martes, 4 de marzo de 2014

Crimea, Ucrania, Rusia...y el mundo que viene



Al caer la tarde del 18 de mayo de 1944, miles de efectivos de la NKVD (la policía militar soviética de Stalin) entraron en cada una de las aldeas tártaras que formaban la gran mayoría de la población de Crimea.

Entre uno y dos millones de personas, desde ancianos inválidos hasta niños de pecho, fueron ingresados por la fuerza en camiones de transporte, abandonando al saqueo de las tropas rusas sus propiedades y pertenencias.

La población de toda una etnia fue conducidas a Uzbekistán. Allí fueron arrojadas al desierto, donde murieron cientos de miles por desnutrición, sed, falta de alimentos, frío y enfermedades.

De la deportación no se salvó nadie. Desde los dirigentes del Partido Comunista de cada localidad, hasta héroes de guerra e integrantes de los “partisanos” –guerrilleros contra la ocupación nazi-. Todos, por el sólo hecho de ser tártaros, fueron objeto de la “limpieza étnica” estalinista que dejó a la península de Crimea liberada para su repoblación. 

La excusa fue la colaboración que un pequeño sector de la población tártara, según el convencimiento de Stalin y Beria –mandamás de la NKVD- , había realizado con los nazis durante la ocupación alemana de Crimea. La realidad fue la histórica ambición rusa de integrar definitivamente la península de Crimea a su territorio nacional para fortalecer su dominio del Mar Negro y posicionarse estratégicamente frente a los estrechos de Bósforo y Dardanelos.

El genocidio se mantuvo en un relativo ocultamiento hasta la caída de la Unión Soviética y la liberación de la documentación y el arribo de la libertad de expresión sobre los crímenes estalinistas. Al igual que la tragedia polaca de Katlin, cometida también por Stalin y Beria, la realidad temina por salir a la luz, en este caso regresando a Crimea en la memoria de los pocos sobrevivientes tártaros y sus descendientes que volvieron desde la lejana Uzbekistán buscando su viejo hogar en los últimos años.

Crimea, ya libre de tártaros sobre el fin de la guerra, fue repoblada por Stalin con rusos de sangre. Son sus descendientes los que ahora han reclamado la protección de Rusia ante la decisión del parlamento ucraniano de destituir al déspota y corrupto presidente Yanukóvich, quien huyó refugiándose en Moscú, desde donde incita a la ocupación rusa de toda Ucrania y su reinstalación en el poder.

Es bueno recordar estos hechos ante la evidente intención de muchos –y no sólo rusos- de terminar con el tema que interpela la conciencia democrática occidental, levantando el argumento de que “después de todo, la mayoría son rusos”. Falaz afirmación a la que los argentinos, especialmente deberíamos resistir por su extraña similitud con el trasplante poblacional realizado por Gran Bretaña en las Malvinas, luego de su ocupación militar.

No podemos mirar para otro lado ante esta vergonzosa, agresiva y patoteril ocupación militar rusa de una porción del territorio ucraniano y mucho menos aceptar el argumento.

Putin sabe que la “realpolitik” le permitirá salirse con la suya. Ucrania está débil, por su crisis económica y política. La Unión Europea tiene su yugular –los gasoductos que alimentan sus industrias y llevan energía a sus hogares- atenazada por las decisiones del Kremlin. Estados Unidos ha resuelto replegarse hacia la defensa de sus intereses estratégicos más directos, lejanos del contencioso del Mar Negro y los Balcanes. Las Naciones Unidas están neutralizadas de cualquier acción, por el poder de veto –en este caso, de la propia Rusia-.

Ucrania está sola, acompañada exclusivamente por la sensación de impotencia y humillación de la opinión libre y democrática del mundo, la que resiste el cinismo, la hipocresía y los discursos exculpatorios de los diferentes escalones y factores del “poder” mundial.

En todo caso, es un adelanto del mundo que viene. Y una advertencia para quienes alegremente juegan con el futuro, banalizan el debate estratégico, atan al infantilismo ideológico las alianzas nacionales y debilitan a conciencia la capacidad defensiva del país con argumentos “munichistas”.

Seguramente, el futuro ucraniano será resuelto en alguna reunión como la de Munich, donde el Reino Unido, Francia, Italia y Alemania resolvieron en 1938, sin la presencia ni consulta de los checoeslovacos, la secesión de una parte de su país –los Sudetes- y su entrega a Alemania, para “calmar” las ambiciones de Hitler. 

