajo, construcción de viviendas o seguridad? El dislate surje cuando esas organizaciones pretenden reemplazar la soberanía popular, a las decisiones de las mayorías, entorpeciendo el mecanismo de relojería en que consiste el ordenamiento politico, destinado a garantizar no sólo a los que tienen fuerza y armas, sino a todos los ciudadanos, -sean débiles y viejitos, estén enfermos, anden en silla de ruedas o no puedan salir de su casa- la igualdad esencial que como personas tienen de participar en las deciciones generales. O cuando ejercitando la intolerancia propia de los años de plomo pretenden silenciar las voces con las que no coinciden, destrozar ámbitos diferentes, tomar comisarías, saquear legislaturas, invadir oficinas públicas, hacer justicia por mano propia o liberar personas sometidas a proceso. Eso no es “acción social” sino “acción directa” político-militar, y es el germen del regreso a tiempos de triste memoria.
La democracia no puede olvidar a los empobrecidos jujeños a los que ayuda Milagro Sala y su corte. El gobierno tiene una triple culpa de los hechos violentos que ella y su organización protagonizan: la primera, por ignorar en su agenda en forma inmoral a los argentinos sin recursos; la segunda, por tratar de liberarse de esa culpa volcando su apoyo a grupos irregulares con los que erosiona la convivencia y hace retroceder a la democracia a tiempos previos a la propia organización institucional del país, y la tercera por tratar de construir un poder fáctico sobre la base del clientelismo, que aunque traiga a esos compatriotas empobrecidos un mejoramiento de su nivel de vida directo, lo hace a cambio de sumergirlos en la humillación de su subordinación política y la pérdida de su condición de hombres libres en condiciones de optar por caminos diferentes o definiciones distintas de las indicadas por la “organización”.
Nuestro entorno regional más próspero avanza en su política, su economía, su equidad social, su prestigio internacional. Brasil está en el umbral de ingresar en la máxima gobernabilidad global y su presidente exhibe el 80 % de respaldo de su pueblo. Chile está completando el proceso de transición con la Concertación y la presidenta Bachelet muestra similar apoyo. El Uruguay ha votado en el marco de un proceso de convivencia ejemplar, con su presidente invitando a sus predecesores –rivales- a la inauguración de las obras públicas durante el proceso electoral, para que no se vea en ellas una publicidad espúria: Vázquez se va también con el 80 % de imagen positiva.
En la Argentina, el kirchnerismo nos lleva, luego de conseguir el deterioro de la economía y de la calidad institucional más grandes desde la recuperación democrática, a poner en el debate los temas más primitivos y arcaicos de una sociedad civilizada. La presidenta, en uno de los récords mundiales como los que a ella le gustan, es la jefa de gobierno menos respaldada en todo el continente –menos del 20 % de opiniones positivas, casi 10 puntos menos que el denostado George Busch al terminar su mandato- y su consorte –que personifica el poder perverso en las sombras- es el político más devaluado en las muestras de opinión en el país.
Lo que evidencia que lo que anda mal en la Argentina no es precisamente el pueblo. ¿Cómo pensar que grupos como Tupac Amaru y liderazgos marginales como el de Milagro Sala no vendrían a ocupar el espacio que los Kirchner, por incapacidad de gestión y su insistencia en reiterar ridículos, han hecho desaparecer de la agenda de gobierno?
Ricardo Lafferriere
domingo, 18 de octubre de 2009
Cristina, su “modelo” y sus ideas
“Hemos seguido un modelo propio y nos ha ido bien”, declaró la Sra. Presidenta en la India, mientras posaba para una fotografía turística con el Taj Mahal de fondo y destacaba la magia del país anfitrión, que “trajo suerte” y posibilitó la clasificación de la selección argentina de fútbol para el torneo mundial de Sudáfrica (¿?). Al regresar, imputó groseramente a la oposición que “no se le cae una idea” y que por eso “se dedica a agraviar”.
Defraudadores de la voluntad popular y de los fondos públicos, coimeros de las obras de infraestructura, chantajistas de gobernadores y legisladores, responsables del crecimiento de las redes de narcotráfico, lavado de dinero y valijas con fondos clandestinos, responsables del mayor deterioro social que hayan sufrido los argentinos en lo que va del siglo, apropiadores de fondos ajenos y otros –y “otras”- de similar calaña, escuchaban embelesados las ideas que “se le caían” a la oradora, invitada para el discurso central conmemorando el 17 de octubre.
