De
todas las críticas escuchadas diariamente al comportamiento político del
oficialismo, la más reiterada alude a la ruptura del dialogo nacional. Esta
ruptura tiene una consecuencia directa: la desaparición del pensamiento estratégico.
El país
no sabe hacia dónde se dirige. La oposición –salvo pocos chispazos esporádicos-
ha congelado su debate en la reiteración de sus respectivas identidades, y el
gobierno en el obsesivo endiosamiento de los caprichos presidenciales, de los que
depende la suerte y el destino de cada funcionario. Pero el país no piensa en
su futuro.
No lo
hace el parlamento, como cuerpo dominado por una mayoría inerte –a pesar de la
frustrada insistencia de muchos legisladores preocupados-. Tampoco piensa la
academia, cruzándose consignas como la tribuna de un clásico de fútbol, ni
mucho menos el espacio intelectual o artístico, tironeado en la polarización
grotesca del “con Ella, o contra Ella”.
La
reflexión nacional se ha recluido en pequeños espacios de iniciativa de
compatriotas con ideas y visión actuando desde la sociedad civil
–emprendedores, tecnólogos, productores, militantes solidarios de ONG’s, intelectuales
y pensadores “des-alineados”, algunos pocos industriales- que han preferido
ignorar lo público y pensar en sus vidas y potencialidades apoyados en su
propio esfuerzo. Afortunadamente lo hacen, porque se han convertido en la única
reserva estratégica del país.
En este
escenario, ¿qué será de la Argentina en los años que vienen? ¿Qué espacio le queda
para recomenzar el camino, hacia dónde focalizar los esfuerzos, cuál es su
papel en el mundo que se está construyendo mientras desde aquí reforzamos el aislamiento?
Adelantando
el momento, que inexorablemente llegará, se nos ocurren varios puntos de agenda
que suponen todos el primer paso: la recuperación de la institucionalidad
democrática.
1.
Reconstrucción de la convivencia bajo el
estado de derecho. Este objetivo no se reduce a la jerarquización de
los espacios de decisión y acción del Estado –Nación, provincias, Municipios,
poderes del Estado, organismos descentralizados y autárquicos, etc-. sino que
alcanza también, en forma decisiva, a reconstruir la actitud de respeto a la
ley por parte de los ciudadanos. Sin ésta, cualquier programa público será
inocuo. No pueden existir atajos de impunidad, actitudes de desafío al orden
constitucional o institucional o violaciones penales miradas con tolerancia,
simpatía ni solidaridad, por ningún motivo que no sea previsto en las propias
leyes.
2.
Recuperar la capacidad de crecimiento.
Sin ello, cualquier objetivo social carecerá de base, como un edificio sin
cimientos. El punto desde que el que deberemos comenzar se encuentra varios
escalones por debajo que a fines del siglo pasado por la liquidación de la
infraestructura existente en ese momento, cuando contábamos aún, entre otras
cosas, con energía, ferrocarriles, redes de comunicaciones actualizadas,
puertos, rutas en aceptable estado y buenos índices educativos. Este punto
incluye un abanico de desafíos, entre los que se destacan:
a.
la necesidad de capacitación de la población para
participar del cambio científico técnico del nuevo paradigma productivo global
–empresarial, tecnológica, laboral-
b.
la decisión sobre las fuentes disponibles para
financiar la gigantesca inversión necesaria, tanto para recuperar lo perdido
como para los nuevos objetivos.
c.
un programa energético sustentable, centrado en
las tecnologías limpias y la conciencia ecológica agregada a la distribución,
la industria y el consumo, reduciendo al mínimo la dependencia de combustibles
fósiles.
d.
la decisión sobre el eslabón tecnológico al que
apuntar los esfuerzos propios.
3.
Acordar como política de Estado objetivos
medibles de inclusión social. Los ciudadanos deben sentir y comprobar
que el ordenamiento público los alcanza, los incluye y considera a su bienestar
como principal preocupación. Esos objetivos deben definir:
a.
Programa de urbanización de asentamientos.
b.
Programas integrales y racionales de viviendas.
c.
Profunda transformación educativa y garantía de
la obligatoriedad mínima, tanto en la oferta como en la asistencia.
d.
Plan interjurisdiccional consistente de
recuperación de la seguridad ciudadana.
e.
Sistema de salud pública general eficiente.
f.
Elaboración de un sistema consistente de
previsión social trans-generacional, con su necesaria etapa de transición.
