-
“Es increíble, no sé como no entienden, para
salir de la crisis simplemente hay que poner plata en el bolsillo de los trabajadores,
para reactivar el consumo. No puedo comprender (golpeándose la cabeza con las
manos) cómo no lo entienden, no puedo”… (diputado de FPV, en el programa de
Maximiliano Montenegro).
En realidad, lo increíble es que
durante todas las décadas que llevamos de democracia la frase se reitere, y
hasta existan empresarios, gremialistas y políticos bien intencionados o no
tanto que la repitan una y otra vez, como el Santo Grial de la economía.
Nadie, sin embargo, adelanta de
dónde saldría esa “plata” para poner “en el bolsillo de los trabajadores”. Simplemente
porque los atajos que usaron en estas casi cuatro décadas terminaron con una
deuda gigantesca, varias hiperinflaciones y una economía hecha trizas. Porque
las fuentes de esa “plata” no son muchas: más impuestos, o más deuda, o más
inflación. No existen otras.
Si fuera tan sencillo, no habría
país pobre en el planeta. Con comprarse una imprenta, comenzar a fabricar
billetes y repartirlos, desaparecería la pobreza en el mundo como por arte de
magia. ¿Por qué entonces no se han dado cuenta de una verdad tan sencilla y
elemental? ¿Necesitan diputados peronistas que vayan y le expliquen?
En realidad, la plata que puede
repartirse ya se repartió, y con creces. Lo que no se repartió es porque no
existe. Argentina es el país con mayor gasto social por habitante en todo el Continente,
el mayor gasto por habitante en salud, el mayor en educación. El único en el
que tanto salud como educación son de acceso libre y gratuito, en todos los
niveles.
El Estado Nacional subsidia al
sistema previsional con una enorme tajada de sus impuestos, que debe distraer
de otras obligaciones -como las mencionadas de salud y educación, la infraestructura
destrozada, el desmantelamiento de la defensa, el raquitismo del equipamiento
en seguridad, y otras obligaciones importantes que le son reclamadas a diario-.
Y cuenta con un entrelazado de planes sociales, asignaciones universales por
hijo y a la ancianidad y a discapacitados que no tienen varios de los países
más ricos del planeta. ¿De dónde sacar entonces esa famosa “plata” extra para poner “en
el bolsillo de los trabajadores”?
Es de conceder que la consigna es
linda. ¿Cómo no va a gustar una promesa de maná que llueva del cielo, sin hacer
nada? Así como linda, es tan rudimentaria que avergüenza escucharla en palabras
de dirigentes. No hay que desgastarse en filigranas filosóficas para explicar
qué es el populismo. Eso es.
En realidad, falta mucho para llegar
a la meta de una sociedad con igualdad de oportunidades, sin pobreza y con un pueblo
pujante y entusiasta. Nadie bien nacido, con empatía hacia los compatriotas más
pobres puede negar esa verdad. Pero tampoco puede negarse la otra: para
sostener un sistema equitativo como el que queremos, se necesita una economía
que genere la riqueza necesaria. Caso contrario, la ecuación no cierra.
Ese es el desafío hoy, forzados
como hemos sido a acelerar la marcha al terminarse el financiamiento que nos
permitía el camino “gradualista”, ese que ya no es posible porque no hay quien nos
preste. Las dificultades se agigantan cuando en el escenario aparecen voces
como la mencionada al comienzo, sin sonrojarse ni recibir siquiera repreguntas
lúcidas de quien opera de conductor, para marcar la insuficiencia propositiva
de alguien que contribuye a formar la opinión política del país, aunque sea desde
la oposición.
No hay peor sordo que el que no
quiere oír. Es el viejo aforisma que llega a la memoria apenas observamos el
nivel de reflexión y debate del escenario público. Afortunadamente, sin
embargo, muchos argentinos, tal vez la mayoría, se resisten a caer en el
espejismo de los magos y siguen trabajando, invirtiendo, estudiando,
emprendiendo.
De ellos es el futuro.
Ricardo Lafferriere
Diciembre de 2018
No hay comentarios:
Publicar un comentario