Sería bueno que no ocurra, pero la intuición indica que algo similar pasará en este caso, con las grandes potencias acordando una virtual secesión de Crimea y su caída en la esfera de influencia rusa, con alguna forma jurídica que implique de hecho su segregación de Ucrania.

De ser así, tal vez se habrá logrado “la paz” y se habrán “tranquilizado los espíritus”. Sin embargo, se habrá abierto un antecedente de retroceso hacia un mundo que habrá renunciado a su pretensión de ser regido por el derecho y aceptado el regreso al puro poder, a la fuerza militar y a la subordinación a los intereses crudos de las potencias más fuertes.

Un mundo, en suma, que estará trayendo al siglo XXI lo peor del siglo que pasó.

Ricardo Lafferriere


lunes, 24 de febrero de 2014

Dilma, Cristina y Nicolás

Durante la última década las exportaciones brasileñas a Venezuela se dispararon un 533%  hasta 5.056 millones de dólares, convirtiendo a la nación petrolera en el segundo mayor mercado latinoamericano de Brasil después de Argentina.

Además, los economistas calculan que las inversiones brasileñas en Venezuela rondan en realidad los 20.000 millones de dólares, o tres veces más que en México, la segunda economía de América Latina. Todas se hicieron durante el chavismo.
(Leer más en: http://www.elmundo.com.ve/noticias/economia/politicas-publicas/empresarios-brasilenos-apuestan-a-maduro-para-prot.aspx#ixzz2u6zL0wIi)

En vida de Néstor Kirchner, Chávez desembolsó en préstamo 1.000 millones de dólares a favor de Argentina. Al recibirlos, la República Argentina le entregó a la República Bolivariana títulos de la deuda pública Argentina--Boden 2015--, pagaderos en 2015, por valor nominal de ¡1461,9 millones de dólares! O sea que la República Argentina se comprometió a devolver, sólo de capital, un 46% más de lo que recibió.

A ello cabe adicionar una tasa anual de intereses sobre el monto recibido de Venezuela que oscila entre un 14,86% y un 15,60%. Cabe recordar que el FMI, en ese momento, nos cobraba por la deuda pendiente, el 4,596 %. Claro, sin espacio para "negocios adicionales"...

Para hacerlo más claro: de entrada, al recibir el préstamo, Argentina se comprometió a pagar, por capital, U$S 462 de más por cada U$S 1.000 recibidos y, además, desembolsará aproximadamente un 15% anual de intereses. Esto y no otra cuestión es lo que significa que Venezuela le presta a la Argentina recibiendo en cambio títulos de la deuda pública argentina al valor de su cotización en el mercado. ¿Está CK preparando el terreno para que Nicolás renueve el crédito a su vencimiento?

El opositor Capriles ya adelantó que exigirá a la Argentina el pagos de 13.000 millones de dólares que -alega- el gobierno chavista ha facilitado al kirchnerismo. Y que aquí, al parecer, no figuran.

Estos números son sólo un ejemplo de lo que es imposible cuantificar por el secreto de todas las operaciones con Venezuela, proveedora permanente de petróleo y gasoil para la sedienta cuenta energética del kirchnerismo, que por su desastrosa gestión convirtió al país en fuertemente dependiente de las importaciones de hidrocarburos.

En el caso brasileño, es imposible no ver detrás del silencio de Dilma el consejo de Itamaratí, resultado de un frío cálculo sobre el riesgo de los capitales del vecino país volcados a la economía venezolana. El mismo que la llevará a tolerar la represión de la dictadura cubana, con la que ha formalizado también importantes acuerdos de inversión en infraestructuras (La última noticia fue la inauguración, hace pocas semanas, de la mayor instalación portuaria de la isla, construida y financiada íntegramente por capitales brasileños).

Curioso que la reprimida oposición cubana sólo fuera recibida por Piñera. La "derecha" defendía los derechos humanos, mientras las "progresistas" presidentas de Argentina y Brasil confraternizaba una con Fidel en visita cholula, y cumplía la otra con sus empresarios inaugurando obras de infraestructura hechas por ellos en Cuba.

En el caso argentino, el nuevo acuerdo con Venezuela anunciado en enero comprende un original "canje" de alimentos por petróleo. El negocio para la administración argentina es arbitrar entre alimentos adquiridos a precios internos (o sea, reducidos en el 35 % de retenciones) y el precio internacional, al que debieran tasarse para la operación de canje.

