martes, 10 de junio de 2025

LA CONDENA A CRISTINA KIRCHNER

 





Muy poco se puede agregar a lo ya dicho con respecto al juicio contra la ex presidenta CFK y un grupo de funcionarios y allegados.

La reflexión que sigue está abierta, porque confieso no haber podido comprender la congruencia de los dichos de la Vicepresidenta con los principios que sostiene el estado de derecho. La resistencia de un personaje importante a someterse a la ley y la justicia da por tierra con las construcciones teóricas sobre la naturaleza del poder democrático, la pirámide jurídica y la vigencia de la ley como marco supremo de convivencia en paz.

Es obvio que no se trata de esperar la actitud de Sócrates bebiendo la cicuta aun estando convencido de la injusticia de la sanción, que por cierto no es este caso. La auto eximición es impune, aún en nuestro Código Penal. Nadie puede saber lo que habita en lo profundo de pensamiento y sentimiento de otra persona. Cada delincuente tiene sus motivos, que desde su valores justifican su accionar delictivo. CKF puede estar íntimamente convencida que hizo el bien actuando como actuó y eso es comprensible y hasta respetable.

El problema surge cuando esa convicción choca duramente con lo que la sociedad considera compatible con un comportamiento valioso y, al contrario, opina que esa conducta -autojustificada, como lo son todas las conductas en la convicción de cada delincuente- es perjudicial para la convivencia y debe ser evitada y sancionada.

Las leyes penales -que son islotes de excepción en el principio de la libertad de las personas, definiendo las conductas que no son toleradas por el conjunto- tienen esa misión: hacer posible la convivencia en cualquier orden social.

Hay entonces tres conceptos en juego. El primero es la clara determinación del conjunto social que, a través de las leyes sancionadas por los representantes de los ciudadanos y por el procedimiento que éstas establecen para garantizar los derechos fundamentales de todos, delincuentes o no, define qué actitudes considera disvaliosas y en consecuencia no las tolera y las sanciona.

Cada persona puede considerar a cada ley como injusta y proponer cambiarla -tampoco es este el caso-, pero mientras esté vigente es obligación respetarla si se desea convivir con los demás. De nuevo: Sócrates bebió voluntariamente la cicuta que lo mató, aún a conciencia que su sentencia a muerte era injusta, porque el respeto a las leyes era más importante que su creencia o convicción.

El segundo es el principio de la democracia. Tampoco es un armado rígido y eterno. Las distintas formas que ha adoptado la democracia a través de historia y geografía indica que es nada más que un mecanismo instrumental para definir cómo se ejerce el poder, cuáles son sus límites, cómo se sancionan las normas, cómo se las ejecuta y cómo se las aplica. El valioso diseño de los tres poderes logra este equilibrio para que el sentir y deseo de la mayoría de los ciudadanos defina qué es permitido y qué no lo es, y las formas de sancionar a quienes cometan los hechos que la sociedad no tolera.

El tercero es el de la igualdad de los ciudadanos ante la ley, principio éste que se abrió camino luego de luchas de diversa intensidad hasta nuestros días, en los que su perfeccionamiento motoriza reclamos y afortunadamente ha logrado resultados impensables hasta hace no muchos años: el sufragio libre igualitario, los derechos civiles y luego políticos de la mujer, la prohibición de la discriminación, la igualdad de trato a los diversos géneros, y otras aspiraciones que marchan en el mismo sentido. En su forma más básica, prístina y contundente, está grabado en el art. 16 de nuestra Constitución: en la Nación Argentina “todos sus habitantes son iguales ante la ley”. Y en las estrofas que entonamos desde niños: “Ved el trono a la noble igualdad”.

Los ciudadanos argentinos han sancionado y jurado su Constitución Nacional. Ella determina como son elegidos sus representantes para dictar las leyes, cómo un presidente para que las haga cumplir y cómo a jueces para que sancionen los incumplimientos.

Entre esas leyes están las normas penales, las que ha sido probado en forma pública y contundente haber sido violadas por los imputados.

Los imputados, a su vez, han sido tratados con muchísima más enjundia y cuidadoso cumplimiento de las formalidades legales que a cualquier ciudadano de a pie  y le han sido garantizados sus derechos inalienables, entre los cuales está la presunción de inocencia, el debido proceso, su derecho de defensa y la vigencia de las reglas procesales sancionadas por los  legisladores para que el proceso penal garantice no sólo las aspiraciones de la sociedad a que sus normas sean cumplidas sino también los derechos constitucionales de los imputados.

