El ciclo kirchnerista parece acercarse a su fin. Sin
embargo, esto no implica “per se” el fin del modelo “nacional-populista”, para
el que pueden darse circunstancias que objetivamente prolonguen su vigencia,
aún al precio de continuar con el languidecimiento del “país” como conglomerado
sociopolítico. Volveré sobre esto.
En efecto: los pilares centrales sobre los que se apoya el
modelo “nacional-populista” en Argentina es una coalición -tácita o expresa,
según las coyunturas políticas- cuyos actores principales son:
a.
Un empresariado prebendario: que depende
directamente de contratos de obras públicas y de decisiones sobre servicios
públicos como la concesión monopólica o protegida de prestación de estos
servicios, la fijación de sus tarifas, los negociados entre proveedores del
Estado y privados sin reglas ni control, etc.
b.
Un empresariado rentista que vive de la
protección del mercado impidiendo el ingreso de productos generados en el
mercado global, que lo hace dueño excluyente del mercado interno en el que
reinan “como el zorro en el gallinero”.
c.
Una estructura sindical burocratizada,
con una conducción enriquecida y una masa de trabajadores formales en cada área
para los cuales esa conducción logra mantener mínimamente su nivel de ingresos
y una mínima prestación de salud.
d. Una
gigantesca red clientelar que rodea a la Capital Federal y a los grandes
conglomerados urbanos, producto de una migración interna y de países limítrofes
que lleva décadas y que ha configurado un agregado aluvional de personas
desprovistas de los bienes fundamentales para su subsistencia y de herramientas
educativas-culturales para integrarse a la sociedad formal, convertidas en
carne de cañón de aparatos políticos-delictivos que los utilizan para lucrar
con sus necesidades y presionar a los gobiernos de turno. Para sostener esta
red, se destina aproximadamente el 2 % del PBI, que financian 18.000.000 de “planes
sociales” -la mayor parte de ellos favoreciendo al mismo titular-, el
sobre-empleo público nacional, provincial y municipal sin funciones específicas
que disfrazan la desocupación y la entrega directa de recursos a las
organizaciones que los agrupan.
e.
Sectores del Estado y de la justicia cooptados
por esas estructuras gremiales, empresariales y políticas.
f.
Estructuras político-gremiales intermedias
que han cooptado el aparato estatal
dirigiendo recursos hacia sus integrantes,
por diversos mecanismos: entrega directa de fondos, obras o servicios públicos
amañados, empleo público clientelizado, compras directas o con mecanismos
ocultos, etc. Estos mecanismos absorben alrededor del 1,5 % del PBI, a través
de las transferencias legales e ilegales, directas e indirectas que se extraen
de empresas productivas -industriales y agropecuarias- con la consecuencia de
dejarlas sin capacidad de inversión.
g.
Y actores de pertenencias políticas,
ideológicas e intelectuales difusas, centralmente agrupados en el peronismo
pero acompañados por dirigentes de otros partidos y expresiones intelectuales,
artísticas y comunicacionales que pueden mantener con el peronismo disputas o
diferencias parciales pero que entienden de la misma manera el proceso
económico y político: economía cerrada, protagonismo exaltado del Estado sin
los límites de la ley y el estado de derecho, protección de sindicatos
semi-oficiales, ideología de la “sustitución de importaciones” en su versión
“siglo XX”, impostación del discurso nacionalista banal, exaltación del
“pueblo” como abstracción, indiferencia ante el fenómeno inflacionario, el
endeudamiento público para financiar gastos corrientes, la desvalorización de
la moneda y, en general, la búsqueda de apoyos sectoriales corporativos para el
ejercicio del poder o la oposición, según la coyuntura política.
Como vemos, el kirchnerismo no es el protagonista permanente
de esta coalición, aunque la haya expresado en las dos últimas décadas agregándole
su impronta, centrada en una gran corrupción que, en rigor, no
es esencial ni inherente al sistema nacional-populista sino que se
desarrolló aprovechando y respondiendo a las necesidades del mismo a cambio de
respaldo para la ocupación del aparato estatal. Hay nacionalismo
populista más allá del kirchnerismo.
De la afirmación anterior se desprende que la oposición al
kirchnerismo se puede visualizar en dos grandes grupos, que pueden coincidir en
su objetivo inmediato -terminar con la corrupción kirchnerista y aún recuperar
el funcionamiento del estado de derecho- pero no necesariamente coinciden en
los cambios que deben realizarse en el sistema económico-rentístico del país.
Algo similar ocurrió con la coalición kirchnerista
originaria. La cúpula K, detentadora del poder, fue respaldada por amplios
sectores políticos -no sólo peronistas- a su llegada al poder. La recuperación
del poder del Estado unió a tradicionales adversarios, que advirtieron que, sin
un poder ordenador, todo sería rígido a un caos.
Algunos de esos sectores fueron desgranándose en el camino y
pasando a una oposición al “modelo” a medida que la percepción ordenancista
originaria de los primeros tiempos luego de la crisis de cambio de siglo
terminó con el reforzamiento del poder ejecutivo y comenzó a definirse el
camino de la “recuperación” -cerrado, pretendidamente autárquico, y cada vez
más corrupto-.
Este camino lo fue alejando de quienes advirtieron que
serían los “financiadores” obligados del nuevo intento “nacional y popular”,
con el agravante que no contarían con un estado de derecho neutral para
defender sus intereses. Y también por sectores de la opinión pública que lo
miraron con simpatía hasta que fue asomando en forma creciente la corrupción y
las deformaciones político-institucionales que ya habían sido aplicadas en
Santa Cruz.
La profundización de la corrupción fue alejando a estos
sectores y a otros de la coalición de gobierno, que fue sin embargo reforzada
con el alineamiento de quienes resultaban cooptados por el dinero fácil que el
Estado se encargaba de expropiar a determinados sectores para beneficiar a otros,
por fuera de cualquier norma legal y control, así como por la construcción de
un “relato” seductor para intelectuales, artistas y comunicadores que veían
reflejado en el discurso oficial viejas afirmaciones ideológicas de fondo
nacionalista y reivindicativa y a la vez, que ese relato los incluía como
receptores de fondos públicos.
Como veremos, entre los perjudicados estaban los productores
agropecuarios -si- pero también la enorme masa de jubilados y pensionados,
empleados públicos y en general, determinados sectores de trabajadores de
ingresos fijos que no participaban de la alianza oficial y el grueso de la
población que, en cuanto consumidora, era condenada a bienes cada vez más caros
y de menor calidad ofrecidos por el empresariado rentista.
¿Cómo se financia esta “coalición del gasto”?
Algo adelantamos más arriba. Son varios los sectores y
mecanismos que “financian” la posibilidad de esta confluencia
económico-social-política. Son los perjudicados por el “modelo”,
sin cuya exacción ese modelo sería inviable. Algunos son expropiados
directamente, otros mediante la licuación de sus activos al compás de la
degradación de la moneda y del país en su conjunto, y otros porque los bienes y
servicios a los que se les permite acceder llevan incorporados en sus precios
las exacciones, sea por las rentas generadas por la protección, sea por la
descomunal presión impositiva, ambos extremos golpeando los precios de los
productos de consumo.
Esos sectores son centralmente:
a.
Los productores y -en general- el complejo
agropecuario. Es el único sector “prima facie” superavitario y
competitivo de la economía argentina. Su aporte anual se traduce en la
generación de divisas -aporta más del 70 % de las divisas que ingresan al país-.
El mecanismo de apropiación de los ingresos agropecuarios, verdadero saqueo a
los productores, tiene una “llave maestra”, que es el control de cambios y del
comercio exterior. Al obligar a los exportadores a liquidar sus ingresos
exclusivamente vía el BCRA al tipo de cambio fijado por éste en forma
discrecional -y al fijar éste el valor del peso argentino a un monto que
duplica el de su valor de mercado, al que deben comprar sus insumos- asegura
por esta vía varios canales de apropiación y su aporte a las finanzas públicas,
efectuada mediante tres grandes agregados:
a.
Las “retenciones a la exportación”, que incluyen
entre el 30 y el 35 % del precio final de la producción exportada, según el producto.
b.
El impuesto a las ganancias, que varía según la
dimensión de la explotación pero que puede estimarse como promedio en un 30 %
del valor residual en pesos de la producción.
c.
El “diferencial del tipo de cambio”, mediante el
que se le extrae otro porcentual difícil de cuantificar por el abanico de
precios de la divisa “no oficial”, pero que si se compara con la evolución del
índice de precios mayoristas (el que mejor refleja el costo de los productos y
el único que está al alcance de cualquier persona) o el propio precio de la
divisa en los diversos mercados financieros no oficiales puede afirmarse que
alcanza al 100 % de diferencia. Por esta vía se “absorbe” otro 20 %.
