Las extrañas decisiones del nuevo presidente de EEUU tienen
claras consecuencias en el escenario mundial. Puede debatirse si son buscadas o
“errores no forzados”. Sea como sea, existen.
Algunas ya se observan. Rusia acaba de firmar una extensión
por cincuenta años de su presencia militar en Turquía, ampliando sus bases militares
y proyectando su clara hegemonía regional. La temporaria base de Latakia ahora
albergará en forma permanente a Once buques de guerra rusos, sumándose a la ya
existente base de Tartius. Estados Unidos se retirará de las conversaciones y
los esfuerzos de paz en Siria, país en el que se afianzará la dictadura
genocida de Al Assad con el respaldo ruso. Ha declinado –incluso- la invitación
rusa a las conversaciones de paz, marginándose definitivamente del escenario
regional –y obviamente, olvidando a sus aliados locales, por ejemplo los
kurdos-, sobre los que recaerá ahora la ofensiva de Al Assad y sus aliados.
Se aleja de Europa. El Ministro de RREE de Alemania Frank-Walter
Steinmeier ha expresado por tweet que esta decisión “termina con el siglo XX,
para bien”, aunque anuncia que “llegan tiempos turbulentos”, misteriosa frase que
destaca un interrogante sobre las relaciones entre EEUU y Alemania. Una
Alemania que tendrá, de hecho, el liderazgo europeo.
China, aprovechando de inmediato este imprevisto vacío
geopolítico, ha dado un salto cualitativo en sus relaciones con el resto del
mundo, levantando los principios abandonados por Estados Unidos: libre
comercio, globalización, libertad financiera. Su presidente Xi Jinping ha
abierto con estas banderas la Conferencia de Davos, símbolo por excelencia de
la economía global.
Por orden ejecutiva (versión norteamericana de nuestros “DNU”)
el presidente Trump ha resuelto retirar a EEUU del Acuerdo Transpacífico,
herramienta comercial y política con que la administración Obama buscaba
contener la hegemonía china en el Pacífico, y esto ha descolocado a los
pequeños países que habían acercado posiciones estratégicas con EEUU debido a
su tradicional recelo con China –entre otros, el propio Vietnam- empujándolos
hacia la dependencia del gigante oriental, siguiendo los pasos de Filipinas.
También ha anunciado que forzará la rediscusión del TLC con
México y Canadá, rompiendo un área de libre comercio que fue el resultado de
años de negociaciones y construcción entre los tres países y generó un espacio industrial-comercial
continental. Esta decisión dañará fuertemente la estabilidad económica y
política mexicana, sin traer mejoras correlativas en EEUU. Y –algo menor, en el
gran escenario, pero sintomático en el pequeño-, se acaba de suspender la
programada apertura del mercado de limones para la producción del Noroeste
argentino.
En Europa se ha sumado al discurso “anti-inmigrantes” del
renacido populismo de derecha, criticando a Merkel por su política de ayuda y
apertura de su país a los perseguidos por la guerra en Siria y el Oriente
Medio, ha respaldado la prédica anti-europea de Michael Farage en Gran Bretaña
y ha dado repetidas muestras de simpatía hacia Putin, cuyo expansionismo
político tiene a los países de Europa del Este en tensión constante.
En síntesis: el saldo –claro, para quien lo busque
interpretar sin anteojeras- es que el presidente de los Estados Unidos ha
resuelto retirar a su país del escenario global y concentrar su acción dentro
de sus fronteras e intereses primarios abandonando la prédica sostenida por su
país a partir de la Segunda Guerra Mundial de construir un mundo con
instituciones, basadas en principios de aceptación universal, entre ellos la
defensa de los Derechos Humanos como prioridad normativa y superior a cualquier
otro, incluso el de la soberanía de los Estados.
La información que llega de Washington habla de otras
expresiones, emitidas en oportunidad de su visita a la CIA: habló sobre la
guerra de Irak, lamentando que luego de la invasión de 2003 EEUU no hubiera “robado
el petróleo del país” a los irakíes. Sostuvo –una vez más- su apoyo a la
tortura como procedimiento de interrogatorios, provocando que el ex director de
la CIA, John Brennan afirmara que “el presidente Trump debiera avergonzarse de
sí mismo” por sus palabras y de su “despreciable muestra de auto elogio” frente
al Muro Memorial de la CIA a sus muertos.
Si la tendencia marcada por Trump se consolida –sobreponiéndose
a la resistencia interna de la mitad de los norteamericanos que no acuerdan con
ella- los esfuerzos globales dejarán de contar con el aporte de Washington,
revirtiendo los avances de los últimos tiempos de la gestión de Obama: la
defensa del ambiente, la distensión, la creciente vigencia del Derecho
Internacional.
Esto dejaría al mundo con un solo “gran liderazgo” principal:
el de China. Económicamente, el mundo abierto y libre seguramente no cambiará.
Sí cambiará el “relato oficial” predominante. China no tiene historia ni
fuerzas internas que trabajen por la protección del ambiente, por los derechos
de los trabajadores, por las libertades civiles, por los derechos humanos y por
la vigencia de una justicia a la que recurrir frente a las violaciones de
derechos fundamentales.
El último ejemplo, el de decidir no acatar el fallo del
Tribunal del Mar sobre la ilegalidad de su pretensión de sostener la soberanía
marítima apoyada en islas artificiales que construyó y fortificó en el Mar de
la China Meridional, fue una muestra. También la persecución a disidentes, su
trato a las regiones que reclaman autonomía –como Tíbet-, la falta de
libertades básicas en su orden interno –prensa, reunión, tránsito, expresión- y
la parcialidad de su sistema judicial, conducido como un apéndice del sistema
político férreamente administrado por el Partido Comunista.
