“Fíjense
en lo que hago, no en lo que digo”, le expresó en su momento Néstor Kirchner a
los empresarios españoles, cuando les anunciaba el comienzo de su política
económica discrecional. Aunque en muchos aspectos hay un alejamiento de la
consigna, la presidenta continúa en este rumbo.
De
seguir sus dichos, no habría forma de no alarmarse. Un ataque grosero e
insolente a la justicia, esta vez a la Cámara Civil y Comercial; la grotesca e
impostada solicitada en los diarios británicos por Malvinas, que colocó al país
nuevamente en una posición de ridículo internacional; su puesto en escena de una
extravagante decisión administrativa confiscando el predio de la Sociedad
Rural, que se sabía desde el inicio que sería revocada judicialmente por su
manifiesta ilegalidad; su afiche de
estética modernista, tan atrasada como su discurso, para proclamarse “Capitana”
emulando a Eva Perón; su justificación del escatológico festejo en la ESMA que
el kirchnerismo había convertido en el ícono de la memoria del horror; y por
último su nota de cuatro páginas para contestar una pregunta de Ricardo Darín
sin contestarla –porque no tiene cómo hacerlo- cargándolo de agravios y
amenazas veladas. Tal es el saldo de la primera semana del año.
Sin
embargo, los hechos son distintos. Ha ofrecido específica y concretamente a los
“Fondos Buitres” reabrirles la posibilidad del canje de la deuda, luego de haberlo
negado con vehemencia hace poco tiempo y haber calificado de traidores a la
patria a quienes le solicitaban normalizar los pagos externos; ha triplicado el
precio del gas en boca de pozo a las empresas productoras, luego de haberlo
negado expresamente durante casi una década; ha anunciado un incremento
sustancial de los boletos de transporte urbano, en la línea señalada por la
sensatez aunque sin prever el mantenimiento de subsidios para los sectores de
ingresos fijos como le fuera indicado por la oposición; ha autorizado el
incremento tarifario de la energía, en la misma línea, también desdiciéndose de
su política anterior. Hechos, que se intenta ocultar tras una retórica vacua,
cuyo efecto en la realidad no tiene el efecto atemorizante de otros tiempos –porque
nadie la toma en serio- pero tampoco la virtud exaltadora de la pasión
militante hacia los propios, ya desorientados por la bastardización del
discurso y su escasamente modélica conducta personal.
Tanto
los dichos como los hechos dejan mucho que desear. Los dichos, por lo mendaces.
Los hechos, porque se ocultan tras coartadas discursivas que evitan su comprensión
por los ciudadanos para evitar mostrar con crudeza la situación económica a la
que nos ha conducido su gobierno, por capricho, imprevisión e intereses
escasamente virtuosos, cercanos a lo partidista más condenable y alejados de la
visión de estadista con la que a menudo intenta vestirse, anglicismos aparte.
Mirado
el país desde el escenario global, es dolorosa la marcha inexorable hacia la
intrascendencia. Ubicados en el plano interno, es imposible no sentir la
decadencia.
Aunque
esta semana mostró también una foto de esperanza. Tal como en diciembre
destacamos desde esta columna la convocatoria del radicalismo al arco opositor
para acercar posiciones en defensa de la democracia, hoy debe destacarse la
capacidad de diálogo, a contramano de la política oficial, de dos jefes de
ejecutivos locales de diferente signo político, de la provincia de Buenos Aires
y de la Capital, dando pasos conjuntos en la solución de problemas concretos de
gestión, en este caso puntual referido al tratamiento de residuos urbanos.
Lo que debiera ser un hecho
normal en un país democrático, significó sin embargo un fresco aire de cambio
que muestra que es posible otro país. Es mucho más importante que cualquier
dicho de circunstancia. Las dos fotos nos permiten imaginar que lo que viene
será mejor, sustancialmente mejor, que la voz crispada gritándole al espejo.
Ricardo Lafferriere
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