La suma de estos agregados orilla
el 80 % del valor de venta de la producción, que es lo que se extrae de la
rentabilidad agropecuarias. Los productores reciben apenas el 20 % del valor
bruto de su producción, con lo que deben hacer frente a sus costos de
explotación, amortización de equipos, impuestos y tasas locales y rentabilidad.
Por último: aportan apenas el 7 %
del PBI, pero más del 70 % de las exportaciones, aunque podrían cuadriplicar
fácilmente su producción si se les respetara el precio internacional, o al
menos el que se abona a sus similares de la región (Uruguay, Paraguay o Brasil),
lo que aliviaría fuertemente el ahogo externo de la economía.
b.
Los sectores medios propietarios
(dueños de inmuebles), cuyo valor se retrajo por la caída generalizada de la
economía y la licuación del valor de los activos, entre un 30 y un 50 % en el período
2020/2023, al compás del deterioro del “conjunto-país”.
c.
Los emprendedores, cualquiera fuera su
dimensión. Son castigados con saña especial por una persecución fiscal y
administrativa pocas veces vista, con la obvia finalidad de terminar con cualquier
sector de pensamiento independiente.
d.
Los sectores medios no propietarios
(inquilinos), que por la escasez de viviendas y la ideologización de la
legislación respectiva deben soportar alquileres elevados.
e.
Los sectores medios de ingresos fijos,
afectados igualmente por la licuación de la moneda en la que cobran sus haberes
y la presión impositiva desbordada.
En efecto, agotadas las formas primarias de
financiación del clientelismo, para sostener la duplicación del gasto estatal
de las dos últimas décadas en valores constantes, se recurrió en primer término
a la directa confiscación de los ahorros previsionales privados, luego al
endeudamiento público en divisas llevándolo del equivalente del 40 % del PBI al
actual 100 %. Este porcentaje no sería tan grave si el riesgo-país se hubiera
mantenido “a raya” con una conducta cumplidora y disciplinada del país y de su
macroeconcomía. Con el riesgo-país en más de 2.000 puntos básicos (más del 20 %
anual) la deuda se hace insostenible.
Terminado el crédito, se utilizaron las reservas
internacionales del Banco Central, que en el agregado de “libre disponibilidad”
pasaron de 20.000 millones de dólares en 2019, a 12.000 millones negativas (es
decir, se gastaron más 30.000 millones de dólares en el período).
Agotadas éstas, se aceleró el
financiamiento del Tesoro con dinero sin respaldo a través de la “asistencia”
del BCRA, desatando un proceso inflacionario diabólico, el que se alimentó con
mecanismos de “absorción de dinero” como las Letras de Liquidez, mediante las
cuales el sistema bancario es inducido a formalizar compras de estos títulos a
tasas increíbles retroalimentando la inflación en niveles cada vez más elevados
y golpeando al final al salario e ingresos de sectores medios o alejados de éste
y otros mecanismos financieros totalmente parasitarios.
El incremento de la deuda pública -en este
caso, deuda “cuasi-fiscal” porque es del BCRA- supera con creces a la totalidad
de la base monetaria y alcanza a la alucinante suma equivalente a otros 30.000
millones de dólares, con vencimiento semanal, quincenal o mensual como está
dicho, a tasas crecientes. El sector financiero ha sido uno de los grandes
beneficiarios del desorden económico.
f.
Los empresarios marginados de la estructura
populista, cuyos patrimonios han acompañado la licuación del peso
argentino y valen aproximadamente la mitad de lo que valían en 2020. Mientras las
empresas internacionales más importantes han emigrado, debilitando los vínculos
comerciales del país con la economía global, los empresarios protegidos
acaparan el mercado nacional cada vez más pequeño a precios elevados, gozando de
subvenciones, protecciones arancelarias, tipos de cambio fragmentados en forma
alucinante según la conveniencia del sector al que se quiere “proteger” o “castigar”
y premiando a los empresarios serviles al poder, para los cuales se reserva el
poco crédito existente, los permisos de importación con el tipo de cambio “oficial”
hacia productos finales o intermedios que venden luego al público a precios estimados
por el tipo de cambio “blue” o cualquiera de sus similares, o la asignación de
tipos de cambio de exportación “circunstanciales” según las necesidades fiscales.
La deuda con importaciones autorizadas,
efectuadas pero no liquidadas, agrega otros 25.000 millones de dólares que
generan en las empresas legítimas la incertidumbre de tener que recurrir a los
mercados cambiarios no oficiales o perder definitivamente a sus clientes
externos por incumplimiento y a fijar precios de venta exorbitantes, previendo
el posible no pago o la demora “ad infinitum” de su crédito fiscal.
g.
Los pasivos y trabajadores del sector
público, cuyos ingresos han sido absorbidos también entre un 30 y un 50
%. Comparado con el índice de precios, los salarios han perdido aproximadamente
la mitad de su valor. Si la comparación se realiza con el precio de la divisa, los
salarios públicos y el sistema previsional ha reducido los haberes en un 30 %
si se compara con el tipo de cambio oficial, y en más de un 50% si se compara
con el tipo de cambio vigente en los mercados no oficiales.
h.
El Estado, a través del endeudamiento
público alucinante, que ha provocado en las últimas décadas no menos de
tres grandes “defaults” y varios “pequeños”, con el consiguiente crecimiento de
la “tasa de riesgo país” -cuya contracara es la tasa de interés al que el
mercado le presta a la Argentina, en los pocos períodos en que lo hace-.
El servicio de ese endeudamiento, cuando se
realiza, es soportado por el presupuesto público, o sea por los contribuyentes
formales. El déficit público corriente pasó de ser virtualmente inexistente en
2019 -retraído hacia el déficit cuasi fiscal y el pago de intereses- a
significar 7 puntos del PBI y superar el 10 % del PBI si se cuenta el pago de
intereses y el déficit cuasi fiscal.
i.
El mercado interno. Como todo lo
anterior ya no alcanza para financiar el entramado populista, se recurre al impuesto
inflacionario generado por la emisión de moneda nacional sin control ni
respaldo legal, desatando y reproduciendo un aumento de todos los precios de la
economía, incluido el de la divisa -contracara de la disolución del peso-. La
tasa de inflación ha sido creciente desde 2019, superando el 120 % en el 2023 y
golpeando salarios, jubilaciones y pensiones.
La descapitalización del sector agropecuario y la virtual
desaparición de otros sectores exportadores tuvo como contrapartida el
surgimiento de sectores modernos, como la exportación de servicios
-fundamentalmente informáticos y otros servicios profesionales de menor
dimensión- y el turismo. Ambos sectores sin embargo fueron
limitados por el cerramiento financiero-monetario del país. Éste produce la
“retención” objetiva que implica la apropiación de la diferencia entre la
divisa generada en el exterior y su liquidación en Argentina vía BCRA -como los
exportadores agropecuarios-, cuya consecuencia es la reducción del ingreso
equivalente a la diferencia entre el valor oficial y los diferentes valores de
mercado semilibre (“Blue”, MAE, “turista”, “tarjeta”. “qatar”, “soja”, etc.)
que ha oscilado entre 1 a 1,8 y 1 a 2. Para una comprensión más rápida: si se
generan 100 USD por un trabajo profesional en el exterior, llegan al interesado
entre 50 y 55 dólares antes de impuestos, que se transforman en apenas 20 si el
objetivo es adquirir divisas en el mercado no oficial -o simplemente, se le
retienen “ganancias”-. El turismo fue castigado también por el aislamiento, que
requiere la proliferación de controles monetarios, financieros y fiscales
desalentadores del turismo receptivo que, con el retraso cambiario producido,
debería haber explotado dos o tres veces sobre sus niveles anteriores.
Las empresas argentinas del sector tecnológicamente más
avanzado han debido retirar sus sedes del país y llevarlas a lugares donde su
existencia no esté siempre en peligro por la ausencia de seguridad jurídica y
el discrecionalidad oficial. El mejor ejemplo fue Mercado Libre, empresa líder
en América Latina, que debió trasladar -incluyendo la residencia física y familiar
de su liderazgo corporativo- al Uruguay.
Las implicancias de todo este entramado de intervención
arbitraria del sector público en la economía y en las finanzas particulares se
proyectan a toda la vida social, que ha generado mecanismos diversos para
evitar lo que muchos consideran apropiaciones ilegales de sus patrimonios.
Estos mecanismos abarcan desde mercados de divisas informales diversos entre
los que se incluyen operadores “minoristas” como cambios por “delivery”, con
tipos de cambios especiales efectuados por micro emprendedores urbanos al margen
del sistema oficial o la aparición de remesadoras “fintech” de fondos hacia y
desde el exterior con las que las personas buscan evitar esas apropiaciones.
