martes, 13 de noviembre de 2018

Las opciones a CAMBIEMOS


En las últimas semanas han crecido notablemente los ataque a la administración de CAMBIEMOS, indudablemente tratando de aprovechar la sensación de debilidad oficial debido a la crisis económica, con el obvio propósito de frenar el avance inexorable de las causas por la corrupción que estrecha el cerco sobre los principales actores del país del pasado.

Es natural que los reclamos ante el derrumbe del valor de la moneda movilicen a quienes ven afectados sus ingresos, frente a quienes el propio gobierno ha abierto mesas de diálogo y propuesto salidas coyunturales para hacer el puente entre esa caída -que arrastró al salario- y el inicio de su recuperación, esperable en algunos meses, paritarias mediante.

Desde el populismo, y sea cuales fueran los motivos coyunturales, existe una impotencia intrínseca para articular una propuesta para el país “totalmente opuesta” de la actual. Las recetas que han surgido conducen a un callejón sin salida. 

Sin financiamiento externo -porque implica ruptura financiera con el mundo-, sin posibilidad de financiamiento interno -porque la presión impositiva se encuentra ya en los mismos niveles récords que los dejó la administración del peronismo-, con un gasto público congelado a la baja, las únicas propuestas posibles no podrían evitar un nuevo default, volver al encierro, a la cuotificación de las divisas con su negra experiencia de corrupción y al cierre de las fronteras económicas del país condenando a la Argentina a despegarse de la locomotora tecnológica global recomenzando la decadencia. 

Para mantener la ilusión de la prosperidad no habría otra alternativa que la emisión sin respaldo, desatando un proceso hiperinflacionario. El ejemplo del chavismo de Maduro, en Venezuela, es la mejor imagen de ese destino. Todos los reclamos escuchados sólo focalizan su respectivo problema puntual, y las recetas propuestas son intrínsecamente contradictorias, sin hacerse cargo de la compleja situación general, en una especie de pensamiento mágico aplicado a la economía.

Desde la ortodoxia, imprevistamente atacada por una curiosa belicosidad, se imputa al gobierno no haber realizado el ajuste apenas llegado al poder, en lugar de intentar el camino gradualista de cubrir el desequilibrio con deuda en la espera que la reactivación económica evite las medidas más duras. En su opinión, actuando así se hubiera podido evitar las crisis cambiaria y fiscal contra las que el país aún está luchando.

La respuesta a esta crítica no es ya económica sino política. Por supuesto que todos saben -aún en el gobierno- que dos más dos son cuatro. Pero vivimos en este país, conocemos los límites del poder, la formidable articulación histórica de la “Corporación de la Decadencia” y también su escaso apego al funcionamiento institucional. 

Ya Fernando de la Rúa trató de impulsar el “déficit cero” y la consecuencia no fue el crecimiento rápido sino la crisis social más profunda de nuestra historia reciente. Ignorar las limitaciones del poder pone en riesgo no ya la economía, sino la propia estabilidad institucional. Hacerlo cuando no se tiene poder propio, ni credibilidad internacional, ni acompañamiento social, es suicida para la democracia. 

La sociedad votó a Cambiemos mayoritariamente asqueada por la corrupción y la grotesca decadencia de los actores políticos. Esas banderas eran terminantes, pero ni siquiera los votantes de Cambiemos coincidían entonces en un claro rumbo alternativo, que sí tenía en claro su conducción. Desde la política la primera reflexión que cabe es que afortunadamente al gobierno no se le ocurrió hacerlo, porque tal vez estaríamos aún en un enfrentamiento sangriento.

La administración de CAMBIEMOS, con sus claroscuros, errores y aciertos, está llevando adelante la nave del país con una habilidad que es lo más que permite su actual correlación de fuerzas. El conmocionante derrumbe de la moneda nacional no derrumbó al gobierno, que exploró caminos de superación y está logrando retomar las riendas, ante una crisis que en cualquier país hubiera sido detonante de conmociones sistémicas. Lo que está pasando es lo que hubiera pasado -y tal vez, con más gravedad- si se hubiera intentado al inicio del gobierno, cuando hasta estuvo en duda la propia entrega del poder.

