Aunque la filosofía habla de ellos desde tiempos de los griegos, fue Thomas Kuhn quien terminó de introducir en la ciencia el concepto de “paradigma”, emparentándolo con la idea de “modelos” metafísicos y epistemológicos que proporcionan el "contexto" en que se forman los diferentes modelos teóricos y teorías de un nivel inferior, presentando las directrices generales de agrupamiento de las diferentes teorías. Desde allí saltarían a las ciencias políticas, no siempre con el mismo rigor exigido por las ciencias duras, pero con efectos ciertos en la dinámica del debate al punto que, superando su origen científico, han terminado por convertirse en algo así como “religiones ideológicas” en las que sus bases conceptuales no aceptan someterse a la reflexión crítica o cuestionamiento intelectual.
Dentro de los paradigmas, pareciera que todo cabe. Fuera de ellos, se demanda a quienes se atrevan a cuestionarlos exigencias tales que, hasta que llega la evidencia incontrastable de la inutilidad de los paradigmas vigentes, les permite escasos espacios de desarrollo argumental. La política –y el periodismo, y muchísimo más la televisión- no admite reflexiones que no se encuadren rápidamente en mundos conocidos y –presuntamente- seguros.
En nuestra política contemporánea podemos encontrar dos grandes paradigmas interpretativos. Con matices en su seno, tienen sin embargo algunas ideas-fuerza que es imposible cuestionar, so pena de excomunión de las respectivas cofradías. A riesgo de aventurar caricaturescamente el análisis podríamos definir a uno de ellos como “nacional y popular” y al otro como “liberal”, no sin antes adelantar rápidamente que las palabras con las que se definen no tienen otro alcance en el contexto de esta nota que recurrir a un “nombre propio” identificatorio, lo que de ninguna manera implica aceptar que el paradigma “nacional y popular” sea efectivamente nacional y popular, o que el paradigma “liberal” sea, efectivamente, liberal.
Ambos tienen “tabúes”, construcciones conceptuales indiscutibles sobre las que es requerida una fe religiosa, cuasi bíblica. El “Estado fuerte”, una cierta sublimación de la idea de “nación”, la desconfianza instintiva hacia las libertades económicas y el mercado, la subordinación de los derechos de las personas al “interés general” tal como lo define el poder, son algunos ejemplos de los tabúes del paradigma “nacional y popular”. Por el lado del paradigma liberal, los núcleos conceptuales que no admiten discusión son la prioridad de las libertades en general y de las económicas en particular, cierta idealización del mercado, el Estado concebido como una maquinaria que garantice el orden social sin intervención en la economía, la vigencia de la seguridad jurídica y la prioridad del ciudadano por sobre cualquier construcción política.
A la distancia, se encuentran en ambos limitaciones intrínsecas. En el primero, el desinterés por el crecimiento económico, en el segundo, el desinterés por alguna forma de equidad que motive políticas públicas de contenido social. Y en ambos es posible sentir la intransigencia frente a su rival, normalmente con descalificaciones apoyadas en invocaciones éticas (al estilo de “ladrones e inmorales” por un lado, o “cipayos y entreguistas” por el otro).
¿Puede lograr la Argentina encarrilar su rumbo reciclando la dialéctica de sus viejos paradigmas? Y la inversa, ¿es posible diseñar un conjunto de ideas superadoras, construyendo un paradigma adecuado a la nueva realidad del mundo interdependiente, las cadena productivas globales, la cosmopolitización instalada en la vida cotidiana, los problemas ambientales, la polarización social, la violencia impregnando todos los niveles, la inseguridad, los desequilibrios económicos, la sociedad de riesgo o los “imprevistos globales” acechando en tiempo real?
Los paradigmas se desarrollan alrededor de ejes conceptuales que surgen de los debates y las reflexiones sobre los problemas de los actores en los que se apoyan, los que analizan críticamente, imaginan sus posibles soluciones y diseñan el sistema de ideas o “ideología” destinado a “chocar” con sus rivales –previos, o contemporáneos-. Los sujetos históricos a los que responden –ambos- son los propios del mundo de los estados y economías nacionales, ideas con diferentes niveles de autarquía y políticas encerradas en el mundo de las “soberanías” invulnerables a cualquier condicionamiento externo.