No se han informado detalles de los precios acordados, lo que deja en un gran estado de duda qué pasa con esa diferencia. Si todo fuera transparente, no debieran existir motivos para el secreto, en lugar de seguir con el sospechado procedimiento de cláusulas secretas usado para el acuerdo con Chevrón. O los oscuros negocios gerenciados por De Vido que están siendo investigados por la propia justicia venezolana.

Maduro es un gran negocio para Brasil, para el kirchnerismo y para Cristina. No lo es ni para el saqueado pueblo venezolano, ni para el argentino, que heredará del kirchnerismo deudas económicas y políticas de largo aliento que ya comenzaron a visualizarse. Tal vez el único ganancioso sea Brasil y sus empresarios, aunque difícilmente Dilma, cuyo prestigio de antigua luchadora por la democracia quedará sin dudas seriamente deshilachado después de su deslucida actitud en esta crisis. Cristina, si alguna vez lo tuvo, lo perdió hace rato.

Ricardo Lafferriere

lunes, 17 de febrero de 2014

Venezuela y Argentina

Es difícil para los argentinos no verse reflejados –o sentirse conducidos- a una situación como la que atraviesa hoy Venezuela.

La similitud de diagnósticos y la identidad de políticas han conducido a consecuencias también muy parecidas en ambos países. Altísima inflación, recesión intolerable, desabastecimiento, huida de la moneda nacional, crecimiento desbordante del narcotráfico, violencia cotidiana al nivel de una creciente estadística de asesinatos, polarización social y destrucción del sentimiento de unidad nacional por el grave enfrentamiento político.

Hay, sin embargo, una diferencia: en la Argentina, la violencia concita el inmediato y rotundo rechazo de la mayoría ciudadana. Se acentúa la discusión política, se polarizan los debates en la calle, sube el nivel despectivo de los epítetos, pero a pesar de todo eso el pasado del que surgió la democracia pesa demasiado en la conciencia ciudadana como para abrir las compuertas de la violencia desbordada.
Ya tuvimos por acá la triple A. Sabemos lo que son los grupos parapoliciales masacrando manifestantes por el salario o por las libertades. Y también tenemos demasiado tomado el pulso a las impostaciones discursivas, que ofrecen relatos de izquierda o de derecha pero que, en realidad, sólo son escudos que ocultan el patrimonialismo predominante en la política desde hace años, con pocas y saludables excepciones.
Sería necio negar que hay “ultras” y no sólo discursivos. Hasta hemos escuchado a un conocido provocador decir en esto s días que habría que levantar “paredones” para fusilar a quienes se oponen a Maduro y su dicta-cracia en Venezuela. Tan necio como no advertir que se lo toma más con sorna que con miedo.
La propia señora, tan engolada con su imagen en el espejo y tan predispuesta a ironizar y humillar a quien no le haga la reverencia, ha advertido el dislate de su gestión desde el 2007, y está intentando –tarde- de cambiar de rumbo. Por supuesto que diciendo lo contrario –como es su estilo- pero marchando en un rumbo exactamente inverso al de su discurso.
La gente ya lo advirtió y comenzó a sufrirlo, pero parece entenderlo. Le dará la espalda, pero no deja la sensación de una rebelión indignada. Tal vez porque también advierte que “se comió el amague”  y que algo de culpa tiene al haber creído que se podía llegar al cielo sin recorrer el camino. ¡Era tan lindo creer que se podía vivir más allá de las posibilidades! ¡si lo decía nada menos que la señora... ¡cómo no creerle!... ¡aprovechemos, que no sabemos lo que vendrá!...
Ahora el salario cae al valor de lo que produce. El PBI por habitante se ubicará detrás del de Uruguay, Chile, Brasil, y tal vez Perú –luego de haber sido el más alto de la región, apenas poco más de una década atrás-. Sin petróleo y sin reservas, nos iremos acostumbrando a cortes constantes de energía –como en Cuba…- y al precio de la Nafta cada vez más cerca del real –a dos dólares el litro, por lo menos-. El gobierno culpará a la Shell y a Aranguren. La gente escuchará, pero también con sorna. Sabía que esto llegaría, porque se estaban comiendo el capital, porque pocos producían y porque se robaba demasiado. Pues el fin llegó. Como en Venezuela.
Claro que, a diferencia de Venezuela, los argentinos están ya preparando lo que sigue, que será inexorablemente diferente, cualquiera sea el presidente elegido, o la mayoría legislativa que venga. Es esta diferencia lo que trae la esperanza que no lleguemos al extremo de Venezuela: muertes en las calles, parapoliciales y civiles armados masacrando estudiantes,  grotescos exabruptos presidenciales –aunque de eso, mejor no hablar…- … ¡ya lo vivimos!...
Y que podamos continuar nuestro proceso democrático votando. Quizás eligiendo mejor, pero seguramente bloqueando cualquier intento –oficialista u opositor- de sacar la política del marco de la Constitución. Porque nos costó mucho encarrillarla y no queremos tener, otra vez, miles de muertos, desaparecidos, exilados y odios irreversibles que dividan otra vez por varias décadas al país de los argentinos.

