2023 mostró una Argentina en situación terminal. Poco agregaría repitiendo los números de inflación, deuda, déficit público, disolución de la moneda, corrupción, narcotráfico, salud pública, impunidad y desprecio por la vida humana.
El cambio expresado por la sociedad estaba fundado. Entre
las opciones de cambio, terminó imponiéndose la más radical, como muestra del
estado de angustia de una sociedad que estaba siendo conducida al abismo.
Esa opción, con ser la más clara en el ámbito económico, no
será eterna. En el caso de éxito, logrará contener la inflación, estabilizar la
economía y posiblemente despertar el entusiasmo inversor para relanzar el país
hacia el crecimiento. No será poco, pero lejos estará de ser todo.
No todo son números, ni economía. Quedarán cosas, que
probablemente no sean enfocadas por el gobierno de Milei por sinceras
convicciones libertarias, o porque deberá dedicar su esfuerzo a su objetivo
mayor, encauzar la economía -así como el gobierno de Alfonsín tuvo su desafío
central en terminar con la inestabilidad institucional, lo que logró al precio
de tener que pasar a un segundo plano el desenvolvimiento económico, que le
costó el gobierno-. Así suele pasar: los gobiernos priorizan sus principales
desafíos, y quedan para los que sigan los temas que en el momento parecen secundarios.
¿Qué le quedará a la Argentina, una vez que la economía se
haya estabilizado y comenzado su camino de crecimiento? Pues.... todo lo demás.
La agenda será enorme.
Habrá que construir un sistema de salud inclusivo, moderno y
de excelencia. Habrá que reconstruir la educación, cuyas hilachas nos han
llevado al fondo de las tablas “PISA”. Habrá que volver a edificar un sistema
de defensa nacional, diseñando fuerzas adecuadas a los tiempos, con máximo entrenamiento
y en condiciones de responder a los desafíos que puedan presentarse en un mundo
cada vez más inestable. Habrá que construir una infraestructura de primer nivel
para aprovechar la dimensión continental del país. Habrá que vincularse al
sistema científico y técnico global, participando de los grandes desarrollos
que marcan la punta de flecha del conocimiento, desde la Inteligencia
Artificial, la exploración del espacio profundo, la investigación genética, la
generación de energía por fuentes alternativas renovables, la robótica, los
cultivos “verdes” -sin polución ambiental-, etc.
Infinitos campos de desarrollo, que cada etapa de gobierno
deberá enfocar de acuerdo a las necesidades del país, de la evolución del mundo
y del progreso de nuestra sociedad y nuestra gente.
¿Tiene entonces sentido enfrentar al gobierno de Milei o
será mejor prepararse para las etapas que vendrán, cuando Milei sea un recuerdo
-como lo es Alfonsín, Menem, de la Rúa o los Kirchner-?
Por supuesto que hay procedimientos y temas que no son los
que cada uno hubiera preferido. No son menores la impericia política ni la debilidades
formales de algunos pasos. Sí es menor el desborde verbal, que en mayor o menor
medida ha acompañado a la lucha política desde siempre. Y es menor el encuadre “ideológico”
con el que pretende vestir su mensaje, que aunque esté en línea con una moda
joven que atraviesa el mundo, nada cambia de cara a los principales desafíos y
problemas a enfrentar. Y que, además, durará lo que duran las modas.
Debe reconocerse que aún jugando “en el borde”, no se han
atravesado líneas rojas como olvidar al parlamento o agredir a la justicia,
como vimos en tiempos no tan lejanos. Alertas, por supuesto, si esto ocurriera.
Pero lo que parece realmente poco inteligente es unir los reclamos a los
coletazos del país prebendario, populista y cleptómano que da sus últimas
batallas para no morir. Mezclar la paja y el trigo puede ser una respuesta de
ingenuos o perezosos. No agregará nada a los cambios -posiblemente los demore-
y ayudará a agravar las falencias institucionales, llevándolas a cruzar la
línea roja. Nadie puede querer eso.
Ricardo Lafferriere