El triunfo de Benjamin Netanyahu en las elecciones israelíes
del martes agrega una complicación más a la ya de por sí delicada propuesta de
Obama de avanzar en el acuerdo con Irán, en el que se conviene congelar por
diez años su desarrollo nuclear pero, de hecho, se lo habilita una vez vencido
ese plazo. En el ínterin, se acepta el desarrollo nuclear “pacífico” persa, con
salvaguardas que están lejos de dejar tranquilos a los Israelíes.
Israel, a través de su primer ministro, protagonizó un hecho
sin precedentes en la historia de las relaciones con Estados Unidos: habló en
el Congreso norteamericano, invitado por las autoridades republicanas de la
casa, oponiéndose en forma dura y hasta descomedida a la política exterior de
ese país, específicamente a la propuesta del acuerdo con Irán impulsada por
Obama.
Una coincidencia táctica, que puede parecer desconcertante
para quienes no siguen de cerca el enredo del oriente medio, ha eclosionado en
estos días con las declaraciones del Ministro de Relaciones exteriores de
Arabia Saudita, el príncipe Turk Al Faisal. Ha expresado que, en el caso de
avanzarse en el acuerdo, su país también impulsará nuevamente su programa nuclear,
para mantener el equilibrio estratégico en la región.
Es que, en realidad, existen realidades subyacentes de raíz
milenaria que en estos años están eclosionando por sus expresiones integristas.
Ellas conforman lo que hemos dado en llamar la “guerra civil multidimensional”
en el mundo musulmán, cuyos actores protagonizan juegos de alianzas cruzadas y
cambiantes alterando la posición relativa de los demás.
La más profunda y permanente es la que confronta a los
defensores de la fe tradicionales, los sunitas, cuyo “hermano mayor” es la Casa
de Saúd, Arabia Saudita, custodia de los lugares santos de La Meca y Medina,
con los rebeldes del Shia, los shiítas, liderados por Irán. Esta grieta no ha
solido ser violenta, pero se ha mantenido con la profunda diferencia de
visiones religiosas. Cuando no eclosionan en enfrentamientos abiertos, los fieles
musulmanes sunitas y shiítas no tienen grandes problemas de convivencia e
incluso suelen rezar en las mismas mezquitas. Pero una cosa distinta es la interpretación
del Corán y las estructuras religiosas y políticas.
El segundo choque es interno del mundo sunita y enfrenta al “establishment
árabe” – las monarquías del golfo- con los Jidahístas –Al Qaeda, Al Nusra, Boko
Haram y, últimamente y en forma más destacada, el Estado Islámico o ISIS-.
Éstos cuestionan al reino saudí su alianza con Estados Unidos, aunque los
jidahistas también combatieron junto a Estados Unidos en ocasión de la
resistencia a la invasión soviética a Afganistan.
El tercer choque se produce entre las diferentes fracciones
del mundo musulmán contra Israel. Al generar una adhesión general en la opinión
pública del Islam, el ataque a Israel es un catalizador al que ninguno de los
sectores en pugna renunciaría, a pesar de las diferentes magnitudes con que es
presentado. Entre los musulmanes “anti-israelíes” –que son virtualmente todos-,
los que significan una mayor amenaza para el estado judío son los iraníes, que
consideran como un objetivo permanente la destrucción del Estado de Israel y su
“expulsión al mar”.
El cuarto choque es el que enfrenta a las diferentes
fracciones Jidahistas entre sí. Aunque la de mayor conocimiento por parte del
mundo occidental era Al Qaeda –pasó a la “fama” con su atentado a las Torres
Gemelas, que provocó casi tres mil muertos-, a ellas se suman los Talibanes –derrotados
por Estados Unidos que los expulsó del gobierno de Afganistán-, Al Nusra –su “sucursal”
en Siria, rebelde frente a la dictadura shiíta “alawita” de Al Assad-, el
Estado Islámico –desprendimiento de Al Nusra y rebelde ante la propia
estructura de su generadora Al Qaeda-, Boko Haram –grupo terrorista con
actuación principal en Nigeria- y otros grupos menores en diversos países del
mundo árabe.
El quinto, es el que se produce en Siria como rebelión
frente a la dictadura fuertemente represiva de Al Assad. Eclosionó con la
utilización de gases venenosos por parte del gobierno sirio contra la
oposición, hecho generador de una reacción norteamericana que respondió a la
presión del ala progresista de la opinión pública yanqui y a la condición de
garante del Tratado de Prohibición de armas Químicas y Bacteriológicas, que
detenta Estados Unidos. Este conflicto “entrampa” la política exterior
norteamericana con Al Assad, ya que la obliga a administrar su condición de
enemigo –por su utilización de armas químicas- y a la vez de aliado táctico
contra ISIS.