domingo, 2 de febrero de 2014

"El principal problema es..."

"La pérdida de reservas..." "El tipo de cambio..."  "El cepo cambiario..." "La inflación..."...

Los debates económicos disputan la jerarquía del problema principal. Sobre su conclusión sobre este "primer interrogante" sugieren las respectivas "salidas".

Curiosamente, todas son racionales y coherentes, desde la perspectiva de la economía. Nadie puede oponerse sensatamente a recomponer reservas, mantener un tipo de cambio homologable con las demás variables económicas, volver a la libertad cambiaria que fuimos limitando crecientemente en los últimos dos años, y terminar con la inflación que carcome ingresos potenciando la incertidumbre...

Imaginemos que tenemos que hacer un viaje. "Vamos en tren" opinan unos. "No, mejor en avión..." sugieren otros. "A mí me gusta el auto..." tercia uno. "¿Y si vamos en barco?" Propone el último. Sin embargo, falta algo: definir a dónde se quiere viajar. Sin esa información, difícilmente pueda tomarse una decisión correcta porque no es lo mismo viajar a Nueva York que a Lanús, a Montevideo que a Europa o a Sydney que a Rosario.

Enfoquemos ahora los interrogantes económicos. La economía en un país democrático tiene dos tipos de actores, cuya orientación es necesario alinear para conseguir una marcha exitosa. Esa alineación deberá, por supuesto, tener en cuenta las posibilidades reales del país, sus condicionantes y sus potencialidades.

Esos dos actores son por un lado la política, que debe fijar el rumbo interpretando la voluntad mayoritaria y estableciendo las reglas de juego que regirán el juego; y por el otro los actores privados, empresas, familias y personas, que harán sus apuestas -de ahorro, inversión, consumo, créditos, endeudamientos- para participar del juego buscando llegar a la meta. Para ello, usarán sus conocimientos mayores o menores de economía y las normas establecidas por el Estado.

El papel de la política tiene algo de arte y mucho de ciencia. Debe detectar cuál es el rumbo posible que la mayoría desea, y lo hará con la intuición, las herramientas de análisis de opinión pública y su percepción del entorno regional y mundial. Y debe elaborar con capacidad y oficio, según los principios legales y los conceptos de la ciencia económica, las reglas de juego a aplicar que regirán el comportamiento de los actores privados.

La sociedad es como un cuerpo vivo (perdonando el organicismo, sólo didáctico) que seguirá funcionando cumpla o no la política con su función rectora. La ausencia de rumbo -es decir, la incapacidad de la política para con su responsabilidad- dejará un vacío a llenar por algún actor más poderoso, o por el propio caos o anarquía.

Entonces...¿cuál es el problema principal, en el estado actual del país?

Contra la opinión de muchos, desde esta columna venimos sosteniendo que no es la economía, en la que las mentes argentinas más lúcidas del pensamiento económico, de todo el "arco ideológico", viene repitiendo que no hay problemas dramáticos, o al menos del dramatismo que percibimos en la situación que vivimos.

El problema es político, en el sentido grande y trascendente del término. No hay respeto ni contención de la opinión mayoritaria, no hay percepción de la realidad regional y global, no hay objetivos nacionales -ni los discutidos democráticamente en el Congreso a través de la Ley de Presupuesto, ni con un liderazgo lúcido sugiriendo a dónde vamos-. En síntesis no hay rumbo.

En este marco, no hay solución económica posible . Los argentinos son empujados hacia el reflejo defensivo de defender su ingreso, de la forma que sea. El país se desliza hacia una selva de todos contra todos, en la que todo vale.

