La absoluta incapacidad de conducción del gobierno nacional está convirtiendo al país en una selva y acelerando el clima de descomposición social. La campana de cristal en la que parece vivir la señora presidenta nos permite observarla engolada de sus propias palabras, con grotescos gestos y giros dialécticos autoreferenciales que pretenden polemizar monologando por cadena nacional, en sus cada vez menos escalas nacionales. Mientras, los argentinos son masacrados día a día por una orgía de violencia, atropellos, anomia, patotas, agresiones e indiferencia por los derechos de las personas de bien, quienes han optado –hasta ahora- por no defenderse ni organizarse porque aún prefieren creer en la ilusión de vivir en un estado de derecho.
El estado de derecho, sin embargo, no es más que eso: una ilusión. No lo respeta el gobierno, convertido en una virtual asociación ilícita con angurria sin límites, ni los jueces, que parecen vivir en el limbo denegando justicia a millares de argentinos, ni mucho menos los participantes de la lucha intra-oficialista que están llevando a la calle, a los subterráneos, a las rutas, a las fábricas y a las propias oficinas públicas, sus violentos estertores ante la declinación inexorable del régimen. Pocas veces como en estos días la Argentina política se ha parecido tanto a 1976 y la imagen presidencial ha estado tan cerca de la de Isabel Perón.
Sin sentirse contenido por límite alguno, el oficialismo no respetó los derechos ajenos cuando decidió apropiarse de recursos del campo, de los ahorristas previsionales, de los empleados, de los jubilados y del propio país, metiendo mano en la riqueza nacional atesorada en el Banco Central mediante espurios manejos contables con la complicidad de las autoridades de la máxima autoridad monetaria. Tampoco respetó la Constitución imponiendo una ley de medios plagada de censuras, prohibiciones y normas inconstitucionales, esta vez con la complicidad de sus prósperos acompañantes ad-hoc del retro-progresismo y del alineamiento conseguido con chantajes. Y ahora ha decidido marchar contra la libertad de expresión y prensa, base de todas las demás libertades, liberando la jauría de sus patotas contra las principales publicaciones argentinas.
El país está absorto ante el autismo de la pareja gobernante, que sólo atina a elaborar sentencias dialécticas que presume ingeniosas pero que no resistirían el cotejo de un solo debate parlamentario o reunión de prensa en libertad. La presidenta le habla al espejo y se convence de lo que éste le responde.
El escenario político está enrarecido ante el asombroso desconocimiento de los resultados electorales que marcaron la opinión de los argentinos sobre el rumbo de su país. El apoyo irrestricto y acrítico que está brindando a esta descomposición el principal partido político argentino, único sostén institucional de la pareja gobernante, permite que el escenario sea poblado por rumores –seguramente muchos de los cuales serán disparatados, pero que golpean en una opinión pública que ya no sabe distinguir lo real de lo posible- de los que surgen los caminos más absurdos, desde un presunto autogolpe hasta atentados terroristas generados por grupos irregulares disfrazados de fuerzas de seguridad. Y en lugar de ayudar a corregir el rumbo, dirigentes peronistas de diversos lugares del país reclaman... ¡el regreso de Kirchner a la presidencia!
Y lo increíble se potencia al observar que mientras la angustia del hambre y el miedo se adueñan de la agenda de los argentinos, el poder perverso de quien decide detrás del trono sigue logrando imponer una agenda desligada por completo de esas preocupaciones, ampliando la brecha de los ciudadanos con sus representantes que son colocados cada vez más cerca del conocido reclamo –dramático y peligroso- del “que se vayan todos”.
El autor no tiene información para decir si es cierto o no que existen armas en manos de grupos irregulares de inspiración chavista, actuantes en la lucha interna del gobierno, de lo que se ha pedido informes en el Congreso. Tampoco para afirmar si la posibilidad de una pretendida disolución del parlamento está dentro de las alternativas analizadas por este retorcido personaje llegado desde el sur, como se ha escuchado de algunos analistas. Mucho menos para anunciar posibles mega-atentados de inspiración “bolivariana” que conmocionen la vida nacional durante el receso parlamentario en la esperanza de desatar procesos incontrolables, como surge de blogs que transmiten la hipótesis en cadenas de Internet. El deseo íntimo de quién esto escribe es que se trate de meros peligros imaginados, sin espacio de concresión en la Argentina.
Pero sí puede observar que la descomposición se instala día a día, superando los anuncios que presidenciales semanales de eterno incumplimiento, las muertes de ciudadanos –civiles y policías- en una orgía de sangre ante la silenciosa complicidad del poder kirchnerista, la extensión de la mega corrupción en cada vez más ámbitos del Estado ante la cínica indiferencia de la pareja gobernante y aún de sus sostenes parlamentarios, la desesperación por la pobreza que no llega al INDEC pero que puede ser observada en los zaguanes, en las plazas y en las calles donde miles de compatriotas duermen con el cielo como techo viviendo de la limosna y la instalación en lugares públicos de los conflictos más inverocímiles, tomando como rehén a una población cada vez más harta.
Semanas atrás decíamos en esta columna que nos acercamos a tiempos oscuros. Ahora, la percepción es que ya estamos entrando en la penumbra y parece que, en el escenario, a pocos les importa. Pero el escenario es el lugar donde los problemas deben solucionarse con la mediación civilizada y el diálogo maduro que establece la democracia.
Si desde allí, desde el gobierno, el Congreso, el oficialismo y las oposiciones, no surgen las respuestas, el proceso argentino se terminará de escapar hacia las calles, donde no se puede razonar, donde la lucha se hace descarnada, donde cada uno no vale uno sino la fuerza que tenga, el eco de su grito destemplado o la violencia que logre demostrar o ejercitar. Ya lo hemos vivido y sabemos lo que duele.
La aceleración de la descomposición de estas semanas nos está llevando a ese estado. ¡Cómo no entender, entonces, la preocupación de los compatriotas que escuchan los rumores y no alcanzan a comprender hasta dónde llega la realidad, donde empieza la ficción, hacia dónde buscar el horizonte y cuándo la sensación térmica se convierte en la dolorosa experiencia de la muerte de un familiar, de un vecino, de un amigo, o de la propia democracia!
Ricardo Lafferriere
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