lunes, 21 de enero de 2013

Una agenda de futuro



                De todas las críticas escuchadas diariamente al comportamiento político del oficialismo, la más reiterada alude a la ruptura del dialogo nacional. Esta ruptura tiene una consecuencia directa: la desaparición del pensamiento estratégico.

                El país no sabe hacia dónde se dirige. La oposición –salvo pocos chispazos esporádicos- ha congelado su debate en la reiteración de sus respectivas identidades, y el gobierno en el obsesivo endiosamiento de los caprichos presidenciales, de los que depende la suerte y el destino de cada funcionario. Pero el país no piensa en su futuro.

                No lo hace el parlamento, como cuerpo dominado por una mayoría inerte –a pesar de la frustrada insistencia de muchos legisladores preocupados-. Tampoco piensa la academia, cruzándose consignas como la tribuna de un clásico de fútbol, ni mucho menos el espacio intelectual o artístico, tironeado en la polarización grotesca del “con Ella, o contra Ella”.

                La reflexión nacional se ha recluido en pequeños espacios de iniciativa de compatriotas con ideas y visión actuando desde la sociedad civil –emprendedores, tecnólogos, productores, militantes solidarios de ONG’s, intelectuales y pensadores “des-alineados”, algunos pocos industriales- que han preferido ignorar lo público y pensar en sus vidas y potencialidades apoyados en su propio esfuerzo. Afortunadamente lo hacen, porque se han convertido en la única reserva estratégica del país.

                En este escenario, ¿qué será de la Argentina en los años que vienen? ¿Qué espacio le queda para recomenzar el camino, hacia dónde focalizar los esfuerzos, cuál es su papel en el mundo que se está construyendo mientras desde aquí reforzamos el aislamiento?

                Adelantando el momento, que inexorablemente llegará, se nos ocurren varios puntos de agenda que suponen todos el primer paso: la recuperación de la institucionalidad democrática.

1.       Reconstrucción de la convivencia bajo el estado de derecho. Este objetivo no se reduce a la jerarquización de los espacios de decisión y acción del Estado –Nación, provincias, Municipios, poderes del Estado, organismos descentralizados y autárquicos, etc-. sino que alcanza también, en forma decisiva, a reconstruir la actitud de respeto a la ley por parte de los ciudadanos. Sin ésta, cualquier programa público será inocuo. No pueden existir atajos de impunidad, actitudes de desafío al orden constitucional o institucional o violaciones penales miradas con tolerancia, simpatía ni solidaridad, por ningún motivo que no sea previsto en las propias leyes.

2.       Recuperar la capacidad de crecimiento. Sin ello, cualquier objetivo social carecerá de base, como un edificio sin cimientos. El punto desde que el que deberemos comenzar se encuentra varios escalones por debajo que a fines del siglo pasado por la liquidación de la infraestructura existente en ese momento, cuando contábamos aún, entre otras cosas, con energía, ferrocarriles, redes de comunicaciones actualizadas, puertos, rutas en aceptable estado y buenos índices educativos. Este punto incluye un abanico de desafíos, entre los que se destacan:
a.       la necesidad de capacitación de la población para participar del cambio científico técnico del nuevo paradigma productivo global –empresarial, tecnológica, laboral-
b.      la decisión sobre las fuentes disponibles para financiar la gigantesca inversión necesaria, tanto para recuperar lo perdido como para los nuevos objetivos.
c.       un programa energético sustentable, centrado en las tecnologías limpias y la conciencia ecológica agregada a la distribución, la industria y el consumo, reduciendo al mínimo la dependencia de combustibles fósiles.
d.      la decisión sobre el eslabón tecnológico al que apuntar los esfuerzos propios.

3.       Acordar como política de Estado objetivos medibles de inclusión social. Los ciudadanos deben sentir y comprobar que el ordenamiento público los alcanza, los incluye y considera a su bienestar como principal preocupación. Esos objetivos deben definir:
a.       Programa de urbanización de asentamientos.
b.      Programas integrales y racionales de viviendas.
c.       Profunda transformación educativa y garantía de la obligatoriedad mínima, tanto en la oferta como en la asistencia.
d.      Plan interjurisdiccional consistente de recuperación de la seguridad ciudadana.
e.      Sistema de salud pública general eficiente.
f.        Elaboración de un sistema consistente de previsión social trans-generacional, con su necesaria etapa de transición.