Estos ejemplos “minoristas” comenzaron a coexistir con los ya tradicionales mecanismos
“mayoristas”, como la utilización de acciones de cotización nacional e
internacional para mantener el valor de un ahorro, así como operaciones con los
títulos públicos que cotizan en el mercado internacional y nacional, arbitrando
con los mismos por mecanismos sofisticados instrumentados por el sistema
bancario.
Todo este entramado es tan complejo y abarca a tantos
actores -corporativos, empresarios, privados, políticos, gremiales y hasta
judiciales- que hace muy difícil focalizar los motores del modelo en “el
kirchnerismo”, como si una derrota electoral o política de esta fuerza fuera
suficiente para desmantelar la infinidad de mecanismos de los cuales ha
terminado por depender mucha gente, sean o no integrantes de la política, el
gremialismo o la economía.
Tómese nota que en estos análisis no han sido incluidos los
sectores que podríamos vincular más estrechamente al submundo kirchnerista y
agravan el cuadro: la clientelización extrema del conurbano de CABA y ciudades
grandes y medianas del interior posibilitada por la apropiación de ingresos por
las vías descriptas, la instalación del narcotráfico en importantes
conglomerados urbanos con la complicidad de aparatos
político-policiales-judiciales y con capacidad de poner en jaque a los propios
poderes públicos aún no cooptados, ni las redes delictivas de diversa clase
también apoyadas en el entramado de corrupción político-policial-judicial
mencionado.
Tampoco han sido incluidas las redes clientelares privadas,
socias del Estado, que reciben millones de “planes sociales” para su libre
administración, canjeando esos planes por servicios personales que en algunos
casos implican participar de sus actos públicos de presión y en otros simple
servidumbre o explotación personal a dirigentes oficialistas cercana a los
vínculos de esclavitud. A estos sectores hasta se le ha otorgado la gestión de
un sector del propio Estado, el que determina los fondos asignados y los grupos
a los que les asigna.
En síntesis, la Argentina ha sido objeto de un saqueo
generalizado y un desmantelamiento sistemático de sus estructuras económicas,
educativas, militares, sanitarias y de su propia infraestructura, a la vez que sometida
al ancla de un descomunal endeudamiento público insostenible con la raquítica
productividad a la que ha sido conducida.
¿Cuáles son las expresiones políticas de esta realidad en
Argentina?
En términos políticos, esa “base socioeconómica” de la Argentina
tiene lógicas expresiones políticas. Cabe sin embargo la aclaración que esa
expresión no necesariamente es nítida: la política, como campo específico del
quehacer social, transmite esos intereses, pero también tiene dinámica y reglas
propias, con motivaciones que no son sólo los intereses económico-sociales sino
que se centra en la compleja y ancestral lucha por la ocupación del poder, en
la que intervienen personas, partidos y grupos que no necesariamente son
animados por el mismo “ethos”. Hay allí quienes desean acceder al poder para
cambiar la sociedad, quienes pretenden apenas administrar los conflictos que la
evolución de la realidad vaya presentando y aquellos para quienes el poder
constituye una fuente de riqueza personal, para quienes los eventuales relatos
que exhiben son apenas máscaras intercambiables a cuyos contenidos no se
sienten obligados.
La vida política incluye tradiciones, afectos, odios,
recelos, competencias personales, valores y rivalidades viejas y nuevas que se
superponen a los intereses económicos de los sectores que representan y ello
agrega un componente de incertidumbre sobre la actitud que en definitiva asuma
uno u otro dirigente o sector al momento de definir medidas de gobierno. La
relación entre el poder y la economía es, entonces, de una permanente
incidencia recíproca en la que cada sector tiende, en última instancia, a su interés
específico: en el caso de la política, acceder y conservar el poder y en el
caso de la economía, la mejora de la rentabilidad o la ganancia.
En este sentido, las fuerzas con mayor estructuración
territorial e histórica y denso funcionamiento interno expresan más solidez
previsible en la gestión de gobierno, mientras que las que se concentran en
liderazgos personales y tienen una vida interna más raquítica son más
vulnerables a las presiones corporativas sobre el liderazgo y más riesgosas en
la predicción de sus decisiones de gobierno, unipersonales y en consecuencia,
más vulnerables a la sicología, ambiciones y discrecionalidad de los eventuales
líderes.
Con esta salvedad y en mi opinión, son cuatro alternativas
que obviamente interactúan entre ellas formando “híbridos” en continua
evolución y cambio pero que, en forma “pura” podríamos agrupar de la siguiente
forma:
a.
El populismo peronista-kirchnerista. Conformado
por una confluencia que incluye todo el entramado de poder mencionado, al que
el kirchnerismo ha agregado el componente de la corrupción generalizada,
no limitada a los estratos altos de su nomenclatura, sino que ha diseminado su
justificación a los niveles intermedios y bajos de la administración en todas
las competencias -nacional, provinciales y municipales- y también a su justificación
en niveles privados.
Muestra una nota característica: la indiferencia
ante la vigencia del estado de derecho, al que consideran sólo como una
circunstancia instrumental obviable. Tiene también una consideración “normalizadora”
de procedimientos corruptos en la vida cotidiana, con un relato
justificador y exculpador de delitos y delincuentes, jerarquizando las
conductas ilícitas y numerosos comportamientos inmorales ya desde las Tablas de
la Ley: no robar, no mentir, no matar.
Sus nombres atraviesan dirigentes,
punteros, “empresarios”, vendedores de contactos e influencias, confluyendo con
el aparato político-policial-judicial del conurbano, así como ciertos Bancos,
empresarios y numerosos exponentes del mundo artístico e intelectual.
Ha gobernado directa o indirectamente en la
mayor parte del siglo XXI, aún con matices internos en los que encontramos
desde un extremo altamente oportunista y carente de ideología, que expresan Sergio
Massa y gran parte de la dirigencia peronista tradicional hasta el otro
fuertemente ideologizado y hegemónico en el período que podemos caracterizar
como “populismo kirchnerista”, con particularidades que no han impedido un
alineamiento con el espacio anterior, sometido en forma acrítica durante las
dos décadas del predominio kirchnerista.
b.
El nacional-populismo tradicional.
Incluye el entramado de poder mencionado, sin el agregado de la corrupción
generalizada. Se expresa centralmente por la vigencia “ideológica” (real o
impostada) del paradigma “nacional y popular” en sectores variopintos de peronistas
y de otras fuerzas políticas, algunas enfrentadas políticamente al kirchnerismo
pero adherentes a la visión telúrica del país cerrado y autárquico, vestido con
el ropaje ideológico de la defensa de “lo nacional” y “lo popular”.
Una diferencia importante con el anterior
es que reivindican y respetan el estado de derecho y cuestionan la
corrupción. Sus nombres son importantes y los encontramos en el PRO, en
el radicalismo, en la Coalición Cívica y también en el socialismo. Este sector
puede recibir el flujo de peronistas deseosos de librarse del kirchnerismo pero
que comparten a grandes rasgos sus banderas “ideológicas”. Diversos dirigentes
peronistas alineados con el kirchnerismo durante su gestión de gobierno pueden
agruparse potencialmente también en este grupo, al advertir que el
kirchnerismo-gobierno no les garantiza ya éxitos electorales que se traduzcan
en espacios de poder.
c.
La “modernización democrática”. Incluye a
los actores perjudicados por el modelo nacional y popular: son productores de
campo, empresarios con vocación cosmopolita, emprendedores de diverso tipo, intelectuales
de diversa ubicación en el “arco ideológico” en contacto con las ideas del
mundo occidental desarrollado, políticos con mayor comprensión de la marcha del
mundo y adherentes a una economía abierta y a una transición consciente para
contener el fuerte efecto-cambio y la reconversión de los afectados por la
modernización.
Estos actores reivindican y respetan
el estado de derecho como marco legal imprescindible para el resurgimiento
argentino. Sus nombres también pertenecen a la UCR, el PRO, la CC y
peronistas como el ejemplo de Pichetto así como igualmente liberales de
vocación republicana. Hay aquí también, además de numerosos dirigentes de los
partidos tradicionales, dirigentes agropecuarios, empresarios de vanguardia
(Mercado Libre, Globant, etc.) y figuras
del mundo artístico -Campanella, Darín, Maximiliano Guerra, etc.- e
intelectual. Kovadloff y Sebrelli son nombres ineludibles en el análisis,
aunque lejos de ser los únicos.
d.
El liberalismo populista extremo,
autodenominados “libertarios”. Su relato se acerca más al anarquismo de
derecha que al liberalismo al que dice interpretar. Incluye a actores
exclusivamente políticos y personales, sin una expresión clara entre el empresariado
ni el mundo gremial, pero movilizadora del hastío de las generaciones jóvenes
que sufren la impotencia en la construcción de sus vidas personales, pero son
víctimas del deterioro educativo de los últimos lustros, que les impide
entender la complejidad de lo social y sus matices.
