domingo, 22 de noviembre de 2009

K y las clases medias

En el 2011, la mayoría de la clase media argentina apoyaría a Kirchner... si el gobierno tomara las medidas correctas.
Esta afirmación surge de la entevista realizada días atrás por la revista oficialista “Debate” a la directora de la encuestadora, también oficialista, “Ibarómetro”. Implica una noticia tranquilizadora para un gobierno cuyo apoyo popular no alcanza a la quinta parte de la población –menos de veinte argentinos, de cada cien, tienen buen concepto del matrimonio gobernante-.
Sin embargo, la felicidad para el oficialismo no es total, porque resulta que para la entrevistada, “la clase media es mayoritariamente, volátil, infiel, egoísta y no tiene memoria.”, lo que –se supone- no la ayudará a volcarse a favor de un gobierno tan definido por los intereses populares, por los pobres, y por los necesitados.
En consecuencia, ante esta característica, y aunque la clase media, sociológicamente, abarca para la entrevistada entre el 65 y el 70 % de la población, lo previsible es que el gobierno siga volcando sus esfuerzos en las clases populares.
Del análisis se desprende que el kirchnerismo estaría resignado a no disputar su continuación en el poder, al menos por las vías legales –ya que no es posible ganar una elección renunciando a seducir al 70 % de la población...-. Pero lo más curioso es el convencimiento de que hoy están gobernando para los pobres.
¿De veras éso es lo que creen que han estado haciendo hasta ahora?
No tiene caso repetir una vez más los dramáticos datos de la pobreza, la criminalidad, la exclusión social, la caída educativa, la crisis sanitaria, la desocupación, el estancamiento económico, el estado del transporte público y el nivel –o directamente inexistencia- de los servicios públicos que golpean a las clases populares. En todo caso, vale marcar desde otra perspectiva, que pocas veces en la historia nacional un gobierno ha mostrado un desinterés tan grande por la situación social de los compatriotas de menores recusos.
La Argentina mantiene su fragil equilibrio por el esfuerzo sobrehumano de entidades como Cáritas, Red Solidaria, la Fundación Banco de Alimentos, la sensibilización producida por la exposición de la pobreza aún en programas frívolos de la TV, e infinidad de iniciativas de compatriotas de todos los sectores sociales que se esfuerzan en mantener comedores comunitarios, cooperadoras de escuelas y hospitales olvidadas por el poder, iniciativas de defensa del ambiente, y muchas otras que marcan el escenario complejo –y magnífico- de la Argentina que realmente sentimos y por la que nos emocionamos. La mayoría de ellos son, justamente, motorizados por personas de todo el abanico de clases medias, desde acomodados residentes del Barrio Norte hasta piqueteros o ex piqueteros –como Toti Flores- que resisten la pobreza con iniciativas productivas, o de los propios cartoneros, que deambulan por las calles porteñas peleando la vida con un trabajo que, aunque se encuentre en el último umbral de ingresos legales, les permite seguir vivos conservando una llamita de esperanza, autonomía, dignidad y confianza en el propio esfuerzo, valores básicos de las clases medias argentinas.
Las clases medias son la llave para el gran salto adelante que la Argentina protagonizará en los próximos años, cuando se saque de encima la pesadilla K. Esta afirmación no es voluntarista, sino que refleja lo que se ve hoy en el mundo. La característica central de la nueva etapa económica tiene en la iniciativa de las clases medias, y específicamente en las clases medias emprendedoras, el motor fundamental. Chacareros, comerciantes, pequeños y medianos productores y empresarios, investigadores, emprendedores, profesionales, técnicos, docentes, son los protagonistas del nuevo “mundo global”, entrelazados con la dinámica compleja que supera los viejos moldes ideológicos o nacionales en la búsqueda de una ética de solidaridad universal, para la que los clichés de otros tiempos resultan sólo grotescos testimonios de las décadas perdidas.
