sábado, 23 de mayo de 2015

Incubando un mundo impredecible

Las Naciones Unidas comienzan el debate sobre la eventual reglamentación –o prohibición- de las armas robotizadas con autonomía táctica. En otras palabras, robots que deciden por sí –aunque según una programación previa-, entre otras cosas, cuándo disparan y a quién. Son máquinas que abarcan desde los drones aéreos, blindados, robots de infantería y nano-armas, controlados por sistemas complejos de inteligencia artificial.

Las neurociencias anuncias avances tales como el rejuvenecimiento de células nerviosas adultas, que recuperan plasticidad y regresan a estadios de juventud. Comenzamos a tener esperanzas de “vencer a la muerte”, por primera vez en la historia de la especie humana.

La nano-bio-genética sorprende con el anuncio de las técnicas para “cortar” secuencias de ADN para corregir daños, extirpar o reemplazar por otras. En China ha comenzado a realizarse en embriones humanos. En otros países, con animales y vegetales. El avance es enorme.

Las neurociencias –nuevamente- anuncian el desarrollo exitoso de métodos de estimulación de zonas cerebrales específicas para lograr la “excelencia” en campos puntuales: matemáticas, música, deportes de competencia, memoria, sentimientos.

También las neurociencias presentan el implante de retinas artificiales, que captan las imágenes y las transmiten al nervio óptico permitiendo recuperación –por ahora, parcial- de la visión a personas con retinas inutilizadas. Los implantes cocleares, para tratar problemas auditivos, tienen ya años de desarrollo y son cada vez más perfectos.

En nanomedicina se avanza aceleradamente en el diseño y construcción de artefactos de pocos micrones de tamaño, en condiciones de desplazarse en forma autónoma por el interior del cuerpo, con finalidades diversas: reparar tejidos dañados, realizar operaciones de destrucción de células cancerosas y escanear partes del cuerpo –desde órganos hasta partes del cerebro-.

En nano-tecnología y micro-tecnología se presentan “enjambres” de artefactos de tamaño ultrapequeño en condiciones de trabajar en conjunto compartiendo inteligencia –tipo panel de abejas, u hormiguero- que permiten desde la realización de tareas en sitios de difícil acceso hasta operativos militares.

En Gran Bretaña se presenta el resultado de desarrollos tecnológicos que permiten fabricar carne sin animales. El método es el corte de la cadena de ADN bovina en la sección que contiene el mando para “fabricar” los tejidos biológicos –la carne- de las partes útiles para el consumo. Este ADN modificado es alimentado con los nutrientes adecuados y el resultado es la producción de carne, con el gusto que se desee, sin redes nerviosas y sin necesidad de un animal vivo que la porte y al que sea necesario sacrificar para extraerle su producto. Y que, además, puesta en producción masiva, resultará sustancialmente menos costosa que la crianza de bovinos.

En Corea se anuncia la presentación para el año 2020 de la Internet “5G”, 60.000 veces más rápida que la 4G –a su vez, entre diez y cien veces más rápidas que las 3G-. Esto permitirá el funcionamiento fluido de la “Internet de las cosas” –es decir, artefactos de todo tipo, desde hogareños hasta fabriles, desde militares hasta médicos- conectados directamente a Internet con funcionamiento autónomo. Y de la Inteligencia Artificial global.

Google presenta el automóvil que se maneja autónomamente –sin conductor- y realiza experiencias de decenas de miles de kilómetros en rutas congestionadas sin producir accidentes. Lo guía un sistema de inteligencia artificial conectado al GPS. En maquinarias agrícolas –por ejemplo, tractores- ya se aplica y está en el mercado, incluso en la Argentina.

Microsoft pone en el mercado sistemas de realidad virtual que reproducen cualquier escena deseada, existente o ficticia, novelada o real, generando percepciones sensoriales y sensaciones sicológicas a voluntad con absoluto realismo. Virtualidad en juegos, defensa, sexo, comercio, turismo, relaciones con identidad propia o fraguada, son los nuevos conceptos.

Son solo ejemplos que llegan diariamente por la prensa. No avanzan sobre la infinidad de desarrollos en estado de laboratorio, o que permanecen reservados por motivos comerciales, de secreto industrial o de seguridad. Son sólo las que trascienden, que –se dice- alcanzan apenas al 10 % de las existentes y están siendo puestas a punto por gobiernos, empresas y laboratorios.