Si bien debe reconocerse que su expansión en el mundo no ha
sido violenta, tampoco se ha destacado por apoyarse en principios. Están como recordatorios
la salvaje deforestación en Mozambique, Birmania y Siberia, la corrupción
degradante del Jade en Birmania, la brutal explotación de los trabajadores petroleros
en Turkmenistán y mineros del Perú, la indiferencia –y uso- de la corrupción de
líderes políticos en varios países –aún en nuestro subcontinente-, etc. Y por
último, la descontrolada contaminación y emisión de GEI en su propio país. El
comportamiento chino recuerda al del colonialismo británico del siglo XIX.
Pero en el siglo XXI.
Desde esta columna intuimos que no se trata de China sino de
algo más profundo: la puja entre el mundo económico de las grandes
corporaciones –que ya no tienen “país” propio al que se sientan atadas- reaccionando contra el sano
avance de la política que intenta volver a poner al capital sujeto a las normas
–ambientales, laborales, financieras, comerciales- al que habían escapado con
la globalización. Para ellas, Trump es una buena noticia: no deberán responder a normas generales, públicas y verificables, sino acordar con cada líder en la oscuridad de sus despachos.
Un mundo sin instituciones, hegemonizado por un país de
escasa vocación por las normas y devoto del puro poder acompañado por otro con una zarista vocación de hegemonía es el mejor de los mundos para la corrupción, la colusión
de intereses y libre de la molestia de ambientalistas, sindicatos y militantes
de causas justas. Contra lo que puede pensarse, no será la globalización la que
se detenga o debilite, sino el intento de encauzarla para proteger al planeta y
a los seres humanos.
Lo dijo Moreno, fantaseando con la extensión global del
populismo: “Trump es peronista”. Como Putin, Farage, Le Pen y Xi. Y como tiene
ganas, muchas ganas, de volver a ser el propio Sergio Massa: "Nos metieron
en la cabeza que la globalización era abrirnos y abrirnos, y ahora el mundo nos
corrió el arco y vive un proceso de cierre de las economías". El “sueño
del pibe” para Mendiguren y sus muchachos que vivían del país-corralito, a
costa de obreros y consumidores.
Esta tendencia era observable y –de hecho- ha sido objeto de
numerosos artículos desde esta misma columna en los últimos años. Debemos reconocer
haber errado en los tiempos. Nunca nos hubiéramos atrevido a predecir que los
acontecimientos se precipitarían de la forma en que lo están haciendo, al punto
de cambiar el equilibrio del sistema internacional global en unas pocas
semanas. Un mundo de pocas normas regido por la fuerza y autócratas varios, con
poca calidad democrática.
Habrá que acostumbrarse y estar alertas. Cada región –y país-
organizará sus piezas y movimientos –la que más urgentemente deberá hacerlo
será, sin dudas, Europa- sin contar con la presencia equilibrante del gigante
americano. Estados Unidos está eligiendo –como hace pocos meses lo hizo Gran
Bretaña- retirarse del juego y envejecer en su espacio pequeño. Curiosa
decisión, cuando el planeta está más globalizado que nunca, los peligros que
acechan requieren como nunca en la historia un esfuerzo colectivo y la
humanidad está afianzando un sistema de fuerzas productivas y relaciones de
producción de alcance universal.
Desde este “lejano occidente” también deberemos pasar en
limpio nuestras prioridades, potencialidades y debilidades. El mercado global
es siempre una ventaja. Nuestra producción tendrá siempre demanda en un mundo
de creciente población, que en mayor o menor medida siempre seguirá comiendo. Debiéramos
recuperar autonomía energética, acelerar nuestra diversificación hacia la producción
alimentaria sofisticada para llegar a los mercados ya maduros y seguir
reclamando acceso libre a esos mercados. Y deberemos acelerar la capacitación
de nuestra gente, para tener la mayor flexibilidad posible ante los cambios.
Siempre hubo y habrá comercio, producción y financiamiento. Siempre
hubo y habrá principios e intereses. Dejaremos atrás el escenario de posguerra,
donde la humanidad se lanzó a perseguir la utopía de construir una convivencia
que no olvidara los principios para entrar en otro, en el que lo central serán
los intereses, desmatizados de aspiraciones colectivas y frenos normativos.
Nosotros también
deberemos incluir en los análisis la retracción de nuestro vecino del Norte, consolidar
los lazos regionales y enraizar lo más posible nuestra economía, desde lo
profundo de un país de dimensiones continentales como el nuestro, con los
países hermanos de América Latina.
Mantener prudencia, pluralidad y coherencia
en nuestro comportamiento financiero y estar más atentos y prudentes que nunca
en la acción política internacional, ayudarán a que este muy probable retroceso
en la juridicidad de la convivencia humana nos afecte lo menos posible. Y “andar
bien con todos”, desde China a Estados Unidos, Europa y el Pacífico, evitando nuestra tendencia genética a la sobreactuación.
Trump anuncia el fin de la pretensión hegemónica
norteamericana, pero también de sus aportes idealistas wilsonianos, que con sus
más y con sus menos signaron el mundo de posguerra. Xi Jinping anuncia la
llegada de China, cuyas notas características ya se intuyen. En estos “tiempos
turbulentos” que anunciara el Ministro de RREE de Alemania se notará más que
nunca la necesidad de hablar más entre nosotros, gritarnos menos y diseñar
acciones compartidas sin la búsqueda de pequeñas ventajas personales o
partidistas que terminen dañando al país de todos.
Ricardo Lafferriere