Su expresión política más clara es Javier
Milei, con un relato cercano al anarquismo liberal. Los caracteriza una relativa
indiferencia ante la vigencia o no del estado de derecho, así como un ataque
“in totum” a la dirigencia política sin diferenciar pertenencias ni matices. Desde
el punto de vista económico, simpatizan con la reducción del Estado a su mínima
dimensión, exclusivamente a sus funciones básicas de defensa, seguridad y
justicia.
A este respecto cabe destacar que la base
electoral de este sector recibe aportes no homogéneos. Nació como reacción de
jóvenes de clase media más o menos acomodada, hastiados de la falta de
horizontes posibles para la construcción de sus vidas y carentes de una
formación adecuada para interpretar la complejidad de la estructura populista,
aunque sí sus efectos. La efectividad del relato contestatario de su liderazgo
unipersonal denunciando a todo y a todos consiguió desatar un proceso que se
profundizó a medida que se profundizó la crisis. El relato, presentado como “libertario”,
simboliza en el Estado y la política todos los males, sin matices ni
discriminaciones y en “los políticos” o “la casta” a los responsables del
estado de cosas sufrido en el país. Ello no les ha impedido absolver a lo peor
de “la casta” cuando puede incorporarla a su fuerza o respaldar su propuesta
electoral.
El Estado, sin embargo, es la organización
que con los innumerables defectos y debilidades a que ha sido conducido por el
populismo kirchnerista -y antes por otros- es el último reservorio de salud y
educación, de asistencia social y seguridad ciudadana, de justicia y
organización administrativa de la sociedad.
La identificación de la solución proclamada
con la virtual disolución del Estado conllevaría a profundizar -no a
solucionar- los problemas existentes. Sería el territorio definitivamente
liberado para la delincuencia y la narco-delincuencia, para la extorsión y el
dominio de los fuertes y la desprotección total de los débiles y excluidos.
Nada de eso es visualizado por la legión de fanáticos generados alrededor del
liderazgo carismático de Milei, convertidos en repetidores de consignas de
imposible cumplimiento en un país civilizado.
El otro gran agregado de apoyos a Milei se
expresó en las PASO de agosto del 2023 por personas clientelizadas por la
maquinaria peronista que “aflojó sus marcas” dejándolos optar por sí mismos,
ante la falta de una propuesta electoral seria de su partido. Esas personas se
volcaron a Milei no por su contenido discursivo profundo sino por el impacto de
su verba contestaria, adecuadamente adornada con insultos inusuales en la
política, que resultó altamente eficiente ante la desesperante situación
personal que bordea el hambre de una masa clientelar de pronto desprovista de
referentes locales. El impacto de este agregado se puede visualizar al volcar
en mapas geográficos la performance electoral de “La Libertad Avanza” y
comprobar que en provincias -y barriadas- tradicionalmente peronistas es en las
que Milei obtuvo sus mejores performances. Éstas se vieron menguadas entre las
clases medias y centros de los núcleos urbanos, en los que la sociedad aún
conserva su estructuración y el populismo tiene menor llegada.
Arriesgando cifras, tal vez podría afirmarse
que el votante originario de Milei orilló entre el 15 y el 20 % de su total,
mientras que entre un 10 y un 12 % fue recibido de base peronista trasvasada.
La incógnita, que no puede predecirse, es si todo o parte de esa base trasvasada
regresará a su cauce en la elección general, o si mantendrá su simpatía por la
nueva opción “libertaria” inducidos por el efecto inercia de su triunfo en las
elecciones PASO de agosto. En esa incógnita se concentra la incertidumbre sobre
el futuro argentino.
Definidos así los agregados políticos de los “rumbos
posibles” es importante destacar que existen nombres que pueden oscilar entre
algunos de los agrupamientos mencionados “a brocha gorda”: unos, entre los
grupos nacional-populista tradicional y el modernizador democrático,
otros, entre los grupos kirchnerista y nacional-populistas,
“liberales” varios, entre las opciones de modernización democrática y libertarios,
y radicales, socialistas y peronistas varios, entre los grupos nacional-populista
tradicional y modernizador democrático.
El sector “populista con hegemonía kirchnerista”, es
acompañado en el Frente de Todos (ahora, Unión por la Patria) por peronistas no
kirchneristas que desde el Partido Justicialista, sin embargo, no cuestionan su
deformación cleptómana y apoyan, con o sin convencimiento, la impunidad de los
delitos contra el patrimonio público de los funcionarios del kirchnerismo, que
reproducen en cada escalón del Estado que les toca compartir así como sus
ataques a las instituciones del estado democrático de derecho, del que sólo
rescatan la institución presidencial. Han sido y son beneficiarios de la cadena
de corrupción que han reproducido mayoritariamente en los escalones de gobierno
que administran.
El sector “nacional-populista tradicional”, definido
por su impronta cultural-ideológica, comparte su simpatía en un caso con el
espacio peronista y aún con el kirchnerismo y en el segundo el espacio de Juntos
por el Cambio con el sector “modernizador-democrático”. De esta forma, en
Juntos por el Cambio, se libró una batalla sorda por la hegemonía discursiva y
política entre el sector nacional-populista tradicional con el sector modernizador
democrático -a la postre, ganador en la contienda- que no fue nítida, sino
matizada por conveniencias electorales y de posicionamiento. Esta batalla
también comenzó a darse en el seno de la propia coalición kirchnerista ante la
evidencia del abismo que se abría a sus pies por las consecuencias de la
aplicación dogmática del país cerrado, la “autarquía”, el pobrismo y la
negación de la pluralidad, con el agravante de la mega-corrupción.
¿Quiénes tienen más chances?
Con el dinamismo de la política y la economía argentinas es
imposible prever con algún grado de racionalidad el camino que terminará
adoptándose. Tampoco es de descartar que lo que termine formándose sea una
coalición de gobierno que nuclee a dos o más de esos grupos.
Un triunfo político del sector “nacional-populista
tradicional”, por ejemplo, posiblemente hubiera llevado a un acercamiento con
el sector “modernizador democrático” -con el que ha formado un frente desde
hace varios años, “Cambiemos” o “Juntos por el Cambio”- para determinadas
políticas de estado, pero también con algunos migrantes del sector “populista
kirchnerista” para ampliar su respaldo político.
Pero el triunfador fue el sector “modernizador democrático”.
Éste se dedicó como primer paso a
asegurar con exponentes del sector “nacional-populista tradicional” la unidad de
Juntos por el Cambio, pero asumiendo también que en el electorado del sector “libertario”
existen numerosos ciudadanos que pueden coincidir con algunas medidas
económicas y de reforma del Estado y que en las elecciones PASO votaron a Milei
por observar más nitidez en esas banderas que las mostradas en el cotejo
interno de JxC. Responder a sus dos “alas extremas” -la populista tradicional y
la predispuesta a un cambio más claro y aún seducir al sector del electorado
que disputa con Milei- es uno de sus mayores desafíos.
Es más improbable un triunfo del “populismo kirchnerista”,
por el descrédito que arrastra y el rotundo fracaso de sus predicciones
económicas en el turno de gobierno iniciado en 2019, aunque nada es descartable
del todo. En caso de resultar ganadora esta alternativa, no sólo proseguiría el
derrumbe del país como “espacio político” sino que muy posiblemente se
acentuarían las características autoritarias-represivas y el alineamiento
internacional con el mundo populista (Maduro, Putin, Ortega, Evo Morales, etc.),
sin descartar un fuerte conflicto en su seno entre su variante más extrema -el
kirchnerismo “puro”, la organización “La Cámpora”, algunos intelectuales- y su
variante más moderada aunque igualmente alejada de la ortodoxia institucional
(Massa, las organizaciones gremiales, los empresarios protegidos, etc). Los
grupos clientelizados se repartirían aunque seguramente quien detentara el
poder tendría más chances de sostener allí algún apoyo, ya que en última
instancia, entre ellos, de eso se trata.
¿Cuáles son las posibilidades y límites de cada
alternativa?
Los límites de las alternativas pueden definirse sólo a
grandes rasgos, porque dependerán de la evolución de variables que no son todas
nacionales, sino que algunas tienen origen internacional, aunque repercutan en
el país. Un ejemplo de esta relación la dan los precios internacionales de
productos agropecuarios. Precios muy altos benefician a la Argentina con
“efecto riqueza”, atenuando la presión por el cambio de paradigma ya que pueden
seguir financiándose gastos improductivos -al margen que sean o no socialmente
“justos”- sin cambios estructurales que relancen la economía, pero le permitan
languidecer sin sobresaltos. Precios muy bajos obligan a acelerar el proceso de
cambio, o a profundizar la pobreza.