La característica del mundo de hoy, sin embargo, es la cosmopolitización creciente e inexorable de la realidad. Las sociedades nacionales pierden sus bordes –si no geográficos, sí culturales, económicos, éticos y hasta políticos-. La impregnación cosmopolita crea entramados de influencias diversas con sus implicancias desconocidas para el mundo “cerrado” de los viejos paradigmas y mientras el trabajo sigue siendo centralmente local, aferrado al territorio, la economía es global y escapa al control de los Estados.
La simbiosis chino-norteamericana es un ejemplo de dequilibrios recíprocos tolerados, jugando en el escenario global y hasta estimulados, al margen de los antiguos proyectos nacionales, asentándose en un proceso de cambio que no es indemne a las viejas presiones nacionalistas, las que, sin embargo, son incompatibles con la dinámica de la nueva etapa de las fuerzas productivas globales y de los mercados abiertos, que, en cuanto asentadas en un desarrollo científico-técnico irreversible, también se transforman en indemnes a cualquier intento “político” de volver a encerrarlas en las fronteras geográficas de los Estados-Nación. La propia y potente idea de “nación”, alrededor de la cual se organizó el planeta en los últimos dos siglos, es erosionada y reconstruida en una clave nueva, no necesariamente unida a las formaciones políticas y económicas estatales.
Nuevos paradigmas están en elaboración, superando los estrechos marcos heredados de los antiguos sistemas de ideas. En su construcción, herramientas antes opuestas exploran formas de convivencia. “Mercado” y “Estado” se articulan, en lugar de enfrentarse, para potenciar el crecimiento. “Soberanía nacional” y “mundo cosmopolita” se imbrican en diseños normativos que buscan extender los derechos humanos por encima de los marcos cerrados y garantizarlos a todos, aún a pesar de la prevención excluyente de los Estados. “Patria” y “extranjeros” sufren una mixtura que diseña nuevos patriotismos y complejas identidades al calor de las culturas interactuando por los sistemas comunicacionales que envuelven el planeta y por las colectividades de migrantes vinculadas a sus países de origen y a las nuevas sociedades receptoras. “Burgueses” y “proletarios” se transforman en categorías deconstruidas en infinidad de formaciones económicas y productivas adecuadas a los nuevos tiempos, que incluyen tercerizaciones, auto-empresas, auto-empleos, sociedades familiares multinacionales, sociedades y empresas virtuales, fondos soberanos, fideicomisos de inversión, etc. etc.; mientras “economía nacional” y “resto del mundo” devienen en capítulos analíticos progresivamente impotentes para describir los límites de espacios económicos que se pretende separados, pero ya inasibles.
El mundo “nacional y popular” se agotó, tanto como el “modelo liberal”. Sólo falta darse cuenta. Cuando ello ocurra, herramientas de uno y de otro comenzarán a dialogar en la búsqueda de organizar el nuevo paradigma, en el que las viejas luchas serán recluidas en los libros de historia y la tarea de pensar el futuro –y el presente- se impondrá ante las crisis sucesivas, que son propias de la ya instalada sociedad de riesgo.
Los objetivos seguramente serán los que siempre han guiado a la política como actividad que pretende arrebatarle al destino, a la naturaleza o a las religiones el derecho de la voluntad humana de tener algunas riendas del futuro en sus manos: un mundo mejor, lo más justo posible, en el que los seres humanos podamos realizar nuestros proyectos de vida liberados del hambre, la inseguridad, la opresión política y las incertidumbres básicas.
Mientras tanto, los ecos de los viejos enfrentamientos se irán difumando, como telón de fondo, aunque se los vea convocando espasmódicamente a épicas pasadas que movilizan emotivos recuerdos. Ante ellos, generaciones jóvenes cada vez más indiferentes a aquellos combates, están preocupadas por la marcha tumultuosa e incierta del tiempo que les toca vivir. Y van madurando, quizás inconscientemente, las condiciones de surgimiento del paradigma del futuro.
Ricardo Lafferriere
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