El gigantesco apoyo internacional ayudó a evitar una hiperinflación que hubiera podido desatarse en horas, ante la facilidad que los medios electrónicos otorgan a los capitales para su huida encendiendo angustia y desesperación en los ahorristas nacionales. Con el 20 % de ese apoyo, la Alianza no hubiera caído. 

El mundo comprendió luego de la crisis del 2008 que la enorme liquidez internacional junto a la fluidez en el desplazamiento de los capitales que permiten las tecnologías de comunicaciones puede poner en riesgo la estabilidad de los países, y a través del G20 desató un paquete de ayuda inmediata que superó cualquier alineamiento ideológico: desde Trump hasta Putin, desde Merkel hasta Li Jinping. Cuesta entender que ante este escenario, las dificultades aparezcan en los dirigentes criollos, los que más debieran estar dispuestos a un acuerdo amplio para enfrentar la crisis.

Que el ataque de la ortodoxia se acentúe justamente en estos momentos es curioso. El gobierno está haciendo lo que -según esa óptica- debió hacerse al comienzo. En lugar de apoyarlo, atacarlo hoy salvajemente agrega en todo caso debilidad a la posibilidad de sortear esta crisis -cuyo supuesto interno es el desequilibrio fiscal, pero cuyas causas desencadenantes son ajenas a la administración como la sequía histórica, el súbito incremento de tasas de interés en Estados Unidos, el enrarecimiento del comercio internacional y la actitud conspirativa de la propia Corporación de la Decadencia.

Ésta incluye un entramado que abarca a empresarios protegidos y rentistas, el populismo que subyace en las convicciones culturales de gran parte del país -incluso dentro de Cambiemos-, comunicadores inocentes o nada inocentes pero claramente tendenciosos y la conmoción causada por las causas de corrupción durante el gobierno anterior, que afecta tanto a tradicionales empresarios de “prestigio” descubiertos como coimeros como a mega-ladronzuelos volcados a la política-. Y hasta el narcotráfico.

La ortodoxia sabe que no hay hoy en la oposición al oficialismo ninguna alternativa política viable que lo supere hacia adelante. Lo más articulado hoy por hoy llevaría el país hacia atrás: es lo peor del populismo, que arrastra incluso a los sectores del peronismo que insinuaron hace un tiempo una apertura a la modernización pero no muestran convicciones en su duro debate interno. Eso es lo que heredaría el país si fracasa Cambiemos, no las ideas impecablemente ortodoxas que desconocen la realidad política y despojan al análisis de cualquier condimento social o solidario.

En todo caso, la gran incógnita es el grado de maduración de los argentinos. El año que viene deberemos decidir si preferimos la senda del ayer, con sus peligros y los actores que conocemos, o si continuamos el esfuerzo de cambio. 

Tal vez se trata de una reedición del dilema existencial e histórico entre una Argentina jerárquica, cerrada y arcaica, con su utopía en el pasado en una rara alianza con la “nación católica” y el anarquismo trotskista, o una democrática, abierta y lanzada con confianza hacia la construcción de su utopía de futuro con todo el pluralismo de actores multicolores e infinidad de “contradicciones secundarias” que deben resolverse con sentido común y vocación patriótica.

Será una decisión que nos definirá en qué sociedad y con que normas de convivencia deseamos seguir nuestro camino.

Ricardo Lafferriere



domingo, 4 de noviembre de 2018

Debatir es tiempo perdido


¿Debatir es tiempo perdido? ¿Cualquier debate lo es?

El desorden de los conceptos con los que se expresaba la realidad en el mundo que conocimos se patentiza al seguir por unos días los diarios internacionales.

