"La pérdida de reservas..." "El tipo de cambio..." "El cepo cambiario..." "La inflación..."...
Los debates económicos disputan la jerarquía del problema principal. Sobre su conclusión sobre este "primer interrogante" sugieren las respectivas "salidas".
Curiosamente, todas son racionales y coherentes, desde la perspectiva de la economía. Nadie puede oponerse sensatamente a recomponer reservas, mantener un tipo de cambio homologable con las demás variables económicas, volver a la libertad cambiaria que fuimos limitando crecientemente en los últimos dos años, y terminar con la inflación que carcome ingresos potenciando la incertidumbre...
Imaginemos que tenemos que hacer un viaje. "Vamos en tren" opinan unos. "No, mejor en avión..." sugieren otros. "A mí me gusta el auto..." tercia uno. "¿Y si vamos en barco?" Propone el último. Sin embargo, falta algo: definir a dónde se quiere viajar. Sin esa información, difícilmente pueda tomarse una decisión correcta porque no es lo mismo viajar a Nueva York que a Lanús, a Montevideo que a Europa o a Sydney que a Rosario.
Enfoquemos ahora los interrogantes económicos. La economía en un país democrático tiene dos tipos de actores, cuya orientación es necesario alinear para conseguir una marcha exitosa. Esa alineación deberá, por supuesto, tener en cuenta las posibilidades reales del país, sus condicionantes y sus potencialidades.
Esos dos actores son por un lado la política, que debe fijar el rumbo interpretando la voluntad mayoritaria y estableciendo las reglas de juego que regirán el juego; y por el otro los actores privados, empresas, familias y personas, que harán sus apuestas -de ahorro, inversión, consumo, créditos, endeudamientos- para participar del juego buscando llegar a la meta. Para ello, usarán sus conocimientos mayores o menores de economía y las normas establecidas por el Estado.
El papel de la política tiene algo de arte y mucho de ciencia. Debe detectar cuál es el rumbo posible que la mayoría desea, y lo hará con la intuición, las herramientas de análisis de opinión pública y su percepción del entorno regional y mundial. Y debe elaborar con capacidad y oficio, según los principios legales y los conceptos de la ciencia económica, las reglas de juego a aplicar que regirán el comportamiento de los actores privados.
La sociedad es como un cuerpo vivo (perdonando el organicismo, sólo didáctico) que seguirá funcionando cumpla o no la política con su función rectora. La ausencia de rumbo -es decir, la incapacidad de la política para con su responsabilidad- dejará un vacío a llenar por algún actor más poderoso, o por el propio caos o anarquía.
Entonces...¿cuál es el problema principal, en el estado actual del país?
Contra la opinión de muchos, desde esta columna venimos sosteniendo que no es la economía, en la que las mentes argentinas más lúcidas del pensamiento económico, de todo el "arco ideológico", viene repitiendo que no hay problemas dramáticos, o al menos del dramatismo que percibimos en la situación que vivimos.
El problema es político, en el sentido grande y trascendente del término. No hay respeto ni contención de la opinión mayoritaria, no hay percepción de la realidad regional y global, no hay objetivos nacionales -ni los discutidos democráticamente en el Congreso a través de la Ley de Presupuesto, ni con un liderazgo lúcido sugiriendo a dónde vamos-. En síntesis no hay rumbo.
En este marco, no hay solución económica posible . Los argentinos son empujados hacia el reflejo defensivo de defender su ingreso, de la forma que sea. El país se desliza hacia una selva de todos contra todos, en la que todo vale.
Ningún economista ni plan económico puede salvar ésto, que no es un problema cuya solución esté al alcance de Kicilloff ni de Capitanich. Tampoco de Blejer, Melconián o Cavallo. Es de la presidenta, de su partido y hasta de los liderazgos opositores.
Es lo que significa que "el problema es político". Ni la pérdida de reservas, ni el tipo de cambio, ni el déficit fiscal, ni el cepo cambiario, ni la inflación. Es esta sensación que impregna todo de no saber hacia dónde vamos, qué perseguimos, que rumbo tomará la nave del país y en consecuencia, cuál es el papel de cada uno en ese colectivo que es la Nación, no sólo ahora sino incluso, ante un eventual recambio del poder.
Definido éso, las cosas comenzarán a alinearse nuevamente. No antes.
Ricardo Lafferriere
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