Ningún economista ni plan económico puede salvar ésto, que no es un problema cuya solución esté al alcance de Kicilloff ni de Capitanich. Tampoco de Blejer, Melconián o Cavallo. Es de la presidenta, de su partido y hasta de los liderazgos opositores.

Es lo que significa que "el problema es político". Ni la pérdida de reservas, ni el tipo de cambio, ni el déficit fiscal, ni el cepo cambiario, ni la inflación.  Es esta sensación que impregna todo de no saber hacia dónde vamos, qué perseguimos, que rumbo tomará la nave del país y en consecuencia, cuál es el papel de cada uno en ese colectivo que es la Nación, no sólo ahora sino incluso, ante un eventual recambio del poder.

 Definido éso, las cosas comenzarán a alinearse nuevamente. No antes.

Ricardo Lafferriere

jueves, 30 de enero de 2014

230.000 millones de pesos

Tal sería la cuenta de equilibrio que relacione la base monetaria con las reservas en oro y divisas -tal como las cuenta el gobierno-, en un dólar de ocho pesos.

Kici respondería: no estamos en la convertibilidad. Esa cuenta no corresponde. Y sería cierto.

Pero también lo es que ante tantas incertidumbres -sobre la tasa de inflación, el monto efectivo del PBI, el nivel de endeudamiento real, los objetivos concretos de la política económica (que, en otros tiempos, eran definidos por la ley de presupuesto), etc., quienes realizan operaciones económicas y financieras terminan recurriendo como referencia a las únicas cifras ciertas con las que cuentan: el circulante vs. las reservas.

Pues bien. Esta relación para "confluir" -diría Kici- surge de una cuenta sencilla: 29.000 millones x 8. Las reservas en divisas multiplicadas por el tipo de cambio. 230.000 millones.

Pero he aquí que el balance del BCRA nos informa que la base monetaria alcanza a 371.442 millones de pesos. Curiosamente, si realizamos la operación inversa -es decir, si dividimos la base monetaria por la cantidad de divisas-, el número que obtenemos es ... 12,80. (¿Les suena?). Ese número irá variando cuando bajen (o suban) las reservas, o cuando suba (o baje) el circulante.

El BCRA acaba de subir la tasa de interés emitiendo bonos -"pidiendo prestado"- al 26 %, para "absorber" 9.000 millones de pesos de la base monetaria y "aliviar la presión sobre el dólar".

Ese nivel de tasas provocará la retracción de la economía, con un efecto insignificante en el mercado cambiario. Retirar 9.000 millones cuando han emitido casi 100.000 es sólo un estertor con consecuencias negativas. El encarecimiento del crédito y la retracción de la demanda afectarán el nivel de actividad y por ende, del empleo. Pero es lo único que pueden hacer... en este marco político.

La contracara de la medida será mayor desocupación, y la "yapa" es cambiar el déficit fiscal por el cuasi fiscal, porque el BCRA deberá hacerse cargo de pagar esas tasas y a la larga no puede hacerlo de otra forma que emitiendo más dinero aún.

La presión sobre el dólar terminará cuando cambie la política, no sólo la económica sino la integral, es decir cuando un gobierno creíble -éste, u otro- respaldado y representativo, establezca por consenso un programa de crecimiento coherente, con cifras transparentes y verificables.

Ese programa podrá tener las metas más diversas, reflejando el colorido democrático de la opinión nacional y el juego natural de los intereses y las ideologías que conviven en el país. Lo que no podrá es suponer que 2 + 2 sean 5, aunque al final, si es exitoso, termine siendo.

Quienes toman decisiones económicas realizarán así otras cuentas, no ya defensivas de su ingreso sino asociadas a las metas nacionales. Los acreedores querrán volver a prestarnos y los empresarios -pequeños, medianos y grandes- querrán volver a invertir. No se preocuparán más por la relación entre reservas y circulante, sino por cómo sumarse a la oleada de crecimiento.

Esto no es de izquierda ni de derecha, no es socialdemócrata o neoliberal. Es la verdad de perogrullo que aplica el 95 % del mundo, desde USA hasta China, desde Uruguay hasta Chile, desde Perú hasta Vietnam. Es, sencillamente, gobernar, en lugar de dejar esa tarea estratégica al mercado como se ha hecho en los últimos años.

Hasta que no asumamos esa realidad, seguiremos a los tumbos, de crisis en crisis. Como la que -desgraciadamente- se acerca a pasos acelerados, avisando que viene mientras nos divertimos cruzándonos intolerancias. Y la responsabilidad será, una vez más, de la política.