Un triunfo electoral del sector “populista
kirchnerista” por ejemplo, en la actual situación socioeconómica tiene
límites muy estrechos y quizás pueda afirmarse sin error que llegó a su límite.
Al no existir más capacidad de crecimiento por falta de inversión, ni
financiamiento por el nivel de endeudamiento interno y externo alcanzado por el
país, ni de incremento impuestos por la alucinante presión impositiva en los
tres niveles -nacional, provincial y municipal- sobre la producción, las
posibilidades de supervivencia del sistema sólo tienen alternativas que profundicen
el desmantelamiento del estado de derecho.
¿Qué significa “límite”? En los procesos sociales complejos,
como el argentino, el límite es impreciso: los cubanos llevan 60 años con el
sistema y aunque aparezcan tensiones puntuales, el Partido Comunista de Cuba sigue
detentando el poder totalitario sobre una sociedad empobrecida, resignada y
reprimida. Similar suerte se va dibujando en Nicaragua y en Venezuela. El
sistema se ajusta expulsando del sistema -y del país- a las personas que
aspiran a mejorar su vida, clienteliza a los que se resignan a depender del
poder en forma directa o indirecta y reprime sin legalidad alguna, velada o
abiertamente, a quienes se oponen. El marco es compatible con la violación de
los derechos humanos y la desaparición de derechos y garantías ciudadanas.
En opinión del autor, sin embargo, sería un error considerar
a la opción oficialista de Unión por la Patria como una fuerza homogénea. Más
bien se expresan allí dos polos generadores de una tensión antagónica. El
kirchnerismo residual más “puro” necesita imperiosamente seguir conservando al
Estado como una caja de financiamiento clientelar porque es su esencia
ideológica. El “massismo” con el peronismo tradicional que circunstancialmente
lo rodea, aun disfrutando del apoyo electoral del kirchnerismo, es
consustancial con una percepción más pragmática que también desea seguir manteniendo
al Estado como “caja” pero requiere vasos comunicantes con otros factores de
poder -como los empresarios protegidos, sectores financieros, multinacionales extractivas
(de petróleo y gas, de litio, de otros minerales) y con el sindicalismo
tradicional-.
El primero de esos sectores, el kirchnerismo “puro”, no
esconde su objetivo de convertir a la Argentina en una gigantesca
villa-miseria, acompañada por el pobrismo jesuita, por la narco-delincuencia y
por el alineamiento internacional con el Foro de San Pablo, Putin, Ortega, y en
general con el populismo global. “La pobreza es preferible a cualquier
desigualdad”, pontificó en su momento Victoria Donda, Secretaria de Lucha
contra la Discriminación del gabinete de Alberto Fernández.
El segundo, en su pragmatismo, buscaría escapar a esta
presión ideológica que sin embargo le presta su principal base electoral, y orientaría
su modelo hacia una relativa modernización con algún grado mayor de vinculación
con el mundo, especialmente financiero y comercial en el que pueda hacer
negocios. Su relación con grupos políticos del Partido Republicano y
financieros en EEUU anuncian su distancia con la visión de alineamiento con el
populismo global sostenido por el “kirchnerismo puro” y abre la puerta a un
acercamiento con la versión más “pura” de los neo-reaganomics americanos, expresados
por Donal Trump.
La adopción por Massa de una línea “nacional-populista
tradicional” tropezaría de inmediato con las limitaciones económicas que
implica el modelo cerrado, autárquico, patrimonializador del Estado y
repartidor de rentas inherente a sus intereses. La “ventaja” inicial de
despegarse de la corrupción extrema se agotaría pronto, ante la toma de conciencia
de los sectores a los que se absorben desmesuradamente ingresos y que serían su
base electoral principal frente al kirchnerismo, las clases medias peronistas y
-obviamente- a todas las clases medias argentinas. Ello haría pronosticar una
muy cercana crisis de gestión de desemboque imprevisible, presentando
nuevamente las opciones del dilema que arrastra el país desde hace décadas:
abrir la economía a las corrientes mundiales de inversiones, financiamiento,
tecnología y comercio -opción que requeriría alianzas fuertes con los “modernizadores
democráticos”- o seguir cayendo hasta una explosión hiperinflacionaria y crisis
social generalizada, si su alianza “de supervivencia” elegida fuera con el
populismo kirchnerista.
En efecto: con el populismo kirchnerista comparte varios
sostenes económicos (empresarios vinculados al Estado) y gremiales (sindicatos
protegidos), que rápidamente se alinearían con el nuevo poder, lo que podría
ser un obstáculo para su acercamiento al sector “modernizador democrático”. Pero
seguramente se apoyaría en la impostación de su coincidencia “ideológica” con
el pensamiento “nacional y popular” con grupos marginales de origen radical y
la predominancia del pensamiento dogmático “nacional y popular” entre
importantes protagonistas políticos, gremiales, comunicacionales, artísticos e
incluso académicos, ideología que resiste obsesivamente los desmentidos más
claros de la realidad, en algunos casos por ingenuidad nostálgica y en otros por
conveniencia utilitaria.
Un triunfo del sector “modernizador democrático”
tendría otras complicaciones, más centradas en los damnificados inmediatos de
la indispensable reforma del sector público, el impositivo y el régimen laboral,
aunque es previsible una mejor repercusión internacional y más facilidad de
refinanciamiento de la deuda pública (sin los cuales la dureza de la transición
sería grande). Al ser el único compatible con la inserción internacional
virtuosa y con el modelo de gestión democrática globalmente aceptado en el mundo
occidental, podría iniciar un proceso largo de renacimiento, recuperación y
modernización de Argentina como el insinuado en el período 2015-2019. Su camino, no obstante, no estaría sembrado de
rosas.
En gran medida su éxito dependería de su virtuosismo en la
gestión de la transición, que incluye la transformación de los “planes
sociales” en trabajo productivo, la adecuada gestión de la deuda al contar con
mayor receptividad en la dirigencia del mundo occidental y la profundidad de
las reformas estructurales (laboral, financiera, monetaria, sector público,
coparticipación federal) para hacer racionales y sostenibles los ingresos y los
gastos del Estado en sus tres niveles, incluyendo una adecuada refinanciación
del endeudamiento público.
Si el riesgo del sector “nacional-populista tradicional” es
la continuación y profundización del desborde inflacionario y su subsiguiente
caos económico-social, en el caso del sector “modernizador-democrático” el
riesgo a enfrentar es la resistencia activa en el corto plazo por parte del
kirchnerismo, en gran parte debido a la persecución judicial por la megacorrupción
de su gobierno, pero también de los afectados por la modernización y el cambio
si la administración de la transición careciera del necesario virtuosismo
político al llevar adelante las reformas estructurales. Este punto lleva a una
demanda puntual de la que dependerá el éxito de su gestión: el diseño de
una transición para el cambio de paradigma que prevea y dé respuesta a los
sectores honestos que resulten por ella afectados, abriéndoles caminos
alternativos de inserción en el nuevo paradigma.
Un triunfo del sector “libertario”, por
último, lo ubicaría de inmediato frente al dilema de aplicar sin red de
seguridad sus medidas de racionalidad sólo económica olvidando el equilibrio
social o de buscar apoyo, sea del sector “modernizador democrático” en el plano
parlamentario y económico, de difícil obtención por las profundas falencias
institucionales que son la contracara del núcleo ideológico que une a Juntos
por el Cambio por encima de sus diferentes miradas económicas, o sea del
Massismo, con el que acelera coincidencias aún en la etapa preelectoral,
facilitadas por la ausencia de valores ideológicos y el superlativo pragmatismo
del candidato oficialista.
Como las incógnitas que deja su relato son muy amplias, es
muy difícil predecir hacia dónde decantará al momento de tener que enfrentar la
resistencia de los afectados con su programa extremo.
Sus banderas convocantes iniciales (desaparición de la
moneda nacional, dolarización de la economía, disolución del Banco Central, fin
de la estructura de la educación pública y de la salud pública, fin de las
obras públicas, libre portación de armas) son diluidas a medida que avanza el
proceso electoral.
Sus relaciones
internacionales, por otra parte, son otra incógnita, así como la confianza o
desconfianza que pueda despertar en el mundo occidental por sus vínculos con
los grupos populistas de extrema derecha (Orván, Vox, Le Pen), aunque la
laxitud de su discurso podría abrirle la puerta a una posible relación con el
propio populismo kirchnerista, canjeado ese apoyo por una amnistía o indulto a
sus delitos de corrupción. Otra vez: las líneas de acercamiento confluyen en el
Norte, hacia los republicanos de Trump.
Arriesgando pronósticos, ¿cuál alternativa tiene mayores
chances de éxito?
La primera pregunta a formular es sobre la definición de
“éxito”.
