Divagaciones
¿Se romperá JXC? ¿A quién le conviene?
En un análisis anterior sostuve que existe una lucha sorda
-y a veces, no tan sorda- entre dos miradas que coexisten en la principal coalición
opositora. Todos son antikirchneristas, todos son democráticos, ninguno aplaude
ni reivindica la corrupción sino al contrario. Pero... está claro que los
caminos propuestos para una eventual acción de gobierno son diferentes.
Los unos son tradicionalistas, conservadores, convencidos -o
no, pero lo disimulan- que la Argentina puede ser gobernada sin grandes
cambios, sólo con desterrar la corrupción generalizada. Su zona de confort es
ocupar el gobierno y arbitrar los conflictos, sin un norte diferente a sobrevivir
el período que le toque. Lo harán más o menos exitosamente, según las
condiciones internacionales: tasas de interés, liquidez para préstamos, precios
de los productos agropecuarios exportados, o incluso alguna “lotería” como la
puesta en valor de minerales novedosos o los propios hidrocarburos. Es el país
de las estructuras, con sus luces -hoy, pocas- y sus sombras -lamentablemente,
muchas-.
Su estrategia no es desmantelar el país corporativo, sino
acordar con las corporaciones -gremiales, empresariales, piqueteras,
financieras- sucesivos parches, puestos en la cuenta de la sociedad, es decir,
de los ciudadanos comunes. El resultado de este camino no es ningún secreto:
continuar con la decadencia y la descomposición sistémica de un país que lleva muchas
décadas cuesta abajo en todos los órdenes en los que alguna vez fue señero. Y
al final, una gigantesca toldería con un pequeño grupo de élite, la nueva
oligarquía, decidiendo todo. Como en Cuba, Nicaragua, Venezuela,
Los otros son transformadores. Ofrecen un camino de cambio
estructural modernizador. Tampoco es un secreto cómo hacerlo: equilibrar el
funcionamiento de la macroeconomía con una reorganización integral del Estado,
poner en leyes -permanentes, estables- la política impositiva renunciando a los
inventos voluntaristas, incorporarse al juego mundial de un mercado gigantesco
-único lugar en que es posible obtener ganancias, ante la ridícula dimensión
del mercado interno argentino-, potenciar las iniciativas privadas -personales,
comunitarias, empresariales, emprendedoras- sin interferir en ellas con
ocurrencias caprichosas, y evitar que el viejo país corporativo, el de la “coalición
de la decadencia”, frene este proceso con invocaciones falsarias de “justicia
social”, “desarrollo autónomo”, “soberanías” de opereta, y similares consignas
absolutamente vacías de contenido concreto. El resultado de este camino también
puede imaginarse porque los ejemplos en el mundo sobran: formar parte del portentoso
desarrollo científico y técnico de la
humanidad, recuperar prestigio y credibilidad para estimular decisiones de
inversión internas y externas, avanzar hacia una sociedad de clases medias, con
la pobreza y la riqueza improductivas reducidas al mínimo, y volver a ser un
protagonista internacional respetado.
¿Es necesario insistir en estas definiciones? Pues creo que
sí, porque en ambas hay de todo: pro, radicales, socialistas, peronistas y ...
comunicadores.
Su pugna se mantiene velada -perjudicialmente velada- por
las razones propias de la política: no romper puentes con quien puede ser un
posible aliado-. Pero subyace en cada decisión, pequeña o grande, referida a lo
público. Esta tensión -obviamente- se acentúa al acercarse procesos
electorales, que marcarán el ritmo en el período de gobierno que se inicie.
Hoy hay un kirchnerismo derrotado sin chances. La coalición
de la decadencia -que lo usó, o mejor dicho se usaron recíprocamente durante
casi dos décadas- busca armar su reemplazo. No en vano ha perdurado durante
décadas, con toda clase de gobiernos. Y está alerta ante el crecimiento de
quienes han logrado echar raíces en gran parte de la ciudadanía, sus viejos adversarios
modernizadores. Incluso ven que en un extremo de ese campo adversario hasta
surge un relato cuasi violento, que expresa la indignación irrefrenable -aunque
banal- de ciudadanos que ven hasta donde se ha sumergido su país y el peligro
de su propia existencia.
Y opera. Para un observador que tiene sus valores y
sentimientos -como quien escribe- es indisimulable el esfuerzo del país
corporativo para despegarse de esos peligrosos exponentes modernizadores. Y
advierten que el peligro mayor es JxC unido. La coalición de la decadencia
nunca ha sido exclusiva de un partido o fuerza política: ha tenido sus pies en
todos -derecha, centro e izquierda, civiles y militares, obreros y empresarios,
comunicadores y académicos-. No creo equivocarme si afirmo que hoy su proyecto “táctico”
es la ruptura de JxC, liberar de sus respectivas ataduras partidarias al sector
que considera afín -porque las ve como
limitaciones- y convertirlo en un centro
de convergencia de todo el país corporativo.
No sería tan loco. Al importante sector de electores que el “nacional-populismo”
tradicional representa en la lucha interna de JxC le podría agregar sin
barreras de ninguna clase la confluencia con el tumultuoso kirchnerismo en
disgregación que busca otro paraguas, ante el agotamiento del que les ofrecía
CK. Y allí llegarían desde K en estampida, peronistas no K que siempre adornan,
empresarios protegidos, concesionarios de servicios públicos amañados, aparatos
sindicales corruptos con sus dirigentes millonarios, banqueros que lucran con
un Estado eternamente insolvente requirente de fondos que paga intereses más
que leoninos, elefantiásicos, y toda la runfla piquetera y los aparatos
políticos que “manejan votos” asociados al narcotráfico y con los fondos de los
“planes”. Para eso necesita romper barreras partidarias molestas y recurrir,
una vez más, al ungüento tranquilizador del relato de la “unión nacional” y el “consenso”
entre cúpulas, que deje todo como está -en todo caso, concentrando las culpas
en el kirchnerismo en desaparición-. Aparentemente cambiar todo. Realmente,
para que nada cambie.
Tengo para mí que la forma de evitar esa ofensiva es ofreciendo
desde el campo modernizador de JxC dos cosas: claridad conceptual en el discurso,
para que quede bien patentizado el contenido de la opción, y conformar una
oferta electoral que pase por encima de las estructuras predispuestas al camino
anterior, y que tenga potencia electoral. Firmeza, para marcar las necesidades
de cambio de hoy, y llevarlas adelante. Ilusión, con la imagen de un país de
futuro que debe reconstruir su nueva mayoría modernizadora, escapando al abrazo
de oso del populismo conservador. Con un JxC unido, fuerte y democrático, con claridad de objetivos y vocación inclusiva.
Ese camino hará pensar a todos. A los viejos, en el país que
tuvimos, y a los jóvenes en el portentoso país que podríamos ser si en lugar de
ladrarle a la luna y reducir el reclamo a los gritos destemplados tomamos el
camino -que alguna vez hemos seguido, en tiempos de la Argentina pionera- de
actitudes patrióticas, capacidad de trabajo y estudio, rigor académico,
valentía de pioneros, vigencia y respeto a la ley y solidaridad con quienes la
merecen.
Ricardo Emilio Lafferriere
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