La oposición, por su parte, estaba en esos momentos trabajando para difundir sus ideas, alejada de los medios, del turismo internacional pagado por los argentinos y de los escenarios del poder. Por supuesto, no estaba en el Teatro Argentino de La Plata, donde la banda que tiene a los argentinos secuestrados se reunió para cumplir el rito al que han vuelto, después de agraviar años atrás al “pejotismo” y a los “intendentes”.
La oposición estaba en el otro extremo del país, más precisamente en Jujuy. Allí, el presidente del principal partido opositor era silenciado por bandas irregulares al servicio y orden de la asociación ilícita reunida en el Teatro Argentino, con acciones violentas contra su persona y contra las instalaciones de la entidad organizadora de la conferencia, donde no habría “dedito levantado” sino análisis serio y meduloso de la situación irregular en la que se encuentra la democracia argentina y específicamente la gestión de sus cuentas públicas.
Apenas unos centímetros nos separan de la dictadura. Como lo hemos sostenido hace poco, a la dictadura puede llegarse de dos formas: por la ruptura abrupta de la legalidad, o por deterioro progresivo de la calidad democrática. En nuestro caso, cada día hay un retroceso que conspira contra la marcha iniciada en 1983. Pasamos de la democracia al populismo, de éste a la autocracia y estamos en la puerta de la ruptura final, preanunciada al sancionar la ley de medios.
A muchos argentinos les indigna la manipulación del discurso, con afirmaciones mendaces y tono amenazante, que fluyen desde un poder que ha olvidado los límites más elementales del decoro, la templanza y el sentido común. Quienes advierten y sufren estos hechos, sin embargo, suelen tener, ellos sí, las virtudes de las que carece la banda gobernante.
Sin embargo, lo más duro lo sufren otros compatriotas: los que deben comprar las papas por unidad, olvidarse de comer tomates, imaginar dónde conseguirá la presidenta el pan a $ 2,40 el kilo o resignarse a que le corten la luz y el gas, cuyas facturas resultan ya inalcanzables con o sin el aumento de De Vido.
Jubilados que deben pagar remedios cuyo costo supera el monto de su haber, maestros cuyos sueldos no alcanzan a la tercera parte de lo que recibe un camionero, médicos a los que las obras sociales que reparten remedios falsificados le abonan como arancel de consulta el equivalente a la mitad de una gaseosa, marginales que no desean caer en el delito pero que son forzados a dormir en los zaguanes y en las plazas, tapados por cartones viejos y frazadas agujereadas... en fin. El “modelo propio” que Cristina invocó frente a los indios, surgido de las “ideas” que se le caen, pero cuyos mérito los argentinos y principalmente los opositores –todos necios- no reconocen.
El abismo existente entre la percepción del poder y la realidad de los argentinos es cada vez más notable. Nadie se atrevería a predecir el final de este proceso. Sin embargo, lo que está cada vez más claro es que ese final parece inexorable. Y no pasará, sin dudas, por el reconocimiento de los supuestos éxitos del “modelo propio” de la banda kirchnerista. En todo caso, en ejercicio de la templanza para aquellos que no la hayan perdido, es de desear que no llegue al desenlace traumático que han tenido, en el mundo, pandillas similares.
Ricardo Lafferriere
Defraudadores de la voluntad popular y de los fondos públicos, coimeros de las obras de infraestructura, chantajistas de gobernadores y legisladores, responsables del crecimiento de las redes de narcotráfico, lavado de dinero y valijas con fondos clandestinos, responsables del mayor deterioro social que hayan sufrido los argentinos en lo que va del siglo, apropiadores de fondos ajenos y otros –y “otras”- de similar calaña, escuchaban embelesados las ideas que “se le caían” a la oradora, invitada para el discurso central conmemorando el 17 de octubre.
La oposición, por su parte, estaba en esos momentos trabajando para difundir sus ideas, alejada de los medios, del turismo internacional pagado por los argentinos y de los escenarios del poder. Por supuesto, no estaba en el Teatro Argentino de La Plata, donde la banda que tiene a los argentinos secuestrados se reunió para cumplir el rito al que han vuelto, después de agraviar años atrás al “pejotismo” y a los “intendentes”.
La oposición estaba en el otro extremo del país, más precisamente en Jujuy. Allí, el presidente del principal partido opositor era silenciado por bandas irregulares al servicio y orden de la asociación ilícita reunida en el Teatro Argentino, con acciones violentas contra su persona y contra las instalaciones de la entidad organizadora de la conferencia, donde no habría “dedito levantado” sino análisis serio y meduloso de la situación irregular en la que se encuentra la democracia argentina y específicamente la gestión de sus cuentas públicas.