Y justamente este reverdecer de las clases medias abrirá el camino para superar la pobreza, así como su ahogo la profundiza. Comercios que cierran son empleados expulsados a la marginalidad. Presupuestos familiares que se achican son menores servicios contratados –desde plomeros o electricistas hasta domésticas o parques-. Pequeñas empresas que se ahogan son menos trabajadores, que son empujados al desempleo. Chacareros que no siembran porque les expropiaron la rentabilidad son menos trabajadores rurales contratados, menos PYMES de servicios requeridos, menos transporte de cosecha, menos intermediarios, menos actividad. Clases medias ahogadas equivale a más pobres más sumergidos. No hay necesidad de una licenciatura para darse cuenta.
¿Pueden los K cambiar su “estilo”, volverse democráticos, entender la importancia que tiene para las clases medias su autonomía, su dignidad, su necesidad de sentirse dueñas de su destino, su celosa defensa de su libertad de criterio y pensamiento, su apertura al mundo, su solidaridad voluntaria, su exigencia de relaciones horizontales de poder, sin gritos, soberbia, mandonaje o autoritarismo?
Todo puede ser. El futuro es opaco. Sólo podemos intuir lo que pasará arriesgando proyecciones de lo que pasa y de lo que pasó. Y desde esa perspectiva, parece altamente improbable. El kirchnerismo tompe todos los días algún nuevo puente con los valores de las clases medias: Expropia los ingresos agropecuarios. Confisca los ahorros previsionales. Se desentiende de la pobreza extrema. Ignora la educación pública. Limita la libertad de prensa. Se abalanza con angurria sobre los fondos públicos. Dilapida alegremente los ahorros de los jubilados. Extorsiona a gobernadores e intendentes. Agrede a las fuerzas opositoras. Inunda las calles con bandas violentas. Desata campañas sucias de inteligencia contra opositores. Se asocia con los gobiernos menos democráticos de la región. O sea, hace exactamente lo contrario de lo que haría un representante de las clases medias, en un grado tan grotesco que hasta las cosas positivas de su gestión quedan eclipsadas por la montaña.
La Argentina que viene deberá marchar por otro rumbo: gestando consensos estratégicos, cambiando los gritos por el diálogo, vinculando nuestra economía con el mundo, construyendo un piso de ciudadanía y dignidad, ampliando la autonomía ciudadana. El verbo que viene será “liberar”. Liberar a nuestros compatriotas de las ataduras del clientelismo, avanzando hacia la construcción de un verdadero piso de ciudadanía que garantice las necesidades básicas de alimentación, educación, salud y vivienda para todos. Liberar la producción de la asfixiante presión de funcionarios autoritarios, que ahoga la capacidad de trabajo de nuestros productores, trabajadores y empresarios. Liberar a las provincias y municipios del chantaje de los fondos federales que no llegan si no hay subordinación a la pareja gobernante. Liberar a la Argentina de las redes de narcotraficantes y delincuentes enseñoreados en el país sembrando de sangre y violencia la vida cotidiana.
Serán las clases medias –las que hicieron la Revolución de Mayo, las que redactaron la Constitución, las que lucharon por el sufragio libre, las que sostienen iniciativas solidarias, las que desarrollaron en el país la ciencia y la técnica, las que modernizaron el campo convirtiéndolo en el laboratorio a cielo abierto más eficiente del planeta, las que defienden el ambiente, las que hoy mismo desarrollan empresas medianas y pequeñas con vocación global- las que sellarán la impronta de la Argentina exitosa.
En esa tarea tienen su espacio todos los argentinos de bien. Desde ya, todos los que están en la oposición y la mayoría de quienes recelan de la política. Pero seguramente también muchos que hoy se ubican en el “universo K”, que una vez que estén liberados de la asfixiante presión de la pareja, de naturaleza patológica, podrán sumarse al consenso que construyan sus compatriotas de buena voluntad para sacar a la Argentina del pantano.


Ricardo Lafferriere

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