Si se refiere al proceso electoral de este año, parecería
descartado el triunfo del “populismo kirchnerista” por el enorme
desgaste e incapacidad de gestión, no sólo inherente al modelo “nacional y
popular” sino a la absoluta falta de profesionalidad y conocimientos sobre la
gestión pública y el conocimiento de la megacorrupción con la que se han
beneficiado sus principales dirigentes, incluyendo especialmente a su lideresa
máxima y excluyente, la expresidenta Fernández de Kirchner pero no reducido a
ella sino a numerosos integrantes de la “nomenclatura” peronista y empresarial
de las gestiones kirchneristas.
Sin embargo, el kirchnerismo parece haberse retirado del
debate formal y haberse reducido a sostener sus “baluartes”: intendentes amigos
en el conurbano y la estratégica gobernación de la provincia de Buenos Aires.
La opción en la que oficialmente ha desembocado el kirchnerismo es la de Sergio
Massa, cuyos matices de diferenciación son obvios y ya han sido mencionados.
¿Qué pasaría en la hipótesis de un triunfo de Sergio Massa?
Algunos pasos en la campaña electoral parecen marcar un rumbo.
1.
El kirchnerismo tomaría distancias del
gobierno negando su apoyo parlamentario para medidas indispensables de
ordenamiento económico. Probablemente sería la primer crisis de gobierno. No
sería novedad: ya ocurrió en ocasión de la firma del último acuerdo de Alberto
Fernández con el FMI, que ante el vacío del kirchnerismo-gobierno, debió
recurrir al apoyo parlamentario responsable de JxC para su aprobación. Frente a
esto, el gobierno puede impulsar un acercamiento a dos espacios: el libertario,
con el que tiene notables vasos comunicantes, y un sector de Juntos por el
Cambio, especialmente en temas relacionados con la economía.
2.
El kirchnerismo probablemente apuntaría a
reconstruir -con dudoso éxito-un espacio opositor “nac & pop” ampliado con
sectores de JxC y del peronismo no integrado al gobierno.
3.
La resistencia al ordenamiento económico
estará sostenida por la capacidad movilizatoria de las organizaciones piqueteras
con medidas de fuerte repercusión como cortes, tomas de predios, etc.
4.
Si esta tensión se acentuara, el eventual gobierno
de Massa podría reconfigurar su relato, convirtiendo al kirchnerismo en una
especie de chivo emisario de todos los males “heredados” y del bloqueo a los “intentos”
de Massa de corregir la situación durante su paso por el Ministerio de
Economía.
5.
El límite de las posibilidades de éxito de
esta alternativa -que representará, como está dicho, al “estabishment”
empresarial, gremial y corporativo parasitarios- no le permitirá relanzar la
economía argentina sino continuar en el languidecimiento, seguramente más
complicado de lo que lo ha sido en los últimos años.
6.
En el caso de que el gobierno opte por
seguir la línea “kirchnerismo puro”, tendrá un aislamiento político y
parlamentario similar al que llegó el gobierno de Alberto Fernández, sin que su
juego de “amigo-rival” con EEUU le de más margen político, económico o
internacional por la falta de credibilidad. La situación del país que deja la
presidencia Fernández, no obstante, no permite márgenes de maniobra ni en la
recaudación vía mayores impuestos, ni en el endeudamiento, ni en la
financiación vía monetaria, por lo que el período estará cargado de tensiones
redistributivas cada vez más intensas dejándole dos opciones: reprimir, o retirarse
del gobierno.
7.
Esto es porque el entramado empresario, gremial
y hasta político de la histórica coalición “nacional y popular” que prefiero
llamar “coalición de la decadencia”, superada la hegemonía del kirchnerismo “puro”,
posiblemente decantaría en gran parte hacia este sector detentador del gobierno
y en consecuencia de la “llave” redistributiva, pero de los que - recordemos - no
son sectores que aporten riqueza, sino que demandan gasto público.
8.
Su eventual gestión de gobierno estaría
caracterizada por administrar la decadencia tal vez con más
prolijidad que el kirchnerismo y posiblemente con niveles de corrupción menos
evidentes, pero en lo económico-social su techo estaría dado por su naturaleza:
coordinación de lo existente, renuncia al cambio, resignación
a la decadencia. Su gestión previsible, al margen de alguna
reivindicación simbólica sin mayor importancia, se reduciría a arbitrar
presiones sectoriales en su beneficio y a costa del interés general.
9.
Puesto a gestionar, tarde o temprano deberá
enfrentar el límite: el profundo desequilibrio existente y creciente le
impondrá un ajuste al estilo “nacional y popular”, o sea empujando hacia
adelante una deuda corregida y aumentada, una economía más raquítica, una
institucionalidad forzosamente más débil, una sociedad más alejada de la
frontera de crecimiento global, recurriendo a una fortísima reducción del ingreso
de sus votantes vía nueva devaluación y default y desembocando en un caos
económico-social -tipo 1989- solo disciplinable con represión. El relato
“nacional y popular tradicional” imputaría el fracaso al FMI, los acreedores
externos y los grandes intereses... para recomenzar el ciclo, como ha ocurrido
en los últimos 70 años.
10. En
síntesis: el “modelo Massa” encajaría en cualquier ejemplo que le permita
mantener en sus manos la caja del Estado, estilo PJ.
¿Qué podría ocurrir en la hipótesis de un triunfo de
Javier Milei?
1.
Cualquier previsión sobre los pasos del eventual
gobierno Milei está atravesada por una incertidumbre mayor que si el triunfo
fuera de cualquiera de sus contendientes, debido a los constantes cambios de su
propuesta.
2.
Una línea de interpretación: su relato
originario es muy cercano al liberalismo extremo, una especie de “neo-reagonimics”
acentuada por la indiferencia ante el estado de derecho -que no tenían los
reaganomics originarios, los que invocaban en su relato la vuelta al
liberalismo democrático originario de EEUU, es decir instituciones democráticas
sin intervención o con una intervención mínima en la economía-.
3.
En este aspecto, la posición extrema sostenida
por Milei sobre la libertad económica se traduce en su relativa indiferencia por
la vigencia del estado de derecho y el liberalismo político, que no forman
parte de su relato y la exacerbación de la libertad individual sin límites, traducida
en propuestas como la libre venta y portación de armas, la libertad de venta de
órganos, el arancelamiento de la educación y la salud -servicios de los cuales
el Estado en su opinión debería retirarse-, la desaparición del Banco Central y
de la moneda nacional propia, etc. Una especie de “ley de la selva”.
4.
A medida que se acercaba el proceso electoral,
esas propuestas fueron diluyéndose o trasladadas en el tiempo a la “segunda”, “tercera”
o siguientes “generaciones”, sin mayores precisiones sobre la fecha de su
eventual vigencia. Es imposible, en consecuencia, al momento de escribirse
estas líneas, imaginar su dinámica debido a su variabilidad extrema. Lo que sí
puede afirmarse es que se tratará de un proceso altamente turbulento.
5.
Para el impulso de la mayoría de esas banderas
no económicas, carecería de sostén parlamentario ni en la estructura del Estado
-gobernadores, intendentes-. Pero sí contaría con grandes “espacios de
cooptación” para peronistas que, de pronto, se encontrarían “en el llano” y con
deseos de integrarse al nuevo experimento, como ha ocurrido con los dirigentes
del liberalismo tradicional argentino que se han unido a sus filas.
6.
La construcción de su presencia parlamentaria contaría
con los legisladores propios más los que hayan llegado con Massa, con quien es
probable que formalice una alianza para sostener al gobierno, buscando luego
acuerdos puntuales para cada medida. Los une su afinidad con el sector “trumpista”
de los republicanos norteamericanos. En el afán de encontrar una categoría
tradicional de pertenencia, podría encontrársele afinidades con un populismo de
extrema derecha liberal. No ha incluido en sus propuestas una acción represiva pero
sí la posible recurrencia a plebiscitos, mecanismos como sabemos muy peligrosos
para la democracia representativa y constituyentes de totalitarismos de los que
la historia nos da tristes ejemplos.
7.
Es previsible la ruptura de la alianza Massa-CFK.
El kirchnerismo residual, quizás convertido en una fuerza testimonial, podría
convertirse en la oposición activa en la calle, junto a los eventuales
desplazados del aparato estatal y los grupos piqueteros que queden fuera de la
negociación con el gobierno. La negociación sobre situación judicial de CFK es
el arma con que contará seguramente el gobierno para intentar disciplinar y
encauzar esa oposición.
8.
En JxC es probable que se repita el fuerte
debate interno, con un sector que sostenga la necesidad de respaldar las
acciones ordenancistas de Milei y otro que reclame la oposición total. Sin
embargo, la continuación de la alianza JxC puede ser percibida como la
alternativa opositora democrática-republicana con alternativa cierta de poder,
ante el fracaso altamente probable de la gestión y la necesidad de resguardar
el estado de derecho y la legalidad. Esta perspectiva favorecerá la continuación
de la coalición.