Apenas unos centímetros nos separan de la dictadura. Como lo hemos sostenido hace poco, a la dictadura puede llegarse de dos formas: por la ruptura abrupta de la legalidad, o por deterioro progresivo de la calidad democrática. En nuestro caso, cada día hay un retroceso que conspira contra la marcha iniciada en 1983. Pasamos de la democracia al populismo, de éste a la autocracia y estamos en la puerta de la ruptura final, preanunciada al sancionar la ley de medios.
A muchos argentinos les indigna la manipulación del discurso, con afirmaciones mendaces y tono amenazante, que fluyen desde un poder que ha olvidado los límites más elementales del decoro, la templanza y el sentido común. Quienes advierten y sufren estos hechos, sin embargo, suelen tener, ellos sí, las virtudes de las que carece la banda gobernante.
Sin embargo, lo más duro lo sufren otros compatriotas: los que deben comprar las papas por unidad, olvidarse de comer tomates, imaginar dónde conseguirá la presidenta el pan a $ 2,40 el kilo o resignarse a que le corten la luz y el gas, cuyas facturas resultan ya inalcanzables con o sin el aumento de De Vido.
Jubilados que deben pagar remedios cuyo costo supera el monto de su haber, maestros cuyos sueldos no alcanzan a la tercera parte de lo que recibe un camionero, médicos a los que las obras sociales que reparten remedios falsificados le abonan como arancel de consulta el equivalente a la mitad de una gaseosa, marginales que no desean caer en el delito pero que son forzados a dormir en los zaguanes y en las plazas, tapados por cartones viejos y frazadas agujereadas... en fin. El “modelo propio” que Cristina invocó frente a los indios, surgido de las “ideas” que se le caen, pero cuyos mérito los argentinos y principalmente los opositores –todos necios- no reconocen.
El abismo existente entre la percepción del poder y la realidad de los argentinos es cada vez más notable. Nadie se atrevería a predecir el final de este proceso. Sin embargo, lo que está cada vez más claro es que ese final parece inexorable. Y no pasará, sin dudas, por el reconocimiento de los supuestos éxitos del “modelo propio” de la banda kirchnerista. En todo caso, en ejercicio de la templanza para aquellos que no la hayan perdido, es de desear que no llegue al desenlace traumático que han tenido, en el mundo, pandillas similares.
Ricardo Lafferriere
jueves, 15 de octubre de 2009
Democracia, populismo, autocracia, dictadura
Es tenue la línea que va dividiendo los conceptos, tanto como el deslizamiento de la institucionalidad hacia su descomposición definitiva.
De la democracia al populismo el traslado es facil, aunque no el regreso. Tan sólo basta con renunciar a la construcción de ciudadanía para reemplazarla por la vacía invocación “igualitaria” –que, por supuesto, se muestra como bandera de combate para ilusionar a los clientelizados, aunque jamás alcanzará a quienes clientelizan, que poseen normalmente billeteras, alhajeros y cuentas bancarias alejadas de los problemas de la línea de pobreza-.
Siempre se seguirá invocando la ley de las mayorías, como si ésta fuera la única exigible para configurar la democracia. Olvidan que no fue sólo Tocqueville el que alertaba sobre la “dictadura de las mayorías”, sino el propio Aristóteles, cuando fulminaba la “demagogia” –tradicional conceptualización del populismo- como “la forma corrupta y degenerada de la democracia”. El populismo es la democracia sin virtudes, sin ciudadanos, sin compromiso por los derechos ajenos, sin respeto a los seres humanos concretos -su convivencia en paz, su seguridad y su bienestar- como última justificación del poder-. Como deformación de un sistema “puro” es éticamente inferior incluso a la aristocracia y a la propia monarquía.
Del populismo o la demagogia a la autocracia hay apenas unos pasos, también tenues. El populismo es incompatible con formas orgánicas bidireccionales de participación ciudadana. Es vertical, sus líneas de fuerza confluyen en una camarilla y ésta está subordinada a una persona en cuyos criterios y bajo cuyas directivas se alinean todos, utilizando el poder del Estado para beneficio particular con especial despreocupación por el bien del conjunto social. La autocracia no se siente limitada por la ley –que en una democracia, alcanza a todos-. No tolera que el estado de derecho establezca límites a su poder porque se imagina superior a todos y a cada uno. No acepta dar explicaciones sobre sus decisiones, porque considera al poder como una propiedad particular que le pertenece. Y por eso mismo le parece natural utilizar el poder para su enriquecimiento, el que juzga natural y justificado en razón de considerarse su –natural- titular.