La
agenda de futuro no puede obviar los puntos mencionados, pero tampoco puede
reducirse a ellos. El cambio en el mundo, aunque su visión está obstaculizada
por el “ruido” de la crisis financiera global, prosigue en forma acelerada.
Nuevos
paradigmas productivos se agregan y se asoman a los protagonizados en las
últimas décadas, que –bueno es destacarlo- no formaron parte de la mayoría de
las plataformas electorales pero han cambiado la vida cotidiana.
La revolución
de las comunicaciones, la música en red, la extensión de las redes de
comunicación vía teléfonos celulares, la incorporación de la domótica a los
procesos productivos, desde los industriales hasta los agropecuarios, desde el
diseño hasta el arte, el surgimiento de Internet con la información libre y
accesible en tiempo real y las comunicaciones convertidas en un “comodity”, son
elementos que se han instalado en nuestra sociedad atravesando todos los
sectores sociales y pasando por todos los obstáculos de un sector público
atrasado, dominado por gestores políticos de mirada obsoleta y concepciones
filosóficas, políticas y económicas arcaicas.
Sobre
estos cambios de naturaleza incremental –porque están asentados en el
conocimiento, la ciencia y la tecnología- aparecieron nuevos problemas, pero
también se apoyan nuevos cambios.
Los
nuevos problemas se relacionan con la inseguridad ciudadana, la instauración
del narcotráfico, la violencia, el cambio climático, la superexplotación de los
recursos, la polarización social. Debemos preverlos, estudiarlos y combatirlos.
Los
nuevos cambios insinúan una nueva revolución productiva que seguirá aumentando
el protagonismo y las posibilidades del “hombre común”, agregando a las
ventanas abiertas por Internet y las redes sociales. Debemos potenciarlos,
capacitándonos y actuando.
Entre las novedades llamadas a
protagonizar la próxima revolución productiva global se destaca la expansión de
la “impresión 3D”, que permite fabricar en domicilio, con terminales
económicamente accesibles, partes crecientemente sofisticadas de artefactos,
productos terminados y hasta compuestos orgánicos, pasando por encima de las
barreras aduaneras, comerciales o políticas.
Me adelanto a responder que no se
trata de ciencia ficción, ni de propuestas para el primer mundo. No sólo países
desarrollados sino pueblos pobres como Ghana, Sudáfrica y VietNam están fomentando la incorporación de
impresoras-fábricas hogareñas en las zonas más atrasadas de sus territorios. Nuestras
instituciones universitarias de punta ya trabajan en ellas, al igual que en la
ingeniería genética, la microelectrónica, la nanotecnología y la robótica.
Lo que hay por hacer es inconmensurable,
para recuperar terreno, consolidar el piso de ciudadanía y convivencia y
sostener las iniciativas de los compatriotas más lúcidos y dinámicos. Y un tema que no por tabú es menos importante: cómo defendernos.
Apasiona pensar en ello y angustia observar los temas que nos atan al ayer.
Apasiona pensar en ello y angustia observar los temas que nos atan al ayer.
Frente a ese escenario, no parece
gran contribución seguir discutiendo entre el “antikirchnerismo bobo” o el no
menos bobo “para-kirchnerismo oportunista”, o entre la visión “Nac & Pop”
de los nuevos ricos o la “neoliberal” de los antiguos, ambos de un cínico y anquilosado
conservadurismo. Mucho menos ver a nuestra primera mandataria meterse
disfrazada de guerrillera en los túneles de la guerra de Viet Nam, exhibir con
orgullo una muñeca que pretende replicarla, o atemorizar con cínica
autosuficiencia a un artista que se atreve a sospechar el origen de su
inexplicable enriquecimiento.
Pero tampoco sirve demorar la
confluencia alternativa por impostar rudimentarios ideologismos de otros
tiempos, otro mundo y otro país. El futuro argentino, el que latía en la las
gigantescas marchas de setiembre y de noviembre, requiere otra actitud, no
tanto de los ciudadanos que ya trabajan por él, sino del escenario público que
debería servirlos.
Una agenda de futuro. Podría aducirse
que es imposible pensar en ella mientras no salgamos de esta pesadilla. Sin
embargo, también podría sostenerse que si nos avocáramos a ella sería más
entusiasmante la propia lucha para sacarnos de encima este insoportable
marasmo.
Ricardo Lafferriere
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