El abrupto cambio de la posición norteamericana en la guerra de Ucrania puede ser visto como la intención de un empresario de abrir espacios de negocios en la eventual reconstrucción de lo quede del país invadido -y destrozado-, o puede encuadrarse en una estrategia mayor, que seguramente impulsan algunos de quienes forman sus equipos de analistas, no siempre a la luz.
Evitaré los adjetivos. No creo que la primera opción sea -al
menos, la única- causa de ese cambio. Al contrario, parece clara la intención
de acercarse a Rusia, con la finalidad imaginada de que ésta debilite o aún rompa
su alianza con China, a quien la “inteligencia” norteamericana -la “realista”- considera
su principal rival-enemigo en el futuro próximo y durante el presente siglo.
A tal fin, cual un elefante en un bazar, el presidente de
EEUU da pasos que no pueden ser menos que aprovechados por Rusia, al contar con
un imprevisto aliado que “cambia de bando” en su mayor conflicto presente.
El acercamiento ruso-norteamericano, si prosigue su
profundización estratégica, nos mostraría un potente eje militar -se trata de
las dos potencias con la mayor fuerza nuclear del planeta, que en conjunto
presentan una supremacía abrumadora- con la intención, con sus matices, de
disciplinar al resto del mundo.
Hay, sin embargo, matices.
Los Estados Unidos de Trump, con su “realismo desmatizado”, no
considera a Rusia un rival y -de hecho- ni siquiera un peligro para sus
intereses. Dejando atrás las visiones de la Segunda Guerra y de la propia
Guerra Fría, poco le preocupa la ambición imperial rusa y más bien lo ve como
un potencial aliado.
¿Contra quién? Pues, contra China.
En esta idea desmatizada no considera a Europa un
protagonista importante y mucho menos a Ucrania, a la que, en su objetivo de
acercarse estratégicamente a Rusia, no tiene problemas en entregar totalmente.
En otras palabras, no le interesa y más bien es una molestia. El presidente Trump
lo ha dicho claramente: “Hemos dejado de apoyar a Ucrania y le hemos retirado
el apoyo en inteligencia para que Rusia pueda hacer su trabajo. Con Rusia
podemos entendernos más fácil”.
Frente a esto, que ha golpeado en forma irreversible la
credibilidad de Estados Unidos para sus aliados, un ramalazo de realismo
también atraviesa a todos sus aliados: Corea, Japón, Australia, Europa, la
OTAN. Pero también ha alertado a China, que se ha apresurado a declarar que “en
la mesa de negociaciones debe estar Ucrania y Europa” y que no reconocerá
ningún cambio territorial.
Es que, imaginando el futuro también con una mirada
realista, ese eje ruso-norteamericano debería ser causa de otro gran acercamiento:
el de Europa con China y eventualmente India. El gigante asiático, que también
visualiza como su rival estratégico a Estados Unidos, dio pasos importantes al
acercarse a Rusia en los inicios de la guerra contra Ucrania, pero nunca asumió
su relato y tampoco apoyó abiertamente el esfuerzo militar ruso. El
mantenimiento de su comercio con Rusia, aprovechando el precio más barato de
sus materias primas, no la diferencia en mucho de India, España y otros países
europeos -y aún EEUU- que, a través de “proxies” comerciales ha aprovechado la
ventaja de la energía barata que Rusia se ha visto en obligación de proveer
para financiar su guerra. El propio Xi, en su momento, ofreció a Biden un
acuerdo para beneficio “del mundo” que la indecisión del ex presidente norteamericano
-más preocupado por su estéril agenda “woke”- nunca asumió.
¿Cómo ve Rusia este movimiento norteamericano? Pareciera ser
que como la gran oportunidad de reproducir y potenciar su vocación imperial
recuperando los territorios de los Estados que estuvieron bajo su dominio
durante la guerra fría, es decir, la mayoría de los países de Europa del Este.
¿Qué actitud tomarían los Estados Unidos -de Trump- ante una
profundización del expansionismo ruso en el Báltico y en los países que pueda
atacar, ante la defección norteamericana de sus compromisos en la OTAN? Pues el
realismo, que no responde a ideologías sino a intereses, indicaría que ninguna.
No es algo que le importe, ya que no influirían en su contencioso futuro con
quien ve como su principal antagonista, China.
El arsenal argumental ruso y filoruso de que la invasión a
Ucrania estuvo motivada por la “expansión de la OTAN hacia el Este” no sólo es
falaz, sino ingenuo. La OTAN es una organización exclusivamente DEFENSIVA y no cuenta
ni con capacidad ni con doctrina de invasión a Rusia. Los rusos lo saben.
Los países que pidieron unirse a la OTAN lo hicieron ante su
percepción -y experiencia de varias décadas de sometimiento- de que el
fortalecimiento creciente de Rusia los tenía -y tiene- como próximos objetivos
de conquista. Lo han demostrado los pasos rusos en lo que va del siglo y lo
demuestra Georgia -que sólo en broma puede considerarse un peligro para la
seguridad rusa-, su intervención en los procesos políticos en Georgia, Rumania,
Moldavia y la propia invasión de Ucrania.
Los procesos están abiertos. No sería de descartar que en el
interior de los Estados Unidos se produzcan movimientos contra el alineamiento
promovido por su actual presidente, optando más bien por un acuerdo cooperativo
con China -potencia pacífica en ascenso y de futuro- antes que un acuerdo belicista
con Rusia -potencia violenta de pasado, en decadencia-, aunque no parece
posible en lo inmediato, con una elección presidencial reciente y los
demócratas aún tomados por la hojarasca “woke”.
Lo que parece más posible
es que la OTAN se debilite -o desaparezca- siendo reemplazada por un esquema de
seguridad europea sin EEUU, que Europa inicie contactos con los aliados de EEUU
descreídos que están en el resto del mundo e incluso que impulse su
acercamiento económico a China ya que, si bien el eje ruso-norteamericano tiene
el mayor poder militar del planeta, el mercado europeo-chino superaría en
conjunto en varias veces la potencia económica y tecnológica de aquel eje militar
de los protagonistas de la vieja “Guerra fría” y tiene capacidad y condiciones
para financiar y reconstruir un poder militar propio.
Lamentablemente, en este escenario y salvo un fuerte apoyo
europeo o una gran presión del pueblo norteamericano por encima de sus
dirigencias, el futuro inmediato de Ucrania pareciera estar jugado, abandonada
a su suerte y el heroísmo de su gente, con el mundo lanzado a un gran realineamiento
y reacomodamiento cuyo final difícilmente pueda preverse.
Quien esto escribe lo dijo a poco de iniciar la invasión de
Rusia a Ucrania: esa guerra durará el tiempo que los Estados Unidos quieran que
dure. Ese tiempo parece haber llegado, y no de la mejor manera para Ucrania, su
“proxie”, en palabras del vicepresidente Vance, de pronto transformado de
aliado en objeto de negociación.
Para dejar un saldo -uno solo- menos dramático en el corto
plazo: el nuevo escenario aleja en unos milímetros la posibilidad de una
confrontación nuclear, ya que los dos matones del barrio con fuerza atómica
esta vez parecen juntarse para imponer sus reglas al resto del mundo. “Primo,
vivere”. Lo demás queda abierto.
Ricardo Lafferriere
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