En consecuencia, la actitud de la imputada CFK está fuera del orden constitucional, fuera de la ley penal y fuera de la ley procesal. La actitud de los magistrados, por el contrario, ha sido impecable, tolerando mucho más de lo que se le hubiera tolerado a cualquier argentino con acusaciones y pruebas parecidas.

Pero aún presumiendo una alteración cognitiva en la principal imputada, tanto o más grave es el comportamiento de otros actores: legisladores, dirigentes, gremialistas e incluso ciudadanos que la han votado y la siguen apoyando. No estamos en la primera mitad del siglo XX, cuando masas irracionales seguían a sus líderes aún a las atrocidades más repudiables. Estamos en el siglo del conocimiento, de la interacción general por las redes sociales, en la reafirmación de la conciencia y la responsabilidad individual y en la reivindicación de los derechos ciudadanos, aún los tradicionalmente negados tras el velo de costumbres ancestrales.

 En este proceso no se discuten ideologías políticas sino comisión de delitos. Las ideologías se discuten en los procesos electorales. En los juicios penales el debate versa sobre hechos delictivos, sus autores y sus eventuales sanciones. No son los dirigentes, ni los gremialistas, ni los ciudadanos de a pie los que participan ni deben participar de estos debates. Es misión de los jueces.

Son campos diversos, que no pueden superponerse so pena de retrotraer la convivencia a tiempos pre-constituyentes, cuando los caudillos con poder decidían sobre vida, muerte y patrimonio de las personas y cuando esos mismos caudillos confundían lo público con lo privado y el presupuesto público con su propio patrimonio.

No queremos volver a eso. Al contrario, queremos avanzar hacia una sociedad más fuerte, con leyes cumplidas por todos, sin privilegios de ninguna índole, en la que rija en plenitud el pacto constituyente y las leyes que se dicten en su ámbito. Y también suturar la profunda herida que sufre el país.

Ricardo Lafferriere

 

lunes, 10 de marzo de 2025

REALISMO



El abrupto cambio de la posición norteamericana en la guerra de Ucrania puede ser visto como la intención de un empresario de abrir espacios de negocios en la eventual reconstrucción de lo quede del país invadido -y destrozado-, o puede encuadrarse en una estrategia mayor, que seguramente impulsan algunos de quienes forman sus equipos de analistas, no siempre a la luz.

Evitaré los adjetivos. No creo que la primera opción sea -al menos, la única- causa de ese cambio. Al contrario, parece clara la intención de acercarse a Rusia, con la finalidad imaginada de que ésta debilite o aún rompa su alianza con China, a quien la “inteligencia” norteamericana -la “realista”- considera su principal rival-enemigo en el futuro próximo y durante el presente siglo.

A tal fin, cual un elefante en un bazar, el presidente de EEUU da pasos que no pueden ser menos que aprovechados por Rusia, al contar con un imprevisto aliado que “cambia de bando” en su mayor conflicto presente.

El acercamiento ruso-norteamericano, si prosigue su profundización estratégica, nos mostraría un potente eje militar -se trata de las dos potencias con la mayor fuerza nuclear del planeta, que en conjunto presentan una supremacía abrumadora- con la intención, con sus matices, de disciplinar al resto del mundo.

Hay, sin embargo, matices.

Los Estados Unidos de Trump, con su “realismo desmatizado”, no considera a Rusia un rival y -de hecho- ni siquiera un peligro para sus intereses. Dejando atrás las visiones de la Segunda Guerra y de la propia Guerra Fría, poco le preocupa la ambición imperial rusa y más bien lo ve como un potencial aliado.

¿Contra quién? Pues, contra China.

En esta idea desmatizada no considera a Europa un protagonista importante y mucho menos a Ucrania, a la que, en su objetivo de acercarse estratégicamente a Rusia, no tiene problemas en entregar totalmente. En otras palabras, no le interesa y más bien es una molestia. El presidente Trump lo ha dicho claramente: “Hemos dejado de apoyar a Ucrania y le hemos retirado el apoyo en inteligencia para que Rusia pueda hacer su trabajo. Con Rusia podemos entendernos más fácil”.

Frente a esto, que ha golpeado en forma irreversible la credibilidad de Estados Unidos para sus aliados, un ramalazo de realismo también atraviesa a todos sus aliados: Corea, Japón, Australia, Europa, la OTAN. Pero también ha alertado a China, que se ha apresurado a declarar que “en la mesa de negociaciones debe estar Ucrania y Europa” y que no reconocerá ningún cambio territorial.