9.
A la oposición del kirchnerismo contra Milei es
probable que tiendan a acercarse algunos sectores de JxC de origen radical que
han dado pasos en ese sentido antes de las elecciones (siguiendo el ejemplo de
Moreau, Ricardo Alfonsín, Santoro, etc.). Su relato sería la “reconstrucción
del campo popular”. Es improbable que tengan una gran representación del
tradicional electorado radical, masivamente incorporado a JxC.
10.
El entramado empresario, gremial y hasta
político de la histórica coalición “nacional y popular” que prefiero llamar
“coalición de la decadencia”, vencido el kirchnerismo puro y la alternativa de cambio
republicana, posiblemente migraría en gran parte hacia el dialogo con el nuevo
gobierno en una carrera por conservar sus nichos de rentas o privilegios,
aunque -nuevamente recordemos- no son sectores que aporten riqueza, sino
que demandan gasto público.
11.
Puesto
a gestionar y enfrentado con las urgencias cotidianas, es de prever un
deterioro de su base electoral originaria convocada más que por los contenidos
propositivos, por la forma rupturista de su presentación y por la ilusión de un
alivio inmediato de su situación económica deteriorada por la inflación.
12.
En síntesis: el “modelo Milei puro” podría
imaginarse como la de una sociedad estilo norteamericana, en la visión más
extrema del partido Republicano (Donald Trump).
Qué ocurriría con el triunfo
del sector “modernizador democrático” liderado por Patricia Bullrich
1.
El sector “modernizador democrático” es el único
sector de los tres cuya orientación de gobierno puede imaginarse con claridad: un
país modernizado (agro, servicios de punta, industria exportadora, “explosión”
de microempresas, reformas fiscal, laboral y monetaria, profunda reforma
educativa, reforma del sistema de salud, modernización del Estado) así como una
integración reflexiva e inteligente del país a las corrientes más potentes y
modernas de comercio, inversiones, tecnologías y financiamiento del mundo
occidental manteniendo férreamente el marco democrático-institucional y el
estado de derecho.
2.
El inicio de este proceso no sería, sin embargo,
una tarea sencilla. Los desequilibrios que es imprescindible normalizar en la
macroeconomía -deuda pública, mega-desequilibrio presupuestario, gigantesco
déficit cuasifiscal (“leliq’s” y otros), atraviesan la estructura del Estado y
su rol redistribuidor, y a toda la sociedad.
3.
Los frentes de imprescindible retracción del
gasto público generarán tensiones claras entre los damnificados más directos e
inmediatos: empresarios de servicios públicos monopólicos y rentistas cuyas
rentas se reduzcan o desaparezcan, ciudadanos que deban abonar por los
servicios el precio que cuestan, centenares de miles de beneficiados con “planes
sociales” sin contrapartida ni límite temporal que deberán trabajar, miles de
ingresados al aparato estatal por cooptación o clientelismo sin funciones,
empresas públicas con alto déficit por ser bolsones de empleo clientelar y
mecanismos de captación de recursos rentistas de empresas protegidas,
organismos autárquicos también cooptados por organizaciones extraestatales
(ANSES, PAMI, Fábrica de Aviones, Correos, Aerolíneas, Ferrocarriles, sistema oficial
de medios públicos, etc.), envíos de fondos discrecionales a provincias y
municipios por vías extralegales y otras múltiples vías edificadas por
populismo K como canales de apropiación de fondos públicos.
4.
A esta acción de “limpieza” de la estructura
estatal se sumarán los reclamos legítimos de quienes deben recibir los
servicios de salud, educación y seguridad del Estado, con sinceras esperanzas
de mejoramiento.
5.
Los equipos de recuperación para el
reordenamiento del país deberán ser ejemplares en sus conductas para reforzar
la credibilidad y deberán actuar con altísimo grado de profesionalidad,
sensibilidad política y percepción de justicia. La eventual pérdida de
credibilidad de la sociedad conduciría a su fracaso.
6.
Para atravesar estos desafíos necesitarán una
mayoría parlamentaria que deberán construir sobre la base de sus propias
bancadas más los acuerdos puntuales en cada ley, sostener una mística de cambio
en los ciudadanos con máxima transparencia -que deberá cuidarse como esencial a
la estabilidad del gobierno- e inducir a los gobiernos locales a acciones
parecidas, con los mismos objetivos.
7.
Deberá prever una resistencia muy fuerte,
política, económica y comunicacional, de los defensores del viejo “statu quo”
de la Argentina corporativa, que hemos definido en este trabajo como “corporación
de la decadencia”. Conspiraciones financieras, operaciones descalificantes de comunicadores
mayoritariamente opositores, calles convertidas en caóticas -ya lo están, en
pleno gobierno populista K-, narco-delincuentes sumados a la oposición
desestabilizante, etc.
8.
Es muy posible que realizada una propuesta
de estas características, el problema de la deuda en su tramo externo deje de
serlo al derrumbarse el “riesgo país” y reducirse en consecuencia el costo de
volver a los mercados, abandonando la tutela del FMI. Sería el inicio de un
proceso de recuperación que puede tomar una velocidad notable: la economía argentina,
liberadas sus potencialidades, tiene mucha fuerza y puede mostrar una
recuperación muy rápida tanto en el valor de la moneda, la generación de empleo
y la recuperación del salario en razón de su potencial exportador y
emprendedor. Nada más que el sector agropecuario, liberado del peso de las
retenciones, podría cuadruplicar su saldo exportable, a lo que debe sumarse el
litio, la explotación gasífera y petrolera y la minería. Una reforma laboral
moderna permitiría generar empleo en blanco y ampliar la oferta de trabajo en
forma sustancial, nivelando de esta forma el desequilibrio del sistema
previsional. Una reforma del Estado que le haga cumplir con las expectativas
que sobre él tiene una población hoy angustiada será esencial para mantener la
credibilidad y el sostenimiento del gobierno. Una Argentina normalizada,
homologada con la visión compartida hoy por todos los países del mundo -no sólo
occidental- podría ser la novedad de los próximos años.
9.
En síntesis: el “modelo Bullrich-JxC”
sería una sociedad al estilo de la española, en la visión de los acuerdos
centristas de la transición democrática (Pactos de Moncloa).
...
Si con la palabra “éxito” queremos expresar el relanzamiento
modernizador de la Argentina, sólo un liderazgo inclusivo y convocante con
claridad de objetivos podría desatar una fuerza suficientemente poderosa como
para vencer la resistencia al cambio. Ello sólo podría darse, en una mirada
realizada a comienzos de 2023, con un triunfo de la opción “modernizadora
democráticas de Juntos por el Cambio en las elecciones generales y una gestión
de gobierno a la vez potente y virtuosa. Potente para liderar el cambio y
virtuosa para hacerlo manteniendo el equilibrio social abriendo
espacios de contención con los que lo sufrirán en la coyuntura y
suficientemente convocantes a la inversión productiva. Para que esa alternativa
resulte exitosa parece imprescindible mantener la unidad de Juntos por el
Cambio y de reforzar esa unidad con la incorporación de sectores peronistas y
liberales honestos, cuando se los encuentre, aislando al “nacionalismo
populista” más cerril y al kirchnerismo residual, que liderarán la resistencia.
Alternativas posibles al análisis precedente
Aunque implicaría una ruptura inesperada, no puede
descartarse un realineamiento de los grupos mencionados como opositores.
Como dijimos, en Juntos por el Cambio existen dos inclinaciones
ideológicas diferentes. Coexisten allí quienes se encuentran más cercanos al
“modelo nacional y popular tradicional” pero se oponen al kirchnerismo por su
corrupción extrema y su agresión institucional, con quienes también se oponen
al kirchnerismo, pero tienen conciencia del agotamiento del “modelo nacional y
popular tradicional” y propugnan una modernización de la economía con un
criterio inclusivo, asumiendo los desafíos de la transición en el cambio de
modelo. Estas dos almas también coexisten en el radicalismo, en el PRO y aún en
la CC.
La formación de Juntos por el Cambio, en rigor, no tuvo como
convocante originario un proyecto determinado en lo económico-social. Sí
coincidían en la recuperación democrática y en el freno a la corrupción. A
partir de allí, todo era opinable. En la actual situación del país, eso sólo no
alcanza, aunque la unidad siga siendo imprescindible para la derrota del ala
más dura del populismo “cleptómano”, la que expresa el kirchnerismo.
No es descartable que algunos dirigentes del sector
“nacional y popular tradicional” de Juntos por el Cambio pueda forzar una
ruptura y busque acercamientos o incluso confluencia con emigrados del sector “populista
kirchnerista” que pretendan tomar un camino diferente al kirchnerismo por
considerarlo un camino irrecuperable y, aprovechando el conflicto de miradas en
la opción oficialista.
