viernes, 3 de enero de 2014

Una alternativa para esta época

El cambio en el mundo en las últimas décadas ha sido gigantesco. Por supuesto, en la tecnología, en la economía, en las comunicaciones.

Pero también en la política. El "empoderamiento" de las personas comunes, que eclosionó con la caída del Muro de Berlín -producido sin intervención de gobiernos ni partidos políticos, sólo impulsado por una multitud de personas comunes desarmadas- no paró de extenderse.

Hoy, multitudes protagonistas cambian la historia de países que parecían fortalezas. La primavera árabe terminó con autocracias consolidadas y legiones de "indignados" y nuevos fenómenos autogestionarios obligan a una nueva interpretación de la sociedad, la política y sus actores.

Algunos se resisten a entender los cambios. Reproducen debates y se alinean en posiciones ideológicas que interpretaron el mundo de la primera o la segunda mitad del siglo XX. Obviamente, no pueden comprender cómo es que "la gente" no los entiende.

"La gente" son personas que nacieron cuando ya el mundo no era bipolar, cuando no existía la confrontación ruso-norteamericana y cuando China y Estados Unidos ya funcionaban -igual que ahora- como los grandes partners de la economía y la política global. Un mundo de celulares inteligentes, tabletas y redes sociales, de productos tecnológicos y mercados globales.

El viejo mundo -¨sólido", diría Bauman- alineaba claramente ideologías, clases, partidos y naciones. Las personas eran secundarias. Los temas de conflictos estaban claros, definidos, previsibles. Liberación o dependencia. Proletariado o burguesía. Democracia o dictadura. Socialdemocracia o Liberalismo. Imperialismo o liberación nacional.

Ese mundo acabó, y con él esa forma de alinear voluntades para la acción colectiva, que es de lo que se trata la política. Los ciudadanos han reivindicado una muy fuerte autonomía personal, al punto de llevar al más brillante intelectual neo-marxista contemporáneo, el austríaco Ulrich Beck, a afirmar que hoy, "las contradicciones sistémicas tienen soluciones biográficas", para horror de sus viejos cofrades, aún desorientados por los rumbos que toma la realidad.

La consecuencia principal del cambio, de cara a la acción política, es potente: la posibilidad de empezar de nuevo. La superación de las construcciones intelectuales totalizadoras necesita un reemplazo y Beck lo sugiere: la teoría del riesgo. Ante el agotamiento de los grandes sistemas ideológicos coherentes, sugiere volver a las fuentes de la solidaridad humana: unirse para superar las amenazas y los problemas comunes.

La agenda no derivará ya de las visiones "ideológicas" de largo plazo, los "proyectos de país" o "de sociedad" de unos u otros, sino de los más cercanos y pedestres problemas concretos, originados por los logros de las viejas ideologías de la modernidad. El deterioro ambiental se generó en Occidente y Oriente, los recursos naturales se descuidaron allá y acá, y los derechos humanos se violaron por unos y por otros.
Los riesgos pueden ser globales, como ocurre con el deterioro climático, las consecuencias del nuevo paradigma económico y del encadenamiento productivo habilitado por los mercados abiertos o la acción desenfrenada del capital financiero liberado de los controles estatales.

Pero también pueden ser locales: la inseguridad cotidiana, el deterioro ambiental localizado, la crisis de las fuentes energéticas no renovables, la quiebra de los sistemas previsionales o la desaparición del trabajo estable sobre el que se edificó el contrato de convivencia de las sociedades industriales o en vías de industrializarse del viejo paradigma.

Empezar de nuevo llevó a rusos y norteamericanos, rivales implacables que tuvieron al mundo en vilo durante siete décadas, a unir sus políticas contra el nuevo riesgo del terrorismo global. Chinos y norteamericanos, sólidos contrincantes ideológicos de la segunda posguerra, edifican juntos la simbiosis sobre la que se apoyó el gigantesco salto productivo mundial de las últimas décadas.

Volvamos a lo nuestro. Los problemas argentinos de hoy no tienen raíz ideológica. Desde ya que no tienen relación con el enfrentamiento de peronistas contra radicales de mediados del siglo XX, y muchísimo menos con las discusiones entre radicales y conservadores del primer centenario.

Tampoco con los temas de agenda en los años 70 del siglo pasado, entre insurgencia y contrainsurgencia, como parecían entenderlo Néstor Kirchner y luego su señora.

En esta lógica, creer que es posible, viable o potencialmente exitoso para el país reproducir un alineamiento ideológico propio de mediados del siglo XX es vetusto. O, como diría Talleyrand al cuestionar ante Napoleón la ejecución del duque de Enghien, "peor que un crimen, Sire. Es un error".

La política argentina requiere nuevos alineamientos. Sería necio negarlo. Pero esos alineamientos deben responder a las necesidades de la agenda ciudadana, no a las utopías colectivas de otras épocas que ya no reflejan ni representan a grupos amplios y estables de ciudadanos, aunque sí lo hagan de valiosas y respetables -pero antiguas- nomenclaturas partidarias.

La agenda de hoy no es ideológica. Las respuestas tampoco requieren identidad de objetivos finalistas, devenidos en tan provisorios como la cambiante realidad. Al contrario: el alineamiento ideológico puede hasta ser disfuncional con los problemas que deben enfrentarse. Éstos requieren la gigantesca modestia de trabajar sin anteojeras ni preconceptos ante los riesgos concretos percibidos por los ciudadanos.

Restablecer pautas de convivencia que conformen un piso de seguridad; garantizar a todos el goce de los derechos humanos, tal como los entiende hoy la conciencia universal; dotar a los poderes públicos de una racionalidad homologable con el estado de derecho; marchar hacia fuentes energéticas renovables y modificar las conductas energéticas dispendiosas; abrir la economía a la integración con el encadenamiento productivo del nuevo paradigma mediante una transición que garantice la inclusión social; proteger el entorno y el ambiente; cuidar los recursos naturales; proteger los esfuerzos y el trabajo creador de quienes deseen mejorar su vida. Todos estos reclamos ciudadanos son compatibles con identidades de izquierdas y derechas.

Estos temas de agenda demandan respuestas que "toman prestadas" herramientas de las diferentes viejas ideologías, tal como los comunistas chinos conduciendo a su país al enorme salto de las últimas tres décadas con herramientas de mercado, y los capitalistas norteamericanos saliendo de una crisis que parecía terminal con tradicionales herramientas estatistas. Ni unos ni otros hubieran sido exitosos aplicando sus recetas "ideológicas" puras, que más bien fueron las que provocaron los problemas sufridos por ambos.

Bienvenida, entonces, la apertura a coincidencias. Son un paso adelante. Pero sólo eso: un paso. El verdadero cambio se dará cuando las coincidencias no sean sólo entre viejos cofrades o entre quienes antes han pensado parecidos objetivos finalistas, sino entre quienes aporten hoy miradas diferentes y sean capaces de trabajar sin anteojeras en el tratamiento de la agenda del presente y del futuro. De lo contrario poco ayudará a solucionar los problemas de los argentinos de hoy.

El desafío que se abre es avanzar hacia una gran coincidencia mucho más amplia, o como diría Juan José Sebrellli, hacia una gran "coalición de coaliciones" unida por un programa común explícito y concreto, que avente el peligro de quedar reducida a una alternativa de otra época y como tal, a ser ignorada por los ciudadanos. Éstos, contra lo que pueda pensarse, ya no delegan sus convicciones en ninguna estructura o ideología heterónomas. Reclaman, simple pero firmemente, soluciones concretas y eficaces para reducirles los riesgos y facilitarles la vida.


Ricardo Lafferriere

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