Los tiroteos en Estados Unidos, sí. Pero también el crimen cometido en el consulado de Arabia Saudita en Estambul, en que un periodista opositor fue asesinado y su cuerpo seccionado en pedazos con una sierra, para luego diluirlo en ácido. 

Las inundaciones en España, Francia e Italia, indudable expresión del cambio climático. Se derrite el Ártico, ante el horror de los preservacionistas, pero produciendo un gran cambio geopolítico al permitir abrir una ruta marítima de verano a través del Océano Ártico, sueño de los exploradores del siglo XVI. Y potenciando la disputa por la explotación del Ártico que profundiza la depredación del planeta pero abre a Rusia una vía marítima de acceso a los mares templados, eterna ambición desde tiempos de Catalina la Grande.

La obtención de una micro teletransportación cuántica en un escenario concreto conmociona a la ciencia básica. Varios miles de centroamericanos marchan pacífica pero inexorablemente  hacia el norte, mientras el presidente norteamericano manda a la frontera a cinco mil soldados, anuncia diez mil más y emplaza un muro ¡de alambres de púas! para detener al grupo de migrantes que quiere ingresar a Estados Unidos, recuerdo del enfrentamiento bíblico de David contra Goliat. Estos centroamericanos son un recordatorio que el planeta es una originaria propiedad del género humano, y no sólo de quienes viven dentro de determinadas fronteras artificiales.

La posibilidad de utilizar células de la piel para convertirlas en pluripotentes y eventualmente producir órganos para trasplantes, evitando el rechazo, abre horizontes impensados a la vida.

China inaugura el puente más largo del mundo, sobre el Mar de la China, y continúa su esfuerzo por la conectividad global tomando las banderas del comercio libre, que abandonaron los Estados Unidos de Trump. España se ve crecientemente desorientada e impotente ante la avalancha de refugiados africanos, que ante la prohibición italiana de desembarcar en sus costas y la ingenua debilidad del gobierno español, desembarcan desde las pateras buscando no ya mejorar su vida, sino algo más elemental: sobrevivir. Mientras, su dirigencia “debate” con el tono alzado si se removerán los restos de Franco de su tumba para llevarlos a … no se sabe bien dónde; y se entretiene con una discusión propia del siglo XVIII sobre la eventual “independencia” de una de sus regiones históricas. 

Brasil -el de Lula y Dilma- elige con contundencia un liderazgo personalista, a tono con la moda de los tiempos: liberal en lo económico, autoritario en lo político, pero con la originalidad del mayoritario respaldo del pueblo brasileño hastiado de la corrupción. Venezuela sigue expulsando su mejor gente y su gobierno acentúa la represión sangrienta mientras profundiza la cleptocracia.

Japón -el gran derrotado de la 2ª. Guerra- conmueve la investigación espacial: logra hacer aterrizar una nave exploratoria en un meteorito. China -nuevamente China…- apresa a un funcionario internacional de máximo nivel y lo hace “desaparecer legalmente”, sin que el mundo se inmute, mientras aparecen restos de una persona desaparecida hace tiempo ¡en una sede eclesiástica, en Roma!

 Las dos Coreas acentúan su minué buscando las formas de articular los dos sistemas en un solo país, lo que la convertiría en la gran potencia del sudeste asiático, la única en la región en poseer bombas atómicas además de China -aporte del Norte- pero además con un avance tecnológico, comercial e industrial de vanguardia en el mundo -que es la contribución del Sur-. Y los “locos” que estuvieron a punto de una confrontación letal -a estar a sus acusaciones cruzadas hace apenas unos meses- se prodigan cotidianamente ponderaciones floridas: Trump y Kim Jong-Un ahora son amigos…

El planeta marcha impertérrito hacia su deterioro vital, de la mano de la macabra indiferencia carnavalesca de sus principales actores. Megahuracanes superdestructores no rompen la indiferencia de la carrera por los hidrocarburos que aún fogonea las decisiones políticas de los que más mandan, aún frente a los airados aullidos a la luna de los que más sufren, y de los más lúcidos. La desaparición de especies es ya una gran “Sexta Extinción Masiva”, en manos de una de ellas, la humana, que se comporta como dueña exclusiva y excluyente de lo que va quedando del planeta. Especie que mientras está a punto de “vencer la muerte” con sus avances científicos, se acerca más a su propio extermino por sus decisiones globales.