No puede olvidarse el conflicto entre los grupos Jidahistas “anti-Al
Assad” y el resto de la oposición siria, que aunque poco numerosos, configuran
un mosaico de culturas ancestrales –como los cristianos acadios, los cristianos
de Mosul, los yazidíes –milenaria civilización sincretista de la herencia
persa, sunita, etc- y aún de los sirios “modernos y occidentales” en su visión
del mundo y en sus valores, tal vez los que más sufren la persecución,
asesinato y pillaje.
La última dimensión es la protagonizada por los kurdos –pueblo
milenario, emplazado en tres Estados (Siria, Turquía e Irán), con una población
de más de 30 millones de personas y un territorio ancestral de cerca de 300.000
km2- que lucha en esos tres países para conseguir su secesión y su
reconocimiento internacional. Han sido en estos últimos años los aliados más
confiables de Estados Unidos, agregando un elemento latente de tensión frente a
los Estados de la región que resisten renunciar a parte de sus territorios para
el eventual nuevo estado kurdo.
Turquía, por su parte, que ha sido un país “occidental”
desde la segunda posguerra –no olvidemos que fue sede de los primeros
emplazamientos misilísticos de la OTAN apuntando a la ex URSS- tiene una
rivalidad histórica con Irán. Aunque de población sunita, es el país más “laico”
de la región, pero ante la nueva estrategia norteamericana está girando su
alineamiento hacia un acercamiento con Rusia, de la que ha logrado el
redireccionamiento del Gasoducto Sur, que proveerá gas a Europa sin necesidad
de atravesar Ucrania, hoy tan complicada para cualquier cálculo geopolítico.
Este escenario es del que Estados Unidos desea evidentemente
liberarse, retirando su presencia militar y su interés estratégico hacia donde
considera que están los riesgos mayores a su seguridad nacional en el horizonte
próximo, el Asia Pacífico. Está en el umbral de conseguir su autoabastecimiento
energético, no puede sostener el papel de sheriff global y debe priorizar. En
el fondo de la obsesión de Obama por llegar al acuerdo con Irán está este
objetivo, que aunque es compartido en términos estratégicos por los
republicanos, éstos aprovechan el desgaste que causa ante la opinión pública
para montar sobre él una crítica despiadada.
Pero los perdedores son claramente los tradicionales aliados
de Estados Unidos en la región: Israel y Arabia Saudita. Éstos se encuentran,
de pronto, con que su principal rival, Irán, está en camino de convertirse en
una potencia regional nuclear y hegemónica en el mundo árabe. Y expresan sus
alertas, las que agregan nafta al fuego.
Un juego que sigue abierto. Por lo pronto, el Secretario de
Estado ha debido reconocer el cambio de política con respecto a Siria. El apoyo
de Al Assad es fundamental en la lucha contra ISIS, que hoy por hoy es la
principal “piedra en el zapato” para
EEUU, por la repercusión de sus alevosos crímenes en la opinión pública.
Sin embargo, ello implica facilitar aún más a Irán –con su brazo armado,
Hezbollah, aliados de Siria- su despliegue en la región. Ya prácticamente
dominan el gobierno de Irak, donde la presencia norteamericana es poco más que
simbólica. Y mantienen la simpatía de Hamas y los hermanos Musulmanes en Gaza y
Egipto, que aunque no son shiítas reiteran cada vez que pueden su admiración
por Hezbollah.
“El gran juego”, decían los ingleses a fines del siglo XIX,
en la frase popularizada por Rudyard Kipling en “Kim”. “El gran juego está de
vuelta”, dijo Henry Kissinger hace una década. Juego que ante la letalidad del
armamento actual, la interrelación del mundo, la facilidad de transmisión de los mensajes,
la rápida difusión de las ideas y el vacío político del mundo global puede
escalar hasta recordarnos a todos que no hay conflicto en el mundo del que
podamos escaparnos y que se hace cada vez más urgente la organización de un
poder global en condiciones de garantizar los derechos humanos, encarrilar la
economía, el crecimiento equitativo y el estado de derecho en todo el planeta.
Antes que todo se
escape de las manos…
Ricardo Lafferriere
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