En visión de quien esto escribe, los votantes de JxC no
compartirían esta alternativa, que sí puede lograr más respaldo en algunas burocracias
partidarias. Existen “moderniza dores democráticos” como “nacional populistas
tradicionales” tanto en el PRO, el radicalismo y la propia Coalición Cívica. Ambos
cuentan con respaldo intelectual y de comunicadores. Sebrelli y Kovadloff, por
ejemplo, y algunos editorialistas importantes de diarios nacionales
coincidirían en su respaldo a los “modernizadores democráticos”, mientras que
algunos “cuadros políticos” con historia pero ya sin representatividad electoral
lo harían con el “nacional-populismo” tradicional.
¿Podría darse
un camino intermedio, una especie de equilibrio entre los rumbos que aparecen
como opciones enfrentadas?
Sería posible. Sin embargo, el punto de partida reduce al
mínimo esta posibilidad. Como está dicho: con el nivel de endeudamiento, de
desprestigio y aislamiento internacional, del nivel de la presión fiscal, del
ritmo de la inflación, del desequilibrio público, del nivel de pobreza y
deterioro de la moneda nacional -que concentra y expresa todos los
desequilibrios mencionados- parece que ese rumbo “intermedio” tendría una
chance muy pequeña.
En análisis es sencillo: para que la Argentina retorne al
crecimiento es necesario convocar decisiones de inversión. Ello es imposible
con el desequilibrio macroeconómico existente. También con el temor que genera
una justicia que no otorga garantías de independencia. Y con leyes laborales -y
peor aún, convenios colectivos- que se remontan a 1975, cuando la economía y
las técnicas de producción eran otras pero que hoy conspiran contra la
formación de empresas por el temor a la judicialización de cualquier reclamo.
La presión impositiva -variable analizada en profundidad por quienes deciden
inversiones- posee un nivel tan elevado (42 % del PBI) que saca a la Argentina
de la carrera, agravadas por una discrecionalidad por parte del gobierno en el
área fiscal -y no sólo fiscal- que se ha convertido en normal y que implica un
peligro constante sobre cualquier actividad productiva y decisión de inversión
debido a la eventualidad -probable- de cambio de reglas de juego financieras y
cambiarias en mitad del proceso de inversión.
El cerramiento, por otra parte, dificulta el acceso al único
mercado en el que es posible obtener ganancias, el mercado global. El desequilibrio
macroeconómico agrega otra espada de Damocles, ya que su periódico estallido
unido a los extremos mencionados no da garantías de estabilidad a ningún
cálculo de rentabilidad debido a la incertidumbre sobre el tipo de cambio,
haciendo imposible cualquier proyección microeconómica para una inversión que
no sea con altísima rentabilidad de corto plazo y un apoyo político siempre
incierto en el largo plazo.
La permanente crisis fiscal, por otra parte, no sólo golpea
con incertidumbre la seguridad impositiva sino que abre constantes mecanismos
especulativos para financiar el desequilibrio público, cada uno de los cuales
es una ventana por la que se extraen recursos de la economía a través del gasto
del Estado, las tasas de interés, los subsidios discrecionales a empresas y
personas, todos ellos con mayor tasa de ganancia que cualquier actividad
productiva, compitiendo en consecuencia con las eventuales inversiones que a
ella se puedan destinar.
La continuación del aislamiento y la indiferencia ante la
inserción internacional provocará que no haya inversiones ni del exterior ni internas.
Si ese es el camino adoptado, la Argentina proseguirá, como en los últimos tiempos,
generando recursos rentísticos y especulativos a quienes cuenten con
información sobre las decisiones políticas o se integre a la “corporación”,
recursos que se transforman en divisas y emigran, pero jamás se reinvertirán en
la economía nacional. Su contracara: el empobrecimiento de la población
general, el deterioro de la moneda nacional, el estancamiento económico.
Por supuesto que la eliminación de la corrupción sería un
aporte importante a la recuperación, pero es más bien una condición necesaria,
no suficiente. Debería ser acompañada de un programa fiscal que muestre
seriedad en las cuentas públicas -que sólo puede venir de la reducción del
gasto, ya que la presión impositiva existente no admite incrementos-. Esa
reducción del gasto requiere una relación transparente, legal y automática en la
discusión y ejecución presupuestarias, la distribución de los impuestos
(coparticipación) entre las distintas jurisdicciones sin arbitrariedad y sólo
en base a la ley, la eliminación de los subsidios económicos (tarifas de los
servicios públicos), la reducción paulatina de los subsidios sociales (planes)
transformándolos en empleo privado y una puesta a punto del sistema jubilatorio
para el futuro sobre bases de sostenibilidad, justicia y coherencia actuarial terminando
con las jubilaciones por discrecionalidad del poder, sin base en los aportes
realizados por los jubilados en su vida activa. Y por último, la reformulación
negociada de la deuda pública a fin de proyectar su sostenibilidad sin
sobresaltos, tanto en su segmento externo como en los internos -del Estado y
del Banco Central-, reformulación que sólo será posible si se la enmarca en un
programa coherente y sustentable que lo haga creíble, reduciendo con esto la
tasa de “riesgo país”. Si ello no se logra, la alternativa es otro default, un
ajuste del cerramiento y la continuación de la decadencia hacia el pobrismo
extremo.
Si no se hacen estas cosas, el camino de recuperación
termina en un callejón sin salida.
...
El futuro está abierto y es opaco. Lo que aparece cada vez
más claro es que pocas veces en la Argentina moderna sus opciones han sido tan
patentemente disímiles y conllevan futuros tan diferentes: la “cosmopolitización”
o la definitiva “latino americanización” del país. Sarmiento diría “Civilización
y barbarie”.
Alguien interesado en una Argentina moderna, pujante, con
vocación de futuro, prestigio internacional, valores democráticos, integrada y
respetuosa de los derechos de las personas para perseguir sus propios sueños
debería encontrar su lugar en una opción alejada claramente de los populismos,
de “izquierda” o “derecha”, sea cual fuere su bandera partidaria.
Decía al comienzo que la crisis actual y próxima, de
continuar su rumbo, puede terminar con la disolución del país como marco
sociopolítico. El desarrollo de este concepto requiere mucho más que un
análisis coyuntural. Pero... se disolvió la Unión Soviética, Yugoslavia,
Checoeslovaquia, el imperio francés, el imperio inglés, el imperio otomano... y
antes todos lo que la historia nos enseña. Los países son nada menos, pero nada
más, que categorías históricas.
Es improbable que un marco nacional como el argentino siga
soportando eternamente la tensión entre “los que pagan” (invierten y producen)
y “los que cobran” (sin otra justificación que su vinculación al poder o su
capacidad de presión), sin normas y sin justicia.
Si la Argentina continúa su deterioro, puede llegar a su
disolución: tiene regiones que podrían configurar, cada una de ellas un país
apoyado en “los que pagan” (La Patagonia, Cuyo, el Litoral, la región Centro,
la propia CABA.) No existen fuerzas centrípetas que neutralicen el hastío
centrífugo de las regiones productoras. Tiene importantes “relatos” en su
escenario político-intelectual que no sólo desmerecen, sino que no consideran a
sus adversarios ni siquiera como “compatriotas” con cuyas ideas no coinciden, sino
como reales enemigos, es decir no tiene un afecto nacional compartido que sirva
de soldadura a la unidad nacional contrarrestando la tensión centrífuga.
O también puede llegar a su
definitiva latino americanización, manteniendo su unidad como país, pero con
una sociedad empobrecida y embrutecida definitivamente, con sus clases
ilustradas y productivas emigrando y una nomenclatura populista cleptómana
adueñada del Estado en forma arbitraria, mañosa o violenta junto a socios
narcos adueñados de hecho de grandes zonas del país. Socios en el mundo y en el
continente no le faltarían. Sería el sueño del “pobrismo” jesuita, de los
narcos, de los punteros del conurbano, del retro progresismo, y, en general,
del populismo. Una gigantesca toldería de vida miserable gobernada por una narco
nomenclatura mafiosa enriquecida. Así pasó en Cuba, así pasa en Venezuela y
Nicaragua.
Y puede pasar en
Argentina.
Como puede pasar también
que -por el contrario- la Argentina retome su tradición de país constitucional,
integrado al mundo, respetuoso de la ley y los compromisos, reconstruya su
moneda, erradique el populismo, vuelva a los esfuerzos modernizadores y
educativos jerarquice su educación y su justicia, y construya una democracia
compleja, consciente, inclusiva, actualizada.
También puede
pasar.
Los dados parecen estar
en el aire.
Ricardo Lafferriere – Setiembre de 2023
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