Ricardo Lafferriere

miércoles, 29 de enero de 2014

Examen general de matemáticas - O el fin del dinero como herramienta económica

El Administrador General de Ingresos Públicos (que agrega a su cargo, de facto, el de Comisario Político de Acceso y Uso de Divisas) especificó que la moneda extranjera adquirida con fines de ahorro podrá ser utilizada para gastos de turismo sin que sea alcanzada por el anticipo de 35% a cuenta de Ganancias o Bienes Personales, respecto del 20% que pagó si no lo dejó depositado en el sistema bancario, o si luego lo usa a través de tarjeta de débito para cubrir gastos en el exterior.

Dio a conocer además la tablita que utilizará para "autorizar" la compra de divisas a aquellos que deseen ahorrar en moneda fuerte. La alternativa sólo estará al alcance de quienes tengan un ingreso superior a dos salarios mínimos -los jubilados parece que no podrán, a pesar de la intención del Ministro de Economía dijo ser ¨guardar los dólares para los que menos tienen¨-

De esta forma, los valores de la divisa recorren un abanico que comienza en $ 5,20 y llegan hasta los  $ 12/13, según oportunidad, destino y contactos de quienes participan en una operación.

Comienzan el recorrido con el reconocido a los productores agropecuarios. El "dólar soja"  (35 % de retención sobre $  8) quedaría en $ 5,20. Sería el dólar más barato de la economía, sólo al alcance del Estado -beneficiario de la retención a la exportación-. La curiosidad de este precio consiste en que funciona sólo en un sentido, ya que si el productor necesita adquirir insumos importados o con componente importado, deberá abonarlo con la divisa que consiga en el Mercado "Único¨ de Cambios.

A partir de allí, empieza a subir según la clase de retención, hasta llegar a los $ 8, número mágico que según el equipo "Coki-llof" sería el verdadero "nivel de convergencia" (¿?).

Ese dólar estará al alcance de quien necesite importar y obtenga la autorización respectiva de la Secretaría de Comercio, luego de los trámites correspondientes, y del BCRA haciendo lo propio. Deberá realizar, obviamente, los trámites de importación, y obtener los dólares en el "Mercado Único de Cambios". Mejor dicho, en el mercado "Único" de cambios.

En punto comienzan a aparecer los dólares para "particulares".

Quien adquiera dólares para "atesoramiento", previa autorización de la AFIP en su papel de Comisariato Político de Acceso y Uso de Divisas, lo hará a dos precios diferentes: $ 8 si los compra y los deja depositados en un Banco por más de un año (ja); a $ 9,60 si se los lleva físicamente haciéndose responsable de su guarda y cuidado, o se los gasta.

Quien adquiera pasajes internacionales y realice compras en el exterior, el precio que deberá pagar será de $ 10,80. El mismo precio deberá abonar quien adquiera bienes por correo internacional, hasta un máximo de dos compras y un total de 25 dólares al año.

Quien desee quedar al margen del Comisariado Político de Acceso y Uso de Divisas, deberá abonarlo a $ 12/13, según la cotización que obtenga de la negociación en cada momento en el mercado libre denominado "blue".

Este último precio regirá también para quienes quedan por fuera del control del Comisariado Político de Acceso y Uso de Divisas. Integrarán ese grupo desde "quienes menos tienen" (es decir, aquellos cuyos ingresos no alcancen el mínimo de dos salarios mínimos) hasta quienes los necesiten para cambiar su vivienda, realizar una compra de medicamentos en el exterior sin ser exportador o necesiten ahorrar en moneda fuerte para cualquier objetivo personal, sea instalar un negocio, organizar una microempresa, adquirir un bien al contado o simplemente tener la tranquilidad de un ahorro fuera del alcance de las decisiones arbitrarias de cualquier funcionario.

Algo bueno, para quienes buscamos siempre encontrar la "mitad medio llena" del vaso: nos obligará refrescar los conocimientos de Matemáticas, especialmente las ecuaciones compuestas, las que regirán cada vez más nuestra relación con el dinero. Porque -no olvidemos- a los valores mencionados deberemos cotejarlos con la evolución de los precios, de nuestros salarios, de las tasas de interés y de las perspectivas de cambio de cada una de ellas ante los cambios horarios de las disposiciones vigentes. El "arbitraje", mecanismo utilizado usualmente en los negocios y en el sector financiero para los diversos cálculos que debe realizar el sector, deberá ser incorporado a la vida cotidiana para comprar tomates, ponerle valor a un servicio -gasista, electricista, plomero, albañil-, animarse a financiar una bicicleta o cambiar la plancha porque la que teníamos se quemó.

