Un
cuarto de millón de personas, autoconvocadas.
Cierto
es que muchas de ellas se agrupan en páginas de Facebook. También que son
instadas por amigos o vínculos gestados en las redes sociales. Pero no hubo
ningún partido político, organización sindical, o factor de poder importante
que hubiera fogoneado –o meramente tomado en serio- la movilización de ayer,
antes de su realización.
Un
cuarto de millón de personas, autoconvocadas. Quienes pudimos observar de cerca
la gigantesca concentración capitalina no dejamos de asombrarnos por la
pacífica alegría de los participantes, de los que no salió un solo agravio
personal a la figura presidencial. Obviamente, sí, fuerte discrepancias con sus
políticas, especialmente las centradas en las que limitan la libertad ciudadana
por vías arbitrarias o autoritarias.
La
mayoría de los improvisados carteles portados por los manifestantes reclamaban
“No a la reforma constitucional”, “no tenemos miedo”, “no a la Re-re-elección”
y “Por la vigencia de la Constitución Nacional”. Quienes asistieron
respondieron con nobleza a los ejes de la convocatoria lanzada por diferentes
compatriotas en las redes, apenas quince días atrás: Por la libertad y la
Constitución Nacional.
Esas
personas conformaron por unas horas lo mejor del pueblo argentino. Superaron el
miedo, se expresaron libremente –aún con la sospecha de que algún grupo
oficialista intemperante pudiera provocar episodios lamentables-, y con todos
sus matices llenaron la histórica plaza, provocando un fuerte campanazo de
atención que, aunque no lo confiese, seguramente será leído atentamente por la
presidenta y su equipo.
Un
hito, porque hay un antes y un después. Por lo pronto, el miedo se ha disipado.
Los argentinos que conforman la base de la “oposición” –o de las oposiciones-
demostraron que pueden convivir a pesar de sus enfoques diferentes, que es lo
mismo que decir que pueden convivir en democracia. Lo han hecho en la calle, en
conversaciones mano a mano, que hubieran podido estar cargadas de tensión y sin
embargo rebosaban alegría y optimismo.
La gran incógnita es por qué esa
misma convivencia no puede expresarse en las conducciones de las fuerzas no
oficialistas, articulando iniciativas comunes, esforzándose en construir una
alternativa de gobierno que comience con el trabajo legislativo conjunto, por
qué no son capaces de armar un “contenedor opositor” en el que se discutan y
acuerden desde las pautas programáticas para un período de gobierno de
recuperación institucional, hasta las elecciones internas abiertas en todos los
niveles, a fin de concentrar las fuerzas no oficialistas para detener el
intento continuista, pero más que ello para detener el gigantesco deterioro
institucional a que está siendo sometida la democracia argentina.
Desde esta columna especial no
podemos dejar de felicitar a dos sectores que marcaron su presencia con una
mayoría abrumadora: los jóvenes y las mujeres. Fueron el corazón de la marcha.
También quienes la potenciaron multiplicando las invitaciones, convenciendo a
los dudosos, entusiasmando a sus padres y abuelos –que también los había, con
ejemplos emocionantes superando limitaciones físicas compensadas con el
entusiasmo – y persuadiendo a sus amigos, escribiendo afiches sostenidos con
tenacidad, y pancartas expresando los pedidos.
Ha sido curiosa la actitud de las
fuerzas políticas. Algunos dirigentes importantes –los menos y más lúcidos-
jugaron su prestigio apoyando la realización de la marcha antes que se
produjera. Otros esperaron prudentemente su resultado, para montarse en la ola.
Incluso hubo los que generaron fuertes dudas inducidas en sus propios cuadros,
poniendo en sospecha la limpieza de la convocatoria, y después aparecieron
saludándola ante su rotundo éxito. Y también –los menos- que prefirieron gastar
su tiempo en elucubraciones de café buscando con lupa adherentes con cuya
historia discrepara, para justificar culposamente su ausencia.
Lo cierto es que en el “después”,
muchos más se animarán y otros advertirán su error con futuras conductas que
apuntarán a enmendarlo e interpretar mejor el estado de ánimo de los
ciudadanos.
En él, sin dudas la gravedad de
la situación económica incide. Sin embargo, la ausencia de consignas económicas
fue notable. No se vio ni un solo cartel reclamando por el dólar, la inflación
o la creciente desocupación. La sensación es que todos entendían que esos
problemas –y muchos otros, como la seguridad que sí se mencionaba en algunos,
el deterioro educativo y la exclusión social- tienen una sola forma de
enfrentarse: con una democracia más perfecta, con una república funcionando,
con una Constitución respetada. Construyendo ciudadanía, en lugar de
clientelismo.
Un antes y un después. El antes
que parecía caer en el miedo difuso impregnando la vida cotidiana y
confundiendo a las dirigencias no oficialistas, se ha trocado en un después en
el que el camino de libertad ha recibido un gran impulso refrescando las mentes
calenturientas para las que sólo cabía interpretar todo tras los lentes de un
pretendido ideologismo que atrasa medio siglo.
El antes, de la gente oscilando
entre el miedo y la indignación y la dirigencia debatiendo en mesas de café la
“pureza ideológica” de las posibles alianzas, ha quedado atrás y atrás quedarán
quienes no entiendan las características de la etapa que se abre. Una etapa en
la que no tendrá cabida el miedo, ni la indignación, ni la intemperancia
ideológica, enorme impostura que permite avanzar a quienes no respetan, ni
quieren ni cuidan a la democracia como sistema político.
Una etapa en la que un pueblo
libre, con dirigentes lúcidos de vocación patriótica, retomará la tarea que
recomenzó en 1983 para proseguir la construcción, eterna e inconclusa, de una
sociedad cada día mejor.
Ricardo Lafferriere