Todos ellos reflejan, sin embargo, un fenómeno subterráneo: la gigantesca revolución científico técnica global.

Hace tres lustros, el científico, empresario y futurista Ray Kuzweil publicó su obra “La singularidad está próxima”. Aunque la obra pasa revista a una serie de avances en los diferentes campos del conocimiento, su propuesta final era impactante: en pocos años, diez o tal vez quince desde ahora –década del 2020-, la simbiosis entre la inteligencia artificial y la inteligencia humana estarán dando origen a un nuevo tipo de humanidad, tecno-biológica. A ella se llegará en forma paulatina pero crecientemente acelerada, primero optimizando los funcionamientos biológicos del cuerpo, luego su rejuvenecimiento controlado, y por último, su potenciación con implantes tecnológicos que ampliarán al nivel deseado la capacidad cerebral. Diez años es menos de lo que nos separa de la llegada del kirchnerismo al poder –simplemente para dar la idea de la rapidez de los cambios-.

La obra se escribió en el 2004 y su pronóstico de avances tecnológicos respondía a lo que él denominó “Ley de los rendimientos acelerados”. Su tesis es que cada avance científico-tecnológico potenciaba los siguientes en una progresión geométrica y que en el momento en que se lograra la integración de los sistemas inteligentes –tecnológicos o humano-bio-tecnológicos- se lograría iniciar una nueva era, la de la “singularidad”, con el inicio de un nuevo paradigma.

En el proceso de cada nuevo paradigma tecnológico dominante, especialmente en el campo de las tecnologías de la información, el proceso analizado desde una perspectiva macro marca cuatro etapas en cada ciclo de cambio: la aparición de un nuevo desarrollo tecnológico, su maduración y comienzo de aplicación, su adopción generalizada y por último su crecimiento exponencial, hasta la aparición de un nuevo paradigma que lo reemplazará. Las dos primeras etapas muestran crecimientos lentos y sostenidos hasta el comienzo de su adopción generalizada, en que se produce una especie de “codo” en su evolución hasta que el crecimiento se hace exponencial.

En 1985 una computadora hogareña "standard" ofrecía una capacidad de cómputo de la trillonésima parte del cerebro humano. En 1995, de una billonésima. En 2005, de una millonésima. En 2015, de una milésima. Tres ceros por década. A mediados de la próxima década, alcanzará la capacidad de cálculo del cerebro, que en 2013 logró ya la super-computadora china Thiane-2. La miniaturización hará el resto.

Pues bien: Confieso que la primera vez que lo leí, hace algún tiempo, me pareció ciencia ficción. Sin embargo, el seguimiento atento de las noticias de los últimos tiempos y la proliferación por doquier de nuevas aplicaciones me lleva a intuir que estamos comenzando a transitar el “codo”, y que en los próximos años presenciaremos un cambio vertiginoso y una extensión generalizada de las nuevas tecnologías a todos los campos de la realidad que superarán todos los marcos de análisis con que hemos interpretado el mundo hasta hoy. Ese cambio se está incubando.

Doscientos científicos y empresarios –de los más importantes del mundo, entre ellos Stephan Hawking, Bill Gates y Elon Musk- alertaron en enero de 2015 sobre el avance avasallador de la Inteligencia Artificial, anunciando que puede llevar “al fin de la raza humana”. Se refierían a la posibilidad de la auto-programación de sistemas computacionales complejos, que permiten no sólo el auto-desarrollo de programaciones altamente sofisticadas (es decir, programarse a sí mismos), sino también de su potenciación al estar todos contectados entre sí, a través de Internet, en tiempo real y a la velocidad de la transmisión de datos. El control, por parte de estos sistemas, de las grandes macro-redes de las sociedades desarrolladas y complejas –energía, infraestructuras, defensa, seguridad, comunicaciones- les otorga un poder abrumador y –eventualmente- invencible. La conexión a Internet de la infinidad de artefactos militares, hogareños, médicos, implantes personales, seguridad, administrativos, etc. ("Internet de las cosas"), hace de esta vulnerabilidad una debilidad existencial.

¿Nos estamos preparando para participar de esta revolución y prevenir sus peligros? Da la impresión que no. Nuestra reflexión nacional está centrada en debates históricos y no asume el cambio socio-tecnológico. Sólo espontáneas iniciativas de emprendedores –científicos y empresarios- toma nota de este cambio global, que sin embargo nos impregnará sin pedir permiso y superando cualquier intento de frenar su llegada.

