miércoles, 22 de enero de 2014

Reservas e inflación: síntomas de la enfermedad terminal del "modelo"

Entre el martes y el miércoles, las reservas cayeron 280 millones de dólares.

¿Adónde conduce ésto?

Se han perdido 23.000 millones de dólares en dos años, 13.000 millones en un año, 1000 millones en veinte días y 200 millones en un día. La aceleración es obvia para cualquier observador imparcial. La fuga de divisas se acelerará, a medida que disminuya la cantidad de reservas y en consecuencia aumente la propensión del público a acceder a divisas antes que se agoten.

Cuando ello ocurra se detendrán las importaciones, y con ellas la actividad industrial y la capacidad de pago de la cuenta de energía. Escaseará el gas, los combustibles y la electricidad.
La caída de valor del peso (inflación) reducirá los salarios a un nivel insostenible, incompatible con la paz social. 

La recesión generará, por su parte, un incremento abrupto de la desocupación. 
La situación no responderá al estímulo monetario. Aunque se acelere la emisión, chocará con la falta de productos para comprar. La consecuencia será bordear o desatar la hiperinflación.

Los pesos presionarán más fuertemente aún sobre las divisas, que se considerarán de hecho como la única moneda con valor. Todo en un escenario ya impregnado de violencia, redes narcos, indisciplina policial y una "burbuja joven" de millón y medio de jóvenes "ni-ni" (no estudian ni trabajan).

¿Cuándo ocurrirá todo ésto?

Está empezando a ocurrir. Todos lo vemos. Si este ritmo no se revierte, en pocos meses estaremos al límite. La esperanza de la liquidación de la cosecha y que comiencen a entrar dólares en marzo difícilmente se convierta en realidad si no se reconoce el valor esperado del dólar, con una fuerte devaluación, que por su parte volcará combustible a la inflación. Lo ocurrido hoy miércoles 22 es una muestra del duro dilema oficial: no intervenir para no perder divisas se refleja inmediatamente en el derrumbe del peso.

En marzo comienza también la discusión de las paritarias. Los trabajadores no aceptarán ser "el pato de la boda" de un robo gigantesco que empezó el gobierno al falsificar dinero, y tendrán razón. No aceptarán hacerse cargo, con el derrumbe de sus salarios, de la corrupción, negociados e incapacidad del gobierno.

La recesión, por su parte, se traducirá en mayor caída de la recaudación. En términos reales, es decir como porcentaje del gasto, ha caído en un año un 20 % -subió nominalmente un 20 %, pero el gasto subió el 40 %-, habrá dificultades en pagar los subsidios a la energía y el transporte, los sueldos al personal del Estado, las cuentas a los proveedores, las transferencias a las provincias y tal vez las jubilaciones y pensiones.

En síntesis: estaremos en problemas.

Cada día que pasa sin reaccionar, disminuyen las posibilidades de incidir en el manejo de la crisis, porque se esfuman las herramientas monetarias, económicas, simbólicas y políticas.
Seguir sin reaccionar conducirá inexorablemente al ajuste salvaje, porque el desemboque será, al final, la implosión del Estado y la liberación de hecho todas las variables.

¿Qué significará la implosión?

El dólar por las nubes, ante el derrumbe de valor del peso. Una inflación acorde a esa devaluación. Salarios caídos a la mitad en su poder de compra. Tarifas recuperando el valor real (entre 300 y 500 % de aumento, en electricidad, gas y transporte, y 100 % en nafta y gasóil), desocupación creciendo al compás de la recesión, e inundación de monedas provinciales. La tensión social llegará a un extremo que no será controlable ni siquiera con represión.

¿Hay tiempo todavía?

Parece improbable con el actual gobierno, aunque sería deseable. Lamentablemente cada medida que toma profundiza los problemas y marchan exactamente a la inversa de la dirección necesaria.
La única forma de atenuar los efectos de la crisis es la ayuda externa, y ella no llegará si no hay un muy fuerte consenso interno sobre medidas coherentes y homologables con el sentido común y un programa consistente, en negro sobre blanco y sin trampas. 

El descrédito y la falta de credibilidad del kirchnerismo son una barrera para lograrlo, como lo adelantan las dificultades del Ministro Kicilloff para avanzar en un acuerdo rápido con el Club de Paris. Sin ayuda externa ni confianza interna, la caída será extremadamente dolorosa. Recordemos el 2002.

El peronismo tiene hoy una responsabilidad central, tanto al permitir que ésto siga pasando, como en no preparar una alternativa nacional, democrática y patriótica antes que el caos generalizado se adueñe de las calles. La mayoría parlamentaria no sirve sólo para pavonearse. Conlleva la responsabilidad de hacerse cargo de los problemas y de gobernar.

Esa alternativa difícilmente sea ya posible sin un amplio acuerdo político y social, un programa de emergencia y un gobierno de coalición nacional con amplio respaldo ciudadano en condiciones de presentarse ante el mundo como auténticamente representativo de la Nación para normalizar las relaciones externas y romper el aislamiento construido en los últimos años. Antes o después de las elecciones generales y cualquiera sea el resultado, porque el calendario de la economía no depende del calendario político, ni del color del gobierno.

Es una lástima para todos que, ante lo obvio, se prefiera cerrar los ojos. Pone en cuestión la inteligencia humana y la propia utilidad de la política como acción colectiva virtuosa para solucionar los problemas y disminuir los riesgos que amenazan la convivencia.

Ricardo Lafferriere

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