lunes, 5 de junio de 2023

“Necesitamos una mayoría del 70 % para gobernar”

 



Es una verdad de perogrullo. Se requiere contar con una gran mayoría para gobernar, sí. La pregunta es ¿para hacer qué cosa?  No sirve el apoyo del setenta por ciento de la Argentina corporativa, sino el setenta por ciento de las opiniones ciudadanas. Y eso se logrará con la transparencia en los objetivos y los necesarios acuerdos parlamentarios.

¿Qué acuerdo programático preelectoral se podría firmar con Schiaretti y, si se firma, cuál es la garantía de cumplimiento? No es una pregunta por él, sino por lo que implica. ¿Contendría la reforma sindical, la reforma laboral, la reforma del Estado, la apertura de la economía, la recuperación de las empresas estatales cooptadas y fundidas por la ineptitud cleptómana, la independencia total de la justicia o la reforma sanitaria que libere a los argentinos de la dictadura corrupta de las obras sociales sindicales?

Más bien se trataría de un pacto para que nada cambie, y si se deseara cambiar, desestabilizar al gobierno al que eventualmente perteneciera.  ¿O no recordamos al acuerdo de la Alianza, con la deserción del peronismo del Frepaso en la mitad del gobierno y el golpe de diciembre del 2001, motorizado por la “corporación de la decadencia” en pleno, con el ariete de choque del peronismo político, gremial, piquetero y parlamentario? ¿Cuánto duraría el presidente de un eventual gobierno de este “70%” si decidiera cambiar la ley de asociaciones profesionales, la de obras sociales, la grotesca protección arancelaria de los empresarios rentistas, terminar con el narcotráfico, poner en regla a las empresas de servicios públicos, sancionar una Ley de Coparticipación Federal o llegar a un Estado sin déficit?

No podría sostener que es imposible un acuerdo con Schiaretti o cualquier peronista, o cualquier compatriota de cualquier fuerza política. La cuestión es para qué acordar y en qué momento. Y eso debe formar parte del debate electoral transparente, que sirva para hacer pensar a los ciudadanos sobre cuál es el mejor camino para la Argentina y lo lleve a reflexionar sobre lo que está decidiendo cuando vota. Un “trato pampa” no fabricaría un acuerdo lúcido y transparente, sino que lo anularía.

La democracia exige honestidad. Esa honestidad debe mostrarse en las posiciones parlamentarias apoyando las medidas necesarias para la transformación, y en eso, sin perjuicio de lo que hicieren en el futuro, los legisladores que responden a Schiaretti no han mostrado su mejor cara. Su actitud futura en el Congreso les dará oportunidad de cambiarla.

Si hay honestidad en los protagonistas, la mayoría del setenta por ciento debe lograrse en el Congreso luego de las elecciones. Ahí podrá verse quienes prestan apoyo en los temas indispensables para el relanzamiento argentino. Llegarán los que defienden el “statu quo” y llegarán los quieren cambiar. Ahí se verá lo que hacen los legisladores que han llegado por el voto a través de una u otra fuerza política. Hacerlo antes, sería una doble traición.

Habría una traición de Schiaretti a sus compañeros peronistas, que seguramente no lo seguirían por haber pactado con “los gorilas”. Y habría una traición de JxC a sus propios simpatizantes, a los que les ofrecería el espectáculo bochornoso de la disolución de sus principios fundamentales aún antes de comenzar un eventual gobierno, renunciando a la claridad de sus objetivos esenciales nada más que por una hipotética -y pequeña- ganancia electoral. El gran beneficio sería, una vez más, para la opción antisistema que podría exhibir el disvalor del pacto de “la casta” ante una ciudadanía cada vez más confundida, desorientada y escéptica por el comportamiento de sus liderazgos políticos.

Con Schiaretti no vendría lo mejor del peronismo -sus ciudadanos, los compatriotas que votan al peronismo por lealtad partidaria, a los que les ha tocado soportar el desastre de sus gobiernos pero que han seguido votándolos con admirable tenacidad y que seguramente seguirán haciéndolo por la propuesta que consideran la propia a su identidad, que hoy pasa claramente por su adhesión al kirchnerismo-. Vendrá lo peor: los puentes con las corporaciones que conforman el entramado de la “coalición de la decadencia”. Vendrán los empresarios protegidos, los burócratas sindicales, los concesionarios amañados de servicios públicos monopólicos, la red delictiva de policías, jueces, punteros y fiscales del conurbano, los vínculos con el narcotráfico, los que negocian desde ambos lados del mostrador con fondos públicos y decisiones administrativas lesivas para el patrimonio público y aún los comunicadores que hace rato decidieron dejar de responder a la ética de su profesión para convertirse en propagandistas.

No será seguramente porque Schiaretti -con nombre y apellido- los traiga con él, sino por los puentes de años construidos por el peronismo con esa coalición de la decadencia de la que forma su pata política fundamental. Se harán “schiaretistas” no los peronistas que votan, sino los que han lucrado con los votos peronistas escondiendo sus propósitos, muchos de ellos -la mayoría- con el actual gobierno al que les convendrá demonizar para liberarse de culpas.

El peronismo, como expresión política difusa -más que el radicalismo, aunque menos que el PRO, la CC o los propios libertarios- seguirá existiendo. No puede saberse por cuánto tiempo, pero es una realidad en la Argentina. Debe darse su propio proceso renovador, hacer su reorganización interna, poner en orden sus ideas y lealtades y volver a identificar su esencia con la del país, que ha abandonado durante el período kirchnerista. No entorpezcamos su puesta al día y su necesaria reorganización con inventos de corto aliento y poca ética tratando de aprovechar hilachas de sus votos. Seamos leales, aún con ellos, seamos leales con los ciudadanos que aún creen en los liderazgos no peronistas y seamos por una vez aunque sea, leales con el país que sufrimos ver derrumbarse día a día por nuestra incapacidad de concertar las medidas imprescindibles para frenar su decadencia y relanzarlo hacia un destino mejor.

Ricardo Lafferriere