Es que, imaginando el futuro también con una mirada realista, ese eje ruso-norteamericano debería ser causa de otro gran acercamiento: el de Europa con China y eventualmente India. El gigante asiático, que también visualiza como su rival estratégico a Estados Unidos, dio pasos importantes al acercarse a Rusia en los inicios de la guerra contra Ucrania, pero nunca asumió su relato y tampoco apoyó abiertamente el esfuerzo militar ruso. El mantenimiento de su comercio con Rusia, aprovechando el precio más barato de sus materias primas, no la diferencia en mucho de India, España y otros países europeos -y aún EEUU- que, a través de “proxies” comerciales ha aprovechado la ventaja de la energía barata que Rusia se ha visto en obligación de proveer para financiar su guerra. El propio Xi, en su momento, ofreció a Biden un acuerdo para beneficio “del mundo” que la indecisión del ex presidente norteamericano -más preocupado por su estéril agenda “woke”- nunca asumió.

¿Cómo ve Rusia este movimiento norteamericano? Pareciera ser que como la gran oportunidad de reproducir y potenciar su vocación imperial recuperando los territorios de los Estados que estuvieron bajo su dominio durante la guerra fría, es decir, la mayoría de los países de Europa del Este.

¿Qué actitud tomarían los Estados Unidos -de Trump- ante una profundización del expansionismo ruso en el Báltico y en los países que pueda atacar, ante la defección norteamericana de sus compromisos en la OTAN? Pues el realismo, que no responde a ideologías sino a intereses, indicaría que ninguna. No es algo que le importe, ya que no influirían en su contencioso futuro con quien ve como su principal antagonista, China.

El arsenal argumental ruso y filoruso de que la invasión a Ucrania estuvo motivada por la “expansión de la OTAN hacia el Este” no sólo es falaz, sino ingenuo. La OTAN es una organización exclusivamente DEFENSIVA y no cuenta ni con capacidad ni con doctrina de invasión a Rusia. Los rusos lo saben.

Los países que pidieron unirse a la OTAN lo hicieron ante su percepción -y experiencia de varias décadas de sometimiento- de que el fortalecimiento creciente de Rusia los tenía -y tiene- como próximos objetivos de conquista. Lo han demostrado los pasos rusos en lo que va del siglo y lo demuestra Georgia -que sólo en broma puede considerarse un peligro para la seguridad rusa-, su intervención en los procesos políticos en Georgia, Rumania, Moldavia y la propia invasión de Ucrania.

Los procesos están abiertos. No sería de descartar que en el interior de los Estados Unidos se produzcan movimientos contra el alineamiento promovido por su actual presidente, optando más bien por un acuerdo cooperativo con China -potencia pacífica en ascenso y de futuro- antes que un acuerdo belicista con Rusia -potencia violenta de pasado, en decadencia-, aunque no parece posible en lo inmediato, con una elección presidencial reciente y los demócratas aún tomados por la hojarasca “woke”.

 Lo que parece más posible es que la OTAN se debilite -o desaparezca- siendo reemplazada por un esquema de seguridad europea sin EEUU, que Europa inicie contactos con los aliados de EEUU descreídos que están en el resto del mundo e incluso que impulse su acercamiento económico a China ya que, si bien el eje ruso-norteamericano tiene el mayor poder militar del planeta, el mercado europeo-chino superaría en conjunto en varias veces la potencia económica y tecnológica de aquel eje militar de los protagonistas de la vieja “Guerra fría” y tiene capacidad y condiciones para financiar y reconstruir un poder militar propio.

Lamentablemente, en este escenario y salvo un fuerte apoyo europeo o una gran presión del pueblo norteamericano por encima de sus dirigencias, el futuro inmediato de Ucrania pareciera estar jugado, abandonada a su suerte y el heroísmo de su gente, con el mundo lanzado a un gran realineamiento y reacomodamiento cuyo final difícilmente pueda preverse.

Quien esto escribe lo dijo a poco de iniciar la invasión de Rusia a Ucrania: esa guerra durará el tiempo que los Estados Unidos quieran que dure. Ese tiempo parece haber llegado, y no de la mejor manera para Ucrania, su “proxie”, en palabras del vicepresidente Vance, de pronto transformado de aliado en objeto de negociación.

Para dejar un saldo -uno solo- menos dramático en el corto plazo: el nuevo escenario aleja en unos milímetros la posibilidad de una confrontación nuclear, ya que los dos matones del barrio con fuerza atómica esta vez parecen juntarse para imponer sus reglas al resto del mundo. “Primo, vivere”. Lo demás queda abierto.

Ricardo Lafferriere