En Hawaii anuncian la desaparición de una isla, por la sucesión de terremotos, preanunciando el hundimiento de dos islas-países (Tuvalu y Vanuatu) que vienen reclamando inútilmente en los foros internacionales la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, que en pocos años las dejarán totalmente bajo las aguas del Pacífico, en ascenso inexorable.

Hasta el infinito podríamos seguir. El mundo está revuelto. Mao repetiría su apotegma confuciano “Hay un gran desorden bajo los cielos”, que nuestra Mafalda traduciría al más criollo “Paren el mundo, me quiero bajar”. Pero no hay adonde ir.  Solo tratar de entenderlo, con todas sus contradicciones, tendencias fuertes, matices y potencialidades.

Hace algún tiempo decíamos, repitiendo a los que de veras saben, que la globalización económica está convirtiendo a la humanidad progresivamente en un solo espacio y ha logrado sacar de la pobreza a cerca de mil millones de personas, ha reducido el hambre en el mundo al más bajo porcentual la historia, ha logrado avances científico-técnicos exponenciales y ha construido una economía de una dimensión y potencialidad como no se tiene memoria. Pero también que todos estos logros admirables no han sido acompañados hasta ahora por una contención política global. Decíamos que esa falencia era peligrosa y nos alegramos cuando el G20 creció en importancia, luego de su exitosa presentación en sociedad con el control de la gigantesca crisis del 2008, desatada cuando la “financiosfera” -una especie de atmósfera virtual de capital simbólico equivalente a varias veces el PBI mundial que rodea al planeta entero- se salió de cauce poniendo a la economía global en peligro explosivo.

El cambio político en el mundo tiene también sus características. Los partidos que protagonizaron el siglo XX están siendo superados, en algunos casos en sus estructuras, y en otros en sus conductas históricas, por el notable empoderamiento de los ciudadanos comunes. Liberales y socialdemócratas “ya no son lo que eran”. Se mixturan, se copian, se apropian de reclamos rivales y en cada país realizan mezclas diferentes. Están superados diariamente por la realidad, que presenta un sincretismo impensable hace pocos años. Este cambio aconsejaría “barajar y dar de nuevo”, tras un debate desapasionado sobre los graves temas de la agenda actual. Sin embargo, gran parte de los actores políticos de más experiencia se niegan a abandonar la zona de confort de sus viejas verdades, dejando el espacio reflexivo sobre lo público en manos del destino, o de la vocinglería de las redes, en la que ciudadanos nóveles en los grandes temas combaten -más que debaten- con juicios más cercanos a lo gutural que al pensamiento lógico. Como en los tiempos oscuros, la razón es reemplazada por los puros instintos. Por abajo. Porque por arriba, la “financiosfera” y los mega-actores económicos siguen actuando, sin otras reglas de juego que las propias, con la más fría lógica de la ganancia rápida.

“Murieron las ideologías”, proclaman unos, ante la indignada reacción de quienes las consideran eternas. Y más de siete mil millones de nuevas ideologías construidas por cada habitante del planeta con los fragmentos de las viejas creencias, sincretizadas como cada uno puede, protagonizan el nuevo “debate de lo público”, vocinglería interminable en la que los partidos -obviamente- no pueden participar por sus contradicciones internas debido a la desactualización de su agenda.

Como pasó en varias etapas de la historia humana, todo entró en cuestionamiento: las configuraciones político-territoriales, las jerarquías religiosas e ideológicas, los equilibrios de relaciones de poder existentes, y -obviamente- las geometrías políticas. Entre todas estas cosas, una reconfiguración del poder se gesta en forma anárquica y diacrónica, en forma diferente según cada cultura, cada realidad y cada “set de problemas” que deben enfrentarse.