Claro que todo eso, y no tener ya más dinero, será virtualmente lo mismo. De hecho, es volver a antes de la invención de la moneda, en Libia, hace 2600 años...


Ricardo Lafferriere

martes, 28 de enero de 2014

Los límites del país de Kicilloff

"Si alguien me quiere explicar el mecanismo que hace que un cambio en el valor del dólar afecte de manera inmediata, directa y proporcional a todas las variables económicas que también me explique por qué la Argentina no es Estados Unidos" (Ministro Kicilloff, reportaje difundido por la agencia DyN, 26/1/2014).

La frase testimonia el mundo mental dentro del cual funcionan los razonamientos económicos del Ministro, y por qué le va así.

Esta visión extrema del "vivir con lo nuestro" supone posible -y lo que es peor, cree que existe- una economía argentina cerrada a los intercambios comerciales, financieros y tecnológicos globales. Esa realidad nunca existió, pero aún admitiendo que fuera discutible en otros tiempos, en el mundo actual es equivalente a una visión esquizofrénica.

La Argentina vende su principal riqueza, la producción agropecuaria, en dólares. Son alrededor de 25.000 millones al año, con los que financia sus dislates internos. Allí, en el mercado mundial, "realiza su ganancia" -utilizando términos marxistas- el principal sector excedentario de la economía argentina. No los tendríamos, si el mundo y el país fuera como los concibe Kicilloff.

Para obtener esa producción agropecuaria hay numerosos insumos que deben abonarse en dólares: semillas, fertilizantes, agroquímicos, algunas partes sofisticadas de las maquinarias agrícolas. Y el gasóil, sin el cual no puede haber ni siembra ni cosecha y que es cada vez más dependiente de la importación de petróleo -gracias, entre otras cosas, a la desastrosa gestión energética del gobierno al que pertenece Kicilloff, que se desentendió del tema energético hasta quedarnos sin petróleo-.

Nuestro país le compra al mundo -en dólares- el 70 % de los componentes de cada automóvil que se "fabrica" en nuestros pagos y más del 95 % -también en dólares- de los "componentes" de la industria electrónica de Tierra del Fuego.

Recibió -en dólares- los préstamos que solicitó a los organismos internacionales para obras y programas públicos (rutas, puentes, viviendas, reformas institucionales, y hasta planes sociales) y en dólares debe devolverlos. Y también recibió -en dólares- las inversiones privadas externas, desde las automotrices a las mineras, desde las petroleras hasta las dirigidas a proyectos inmobiliarios. En todos los casos, está obligada a dejar retirar a sus dueños -en dólares-, si así lo decidieran, las ganancias y la amortización del capital invertido, según lo dispuesto en las leyes locales y convenios internacionales vigentes y que Argentina ha firmado.

Los componentes importados -y eventualmente, las patentes y royalties externos- de todo el sistema industrial deben ser abonados en divisas. Medicamentos, óptica, perfumería, juguetes, maquinaria pesada, sistemas informáticos, química, hasta los royalties de la industria indumentaria, textil y hasta alimentaria. Y también las importaciones transitorias de componentes de bienes intermedios que, una vez elaborados, reexportará -en dólares-. En dólares debe abonar también los fletes y seguros internacionales.

No necesita el Ministro que nadie le explique que Argentina no es Estados Unidos. Con dar un vistazo a la economía que teóricamente gestiona, observará por qué el valor del dólar está imbricado en todo el proceso económico.

Y también advertirá por qué la preocupación de aquellos que a pesar de vivir en un país tan imbricado con la divisa, sólo cuentan para su sobrevivencia con recursos nominados en una moneda que es el único activo del 90 por ciento de los argentinos: el peso.

Éste es el signo monetario cuyo valor debiera ser cuidado por el Banco Central -que para eso está- y por el gobierno que integra.

Es ésta, la única "riqueza" de millones de argentinos, la moneda bastardeada por la emisión espuria de papel pintado y el descontrol hasta el dispendio de los recursos públicos por una administración cuyo desinterés por la solidez monetaria está sumergiendo a la mayoría de sus compatriotas en una pobreza creciente.

Ricardo Lafferriere