Y de allí a la dictadura hay también muy poca distancia. No es sencillo fijar esa línea divisoria, pero está claro que existe. Cuando la autocracia ejerce el poder desconociendo la única norma que le permitía un lejano nexo con la democracia, que es la ley de la voluntad de la mayoría, la dictadura está en la puerta. En el camino está la pérdida de legitimidad, que es obrar enfrentando abiertamente la opinión pública. Y no obsta a ello que existan “formas” institucionales subsistentes por inercia: existieron en la Roma de los Césares, existieron en el estalinismo y aún en los propios fascismos europeos y dictaduras latinoamericanas de mediados del siglo XX. Y existen hoy en dictaduras de partido único que mantienen mecanismos “institucionales” con los que cubren la ficción de la representación popular, pero que no bastan para que la conciencia universal, la convicción de sus propios ciudadanos y la ciencia política dejen de calificar de “dictadura”.
Las dictaduras llegan de dos formas: como consecuencia de rupturas institucionales abruptas, o como consecuencia de deterioros institucionales progresivos, incluso sutiles. En sus tiempos iniciales suelen contar con el beneplácito de muchos ciudadanos, curiosamente sin que importe tanto su conformación ideológica. Con independencia de su forma de llegada, sus características son similares: pasado algún tiempo niegan a las mayorías populares, diseñan excusas formales o simbolismos abstractos (ideológicos, nacionalistas, clasistas, religiosos, étnicos) para violar la ley y perpetuarse en el poder a cualquier precio, acallan las voces divergentes, no se sujetan al plexo normativo constitucional y van generando una tensión social que suele desembocar en crisis violentas –que no son su exclusividad, aunque rara vez terminan sin hechos de esa naturaleza, cuando la tolerancia social supera el límite de la dignidad, de la pobreza o del hartazgo-.
No es democrática una sociedad sin prensa libre, sin funcionamiento institucional limpio, con funcionarios que amenazan con violencia a quienes no se alinean con el gobierno, sin justicia independiente, sin respetar la voz de las mayorías expresadas limpiamente en el comicio.
No es democrática una sociedad que amplía a límites repugnantes la polarización social, con compatriotas que viven en las calles en la pobreza más miserable mientras sus autoridades acumulan riqueza injustificada y dilapidan con cinismo los escasos recursos públicos, con un nepotismo que repugna la conciencia republicana.
No es democrática una sociedad que se desinteresa de la seguridad de sus integrantes, que somete el futuro de sus jóvenes a redes mafiosas de narcotraficantes vinculados al poder y mata a sus ancianos con remedios falsificados con la anuencia y el beneplácito del propio poder, cuya instauración ha financiado con dinero rojo sangre.
No es democrática una institucionalidad que apaña jueces corruptos porque son amigos del gobierno y persigue jueces imparciales porque investigan delitos de los personeros.
Democracia, populismo, autoritarismo, dictadura.
En ese tenue pero inexorable deslizamiento va cayendo nuestra convivencia de manera persistente desde hace varios años. La oscilación menor entre el populismo y el autoritarismo que se instaló en los últimos tiempos puede haber confundido a algunos. Ahora, sin embargo, el peligro es mayor. Estamos en la línea –cada vez más perceptible- de la última frontera. Cruzada ésta, estaremos ya en tiempos oscuros.
Ricardo Lafferriere, 10/10/2009.
cuyos cuyos
De la democracia al populismo el traslado es facil, aunque no el regreso. Tan sólo basta con renunciar a la construcción de ciudadanía para reemplazarla por la vacía invocación “igualitaria” –que, por supuesto, se muestra como bandera de combate para ilusionar a los clientelizados, aunque jamás alcanzará a quienes clientelizan, que poseen normalmente billeteras, alhajeros y cuentas bancarias alejadas de los problemas de la línea de pobreza-.
Siempre se seguirá invocando la ley de las mayorías, como si ésta fuera la única exigible para configurar la democracia. Olvidan que no fue sólo Tocqueville el que alertaba sobre la “dictadura de las mayorías”, sino el propio Aristóteles, cuando fulminaba la “demagogia” –tradicional conceptualización del populismo- como “la forma corrupta y degenerada de la democracia”. El populismo es la democracia sin virtudes, sin ciudadanos, sin compromiso por los derechos ajenos, sin respeto a los seres humanos concretos -su convivencia en paz, su seguridad y su bienestar- como última justificación del poder-. Como deformación de un sistema “puro” es éticamente inferior incluso a la aristocracia y a la propia monarquía.
