Es una verdad de perogrullo. Se requiere contar con una gran mayoría para gobernar, sí.
La pregunta es ¿para hacer qué cosa? No sirve el apoyo del setenta por ciento de la
Argentina corporativa, sino el setenta por ciento de
las opiniones ciudadanas. Y eso se logrará con la transparencia en los
objetivos y los necesarios acuerdos parlamentarios.
¿Qué acuerdo programático preelectoral se podría firmar con
Schiaretti y, si se firma, cuál es la garantía de cumplimiento? No es una
pregunta por él, sino por lo que implica. ¿Contendría la reforma sindical, la
reforma laboral, la reforma del Estado, la apertura de la economía, la
recuperación de las empresas estatales cooptadas y fundidas por la ineptitud
cleptómana, la independencia total de la justicia o la reforma sanitaria que
libere a los argentinos de la dictadura corrupta de las obras sociales
sindicales?
Más bien se trataría de un pacto para que nada cambie, y si se
deseara cambiar, desestabilizar al gobierno al que eventualmente perteneciera. ¿O no recordamos al acuerdo de la Alianza,
con la deserción del peronismo del Frepaso en la mitad del gobierno y el golpe
de diciembre del 2001, motorizado por la “corporación de la decadencia” en
pleno, con el ariete de choque del peronismo político, gremial, piquetero y
parlamentario? ¿Cuánto duraría el presidente de un eventual gobierno de este “70%”
si decidiera cambiar la ley de asociaciones profesionales, la de obras
sociales, la grotesca protección arancelaria de los empresarios rentistas,
terminar con el narcotráfico, poner en regla a las empresas de servicios
públicos, sancionar una Ley de Coparticipación Federal o llegar a un Estado sin
déficit?
No podría sostener que es imposible un acuerdo con
Schiaretti o cualquier peronista, o cualquier compatriota de cualquier fuerza
política. La cuestión es para qué acordar y en qué momento. Y eso debe formar
parte del debate electoral transparente, que sirva para hacer pensar a los
ciudadanos sobre cuál es el mejor camino para la Argentina y lo lleve a
reflexionar sobre lo que está decidiendo cuando vota. Un “trato pampa” no fabricaría
un acuerdo lúcido y transparente, sino que lo anularía.
La democracia exige honestidad. Esa honestidad debe
mostrarse en las posiciones parlamentarias apoyando las medidas necesarias para
la transformación, y en eso, sin perjuicio de lo que hicieren en el futuro, los
legisladores que responden a Schiaretti no han mostrado su mejor cara. Su actitud
futura en el Congreso les dará oportunidad de cambiarla.
Si hay honestidad en los protagonistas, la mayoría del
setenta por ciento debe lograrse en el Congreso luego de las elecciones. Ahí
podrá verse quienes prestan apoyo en los temas indispensables para el relanzamiento
argentino. Llegarán los que defienden el “statu quo” y llegarán los quieren
cambiar. Ahí se verá lo que hacen los legisladores que han llegado por el voto
a través de una u otra fuerza política. Hacerlo antes, sería una doble
traición.
Habría una traición de Schiaretti a sus compañeros
peronistas, que seguramente no lo seguirían por haber pactado con “los gorilas”.
Y habría una traición de JxC a sus propios simpatizantes, a los que les
ofrecería el espectáculo bochornoso de la disolución de sus principios
fundamentales aún antes de comenzar un eventual gobierno, renunciando a la
claridad de sus objetivos esenciales nada más que por una hipotética -y pequeña-
ganancia electoral. El gran beneficio sería, una vez más, para la opción
antisistema que podría exhibir el disvalor del pacto de “la casta” ante una
ciudadanía cada vez más confundida, desorientada y escéptica por el
comportamiento de sus liderazgos políticos.
Con Schiaretti no vendría lo mejor del peronismo -sus ciudadanos,
los compatriotas que votan al peronismo por lealtad partidaria, a los que les
ha tocado soportar el desastre de sus gobiernos pero que han seguido votándolos
con admirable tenacidad y que seguramente seguirán haciéndolo por la propuesta
que consideran la propia a su identidad, que hoy pasa claramente por su
adhesión al kirchnerismo-. Vendrá lo peor: los puentes con las corporaciones que
conforman el entramado de la “coalición de la decadencia”. Vendrán los
empresarios protegidos, los burócratas sindicales, los concesionarios amañados
de servicios públicos monopólicos, la red delictiva de policías, jueces,
punteros y fiscales del conurbano, los vínculos con el narcotráfico, los que
negocian desde ambos lados del mostrador con fondos públicos y decisiones
administrativas lesivas para el patrimonio público y aún los comunicadores que
hace rato decidieron dejar de responder a la ética de su profesión para
convertirse en propagandistas.
No será seguramente porque Schiaretti -con nombre y
apellido- los traiga con él, sino por los puentes de años construidos por el
peronismo con esa coalición de la decadencia de la que forma su pata política
fundamental. Se harán “schiaretistas” no los peronistas que votan, sino los que
han lucrado con los votos peronistas escondiendo sus propósitos, muchos de
ellos -la mayoría- con el actual gobierno al que les convendrá demonizar para
liberarse de culpas.
El peronismo, como expresión política difusa -más que el
radicalismo, aunque menos que el PRO, la CC o los propios libertarios- seguirá
existiendo. No puede saberse por cuánto tiempo, pero es una realidad en la
Argentina. Debe darse su propio proceso renovador, hacer su reorganización
interna, poner en orden sus ideas y lealtades y volver a identificar su esencia
con la del país, que ha abandonado durante el período kirchnerista. No
entorpezcamos su puesta al día y su necesaria reorganización con inventos de
corto aliento y poca ética tratando de aprovechar hilachas de sus votos. Seamos
leales, aún con ellos, seamos leales con los ciudadanos que aún creen en los
liderazgos no peronistas y seamos por una vez aunque sea, leales con el país
que sufrimos ver derrumbarse día a día por nuestra incapacidad de concertar las
medidas imprescindibles para frenar su decadencia y relanzarlo hacia un destino
mejor.
Ricardo Lafferriere
No hay comentarios:
Publicar un comentario