jueves, 5 de diciembre de 2024

¿Peligra la democracia?

 No son pocos los que se preguntan sobre el riesgo que implican para el sistema democrático las actitudes desmatizadas del presidente Milei.

Son quienes, antes del proceso electoral, tenían una expectativa diferente sobre lo que serían esas actitudes en caso de llegar a la primera magistratura.

Sin embargo, erran si piensan que tales comportamientos son atribuibles con exclusividad al presidente argentino. De hecho, el mundo está hoy gobernado, en un importante porcentaje de su población, por líderes de escasa homologabilidad democrática, aún en democracias consolidadas.

Si observamos al sólo efecto ejemplificativo y por cantidad de población a los países con fuerte grado de personalismo en el desempeño del poder presidencial, no será una sorpresa observar que tal vez entre el 70 y 80 % de los habitantes del planeta viven en sociedades con estas características del poder concentrado. Y no son países menores.

China tiene 1.400 millones de habitantes. La concentración del poder en el presidente Xi no tiene parangón cercano desde la muerte de Mao. Maneja férreamente el Partido Comunista de China y no duda en “purgar” a los dirigentes que opinen sobre la gestión de Xi de manera crítica. Y es el país más poblado, la primera economía y la segunda potencia militar del mundo.

Rusia, con menos habitantes pero gran poder militar, es conducida con mano férrea por Vladimir Putin, cuyas credenciales democráticas no hay día que no se pongan en duda. Su rival en la sangrienta guerra de invasión rusa sobre su país, Volodomir Zelensky, lidera Ucrania férreamente, eclipsando el papel y la propia visibilidad de la Rada, el Poder Legislativo.

En la India, con casi 1500 millones de habitantes, Morendra Modi, con su controvertido estilo nacionalista y autocrático, ha logrado la mayoría absoluta en el parlamento y mandado al baúl al histórico Partido del Congreso.

Pero miremos a Occidente. Aquí el deslizamiento de las democracias hacia estilos personalistas también se nota y no sólo en formaciones “de derecha” como podría calificarse al estilo político de Orván, con su fuerte liderazgo nacionalista húngaro. En la novedosa “izquierda” bolivariana no se queda atrás Pedro Sánchez, cuya deriva hacia una especie “hispano-kirchnerismo” es cada día más evidente, cooptando y colonizando en forma sistemática los diferentes órganos del Estado en el marco de una notable corrupción y con la mira puesta en el control de la justicia, aún al precio del peligro de la desarticulación sustantiva del propio estado español.

Estados Unidos acaba de elegir presidente. Trump comparte esta novedad autocrática. Sus antecedentes de gestión, su apoyo al ataque al Congreso en las postrimerías de su gobierno, la cooptación paulatina de la justicia, su ataque a los medios de comunicación y su desprecio a la dirigencia política que no lo apoya lo acercan bastante al estilo del presidente Milei. Cierto es que no se han atravesado las líneas rojas de la democracia institucional, pero también lo es que son escasas las expresiones de compromiso democrático que puedan tranquilizar a los espíritus más sensibles a las democracias liberales.

En algunos casos, las preocupaciones son estratégicas (Rusia, Putin); en otros, la necesidad de conducción unificada en la disputa por el liderazgo global (China, Xi); en otros, la saturación de una pobreza sin destino (India, Mori); en otros, el deterioro sin final (Argentina, Milei); en otros, la reacción frente al deterioro de la situación personal de los ciudadanos y la ausencia de objetivos con capacidad de entusiasmar (EEUU, Trump). Tanto las causas como los remedios propuestos carecen de similitud, mucho menos de identidad. Simplemente se hacen eco directo de la disconformidad de los ciudadanos, de pronto protagonistas decisivos por la acción de su utilización de las redes sociales. Los hay más o menos “democráticos”, más o menos “derechistas” o “izquierdistas” -o difícilmente encuadrables en esas categorías del siglo XX-.

¿Qué los une? Pues su pretendida vinculación directa con “el pueblo”, su ataque sistemático a las instituciones de la democracia liberal, su nacionalismo y su desconfianza visceral hacia los organismos burocráticos de gobernanza global.

Por el otro lado, enfrente, en el campo de las democracias sin liderazgos fuertes, la constante política es la inestabilidad y la ausencia de reflexión conjunta de los liderazgos nacionales. Francia, Holanda, el Reino Unido, Alemania, los propios países nórdicos, enfrentan procesos desestabilizadores consecuencia de sus irresponsables políticas migratorias abiertas sin planificación ni objetivos, volcando las tensiones en acusaciones recíprocas que en la mayoría los casos escapan al análisis de los problemas reales para refugiarse en el cómodo nido de sus antiguas convicciones ideológicas.

