Tanto como imaginar la magia de que todo sea posible sin hacer nada para lograrlo. Una especie de paraíso terrenal “siglo XXI”, en el que los bienes pueden recogerse como la manzana del árbol del Edén, disfrutando de la felicidad eterna.
El populismo actúa como si no hubiera existido el pecado original y el Señor brindara lo que los hombres quisiéramos, por el sólo hecho de desearlo.
Lamentablemente, no es así. Pero también –lamentablemente- cuando el relato renace –y lo hace por doquier, cíclicamente- el entusiasmo que inspira suele llevar a situaciones de locura colectiva, como las que se han sufrido muchas veces en la historia humana. La felicidad del nazismo para el sufrido pueblo alemán de la primera posguerra, el feliz disciplinamiento del fascismo ante el caos italiano de comienzos del siglo XX, la felicidad del primer peronismo liquidando alegremente todas las reservas del país entre 1946 y 1949, y de los nuevos peronismos… o la felicidad de los venezolanos, embriagados de petróleo abundante dilapidado en consumos suntuarios y aventuras trasnochadas por el rudimentario escudo ideológico chavista, que amenazó con extenderse por varios países del Continente tras su "socialismo del siglo XXI" reducido en última instancia a vivir de rentas, creyendo que el petróleo era eterno.
El populismo es seductor. Casi sedujo a Grecia, que adoptó el libreto y hasta se animó a probarlo, con tan susto consecuente que en pocas semanas revirtió su decisión para asumir la realidad y partir de ella para cambiarla. Amenaza con una tormenta histórica a la vieja –y racional- Gran Bretaña, que puede quedar reducida a una “little Britain” decadente e intrascendente. Y casi sedujo a España, que parece estar zafando “por un pelo”.
Es que el populismo cuenta sólo la mitad y suele ocultar el resto, que se deriva a… la magia.
En estos días es usual escuchar a varios ex K y filo-K -ayer nomás vimos la última versión epistolar de los "intelectuales"- apabullados por la realidad de megacorrupción y latrocinios, buscar el flanco de ataque para escudar su arcaísmo en el “alevoso ajuste de las tarifas”. Adelanto que lo comparto: es alevoso. Pero es la mitad del relato. La otra mitad es que ese ajuste alevoso es el resultado de un alevosísimo retraso generado durante diez años de jolgorio de creer que el transporte es gratis, que la energía llueve como el maná del cielo, que el agua potable es tan accesible y sin costos como cuando se extraía con baldes del Río de la Plata o de algún pozo, y que el resto de los bienes se pueden obtener tan libremente como arrancar las manzanas del árbol del Edén.
Las tarifas eléctricas, salvajes y desbordadas, están pagando después del aumento sólo el 35 % de su costo. El resto (65 %) sigue siendo subsidio público, o sea impuestos e inflación. Pero resulta que tampoco se desea que haya más impuestos –al contrario, “hay que bajar el impuesto a las ganancias” y ni hablar del IVA...- y mucho menos que suba la inflación –“nos dijeron que iba a bajar en el segundo semestre y estamos esperando”. Pues entonces, ¿quién debe pagar ese 65 %? ¿O se está sugiriendo –sin decirlo- que debe recurrirse al endeudamiento para pagar un gasto tan corriente como los servicios?
La respuesta suele ser “sí, pero debieran haberlo hecho más gradual”. Perfecto. Si así fuera, habría que subir impuestos -no bajarlos-, o aceptar que la inflación sería mayor –porque tendríamos que pagar la diferencia con más emisión monetaria-. Y entonces la cantinela del neo-populismo-neo-k hubiera sido “La inflación es intolerable”.
Seamos serios, aún frente a la seducción del populismo. Las tarifas son menos altas que en cualquier país vecino, que en el caso del que nos sigue las duplica. Las duplican, sin ir más lejos, varias provincias argentinas. El esfuerzo fiscal para ayudar a los millones de compatriotas con acceso a tarifas sociales es un paliativo -siempre perfectible- pero no borra la realidad que estamos pagando todos los demás: la desinversión de la década que agotó los recursos por su falta de previsión y su alegre apuesta al puro consumo sin racionalidad ni límites. Y no olvidemos de sumar el costo del propio subsidio de las tarifas sociales, pagados por quienes no las tienen.
¿Y la nafta? ¿Por qué sube cuando el petróleo mundial baja?
Es cierto, parece absurdo. Pero… ¿y las banderitas en las bancas? ¿nos olvidamos que el 80 % del país aplaudió hasta sacarse callos en las manos la “soberanía energética” de volver a tener petróleo propio, incluyendo el dislate de la estatización de YPF pagando por una sigla devaluada más del doble de lo que valía? ¿Alguien cree que ese petróleo brota haciendo una perforación con una pala? Hoy mismo está la Patagonia al borde del incendio, con estas tarifas de nafta, porque los trabajadores piden no sólo la protección de sus puestos de trabajo, sino que no se caigan sus sueldos ¿Con qué pueden pagarse, sino con más aumento en las naftas? Entonces, digamos toda la verdad, no sólo la mitad populista.
Si queremos nafta barata importada, decidamos que recurriremos a ella sin ningún esfuerzo inversor buscando petróleo propio y digámoslo. Pero también digamos que la mayoría de la economía del sur basada en el petróleo se desmantelará, porque no estamos dispuestos a subsidiarla, aunque causemos una desocupación gigantesca. Si no, estamos haciendo trampa. Si realmente queremos tener petróleo propio, hay que pagar la inversión necesaria para explorar, perforar, extraer, destilar, distribuir. No es gratis.
Pero… ¿cómo era posible hasta ahora? ¿No estamos entonces en el paraíso?
Completemos el relato: nos comimos la manzana. La serpiente volvió a convencernos durante una década. Nos gastamos todo y se robaron mucho. En consecuencia hemos sido expulsados del Edén. Tenemos que volver a la tierra, a “ganar el pan con el sudor de la frente”. Nada nos será regalado.
El populismo es seductor. Es mucho más sencillo culpar al gobierno, al ministro de Energía, al Secretario de Transportes y a la maldita AYSA. Y después, insultarlos porque se corta la luz, porque los trenes chocan y porque el agua no llega a todos los compatriotas.
Personalmente, dejé de escuchar a los monos sabios que impostan sus recetas dando consejos por la mitad. No diré que los desprecio, porque eso no debe hacerse nunca a un ser humano. Pero dejé de tratar de comprenderlos, aun encontrándose –como en algunos casos- entre las mayores “intelectuales”, los más valientes periodistas –hasta doctores…- o las mejores anfitrionas del país. Son todos ellos deliciosos en lo suyo. Pero cuando asumen el papel de monos sabios y recitan sólo la mitad populista del relato sin ofrecer ni una sola solución alternativa coherente, no le llegan a los talones ni al propio Maradona, ese sí verdadero campeón mundial de las sandeces.
Es que el populismo es seductor. Y adictivo. Quien alguna vez lo ha sufrido –y en nuestro país, son pocos quienes en algún momento no hemos sido contagiados- tienden a recaer ante el más suave estímulo.
Ricardo Lafferriere
Ricardo Lafferriere