“Hemos seguido un modelo propio y nos ha ido bien”, declaró la Sra. Presidenta en la India, mientras posaba para una fotografía turística con el Taj Mahal de fondo y destacaba la magia del país anfitrión, que “trajo suerte” y posibilitó la clasificación de la selección argentina de fútbol para el torneo mundial de Sudáfrica (¿?). Al regresar, imputó groseramente a la oposición que “no se le cae una idea” y que por eso “se dedica a agraviar”.
Defraudadores de la voluntad popular y de los fondos públicos, coimeros de las obras de infraestructura, chantajistas de gobernadores y legisladores, responsables del crecimiento de las redes de narcotráfico, lavado de dinero y valijas con fondos clandestinos, responsables del mayor deterioro social que hayan sufrido los argentinos en lo que va del siglo, apropiadores de fondos ajenos y otros –y “otras”- de similar calaña, escuchaban embelesados las ideas que “se le caían” a la oradora, invitada para el discurso central conmemorando el 17 de octubre.
La oposición, por su parte, estaba en esos momentos trabajando para difundir sus ideas, alejada de los medios, del turismo internacional pagado por los argentinos y de los escenarios del poder. Por supuesto, no estaba en el Teatro Argentino de La Plata, donde la banda que tiene a los argentinos secuestrados se reunió para cumplir el rito al que han vuelto, después de agraviar años atrás al “pejotismo” y a los “intendentes”.
La oposición estaba en el otro extremo del país, más precisamente en Jujuy. Allí, el presidente del principal partido opositor era silenciado por bandas irregulares al servicio y orden de la asociación ilícita reunida en el Teatro Argentino, con acciones violentas contra su persona y contra las instalaciones de la entidad organizadora de la conferencia, donde no habría “dedito levantado” sino análisis serio y meduloso de la situación irregular en la que se encuentra la democracia argentina y específicamente la gestión de sus cuentas públicas.
Apenas unos centímetros nos separan de la dictadura. Como lo hemos sostenido hace poco, a la dictadura puede llegarse de dos formas: por la ruptura abrupta de la legalidad, o por deterioro progresivo de la calidad democrática. En nuestro caso, cada día hay un retroceso que conspira contra la marcha iniciada en 1983. Pasamos de la democracia al populismo, de éste a la autocracia y estamos en la puerta de la ruptura final, preanunciada al sancionar la ley de medios.
A muchos argentinos les indigna la manipulación del discurso, con afirmaciones mendaces y tono amenazante, que fluyen desde un poder que ha olvidado los límites más elementales del decoro, la templanza y el sentido común. Quienes advierten y sufren estos hechos, sin embargo, suelen tener, ellos sí, las virtudes de las que carece la banda gobernante.
Sin embargo, lo más duro lo sufren otros compatriotas: los que deben comprar las papas por unidad, olvidarse de comer tomates, imaginar dónde conseguirá la presidenta el pan a $ 2,40 el kilo o resignarse a que le corten la luz y el gas, cuyas facturas resultan ya inalcanzables con o sin el aumento de De Vido.
Jubilados que deben pagar remedios cuyo costo supera el monto de su haber, maestros cuyos sueldos no alcanzan a la tercera parte de lo que recibe un camionero, médicos a los que las obras sociales que reparten remedios falsificados le abonan como arancel de consulta el equivalente a la mitad de una gaseosa, marginales que no desean caer en el delito pero que son forzados a dormir en los zaguanes y en las plazas, tapados por cartones viejos y frazadas agujereadas... en fin. El “modelo propio” que Cristina invocó frente a los indios, surgido de las “ideas” que se le caen, pero cuyos mérito los argentinos y principalmente los opositores –todos necios- no reconocen.
El abismo existente entre la percepción del poder y la realidad de los argentinos es cada vez más notable. Nadie se atrevería a predecir el final de este proceso. Sin embargo, lo que está cada vez más claro es que ese final parece inexorable. Y no pasará, sin dudas, por el reconocimiento de los supuestos éxitos del “modelo propio” de la banda kirchnerista. En todo caso, en ejercicio de la templanza para aquellos que no la hayan perdido, es de desear que no llegue al desenlace traumático que han tenido, en el mundo, pandillas similares.
Ricardo Lafferriere
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