Del populismo o la demagogia a la autocracia hay apenas unos pasos, también tenues. El populismo es incompatible con formas orgánicas bidireccionales de participación ciudadana. Es vertical, sus líneas de fuerza confluyen en una camarilla y ésta está subordinada a una persona en cuyos criterios y bajo cuyas directivas se alinean todos, utilizando el poder del Estado para beneficio particular con especial despreocupación por el bien del conjunto social. La autocracia no se siente limitada por la ley –que en una democracia, alcanza a todos-. No tolera que el estado de derecho establezca límites a su poder porque se imagina superior a todos y a cada uno. No acepta dar explicaciones sobre sus decisiones, porque considera al poder como una propiedad particular que le pertenece. Y por eso mismo le parece natural utilizar el poder para su enriquecimiento, el que juzga natural y justificado en razón de considerarse su –natural- titular.
Y de allí a la dictadura hay también muy poca distancia. No es sencillo fijar esa línea divisoria, pero está claro que existe. Cuando la autocracia ejerce el poder desconociendo la única norma que le permitía un lejano nexo con la democracia, que es la ley de la voluntad de la mayoría, la dictadura está en la puerta. En el camino está la pérdida de legitimidad, que es obrar enfrentando abiertamente la opinión pública. Y no obsta a ello que existan “formas” institucionales subsistentes por inercia: existieron en la Roma de los Césares, existieron en el estalinismo y aún en los propios fascismos europeos y dictaduras latinoamericanas de mediados del siglo XX. Y existen hoy en dictaduras de partido único que mantienen mecanismos “institucionales” con los que cubren la ficción de la representación popular, pero que no bastan para que la conciencia universal, la convicción de sus propios ciudadanos y la ciencia política dejen de calificar de “dictadura”.
Las dictaduras llegan de dos formas: como consecuencia de rupturas institucionales abruptas, o como consecuencia de deterioros institucionales progresivos, incluso sutiles. En sus tiempos iniciales suelen contar con el beneplácito de muchos ciudadanos, curiosamente sin que importe tanto su conformación ideológica. Con independencia de su forma de llegada, sus características son similares: pasado algún tiempo niegan a las mayorías populares, diseñan excusas formales o simbolismos abstractos (ideológicos, nacionalistas, clasistas, religiosos, étnicos) para violar la ley y perpetuarse en el poder a cualquier precio, acallan las voces divergentes, no se sujetan al plexo normativo constitucional y van generando una tensión social que suele desembocar en crisis violentas –que no son su exclusividad, aunque rara vez terminan sin hechos de esa naturaleza, cuando la tolerancia social supera el límite de la dignidad, de la pobreza o del hartazgo-.
No es democrática una sociedad sin prensa libre, sin funcionamiento institucional limpio, con funcionarios que amenazan con violencia a quienes no se alinean con el gobierno, sin justicia independiente, sin respetar la voz de las mayorías expresadas limpiamente en el comicio.
No es democrática una sociedad que amplía a límites repugnantes la polarización social, con compatriotas que viven en las calles en la pobreza más miserable mientras sus autoridades acumulan riqueza injustificada y dilapidan con cinismo los escasos recursos públicos, con un nepotismo que repugna la conciencia republicana.
No es democrática una sociedad que se desinteresa de la seguridad de sus integrantes, que somete el futuro de sus jóvenes a redes mafiosas de narcotraficantes vinculados al poder y mata a sus ancianos con remedios falsificados con la anuencia y el beneplácito del propio poder, cuya instauración ha financiado con dinero rojo sangre.
No es democrática una institucionalidad que apaña jueces corruptos porque son amigos del gobierno y persigue jueces imparciales porque investigan delitos de los personeros.
Democracia, populismo, autoritarismo, dictadura.
En ese tenue pero inexorable deslizamiento va cayendo nuestra convivencia de manera persistente desde hace varios años. La oscilación menor entre el populismo y el autoritarismo que se instaló en los últimos tiempos puede haber confundido a algunos. Ahora, sin embargo, el peligro es mayor. Estamos en la línea –cada vez más perceptible- de la última frontera. Cruzada ésta, estaremos ya en tiempos oscuros.
Ricardo Lafferriere, 10/10/2009.
cuyos cuyos
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