Preocupa el nivel de la reflexión pública, desde el empinado nivel máximo hasta los comentarios periodísticos y las propias propuestas alternativas. Si la política no se interesa, la realidad lo hará por sí sola. La consecuencia la conocemos: el desarrollo será rápido, pero muchos, muchos, sólo lo mirarán pasar. Perderán el tren, serán los nuevos excluidos y sus vidas quedarán atadas a los estertores de un pasado cada vez más conflictivo, polarizado y violento.

El cambio de ciclo político es un buen momento para abrir las puertas a la reflexión. La vida empieza todos los días y aún estamos a tiempo. Pero cada día que perdemos será más difícil recuperar terreno.

Ricardo Lafferriere



martes, 12 de mayo de 2015

Democracias de audiencias

Hace un par de décadas, el politólogo francés Bernard Manin publicaba su obra “Principios del gobierno representativo”, en la que formulaba su clasificación sobre los tres grandes “estilos” que caracterizaron los sistemas de la democracia representativa desde fines del siglo XVII.

Tres grandes épocas marcaron formas de organización y funcionamiento de los sistemas democráticos  que, aún sin cortes tajantes –porque de una u otra forma, las características de los tres se expresan en todos- indican la preeminencia de determinados factores según la etapa histórica.

Se trata de la “democracia parlamentaria” originaria, la “democracia de partidos” que la siguió y de la “democracia de audiencias” de los tiempos actuales.

En la primera, la selección de los parlamentarios no respondía a otra cosa que a sus prestigios personales en sus comunidades. Los electores delegaban en sus vecinos más reconocidos la representación para legislar y gobernar. Los debates políticos y sociales llegaban “hasta la puerta del parlamento”, pero se suponía que no debían incidir en los legisladores, quienes decidirían según su criterio más justo deliberando y pensando libremente lo que consideraran mejor para su país. Esa forma no admitía subordinaciones partidarias ni lealtad a otro “colectivo” que no fuere la Nación, sus distritos y su conciencia. Iniciada en el parlamentarismo originario de la “Revolución Gloriosa”, en Inglaterra de fines del siglo XVII, fue la manera de funcionar de los cuerpos colegiados hasta  bien entrado el siglo XIX.

La segunda trasladó los debates político-sociales a los senos de los partidos políticos, que pasaron a ser concebidos como espacios colectivos de representación de grupos sociales específicos y de ideologías determinadas. Los legisladores perdieron autonomía y sus facultades de decisión pasaron a los cuerpos partidarios a los que respondían. Los parlamentos se convirtieron en lugares de contabilización de voluntades, ya definidas por fuera de sus muros. Las decisiones políticas respondían casi mecánicamente a las mayorías y minorías electorales, sin que hubiera lugar para cambio de opiniones en razón de los debates. Fue la democracia característica de las sociedades de masas, desde mediados del siglo XIX hasta pasada la mitad del siglo XX.

La tercera es la que Manin define como “democracias de audiencias”. Los debates no se dan por fuera de los parlamentos, ni exclusivamente dentro de ellos, ni tampoco sólo dentro de los partidos, sino en todo el cuerpo social, alimentados por los grandes medios de comunicación y los grupos de interés de más diversa factura, a los que hoy agregaríamos las redes sociales. Las elecciones no responden a los prestigios personales locales, ni a la identificación con sectores sociales o ideologías. Las “lealtades” parlamentarias se hacen lábiles y no implican subordinaciones a fuerzas políticas estables. Por el contrario: la selección de candidatos responde más bien a las construcciones de imágenes masivas, los prestigios reconocidos no son los locales sino el “conocimiento”, “confianza” y “empatía” que inspiran en los grandes electorados y las decisiones que tomen reflejarán los debates sociales que formarán cambiantes “estados de conciencia” sobre temas diversos, variables y fluctuantes.

El programa de Tinelli presentando a los tres principales (en cuanto “más medidos”) candidatos presidenciales con sus esposas señaló la llegada definitiva de la democracia de audiencias a nuestro país. Su propósito –evidentemente- no fue expresar una “ideología” o representar a un “sector social” determinado, sino llegar al gran público con capacidad de seducción y generación de empatía. La ausencia de compromisos sobre temas específicos refleja la necesidad de mantener abiertas opciones que pueden variar en el largo camino hacia el día del comicio, o incluso hasta el propio eventual gobierno. Tal vez Carlos Menem fue el que con mayor claridad definió estas necesidades cuando dijo, en 1990, cuando la democracia de audiencias asomaba en Argentina: “si hubiera dicho lo que iba a hacer no me hubiera votado nadie”.

