Cerca de diez millones de pesos al mes es lo que recibe del gobierno nacional, según el presidente del Comité Nacional de la UCR, Gerardo Morales, el grupo “Tupac Amaru”, para desarrollar sus actividades de “Estado paralelo” en la provincia de Jujuy. La investigación periodistica, por su parte, estima los fondos públicos recibidos por esta organización en alrededor de Doscientos millones de pesos anuales. Con esa cantidad ha construido viviendas, instalado unidades productivas, sostenido gastos sociales y hasta articulado un sistema de seguridad propio que contaría con armas. A fuer de ser honestos, han sido bastante más eficientes que los burócratas corruptos de Aerolíneas, que pierden esa suma cada mes para financiar viajes semivacíos al Calafate y llevar amigos a los partidos de la Selección.
¿Está mal que los pobres reciban dinero público? La pregunta viene a cuento de las explicaciones que, según algunos periodistas oficialistas, han vertido voceros oficiales acerca de esta asignación: “La plata que les damos viene toda en obras, no se queda nada en el camino”. Curiosa confesión que, por exclusión, reconoce que las estructuras del Estado son impotentes en el control de la corrupción en cadena, crecida durante los años “K” a niveles orgiásticos.
Pero ocurre que nadie en su sano juicio, frente al nivel de pobreza que el kirchnerismo ha instalado en la Argentina, puede oponerse a políticas sociales que puedan paliar la miseria. La pregunta, en todo caso, esquiva el tema principal: ¿reconoce el gobierno que es incapaz de llevar adelante políticas públicas en el marco democrático-republicano? ¿es inexorable condenar a los compatriotas de menores recursos a caer en el clientelismo de líderazgos mafiosos o cuasimafiosos como contrapartida de un alivio a su pobreza? ¿está ya el gobierno kirchnerista, oficialmente, resignando su capacidad de gobernar en democracia?
La democracia tiene un piso de formalidad imprescindible para garantizar los derechos de todos, pobres y ricos: se llama estado de derecho. No se ha inventado hasta ahora un sistema más eficiente para lograr el desarrollo económico en una sociedad moderna o que pretenda serlo que la vigencia de leyes aprobados por la mayoría de los ciudadanos a través de los parlamentos. Por el contrario, los sistemas que pretenden ejercer el “puro poder” con fines sedicentemente justicieros pero obviando la ley han terminado, sin excepción alguna, en dictaduras de partido, tiranuelos enriquecidos con cuentas en el exterior, fundamentalismos étnicos o religiosos negadores de los derechos humanos, o incitaciones a la violencia social que abre el camino a ríos de sangre y poblaciones empobrecidas con economías estancadas.
¿Cómo oponerse a que organizaciones no gubernamentales coincidan con el Estado en la obtención de objetivos de innegable justicia, como generación de trabajo, construcción de viviendas o seguridad? El dislate surje cuando esas organizaciones pretenden reemplazar la soberanía popular, a las decisiones de las mayorías, entorpeciendo el mecanismo de relojería en que consiste el ordenamiento politico, destinado a garantizar no sólo a los que tienen fuerza y armas, sino a todos los ciudadanos, -sean débiles y viejitos, estén enfermos, anden en silla de ruedas o no puedan salir de su casa- la igualdad esencial que como personas tienen de participar en las deciciones generales. O cuando ejercitando la intolerancia propia de los años de plomo pretenden silenciar las voces con las que no coinciden, destrozar ámbitos diferentes, tomar comisarías, saquear legislaturas, invadir oficinas públicas, hacer justicia por mano propia o liberar personas sometidas a proceso. Eso no es “acción social” sino “acción directa” político-militar, y es el germen del regreso a tiempos de triste memoria.
La democracia no puede olvidar a los empobrecidos jujeños a los que ayuda Milagro Sala y su corte. El gobierno tiene una triple culpa de los hechos violentos que ella y su organización protagonizan: la primera, por ignorar en su agenda en forma inmoral a los argentinos sin recursos; la segunda, por tratar de liberarse de esa culpa volcando su apoyo a grupos irregulares con los que erosiona la convivencia y hace retroceder a la democracia a tiempos previos a la propia organización institucional del país, y la tercera por tratar de construir un poder fáctico sobre la base del clientelismo, que aunque traiga a esos compatriotas empobrecidos un mejoramiento de su nivel de vida directo, lo hace a cambio de sumergirlos en la humillación de su subordinación política y la pérdida de su condición de hombres libres en condiciones de optar por caminos diferentes o definiciones distintas de las indicadas por la “organización”.
Nuestro entorno regional más próspero avanza en su política, su economía, su equidad social, su prestigio internacional. Brasil está en el umbral de ingresar en la máxima gobernabilidad global y su presidente exhibe el 80 % de respaldo de su pueblo. Chile está completando el proceso de transición con la Concertación y la presidenta Bachelet muestra similar apoyo. El Uruguay ha votado en el marco de un proceso de convivencia ejemplar, con su presidente invitando a sus predecesores –rivales- a la inauguración de las obras públicas durante el proceso electoral, para que no se vea en ellas una publicidad espúria: Vázquez se va también con el 80 % de imagen positiva.
En la Argentina, el kirchnerismo nos lleva, luego de conseguir el deterioro de la economía y de la calidad institucional más grandes desde la recuperación democrática, a poner en el debate los temas más primitivos y arcaicos de una sociedad civilizada. La presidenta, en uno de los récords mundiales como los que a ella le gustan, es la jefa de gobierno menos respaldada en todo el continente –menos del 20 % de opiniones positivas, casi 10 puntos menos que el denostado George Busch al terminar su mandato- y su consorte –que personifica el poder perverso en las sombras- es el político más devaluado en las muestras de opinión en el país.
Lo que evidencia que lo que anda mal en la Argentina no es precisamente el pueblo. ¿Cómo pensar que grupos como Tupac Amaru y liderazgos marginales como el de Milagro Sala no vendrían a ocupar el espacio que los Kirchner, por incapacidad de gestión y su insistencia en reiterar ridículos, han hecho desaparecer de la agenda de gobierno?
Ricardo Lafferriere
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