Este recorrido parece indicarnos que estamos frente a una tendencia de época, en el que la representación tiende a dejar de estar mediada por partidos y grupos de opinión para expresarse en forma pretendidamente lineal entre los ciudadanos y el líder, al estilo de los totalitarismos del siglo XX -Stalin, Mussolini, Hitler, Franco, los propios Castro-.

Entonces... ¿debemos preocuparnos por Milei?

Debe reconocerse que algo de culpa existe en el mundo “republicano” criollo, con diferentes grados de responsabilidad. Milei llega por el hastío de la población ante una situación desbocada hacia el anarquismo económico, la indisciplina social y la orgía de corrupción frente a los cuales no veía un liderazgo alternativo sin complicidades con el pasado. Ello no quiere decir que Milei no las tuviera, sólo que no eran percibidas o consideradas importantes por los ciudadanos. Salvo Milei, nadie aparecía desembarazado de alguna complicidad histórica o presente, socio del estado de cosas que se había ya hecho decididamente intolerable, o con algún grado de vinculación con el establishment político, económico, comunicacional y gremial que había llevado al país a su situación terminal.

Las banderas ordenancistas de Milei van cumpliéndose, lo que nos presenta un futuro dual -incluso para él-. Controló el desborde hiperinflacionario y está dando una lucha pocas veces vista contra la inseguridad y el narcotráfico, apoyado en la gestión de Patricia Bullrich. Con sus matices, “misión cumplida”. Esto le abre las puertas a lo que venga. Y lo que venga no es un camino unívoco, como los dos frentes de batalla en los que se apoyó hasta ahora, sino que se abre en abanico hacia temas en los que no existe en los ciudadanos la misma unicidad de demanda que para los dos primeros. Desde ahora, avanzará en un campo minado, porque muchos -la gran mayoría- de quienes lo apoyaron por su convicción antiinflacionaria y por la seguridad no ven de la misma forma sus propuestas en educación, seguridad social, previsión, justicia. Y cometería él un grave error si creyera que los apoyos que tuvo en esos dos primeros grandes desafíos serán trasladables a las propuestas que tenga sobre los otros campos.

Eso lo ha llevado a deslizarse hacia complicidades que resultarán inexplicables para su base más convencida: su acercamiento al kirchnerismo, su distancia por cuestiones electorales secundarias con el PRO y aún con el radicalismo dialoguista y su excesiva proximidad a la “casta”, que aunque él ha intentado sin sonrojarse identificar con el radicalismo, todos los ciudadanos leen -y saben-como integrada centralmente por el entramado mafioso y seudomafioso liderado por el kirchnerismo, el  que condujo el país a su desastre.

 El futuro -quizás el cercano, o inmediato- mostrará hacia dónde termina perfilándose Milei. Si es hacia un futuro democrático e integrador, hacia una sociedad moderna pero también solidaria, alejada de la corrupción pero comprometida con dar una mano a los perdedores en la lucha por la vida, deberá crear y reforzar puentes hacia la política que, en otras fuerzas, no reniegan y apoyan las políticas de racionalidad económica pero reivindican un papel para el Estado irrenunciable en educación, salud pública, seguridad, justicia, vivienda, ambiente. Seguramente exigirá trabajo político de construcción y debate, entendiendo que las miradas con matices diferentes no son “casta” ni “inmundos zurdos” (reminiscencia, tal vez de los “salvajes unitarios”...) sino saludables expresiones de una Argentina plural. Demandará más trabajo y creatividad intelectual pero desembocará en una Argentina próspera, plural, libre y una democracia vibrante.

Si cree que sus afirmaciones -cambiantes, lábiles, contradictorias- sobre los temas no económicos deben ser avaladas sin juicio ni debate, terminará cayendo en la alianza espuria con quienes poco se resistirán a avalar cualquier cosa -es su historia- a condición de preservar sus nidos de corrupción que les permitan subsistir hasta que cambie el humor de la historia y vuelvan a tener chances de recuperar lo que hayan perdido del “botín” estatal. Conseguirá leyes no debatidas sino compradas, una justicia adicta pero no confiable, un país tenso, desigual, polarizado y pendular, con una democracia raquítica y endeble.

En su nueva fuerza política tiene expresada esa tensión y deberá decidir. Así fue el dilema de Kirchner en 2002 y prefirió tomar el camino de blindar su poder en lugar de recrear una democracia limpia. Ojalá que Milei no se equivoque igual. 

Ricardo Lafferriere

1 comentario:

Gastón Ortiz Maldonado dijo...

Muy bueno el análisis. No creo que Milei tenga la inteligencia para comprender el desafío. Y además está convencido de su camino redentor. La sociedad aún no advierte, ni le importa, la estabilidad democrática. Abrazo.