¿Es buena o es mala la “democracia de audiencias”? No es una pregunta vana. Si la democracia de audiencias está definitivamente instalada, tampoco la actitud de los candidatos es condenable: hacen lo que se espera de ellos, y actúan en el espacio en el que se definen voluntades que al final terminarán expresándose en el comicio.

¿Es posible reemplazar la democracia de audiencias? Parece una tarea difícil. Responde a la estructuración y la dinámica de los tiempos, con altos grados de incertidumbre sobre los riesgos que deben enfrentarse, sobre los aliados con los que pueda contarse y con imposibilidad de prever el surgimiento de imprevistos, aún en el cortísimo plazo. Los ciudadanos no creen en los partidos ni en las ideologías, porque han aprendido lo que les enseñó la realidad: ni unos ni otros tienen verdades permanentes o estables, y durante sus vidas –cortas o largas- han experimentado ya los límites de unos y otras, cada vez más reducidos en sus posibilidades.

Tal vez la pregunta debiera entonces formularse de otra forma: Habida cuenta que la democracia representativa de hoy funciona con estas características, ¿cómo mejorarla?

Ignoro si alguien tiene una receta. Por lo pronto, parece que un mínimo de eficacia demandaría la existencia de partidos políticos modernizados. Y reitero: de partidos políticos. Modernizados. Los partidos requeridos por los nuevos tiempos requieren funcionar como marcos de debates primarios, lugares de elaboración de propuestas de gobierno coherentes, frescura intelectual para interpretar la nueva agenda, capacidad de construcción de acuerdos puntuales sobre temas específicos de mayor o menor extensión en el tiempo. Pero esta democracia no es funcional a partidos congelados en agendas fuera de época, durezas ideológicas propias de los tiempos de las “democracias de partidos”, burocracias esclerosadas o en la impostación de épicas históricas.

Tal vez partidos con esas nuevas características podrían servir eficazmente a los ciudadanos para alimentar las portentosas posibilidades de millones de personas que viven las nuevas formas de la democracia y calificar los liderazgos. Si ello no ocurre, persistirán solamente los “liderazgos” –renovándose sin contenido, o con el contenido que les marquen las agendas diarias de sus asesores de imagen, o en el mejor de los casos, respondiendo a las convicciones íntimas de cada “líder”-  y las sociedades se resignarán a ellos esperando el momento de su ratificación o de su cambio, ignorando las mediaciones políticas que considerarán cada vez más inservibles.

Alguna vez hemos escrito que el “poder” es un concepto antropológico que ha acompañado desde siempre la vida en sociedad. Existen sociedades sin ideologías, pero no existen sociedades sin poder. Es el primer paso, lo “sustantivo”. Los ciudadanos lo sienten, lo intuyen, lo “saben”. Siempre construirán liderazgos para ejercer el poder.

La modernidad entendió que ese poder debe dividirse, limitarse, acotarse.  Estableció Constituciones, leyes, Justicia. Es lo “adjetivo”. En la opción, si se presentan como opciones, siempre ganará lo primero. Las convicciones democráticas de aquellos ciudadanos interesados en especial por lo público deberá encontrar la forma de articular ambos conceptos, para no regresar al “puro poder”, propio de las sociedades premodernas. Deben hacerlo sobre las condiciones sociales que se viven, no sobre las que les gustaría. Contener el poder dentro de la política sigue siendo el desafío de la democracia en sus tres versiones.

Comprender la dinámica cambiante de las sociedades es requisito necesario para aspirar a representarlas. Las democracias de audiencias están llegando para quedarse y quizás no haberlo comprendido abrió el camino a liderazgos estrambóticos, incapaces de gestiones maduras y responsables, pero que interpretando la necesidad de “poder”, supieron entender la forma de lograr una representación escasamente dirigida al bien común, sino a sus propósitos –personales- de poder y riquezas.

La fórmula del éxito quizás sea “liderazgos democráticos con partidos modernos”. El gran desafío para los ciudadanos de hoy.

Ricardo Lafferriere