                La agenda de futuro no puede obviar los puntos mencionados, pero tampoco puede reducirse a ellos. El cambio en el mundo, aunque su visión está obstaculizada por el “ruido” de la crisis financiera global, prosigue en forma acelerada.

                Nuevos paradigmas productivos se agregan y se asoman a los protagonizados en las últimas décadas, que –bueno es destacarlo- no formaron parte de la mayoría de las plataformas electorales pero han cambiado la vida cotidiana.

                La revolución de las comunicaciones, la música en red, la extensión de las redes de comunicación vía teléfonos celulares, la incorporación de la domótica a los procesos productivos, desde los industriales hasta los agropecuarios, desde el diseño hasta el arte, el surgimiento de Internet con la información libre y accesible en tiempo real y las comunicaciones convertidas en un “comodity”, son elementos que se han instalado en nuestra sociedad atravesando todos los sectores sociales y pasando por todos los obstáculos de un sector público atrasado, dominado por gestores políticos de mirada obsoleta y concepciones filosóficas, políticas y económicas arcaicas.

                Sobre estos cambios de naturaleza incremental –porque están asentados en el conocimiento, la ciencia y la tecnología- aparecieron nuevos problemas, pero también se apoyan nuevos cambios.

                Los nuevos problemas se relacionan con la inseguridad ciudadana, la instauración del narcotráfico, la violencia, el cambio climático, la superexplotación de los recursos, la polarización social. Debemos preverlos, estudiarlos y combatirlos.

                Los nuevos cambios insinúan una nueva revolución productiva que seguirá aumentando el protagonismo y las posibilidades del “hombre común”, agregando a las ventanas abiertas por Internet y las redes sociales. Debemos potenciarlos, capacitándonos y actuando.

Entre las novedades llamadas a protagonizar la próxima revolución productiva global se destaca la expansión de la “impresión 3D”, que permite fabricar en domicilio, con terminales económicamente accesibles, partes crecientemente sofisticadas de artefactos, productos terminados y hasta compuestos orgánicos, pasando por encima de las barreras aduaneras, comerciales o políticas.

Me adelanto a responder que no se trata de ciencia ficción, ni de propuestas para el primer mundo. No sólo países desarrollados sino pueblos pobres como Ghana, Sudáfrica y VietNam  están fomentando la incorporación de impresoras-fábricas hogareñas en las zonas más atrasadas de sus territorios. Nuestras instituciones universitarias de punta ya trabajan en ellas, al igual que en la ingeniería genética, la microelectrónica, la nanotecnología y la robótica.

Lo que hay por hacer es inconmensurable, para recuperar terreno, consolidar el piso de ciudadanía y convivencia y sostener las iniciativas de los compatriotas más lúcidos y dinámicos. Y un tema que no por tabú es menos importante: cómo defendernos.

Apasiona pensar en ello y angustia observar los temas que nos atan al ayer.

Frente a ese escenario, no parece gran contribución seguir discutiendo entre el “antikirchnerismo bobo” o el no menos bobo “para-kirchnerismo oportunista”, o entre la visión “Nac & Pop” de los nuevos ricos o la “neoliberal” de los antiguos, ambos de un cínico y anquilosado conservadurismo. Mucho menos ver a nuestra primera mandataria meterse disfrazada de guerrillera en los túneles de la guerra de Viet Nam, exhibir con orgullo una muñeca que pretende replicarla, o atemorizar con cínica autosuficiencia a un artista que se atreve a sospechar el origen de su inexplicable enriquecimiento.

Pero tampoco sirve demorar la confluencia alternativa por impostar rudimentarios ideologismos de otros tiempos, otro mundo y otro país. El futuro argentino, el que latía en la las gigantescas marchas de setiembre y de noviembre, requiere otra actitud, no tanto de los ciudadanos que ya trabajan por él, sino del escenario público que debería servirlos.

Una agenda de futuro. Podría aducirse que es imposible pensar en ella mientras no salgamos de esta pesadilla. Sin embargo, también podría sostenerse que si nos avocáramos a ella sería más entusiasmante la propia lucha para sacarnos de encima este insoportable marasmo.
               
Ricardo Lafferriere

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