Entonces… ¿sirve el debate? ¿o es tiempo perdido, que debiera dedicarse a fortalecer los propios músculos para cuando estalle de verdad todo?

La pregunta parece no tener respuesta terminante. En primera instancia, pareciera que debiera servir para limar las cuestiones secundarias entre quienes tienen intereses parecidos de cara al problema principal, la propia subsistencia.

En el plano global, debería servir para unir esfuerzos en la preservación del planeta, poner bajo control a la “financiosfera”, asegurar rápidamente un piso de dignidad a todos los seres humanos que eviten el dolor de abandonar sus terruños o morir, erradicar la delincuencia global. Se notan avances, liderados indudablemente por el G20, que ha “intervenido” de hecho a los organismos internacionales de mayor incidencia a través de sus delegados nacionales. Algunos grandes traspiés -el Brexit, la elección de Trump, el resurgimiento espasmódico del nacional-chauvinismo en Europa- lo retrasan, y es un peligro. Es una batalla abierta e inconclusa, que sin embargo nos benefició en estos días, habilitando a la Argentina con el mayor paquete de ayuda internacional recibido por un país. Con el 15 % de esa ayuda, la Alianza no hubiera caído y el país sería otro. En el medio: la crisis global del 2008 y la acción del G20.

En el plano nacional, este debate debería darse en el espacio modernizador. Lo demoran, en este caso, causas más pedestres: la coalición de gobierno no abre su diálogo interno, su fuerza hegemónica prefiere dar batallas en soledad debilitando la solidez del espacio, y la ausencia de ese debate dificulta la construcción del imaginario entusiasmante imprescindible para cualquier proceso sociopolítico. Su “utopía” se intuye, pero no se explicita. Y por fuera, la oposición conservadora, aunque desarticulada, apela no ya a la razón sino a viejas  utopías cuasi-religiosas que flotan en el pasado aprovechando que la dureza del cambio -que ayudan con tenacidad a dificultar y agravar para las personas que lo sufren- no permite respuestas mayores, simplemente porque cualquier otro atajo agravaría los problemas en lugar de solucionarlos. La une el pensamiento mágico, que oculta la insuficiencia analítica, la impotencia propositiva y la esclerosis programática.

La afirmación del título, entonces, requiere una doble respuesta. Debatir es tiempo perdido entre quienes persiguen diferentes finalidades. Lo hemos visto en las sesiones del parlamento: no son debates, son luchas. No existe entre quienes luchan ningún acuerdo básico. Los marxistas dirían que olvidaron el principio dialéctico de la “unidad de los contrarios” y sólo enfocan la dinámica de “los polos de la contradicción”. Allí sólo cabe triunfo o derrota y por ahora la lucha sigue abierta. 

El espacio conservador sólo se entusiasma con la vuelta al pasado, aunque lo sepa inviable. El modernizador, con la construcción del futuro posible, que sabe lleno de dificultades.

Pero en este espacio modernizador, el debate es más imprescindible que nunca, porque hay que diseñar caminos desconocidos para un mundo plagado de incógnitas, que no están en ningún libro. Caminos que no implican cuestionar el rumbo sino abrirlo a los matices, que son innumerables, y a la participación de los ciudadanos, fuente inagotable de ideas, entusiasmo, pasiones y creatividad.

El futuro es opaco, impredecible. No hay, como en otros tiempos, un “destino inexorable de la historia”. Hay potencialidades, posibles, enormes. Pero también peligros. Muchas sociedades se han suicidado a lo largo de la historia, plagada de naciones que ya no existen y de grupos humanos desaparecidos.

Aunque parezca un “revival” del tiempo de la Ilustración, la esperanza de que la razón ayude a enfrentar adecuadamente los complejos problemas de nuestra agenda se mantiene como la gran esperanza de llegar a buen puerto.

Ricardo Lafferriere